Hemos vivido en plena pandemia mundial cómo unos dirigentes y “dirigentas” políticos entre los que se encuentran presidentes de partidos políticos, secretarios y diputados y senadores, de un lado, y ministras del gobierno de la Nación por otro, con o sin cartera, comportamientos insolidarios con la sociedad, por pasividad, inactividad o falta de ocupación que ha producido una elevación sustancial en el número de casos de la enfermedad pandémica poniendo a toda la Sociedad en peligro, de nuevo, responsabilizando a un colectivo, los jóvenes, en vez de asumir sus propias responsabilidades como mantener las medidas anti-COVID básicas como indicaban muy certeramente todos los inmunólogos.
No hay duda de que las enfermedades mentales de estos dirigentes y sus desajustes de la personalidad están relacionadas con algunos tipos de comportamiento desviado como se decía no hace muchos años de aquellos a los que defiende cierto colectivo enfermizo por interesado. Esto es tan cierto como que el comportamiento desviado se toma con frecuencia como un signo en el diagnóstico de la enfermedad mental. Uno es diagnosticado como enfermo mental a causa de su comportamiento, y luego este comportamiento se atribuye a la enfermedad mental. Algo así como:
“Él está desviado porque es un enfermo mental.” “¿Qué te hace pensar que él está mentalmente enfermo?” “Su comportamiento desviado”.
Este comportamiento no es el único síntoma utilizado para diagnosticar las enfermedades mentales. Probablemente es cierto que la enfermedad mental o el desajuste serio de la personalidad no es mucho más común entre los desviados que entre otras personas, pero da la casualidad de que quien tiene la responsabilidad de gobernar, orientar, influir, incentivar y dirigir a los miembros de la sociedad, realiza estas funciones a sabiendas de que es perjudicial para todos con la intención escondida de ganar unos votos en política apoyando a una serie de desviados, también, que se dejan llevar por estos dirigentes, enfermos mentales o, en el peor de los casos, hijos, hijas e hijes de puta.
Esto que ocurre en nuestra Nación es un claro ejemplo de anomía, término que se traduce, más o menos, como falta de normas. Describe una sociedad que tiene conjuntos de valores y de normas muy conflictivos. Ningún conjunto es apoyado con bastante fuerza y aceptado con suficiente amplitud para ser muy obligatorio. Así que, la actitud del respeto a la salud y bienestar físico y mental del prójimo y, por ende, del equilibrio de la Sociedad, no es obligatorio, aunque la inobservancia de las normas gaseosas y contradichas no se respeten; aunque esto provoque la saturación de los medios sanitarios para salvar vidas como en el caso de la pandemia.
Merton (1938) lanzó la teoría de que la anomia se desarrolla a partir de la falta de armonía entre las metas culturales y los medios institucionalizados para conseguirlos. Muchos de los que estuvieron en esas manifestaciones masivas de desviados, con capacidades normales y sin “oportunidades o “conexiones” especiales tienen muy pocas oportunidades verdaderas de triunfar, de llegar a ser ricos como sus líderes siguiendo las reglas, por lo que deciden violarlas.
La teoría de Merton se ajusta muy bien a muchos tipos de desviados, especialmente a los pobres y a los de condición social baja, demostrada en sus manifestaciones externas de la disciplina de grupo como podemos haber visto en las parcialísimas manifestaciones de feminazis u lesbienes en Madrid, monopolizada por parte del Gobierno para demostrar su poder sobre ciertas clases de féminas.
Pero la desviación aparece también entre los ricos y los triunfadores. El activismo radical entre los estudiantes en la década de los setenta difícilmente puede atribuirse a “falta de oportunidades” para obtener un triunfo convencional.
McClosky y Schaar (1965) sugieren que la falta de normas puede ser simplemente un aspecto de una visión negativa y desesperada de la vida y de la sociedad. Encuentran que las personas que tienen una puntuación alta en las escalas anómicas también muestran alta puntuación en hostilidad, como quedó demostrado en la manifestación “político-feminista” contra aquellas que no compartían su ideario progre, ansiedad, pesimismo, autoritarismo, cinismo político y otros síntomas de alienación.
El concepto de alienación es más inclusivo que el de anomía. Aunque las definiciones varían, la mayor parte de los sociólogos seguimos la definición de Seeman, que incluye las dimensiones de impotencia, ausencia de normas, aislamiento y auto separación. La persona alienada no sólo no ha interiorizado plenamente el sistema de normas obligatorias, sino que también se siente víctima indefensa y débil de un sistema social impersonal y despreocupado en el que él o ella no tienen cabida.
Pero lo más importante de todo empieza con el hecho, y ya termino, de que no podemos tener infractores de las Leyes y normas de convivencia si no hay legisladores cuerdos, no enfermos mentales, que cuiden de los ciudadanos de buen hacer que, en casos como el de Samuel, como otros tan importantes que afectan a los españoles como colectividad, se ha encontrado la muerte en manos de unos dementes hijos de puta a los que les importaba un pepino su orientación sexual, condición que está siendo explotada por la violencia de la izquierda que no conoce más verdad que su propia mentira..
Es de rigor que se haga justicia con Samuel y su padres que han manifestado en reiteradas ocasiones su petición de que no se politice el asesinato de su hijo, y no sigamos las consignas, por respeto a ellos, a los hijos de puta, que no enfermos mentales, de algunos dirigentes y “dirigentas” políticos de signo izquierdoso en esto ni en nada que tenga la más mínima importancia por nimia que sea: carecen de todo sentido de la responsabilidad, aún siendo culpables y cogiéndolos «in fraganti».
Enrique Area Sacristán.
Teniente Coronel de Infantería.
Doctor por la Universidad de Salamanca