Hablar de las mociones de censura mancha el mensaje del partido, malogra los esfuerzos de Arrimadas en Madrid y provoca rechazo en los ciudadanos afectados por la pérdida del empleo o de seres queridos en plena pandemia. Nada. No ha gustado nada en determinadas estructuras de Ciudadanos que Arrimadas haya anunciado ya su disposición a presentar una moción de censura en Murcia.
No es el momento ni por el contexto ni por sus propios intereses… La incontinencia verbal de Arrimadas, un deficiente asesoramiento o una ambición mal calculada pueden ser las causas de un anuncio que, como decía Rajoy en tiempos, no tocaba. Sobre todo, porque quedan dos años, que en política es una eternidad, y porque España sufre ya una fatiga severa como nación por culpa de la pandemia.
A Arrimadas, por cierto, la tengo por una friki yo, y por los propios electos de Ciudadanos en Murcia, como ya se publica en varios periódicos al inicio de las gran fractura del partido naranja entre partidarios de no votar a favor de la moción de Arrimadas.
Se puede asegurar, hoy viernes, que hay diputados en Ciudadanos en la Región de Murcia que no creen que en este momento “haya nadie pensando en las próximas elecciones” autonómicas, y advirtió, en su momento Arrimadas hace unos meses, que quien piense ahora en eso “está despistado”. La alusión a Arrimadas es clara, pero no queda ahí. Los murcianos naranjas no quieren que se frivolice la imagen del partido en los peores momentos que sufre España desde la Guerra Civil, por eso hacen un llamamiento, de facto, a evitar cualquier alusión a debates internos, asuntos orgánicos o guerras de poder. Y es ilógico que no se haya hecho caso a una directriz en un mensaje interno de Ciudadanos como este: “Centremos toda nuestra atención en la pandemia”. Querían que cualquier cuestión sobre la vida interna del partido y las guerras de poder fuera “desviada” hacia el “trabajo y el esfuerzo” de los políticos de Ciudadanos con cargo público para “salvar vidas y empleos”.
Sus partidarios abren con descaro el debate sobre la moción y supone “malograr lo que con mucho esfuerzo ha hecho Arrimadas en el Congreso”. Insto a sus correligionarios a ponerse en el lugar de alguien arruinado, enfermo o que acaba de perder a su madre si nos ve dando palmas o hablando de las elecciones dentro de dos meses en Madrid, por ejemplo.
Todo esto ocurre, además, después de que Inés Arrimadas no haya apoyado a Ayuso en su intención de aspirar a gobernar Madrid, a pesar de las deslealtades del vicepresidente de la Comunidad de color naranja-colorado. Quizás ha ocurrido en la semana en que Ayuso no necesitaba precisamente decir nada, sino atenerse al ejemplo de los arrimados al PSOE en Murcia y desconfiar de este partido; había que “tirarla de la oreja” en el peor sentido de lo que esto significa y cuyo dicho centenario es “tirar de la oreja a Jorge”.
Con esa expresión, «tirar de la oreja a Jorge», se entendía en el Gijón de antes de la década de 1920 el jugar a las cartas, el solazarse con diversos juegos prohibidos de naipes. Tenemos noticias de que ya se jugaba a tirar de la oreja a Jorge al menos desde 1850. A comienzos de junio de ese año un juez llamado Silvestre Caraveda, descubrió entretenidos en juegos de baraja ilícitos a unos ciudadanos en una taberna situada en la Cruz de Ceares, en una de las entradas a la población. El juez informó al alcalde -entonces Andrés de Capua, que años más tarde dio nombre a la céntrica calle gijonesa- que había hallado a las doce de la noche una timba donde se tiraba de la oreja a Jorge, y da el nombre del tabernero, Francisco García, y de los jugadores clandestinos: el propio bodeguero, Alejandro del Castro, Severino Rendueles, José Rendueles, José Iglesia, Juan Morán y Juan Rivero. Se les multó a cada uno con quince reales «y si en el acto no satisfacen las resultas, un día de arresto por cada cuatro reales».
Los jugadores se defendieron: «Los individuos que en la noche del 3 de junio estábamos en la taberna de la Cruz de Ceares decimos que es cierto que José Iglesia y Alejandro del Castro con Francisco García y Severo Rendueles, vecinos de Gijón, estábamos jugando al truque dos cuartillos de sidra, para ver quién los pagaba en libación, a la hora de diez y media poco más o menos de la noche. También llegaron José Rendueles, Juan Morán y Juan Rivero, vecinos de Bernueces y Ceares, los cuales pidieron un vaso de sidra y al estar sirviéndolo llegó el señor juez con el alguacil y nos dijo a todos que era hora de que marchásemos para nuestras casas, a lo que obedecimos. Suplicamos a Usted se nos levante la multa dispuesta por no ser en la noche jugadores de juegos prohibidos».
A lo largo del siglo XIX y, como dijimos, hasta los años veinte del siglo pasado aparecen en documentos del Archivo Municipal y en la prensa local numerosas referencias a individuos que eran detenidos por tirar de la oreja a Jorge. Tratemos de aclarar esa expresión que se empleaba, naturalmente, en muchas otras ciudades de España. Por lo visto procede de cuando los jugadores cogen la carta por una esquina, por una oreja, y se cree una derivada de la jerga universitaria. Jorge de Trebisonda, humanista bizantino, tradujo la «Retórica» de Aristóteles y el «Almagesto» de Ptolomeo, y de su complicado estudio se escabullían los estudiantes jugando a los naipes, «tirando de la oreja a Jorge de Trebisonda».
En marzo de hace más de cien años el diario «El Comercio» alertaba sobre varios individuos que tiraban de la oreja a Jorge en la misma playa de San Lorenzo. Con una noche en el cuartón y una multa de tres pesetas a cada uno se resolvió la cosa. En el verano de ese mismo 1908 el periódico «El Popular» recomendaba a las autoridades locales que se dieran una vuelta por el cerro de Santa Catalina, «donde se reúnen varios mozalbetes a tirar de la oreja a Jorge, blasfemando además de tal manera que asustan». Y dos años más tarde -eso nos cuenta también la prensa- la Policía asaltó una taberna donde tiraban de la oreja a Jorge, «huyendo los jugadores por la ventana y quedando allí las barajas, las fichas, el tapete verde y tres pesetas». En Poago, en diciembre de 1912, son encontrados in fraganti varios individuos que «tiraban de la oreja a Jorge por el procedimiento del monte». El monte es un concreto juego de cartas que consiste en acertar el palo o el valor de la carta que se va a descubrir del mazo.
En la sección «Sucesos» del diario «El Pueblo Astur», del día 4 de noviembre de 1914, vemos que una partida clandestina acabó a tiros, y en «El Noroeste» del 12 de junio de 1918 cómo un ratero apodado «El Torerito» comenta que en la cárcel era habitual el «tirar de la oreja a Jorge para pasar el tiempo». Decía el caco: «Yo la quincena pasada gané buenas pesetas en la cárcel tirando de la oreja a Jorge». Los partidos obreros -lo leemos muchas veces en «El Noroeste»- eran muy combativos con los trabajadores que jugaban a las cartas incluso dentro de las fábricas: «Se juega dinero y eso es un vicio pernicioso, es una vergüenza para los pueblos que quieren ser demócratas». El 18 de septiembre de 1919 las Juventudes Socialistas de La Felguera publicaron un comunicado específicamente «contra inmoralidad y vilipendio que supone entre la juventud la costumbre de tirar de la oreja a Jorge».
Esa expresión -como sinónimo de jugarse dinero a las cartas- ya está en desuso, pero fue muy popular en Gijón y tuvo una larga vida a pesar de ser considerada siempre como ilegal, y propia de bribones y de vagos. En la actualidad tirar de la oreja a alguien, en el cumpleaños, significa algo muy distinto. Significa desearle larga vida. Dado que las orejas nunca dejan de crecer, es querer que las tenga muy largas. Que llegue a viejo.
Espero que llegues a la ancianidad, Arrimadas, pero fuera de la política de Estado; la solución a la pandemia y a la situación económica de los españoles como prioritario, que has demostrado que un tu mal y mentiroso hacer no tienes en cuenta y que no tienes cartas que jugar; “te han tirado de las orejas” como a nuestros ancestros en Gijón, con las cartas trucadas.
Enrique Area Sacristán.
Teniente Coronel de Infantería.
Doctor por la Universidad de Salamanca.