Lo peor de la crisis social, sanitaria y política que vive España es que todavía no ha tocado fondo. Aún nos falta mucho camino por recorrer. El comportamiento de los políticos con los ciudadanos sigue siendo el del desprecio más absoluto. El sufrido personal tiene que seguir aguantando las ocurrencias, cuando no tonterías, con las que estos nos obsequian. No me digan que después de sufrir recortes de todo tipo, algunos necesarios, aunque poco presentables al no meter mano a otras cosas más prescindibles, y ver que no queda dinero para lo básico, los ciudadanos no tienen derecho, al menos, a dejar de escuchar estupideces. Con tasas de paro que producen vergüenza ajena, además de mucho dolor en aquellos que lo sufren, con servicios básicos en peligro, con PLUS ULTRA rescatada a base de millones, con aeropuertos cerrados antes incluso de abrirlos, con corrupción por todos los lados, los políticos deberían tener prohibido abrir la boca para según qué cosas.
La política de la izquierda… Esa antes tan compleja filosóficamente y ahora simplificada a su mínima expresión que tenemos hasta en la sopa en las figuras de analfabetas, analfabetos y analfabetes. Pero nosotros, el pueblo llano, no tenemos la culpa de que los asuntos públicos se hayan convertido en objeto de risa ni de que saturen nuestras corrientes y dolientes vidas. Aunque, sinceramente, ya era hora de que el españolito de a pie se preocupara de las cuestiones que conciernen a sus gobernantes y sus opositores, no como cuando todo era de color rojo ladrillo; el país iba a la velocidad del AVE y la bonanza económica permitía hasta al tonto del pueblo vivir por encima de sus posibilidades, o eso nos quieren hacer creer todavía. Tuvo que explotar la burbuja para que los sufridos hispanos no cambiaran tan fácilmente de canal cuando aparecía el político de turno contando su enésima milonga; pusieran más atención en las portadas de la prensa para descubrir la corruptela más reciente; y cambiaran sus conversaciones futboleras de barra de bar por indignados discursos contra el poder.
Eso sí, pocos se esperaban que la evolución de la política en España en esta época de crisis socio sanitaría galopante haya desembocado en un tremendo festival del humor, verbi gratia Montero, más propio de “El Club de la Comedia” económico y social que del Congreso y el Gobierno. Da la sensación de que las nuevas formaciones de diverso pelaje ya no sacan de sus casillas a los defensores de las siglas tradicionales, que ya saben qué hacer para adaptarse a la situación y salvar sus poltronas: repartir poltronas. ¿Queremos seguir soportando políticos “profesionales” que nos sueltan argumentarios sin sentido y perogrulladas memorizadas hasta la última coma? No, gracias. Porque basta con revisar la bendita hemeroteca para descubrir la verdadera categoría de muchos de los que se auto-denominan fiables representantes y defensores del pueblo y la libertad democrática, discurso tradicional de la izquierda más apolillada.
Decía Gabriel Ramírez en el Correo de Andalucía lo que yo voy a compartir ahora casi literalmente, «y lo voy a decir con contundencia y claridad para que nadie pueda albergar duda alguna: la señora Montero, la vicepresidenta y ministra del Gobierno de España, representa todo lo que detesto en el prójimo; amar al prójimo es una de las cosas más difíciles que hay con esta gentucilla. No soporto los timos intelectuales, no soporto a aquellos que esconden sus enormes carencias tras una verborrea facilona de vendedor de tercera categoría. Y me parece el colmo que alguien con esa talla intelectual intente dar clases a diario de lo que sea. Un político ha de resolver problemas y no inventarlos haciendo creer a unos pocos que son los grandes afortunados del siglo por tener delante al mago o a la diosa de la palabra.
Montero y los que rodean a esta mujer, llevan años dando el coñazo a los españoles. Ahora es desde dentro del Gobierno, ¿cómo es posible que esta mujer sea ministra de nada?, pero lo han hecho desde los ayuntamientos o desde los parlamentos autonómicos anteriormente. Nos están torpedeando con estupideces cada día. Son muchas las formas aunque la más sonora, literalmente, es a través del lenguaje; en concreto, destrozándolo cada vez que abren la boca.
Sin duda, las ideas feministas más primitivas fueron construidas por personas inteligentes y capaces de armar discursos sin hacer el ridículo. Pero las buenas ideas suelen terminar en manos de tocinos intelectuales que tratan de disimular lo que son, soltando frases imposibles que los más tontos se tragan como dogma de fe. Montero no tiene ideas ocurrentes primitivas y las maneja regular.
La señora Montero es una ignorante en economía. Y los que siguen sus instrucciones son unos ignorantes que repiten como papagayos las idioteces ajenas. La señora Montero no sabe (y no lo sabe porque si lo supiera no diría tanta chorrada) que existen palabras neutras que funcionan como femeninas desde el punto de vista gramatical. Si digo ‘qué criatura tan bonita’ o ‘la víctima era joven’ nadie me mirará con ira si la criatura o la víctima son varones. No creo que ningún hombre del mundo tenga intención de comenzar una cruzada para que no se diga que los buitres son carroñeros y se comience a decir desde hoy que son carroñeros y carroñeras. Ni los logopedas del mundo reivindicarán que se les llame ‘logopedos’, entre otras cosas, porque nos íbamos a estar riendo de ellos toda la vida. La tontería está llegando muy lejos y la fatiga que produce y el presupuesto que arrastra esta idiotez son monumentales. En el Ayuntamiento de Madrid, mientras Carmena fue alcaldesa, había un departamento que se dedicaba a que todos los documentos se escribiesen utilizando el lenguaje inclusivo. Si no se decía, por ejemplo, ‘nosotras y nosotros’ -¿no debería ser nosotras y vosotros?- el documento se devolvía al departamento correspondiente y se pedía rectificación. No cabe un tonto más en este mundo.
No hace falta decir que los ejemplos son muchos más y que las razones por las que el lenguaje inclusivo en economía es una patraña de burgueses disfrazados de pobres que pasan las tardes frente a un ordenador buscando su ideología, son rotundas. Ay, si supieran que las ideologías machacan el pensamiento y lo anulan y las ideas, las que no tienen, son las que hacen funcionar la cabeza…»
Si ser ministro o ministra de consiste en destrozar el uso del lenguaje o en presumir de poder llegar borracha a casa por ser mujer, mujar, mujor, como otra del mismo apellido, casi mejor que desaparezcan.
Es indignante que se trate así, como a tontos, a los ciudadanos. Todos lo hacen. Los ciudadanos están cada vez más lejos de quienes los quieren representar en esta comedia. Entre tanto, todos más pobres gracias a las medidas de esta analfabeta.
Enrique Area Sacristán.
Teniente Coronel de Infantería. (R)
Doctor por la Universidad de Salamanca