Gellner sostiene de forma consistente que en sus manifestaciones específicas el nacionalismo fue una «contingencia, no una necesidad universal». Para Gellner era el perro que no llegaba a morder el que facilitaba la pista vital para entender el nacionalismo y, específicamente, la arbitrariedad de su particular encarnación, en agudo contraste con las afirmaciones del carácter primordial e inevitable de los mismos nacionalistas; como el argumenta «los más poderosos nacionalismos deben, o bien fracasar, o bien, más comúnmente se abstendrán siquiera de buscar expresión política.» «Como tal, el nacionalismo está destinado a prevalecer», «pero no cualquier nacionalismo en concreto». Mientras que el nacionalismo puede ser inevitable, la materialización concreta del mismo, los resultados de sus luchas y las formas que asume, depende de las circunstancias.
El nacionalismo no pertenece ya al mundo de las ideas ni podría representarse como un mero renacimiento de identidades suprimidas. En el mundo moderno estamos destinados a inventar un universo de nacionalismos contendientes, y si un nacionalismo fuera a desaparecer, otro, llenaría ese vacío En el mundo de la universalización de la cultura avanzada lo no nacional escapa a la imaginación, en la medida en que las naciones son los dentro de los que el Estado moderno y la economía deben operar. «El nacionalismo es como la gravedad, una fuerza importante y extendida, pero que, muchas veces no es lo bastante fuerte para ser violentamente perjudicial.»
Si los nacionalismos están en su mayoría destinados al fracaso, ¿por qué algunos triunfan?
No es difícil deducir que lo que realmente tenía Gellner en mente por arbitrariedad y contingencia, era la política, una materia que como nos recuerda John Breuilly, es fundamental para el nacionalismo y sobre la que, naturalmente, son totales la arbitrariedad y la contingencia. Gellner nos proporcionó una respuesta clara a la cuestión de por qué los agentes humanos de estos procesos deberían preocuparse por los resultados nacionales: en un contexto de civilización en el que cuenta la cultura, la racionalización de la lengua y la educación la determinación de los límites de la condición de miembros del Estado y la definición de las fronteras físicas son centrales no sólo para la facultad del Estado de promover la riqueza social en su territorio y para la capacidad y legitimidad del Estado, sino que afecta también enormemente a las oportunidades vitales de los individuos.
Apoyado en Mark Beissinger, «Estado y Nación», Hall. ED, 1999.
Enrique Area Sacristán.
Teniente Coronel de Infantería.
Doctor por la Universidad de Salamanca