La corrupción, en cualquier país del mundo, bloquea las soluciones económicas liberales, hoy tan de moda, por la sencilla razón de que la corrupción es incompatible con el liberalismo habida cuenta de que en corto plazo destruye el mercado. Nada hay tan erróneo como creer que la corrupción es una secuela poco menos que necesaria en el mercado. La corrupción elimina a los más competentes y hace aparecer a los más habilidosos de tal manera que el mercado de bienes y servicios no queda en manos de quienes mejor cumplen sino de quienes más pagan a los administradores públicos y, en último término, como se sabe que los contratos no se asignan por calidad sino con sobornos, nadie se preocupa de cumplir ni con los compromisos de la contratación.
Esta vertiente económica de la corrupción suele ejemplificarse en Europa con el caso del ferrocarril de Milán a Zurich, que fue preparado de manera coordinada y a precios y condiciones sensiblemente iguales. Pues bien, al llegar la hora de la contratación la mafia se apoderó de la parte italiana, mientras que la suiza fue respetada. En consecuencia el tramo suizo se terminó en 1995 con menos de un cinco por ciento de alza sobre el presupuesto convenido, mientras que el tramo italiano se terminó en el 2000 y con unos costes que superan los presupuestos contratados en un 400%. Ni que decir tiene que los beneficios de la diferencia han ido a parar a manos corruptas y los perjuicios se han cargado al contribuyente italiano y a los futuros usuarios del servicio.
La hipótesis estructuralista no se limita, por tanto, al ámbito económico sino también al político y, sobre todo, al administrativo. Según ciertos politólogos, gracias a la corrupción se han podido trabar en un Estado nacional unidades de base tribal, como sería el caso de Zaire. Ni que decir tiene, sin embargo, que el campo más interesante es el administrativo.
La corrupción administrativa o estructural es sucedánea de una Administración ineficaz ya que gracias a aquella puede funcionar ésta: una proposición que a juicio del autor, es falaz. La ineficacia administrativa es, por tanto, una invitación a la corrupción. Pero a partir de aquí se pone en marcha un circulo vicioso, dado que la corrupción genera, a su vez, ineficacia, o, más precisamente, la consolida y desde tal ineficacia se reanuda el circulo con nueva corrupción.
La corrupción es planta que se adapta a toda clase de terrenos: puede aparecer ligada con la ineficacia administrativa, según acaba de verse, pero no se trata de una conexión necesaria dado que todavía crece con mayor fuerza en un país de organización pública ejemplar, como es el Japón, donde las prácticas corruptas superan con mucho a las del Tercer Mundo.
Enrique Area Sacristán.
Teniente Coronel de Infantería.
Doctor por la Universidad de Salamanca