El suicidio siempre ha sido un tema controvertido en cualquier sociedad moderna. Pese a que se ha dado a lo largo de la historia, no se ha podido erradicar, por el contrario en las sociedades occidentales va aumentando. El objetivo que nos proponemos es intentar comparar el número de suicidios registrado en las Fuerzas Armadas durante los últimos años. Destacamos la necesidad de difundir el número de suicidios de personal militar que existen actualmente en nuestro país, así como establecer un protocolo para la recogida de datos, y poder analizar las diferentes variables implicadas en este complejo fenómeno psicosocial. Todo ello para que, tras su estudio, las autoridades tomen estrategias de prevención eficientes.
Vamos a realizar en este artículo un análisis de la incidencia de los suicidios en las FAS cuando estas no eran profesionales y, continuaremos en el siguiente artículo con la incidencia que tiene esta lacra en los Ejércitos de España en la actualidad.
Según Hernández-Juárez (1987), no es imposible identificar a la persona suicida una vez que ha comenzado el proceso que le llevará a intentar suicidarse. En su mayor parte, estas personas se descubren a sí mismas comunicando su tendencia, bien sea a través de la palabra o bien del comportamiento, mucho antes de que se produzca ningún acto específico. La persona suicida presenta generalmente una ambivalencia del deseo, consciente o inconsciente, de vivir y morir. Sentimientos de desesperación e impotencia; sentimientos de agotamiento físico o psicológico, sentimientos intensos de ansiedad, tensión, depresión, rabia o culpa; sentimientos de caos y desorganización, con incapacidad de restablecer el orden, estados de ánimo cambiantes pasando de una gran agitación al retraimiento, pérdida de interés por las actividades normales tales como las sexuales, profesionales o de ocio, y malestar físico como insomnio, anorexia o síntomas psicosomáticos. Concretamente, en el análisis de suicidios en el Servicio Militar Obligatorio (en adelante SMO), encontramos que psiquiatras como Enrique González Duro (1990), culpan a la forma de vida y manera de actuar de los ejércitos a que los reclutas realicen conductas e ideaciones tendentes a la huida del medio militar, tales como: la ingesta excesiva de alcohol, el deseo de desertar, las autolesiones, las tentativas de suicidios e incluso el suicidio consumado, teoría totalmente contraria a las defendidas por otros investigadores de este tema Gallastegui 1996 y Miralles y Cano-Vindel (2001, 2009).
Es cierto que la profesión militar, como describen De la Gándara, González y Baños (2010), presenta rasgos propios que la hacen marcadamente diferente a las demás, pero también lo es que la Ley contemplaba el Servicio Social Sustitutorio como alternativa al SMO. En efecto, la Ley planteaba la posibilidad de poder ser objetor de conciencia y realizar una prestación social sustitutoria que se publicó en el Boletín Oficial del Estado (1995), por lo que podrían no incorporarse jóvenes con predisposiciones negativas hacia las Fuerzas Armadas. También dicha Ley permitía pedir prórrogas de diferentes tipos expuestas en el Reglamento de Reclutamiento (Boletín Oficial del Estado, 1993) de ahí que, una vez finalizado el SMO el 31 de diciembre de 2001, quedaran 1.039.625 jóvenes exentos del mismo por estar disfrutando prórrogas (Del Vado, 2001). Por otra parte, el soldado, al vestir el uniforme militar, no se convierte en un hombre enteramente distinto ya que los efectos de la educación que ha recibido y las vivencias que hasta entonces ha tenido, no desaparecen por el hecho de vestir otra indumentaria.
En efecto, el militar no está tan separado de la sociedad como para que no participe de los mismos condicionantes que el resto de los ciudadanos, de tal modo que puede ocurrir que la causa o naturaleza del suicidio que cometa no tenga relación alguna con su situación militar (Miralles, 2001). A la hora de analizar los suicidios que se producen durante el tiempo de servicio en filas, los portavoces del Ministerio de Defensa suelen referirse a la existencia de jóvenes con cuadros psicopatológicos previos que, pese a todo, han ingresado en el Ejército. Los trabajos de Mas (1996, 2001), demuestran esta circunstancia. Otra de las causas frecuentes de suicidio, además de las anteriormente mencionadas, es la psicosis maníaco–depresiva, o las simples neurosis en procesos agudos (Graiño, 1987).
Asimismo, Gerona (1990) intentó obtener una relación de factores de riesgo en los jóvenes que cumplían el SMO, obteniendo entre ellos factores tan importantes en el desencadenamiento de un suicidio como: la necesidad de encontrar sentido a la vida, problemas de identificación con padres y hermanos mayores, una visión de la sociedad hipócrita, la necesidad de mayor libertad y autonomía económica, el despegarse de tradiciones familiares, la falta de adaptación a cambios en la vida, la desconfianza a encontrar buenas amistades, la falta de satisfacción sobre su propia imagen, las dudas sobre su rol sexual y el pacifismo a ultranza, o la preocupación solidaria sobre los grandes problemas de la humanidad.
Pero existe otra causa de suicidio menos técnica y tal vez más grave por su característica imprevisible: la constante depresión de aquel que se siente solo en un ambiente que le parece hostil, o por lo menos, diametralmente opuesto al que hasta entonces ha vivido. De tal modo que una inadecuada adaptación al medio militar da lugar a trastornos adaptativos y a otras patologías que pueden llevar al suicidio (Gallastegui, 1996). En un estudio entre los soldados de reemplazo del Ejército de Tierra de la Región Militar Centro entre los años 1993/95 realizado por Gallastegui (1996), se encontró que un tercio de los sujetos que consideraron el suicidio como una alternativa a su situación o llegaron a ejecutar algún tipo de actuación al respecto, tenían problemas con su pareja, consumían sustancias tóxicas, presentaban niveles socioeconómicos y educativos muy bajos o antecedentes familiares psiquiátricos. Corrobora este dato lo publicado por el Ministerio de Defensa sobre la estadística realizada en 1986 (Ministerio de Defensa, 1988), entre los casos de suicidio protagonizados ese año por personal de Tropa, señalando que las características sociodemográficas que tienen un peso significativo en el número de suicidios son, entre otras, el origen rural y un nivel medio o bajo de formación.
Los datos obtenidos sobre los intentos o suicidios consumados en las Fuerzas Armadas de nuestro país entre los años 1979 a 1986 nos facilitan información que nos permite obtener las siguientes conclusiones (Hernández-Juárez, 1987):
· En el Ejército de Tierra, desde 1979 a 1986, ambos inclusive, la tasa de suicidios de soldados fue del 10.11 por cada 100.000, cifra bastante inferior a la de soldados que intentaron suicidarse (20.2 por cada 100.000). Utilizando el tiempo en el SMO como variable independiente, se observa que la mayor parte de los suicidios se realizaron durante los primeros meses de su incorporación a filas. Este corto periodo de tiempo estaría más relacionado con un trastorno adaptativo que con un trastorno depresivo. Si comparamos estas cifras con las de la población civil, podemos comprobar que la tasa de suicidios en el año 1985 fue del 6.5 por cada 100.000 habitantes, tasa que está muy por debajo de la antes mencionada.
· En cuanto a los motivos para realizar el suicidio, se concentran en los problemas familiares y en las depresiones (el 22% y 16% respectivamente). No obstante, se desconocen los motivos de un 50% de los fallecimientos, ya que por una parte encontramos a aquellos suicidas que no dejaron expresadas sus motivaciones ni por escrito ni verbalmente, y por otra, la existencia de una negativa social entre los compañeros, amigos y familiares para dar información sobre las causas que le llevaron al suicidio
· El medio utilizado con más frecuencia para cometer el suicidio es el arma de fuego, seguido del ahorcamiento. Por ejemplo, en 1986 en las Fuerzas Armadas de España (Ministerio de Defensa, 1988) un 74% de los suicidios se cometieron con armas de fuego seguidos por un 16% de ahorcados. El arma blanca fue utilizada en un 6% de los casos, y un 3% fueron por atropello de un vehículo. Mientras que el medio más utilizado por la población civil son el ahorcamiento en un 43.2% y las precipitaciones un 16.7%; siendo el arma de fuego el cuarto medio utilizado para suicidarse con un 8.5% (INE, 1986).
Los datos vienen a corroborar los estudios realizados por Fuertes (1996) en los que el suicidio en sí, o los intentos de suicidio, aparecen como una de las primeras causas de visita a las consultas de psiquiatría de los distintos centros militares. Con respecto a los intentos de suicidio son, en su mayoría de escasa entidad, y sin finalidad auténticamente suicida, siendo una manera de llamar la atención y una forma de pedir ayuda para salir de una situación que el sujeto considera insostenible. Cuando existía el SMO, durante la estancia del joven en el Ejército el 50% de los suicidios frustrados e intentos de suicidio registrados se dieron en los tres primeros meses. Un estudio realizado por el Ministerio del Interior con respecto a los suicidios producidos en el año 1986 (citado en Ministerio de Defensa, 1988) muestra que los dos primeros meses desde la incorporación a la vida militar dan un porcentaje más bajo de suicidios (un 6%), elevándose esta cifra en el tercer mes hasta el 16%. Hernández-Juárez (1987) en un estudio de la IV Región Militar Francesa realizado durante 1964, descubrieron que el 39.2% del total de casos de conductas inadaptadas se producían en los tres primeros meses de incorporación, lo denominan con la expresión “ley de los tres meses”.
Según Hernández-Juárez (1987) el 40% de las conductas para suicidas se relacionan con la inadaptación a la vida militar, y el 20% con dificultades de adaptación adicional, como las personales, afectivas, familiares o materiales. Los motivos de aquellos militares que intentaron suicidarse antes de un mes fueron sobre todo por episodios de tipo depresivo. De esta conclusión deriva otra relacionada con las personalidades neuróticas o depresivas, ya que los sujetos que obtienen puntuaciones altas en las escalas de neuroticismo y depresión se consideran desde el punto de vista psicológico, con mayor tendencia a realizar actos extremos tales como el suicidio (Hernández-Hernández, 1992). En el caso de los sujetos potencialmente neuróticos se observa que junto a la conducta autodestructiva determinada por tentativas de suicidio, se englobarían aspectos como la irritabilidad, la agresividad, el aislamiento social o la insensibilidad al sufrimiento de los demás. Debemos destacar que, todo ello puede tener un efecto potenciador de las ideas de desesperanza, baja autoestima y pensamientos delirantes tan frecuentes en el suicidio.
Por otro lado, aquellos que intentaron suicidarse para librarse del SMO lo realizaron antes de los cuatro primeros meses, en su mayoría produciéndose incisiones en la cara interna de los antebrazos (Hernández-Juárez, 1987). En este sentido no es infrecuente observar cómo la autoagresión ha sido empleada como un elemento de coacción consciente y premeditada para conseguir la exclusión del SMO, debido a la importante repercusión social que tienen estos sucesos. Un dato preocupante recogido por el Ministerio de Defensa (1988) es que, el colectivo de soldados voluntarios presentaba un índice más alto de suicidios que el de soldados de reemplazo obligatorio, siendo las edades de los primeros más tempranas. Este dato puede interpretarse de dos maneras, puesto que el voluntariado debía realizarse antes del SMO. Primero, entre los voluntarios podría haber una mayor predisposición al suicidio y segundo, el SMO puede afectar más a los más jóvenes.
En años posteriores del SMO, las entrevistas a profesionales que trabajan en el entorno de las Fuerzas Armadas evidenciaron un profundo conocimiento de la situación y una preocupación por parte de los responsables sobre el tema de los suicidios en este ámbito (Alvira y Canteras, 1997). Lo primero que podemos afirmar es que se produjo un descenso de este tipo de actos en los últimos años del SMO. Las causas de este descenso se atribuyen (Miralles y Cano-Vindel, 2009) a las medidas preventivas tomadas por los ejércitos, al igual que en el caso de los accidentes, estando dirigidas a la realización del SMO en un lugar próximo al lugar de residencia, seguir un control más riguroso de las patologías psicológicas, a una regularización más estricta de la disponibilidad de armas y un incremento del número de psicólogos en las Fuerzas Armadas.
El problema, cada vez más importante en nuestra sociedad, llevó en febrero de 1994 al grupo parlamentario IU-IC, a realizar por escrito la pregunta al Ministro de Defensa para conocer el número de jóvenes españoles que se suicidaron al realizar el SMO durante los años 1990-1994 (Boletín Oficial de las Cortes. Congreso de los Diputados, 1994), cuestión que tuvo que ser ampliada por el mismo Ministerio en septiembre del 1999, ya que el grupo parlamentario de IU formuló idéntica consulta pero, en este caso, abarcando el periodo 1990- 1999 (Boletín Oficial de las Cortes. Congreso de los Diputados, 1999). Si estudiamos los datos obtenidos tanto en las respuestas a las preguntas parlamentarias como a los conseguidos en las estadísticas oficiales publicadas por el Ministerio de Defensa (2001, 2002a, 2002b, 2004a, 2004b, 2004c) en sus anuarios estadísticos, podemos comprobar que los suicidios en los soldados de reemplazo, disminuyeron de una forma considerable desde el año 1994, coincidiendo con el momento en que el Ejército amplió el número de psicólogos que empezaron a trabajar en las Unidades Militares, realizando pruebas a los reclutas y entrevistando a aquellos que pudiesen tener problemas de adaptación.
Es importante considerar que, desde el año 1995, los suicidios disminuyeron de manera importante contando con cinco en el año 1999, llegando al tan deseado nivel 0 de suicidios en el año 2000 (Miralles y Cano-Vindel, 2009).
Número de presuntos suicidios y tentativas de suicidios en jóvenes que realizaban el servicio militar obligatorio durante los años 1990 a 2000.
Si comparamos a lo largo de estos mismos años, el número de suicidios en los soldados de reemplazo frente al de los militares profesionales y la población nacional, observamos que la evolución de los militares profesionales no es muy optimista.
Sin embargo, si prolongamos aún más el análisis, observamos que el SMO finaliza en el año 2000 con la cifra de cero suicidios, y que el índice de suicidios en el personal militar profesional, a partir del año 2000 inicia un progresivo descenso hasta situarse en 2007 por debajo del índice de suicidios de la población general española.
Este último dato, podría ser interpretado como que las medidas aplicadas para la prevención de un problema tan complejo como es el del suicidio, dejan ver sus resultados en un periodo de tiempo de unos seis años.
En 2007, se aprueba la ley de la Carrera Militar y es, desde esta fecha, desde donde vamos a iniciar el estudio hasta 2021 del problema del suicidio en las FAS profesionales y la incidencia de aquella en estas manifestaciones de rechazo a las mismas, con la colaboración del Soldado de Infantería (R), Agustín Fariña, protagonista en primera persona de varios intentos de suicidio;
Desde el departamento de Margarita Robles no se facilitan cifras sobre los miembros de las Fuerzas Armadas que han fallecido por autolesiones .
Estudio, extracto y análisis basado en el trabajo de: Retos Actuales de la Seguridad (pp.487-510). Juan Carlos Fernández Rodríguez, Fernando Miralles Muñoz, Amable Cima.
Enrique Area Sacristán.
Teniente Coronel de Infantería. (R)
Doctor por la Universidad de Salamanca.