Por amor a la Patria. (XI). El oxímoron de “madre Patria”; «donde va esto, va la patria»

Según decía Unamuno, toda la historia humana es la labor del hombre forjándose habitación humana, toda la civilización tiende a desasir al Hombre de la Tierra, a libertarle del terruño, a que sea él quien posea a ella, y no ésta a él. Desasido de la tierra, la querrá el hombre, porque el labriego que de ella vive, le tiene apego, no amor. Amor le cobra el artista que la siente, el sabio que la comprende.

El apego al rincón natal, al valle o llano que nos vio nacer, al terruño que sudaron nuestros padres y a la aldea en que viven los camaradas de nuestra infancia, es el sentimiento de aquel que labra su propia tierra, del capitalista obrero, del que produce realmente con medios productivos suyos, del que produce para consumir, sobre todo, puesta en el consumo la intención casi siempre.

El nacionalismo, el patriotismo de las grandes agrupaciones históricas, cuando no es hijo de la fantasía literaria de los grandes centros urbanos, suele ser producto impuesto a la larga por la cultura coercitiva de los grandes terratenientes, de los landlords, de los señores feudales, de los explotadores de los latifundios.

El proceso económico-social moderno, mercantil e industrial, arrancando del libre cambio, trae el verdadero cosmopolitismo, la gran patria del espíritu, que del cambio se nutre, la gran Patria humana.

La polarización señalada más arriba significa, pues, de una parte, un despertar de los sentimientos primitivos que tienen su base histórica en la primitiva comunidad de tierras, una vuelta espiritual a los tiempos en que el comunismo agrario era una verdad histórica, poseyendo el trabajador la materia y el instrumento de trabajo, y significa aquella polarización; de otra parte, un anhelo a la gran Patria, creada por el libre cambio entre las naciones. Cúmplase la escisión esa a expensas del nacionalismo estrecho de la burguesía, explotadora del llamado suelo patrio, para mantener el monopolio del cual se han llevado a cabo las más sangrientas guerras y se han teñido de sangre de hermanos las banderas todas.

No se sabe bien lo que de sí puede dar la conjunción espontánea y libre de elementos honda y puramente históricos con elementos conceptuales. En el orden teórico el socialismo colectivista surgió en cuanto doctrina científica de la aplicación hecha por Carlos Marx del sentido histórico alemán, cuya más elevada fórmula ideal se halla en la filosofía hegeliana, y que brotó en un país dividido en patrias regionales, a la economía mercantil inglesa, formulada con su mayor hondura por Ricardo, en «El mercado de los pueblos». El solo sentido histórico va a dar en la pobreza de un Roscher, y el solo sentido abstracto, en los jacobinos del individualismo manchesteriano. En cuanto Marx, ayudado por predecesores y continuadores, aplicó a la doctrina estática del economismo inglés el sentido evolutivo histórico, investigando los orígenes del proceso y el proceso mismo en cuanto tal proceso, surgió por sí el socialismo.

Esperemos el surgir del verdadero patriotismo de la conjunción del hondo sentido histórico popular, refugiado hoy, ante las brutalidades del capital, en la región y el campanario, y el alto sentido ideal, que se refugia en el cosmopolitismo más o menos vago del libre cambio.

Es una de las concepciones más erróneas la de estimar como los más legítimos productos históricos las grandes nacionalidades, bajo un rey y una bandera. Debajo de esa historia de sucesos fugaces, historia bullanguera, hay otra profunda historia de hechos permanentes, historia silenciosa, la de los pobres labriegos que un día y otro, sin descanso, se levantan antes que el sol a labrar sus tierras y un día y otro son víctimas de las exacciones autoritarias. Se les saquea el fruto de su trabajo y se les lleva los hijos a matar a quienes ningún daño les han hecho, ni en nada les dificultan su perfeccionamiento. Los cuatro bulleses que meten ruido en la historia de los sucesos, no dejan oír el silencio de la historia de los hechos. Es seguro que, si pudiésemos volver a la época de las grandes batallas de los pueblos y vivir en el campo de las conquistas, se nos aparecerían éstas muy otras de cómo nos las muestran los libros. Hay en el Océano islas asentadas sobre una inmensa vegetación de madréporas, que hunden sus raíces en lo profundo de los abismos invisibles. Una tormenta puede devastar la isla, hasta hacerla desaparecer, pero volverá a surgir gracias a su basamento. Así en la vida social se asienta la Historia sobre la labor silenciosa y lenta de las oscuras madréporas sociales enterradas en los abismos.

Podrá ser estrecho, pobre, raquítico el concepto de patria que tenga el aldeano que nunca ha visto más allá del horizonte de su aldea, pero es, sin duda alguna, un concepto profundamente histórico, un hecho histórico, no un suceso más o menos durable. En él se conservan las raíces vivas, sensitivas y concretas del patriotismo. Es, históricamente, más hecho ese sentimiento que arranca de la primitiva comunidad agraria que la patriotería del gran propietario de tierras, que las explota con administrador, que acaso no las ha visto nunca y que es incapaz de distinguir la cebada del centeno.      

Hay dos regionalismos: el de esos propietarios que luchan contra los efectos del libre cambio y el de los que, llevados por éste, buscan por el camino de la diferenciación la integración suprema. Hay un regionalismo retrógrado, proteccionista, del terruño, el mezquino y pobre que forma juntas de defensa para evitar el traslado de una capitanía general, el que pide cruceros, guarniciones, limosna de la que mancha y empobrece, y hay un regionalismo que pide que se deje a cada pueblo desarrollarse según él es. El uno, atizando los odios entre las regiones sirve a los que las explotan; el otro pide la separación de los elementos antitéticos violentamente unidos para que se comprendan y se unan al cabo, en coordinación santa y libre, no en subordinación maldita y autoritaria. Y téngase en cuenta que dos términos pueden estar entre sí subordinados cada uno de ellos al otro, según el respeto. Hay quien dice: subordínense ellos a nosotros en lo económico, y nosotros nos subordinaremos a ellos en lo político. Y de aquí nace la muerte de ambos.

El libre cambio es, si bien se mira, un precepto de moral, una derivación rigurosa del «ama a tu prójimo como a ti mismo».

Libertad, libertad, ante todo, verdadera libertad. Que cada cual se desarrolle como él es, y todos nos entenderemos. La unión fecunda es la unión espontánea, la del libre agrupamiento de los pueblos.

El regionalismo proteccionista y retrógrado arranca y termina en la propiedad acaparada; el librecambista y progresivo, en el individuo libre; el uno quiere remachar las cadenas que sujetan al hombre al terruño; libertarle de éste, para que lo posea, el otro.

Cuanto más se diferencien los pueblos, más se irán asemejando, aunque esto parezca forzada paradoja, porque más irán descubriendo la Humanidad en sí mismos. El pueblo es en todas partes lo más análogo. Tratan de separarlo para vencerlo mejor, los que en todas partes lo explotan.        

Cuando los romanos se trasladaban de domicilio, solían coger un puñado de la tierra en que en aquél reposaban las cenizas de sus antepasados, y echándolo allí donde de nuevo se estableciesen, reanudaban religiosamente el hilo de la tradición y la perpetuidad familiar basada en el culto a los muertos antepasados. No nos hace falta coger ese puñado de tierra a nosotros los hombres de hoy, porque sabemos que lo es nuestro corazón. Nosotros mismos somos carne de la carne de nuestros padres, sangre de su sangre; nuestro cuerpo se amasó con la tierra de que se nutrieron ellos, y nuestro espíritu se formó del espíritu de nuestro pueblo. Allá donde voy yo, va conmigo mi patria, y lo que conmigo no llevo, suele ser lo que, bajo el nombre de ella, explotan los hijos de los conquistadores, los bárbaros de todos los tiempos.

Y, para finalizar, cuenta el viejo Herodoto que, vituperados unos soldados egipcios por haber pasado a servir a otro pueblo e invocándoles el nombre de patria, contestaron señalando sus partes genitales: «Donde va esto, va la patria». El supremo producto histórico es el hombre, es el gran hecho de la Historia. Y la gloria del hombre es el ideal, y en éste, el ideal patriótico, la gran patria humana, bajo el cielo común a todos, a la mirada del Sol común, padre de la vida, en el seno de la Tierra común, madre de ella hecha verdadera posesión humana.

Borrada la funesta propiedad capitalista actual, que ustedes dicen aborrecer desde sus apartamentos de 450 metros, convertida la agricultura en vasta explotación industrial, en libre aprovechamiento, aliviado el labrador por la máquina, que le permite mirar más al cielo que une que a la tierra que separa, ¿qué se hace del apego al terruño? Convertido en amor de artista a su obra, sirve de material al ideal cosmopolita, es la base sentimental e histórica de un sentimiento conceptual y filosófico, si cabe así decirlo; el hombre amará a la tierra, que ha hecho, y este amor servirá de núcleo a la fraternidad universal. Entonces se verá patente e intuitivamente que la Tierra ha sido humanizada por el hombre, entonces se vivificará el sentimiento patriótico por la fusión de sus dos factores: el que arranca del primitivo comunismo de tribu y el que tiende al final comunismo universal. «Todo lo hemos hecho entre todos», se dirá entonces. Y, mientras llega ese momento, les aseguro que donde van los míos, va la patria.

Basado en «la crisis del Patriotismo», extracto del ensayo «Civilización y cultura», de Miguel de Unamuno.

Enrique Area Sacristán.

Teniente Coronel de Infantería. (R)

Doctor por la Universidad de Salamanca.

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