El filósofo francés André Glucksmann recurría no hace tanto, en una versión raffiné, al castizo refrán español según el cual quien mucho abarca poco aprieta. Glucksmann, que para escándalo de algunos decidió apostar por Sarkozy frente a Royal, explicaba, poco antes de la cita electoral, varias de las razones de su llamativa decisión. «Para pescar todos los peces -escribía el intelectual de izquierdas-, Ségolène dice una cosa y la contraria. Trascendiendo las diferencias, más allá de las oposiciones y los conflictos, pone a todo el mundo de acuerdo… sobre nada». Es esa, por supuesto, una actitud suicida desde la perspectiva de la estrategia electoral, aunque no menos que la consistente en hacer todo lo contrario: apretar al propio electorado de un modo tan exagerado que resulte imposible llegar, al tiempo, a los electores aledaños. Nadie con auténtico poder parece ser consciente de ese riesgo, lo que explicaría que Sánchez haya acabado extremando una política que bien podría alcanzar el objetivo perseguido -que no se le escape el tirón de Illa- a costa de pagar un precio inasumible: cerrarse al electorado de centro, sin cuyo apoyo es improbable ganar las elecciones en España. Pues la pura verdad es que resulta difícil encontrar tanta perseverancia en la torpeza, cuando son muchos los frentes que deja abiertos el Gobierno para impugnar sus políticas de un modo sensato, que permita comprender a la mayoría que los errores del presidente y su vicepresidente segundo son consecuencia de su aventurerismo y su afán de seguir gobernando a cualquier precio y no de las traiciones de una derecha desleal. ¿Cómo puede haber perdido el gobierno de España, de la nación, cediéndola a una comunista de pacotilla, en la que Sánchez dedica horas a hablar de los dos temas centrales del programa de Unidas Podemos y SUMAR -la reforma territorial y la negociación con filoterroristas y separatistas- reconociendo así implícitamente su fracaso estrepitoso? Pues porque se empeña en culpabilizar a la oposición de aquello que es sin duda culpa suya y de lo que no lo es en absoluto, haciendo que las críticas injustas oscurezcan la razón de las muchas justas censuras formuladas por el líder del PP y de VOX, quien olvidó de nuevo el certero pensamiento de otro francés, el incombustible Talleyrand: «Todo lo que es exagerado es insignificante». Y así vamos: entre la pretensión antidemocrática de quienes quieren gobernar sin responder nunca de nada y la insignificancia de una oposición mayoritaria que, a base de hacer responsable al Gobierno de todos los males de este mundo, es incapaz de convencer a los desencantados de ese PSOE irreconocible que hoy dirige Sánchez.
Uno de los reclamos siempre vigentes de la sociedad, sobre todo en estos tiempos de cambios, es la atención que esta deba recibir de su gobierno. Dicha atención se manifiesta a través de la satisfacción de las demandas de la comunidad política. Entre otras funciones, el gobierno debe generar fuentes de trabajo, ofrecer vivienda digna, garantizar la alimentación, establecer eficiencia y calidad en la prestación de los servicios públicos, generar mayor expectativa del nivel de vida, implantar medidas para garantizar un medio ambiente sano, así como ofrecer una tranquilidad social a los ciudadanos.
Sin embargo, la satisfacción de estas demandas no se ha cumplido, entre otras causas, debido a que las instituciones públicas están permeadas por una serie de vicios en el personal que desde antaño impiden realizar con mayor eficiencia el funcionamiento y operación de los mismos. Esta situación ha generado que las demandas sociales hayan rebasado la capacidad de respuesta del gobierno, por lo que la administración pública es vista como lenta, ineficaz e ineficiente. Cualquier mejora en la operación de los organismos públicos hacía una mayor eficiencia sólo será posible si se eleva la moral de los servidores públicos a través de una adecuada formación ética. La formación del personal en cualquier organismo del poder público ya sea del poder Legislativo, Ejecutivo, Judicial, de las Entidades Autonómicas o Municipales es vital debido a que estos tienen un carácter eminentemente activo en la marcha y desarrollo de sus organismos. Por ello, es importante que aquellos individuos que trabajan en las organizaciones públicas tengan una formación integra con una amplia visión, con sentido de responsabilidad, lealtad a la institución y compromiso con los objetivos de esta.
Al ser las instituciones de carácter público, es importante captar y formar personal con un cierto perfil, porque los fines y las tareas que estos realicen tienen un alcance mayor: la comunidad política. Algunas causas que han provocado que la administración pública no cumpla de manera eficiente con sus tareas son, por un lado, la inadecuada selección y formación de los servidores públicos con buenos principios y valores éticos, y por otro lado, el incremento de vicios o actitudes antiéticas en el sector público tales como el de la corrupción, el soborno, abuso de autoridad, tráfico de influencias, etc. De esta manera, se destaca la importancia de elevar la conducta ética del servidor público independientemente de la esfera gubernamental en que opere, ya sea del poder ejecutivo, legislativo o judicial del nivel estatal autonómico y municipal, rescatando los valores de los servidores públicos a fin de generar un cambio de actitud en los mismos.
Quien estudie la política necesita conocer la naturaleza del hombre, sus diferentes caracteres y formas de conducta, conocimientos – estos últimos- que corresponden al objeto de estudio de la ética, que de alguna manera no es más que una parte del saber de la ciencia política. Así como se conocen las costumbres y características de los individuos, el político debe conocer las costumbres de los pueblos. De esta manera, puede rescatar o mantener aquellas costumbres que sean benéficas o modificar las perjudiciales por medio de la educación. A través de la ética, los gobernantes pueden orientar el comportamiento de los individuos, con ella se determina la justicia o injusticia de los hombres, con ella se eleva la cultura política de un pueblo. Por ella los hombres están bien consigo mismos, y si ello es así, lo están con respecto de los demás. De esta manera, aquel individuo que quiera ser estimado por su carácter moral debe guardar una moderación y templanza en cada uno de sus sentimientos o afectos. La ética no puede ser dejada de lado por los servidores públicos, pues ella orienta hacia lo que es bueno y justo, ella encuentra soluciones, con ella se ejercita la mente, modela el alma, da paz al espíritu, ordena la vida, rige las acciones, indica que es lo que debe hacerse y omitirse, resuelve dudas, aconseja, presenta principios, con ella el ser humano actúa de manera correcta. Para aquellos hombres que realizan funciones de carácter público, la ética da sabiduría a sus mentes, entendimiento, prudencia y capacidad de juicio en la toma de decisiones.
La combinación de los conocimientos éticos aunados a los políticos da por resultado un hombre íntegro con principios, responsable para el trabajo y con respeto por el cargo, es el equilibrio o justo medio del que hablaban los griegos. Un análisis lógico de la gestión pública demuestra que es falsa aquella afirmación que señala que es posible reducir el servicio público a cuestiones meramente técnicas. La conducción de la administración pública no puede reducirse al mero nombramiento de “cualquiera” para rodearse de asesores más analfabetos, si cabe, que los que lo detentan; que requiere de la totalidad de los factores del hombre, teóricos, económicos, morales, religiosos, culturales, históricos, sociales, éticos, etcétera. Retomar fundamentos de la teoría política y de la ética, es importante para hacer frente a los problemas de corrupción en los ámbitos político, económico, social y cultural que padecemos con el inicio del decenio.
Para finalizar, Jacques Derrida definió la edad contemporánea como la de la entronización de «la mentira absoluta y definitiva». El filósofo francés pronunció una conferencia hace ya años en la Residencia de Estudiantes, de Madrid, con el título de Estados de la mentira, mentira de Estado. Prolegómenos para una historia de la mentira. Derrida afirmó: «Lo relevante en la mentira no es nunca su contenido, sino la intencionalidad del que miente. La mentira no es algo que se oponga a la verdad, sino que se sitúa en su finalidad: en el vector que separa lo que alguien dice de lo que piensa en su acción discursiva referida a los otros. Lo decisivo es, por tanto, el perjuicio que ocasiona en el otro, sin el cual no existe la mentira», explicó el filósofo francés. Para Derrida, «buena parte de lo que se ha dado en llamar, con Fukuyama, final de la historia, tiene mucho que ver con ese apogeo de la mentira absoluta por contraposición al saber absoluto hegeliano». «Sabemos que el espacio político es el de la mentira por excelencia; y mientras que la mentira política tradicional se apoyaba en el secreto, la mentira política moderna ya no esconde nada tras de sí, sino que se basa, paradójicamente, en lo que todo el mundo conoce»:
Catalanes, inocentes, el que mucho abarca mucho miente.
Catalans, innocent, el qual molt abasta molt menteix
Enrique Area Sacristán.
Teniente Coronel de Infantería. (R)
Doctor por la Universidad de Salamanca.