“Por su orgullo cae arrojado del cielo con toda su hueste de ángeles rebeldes para no volver a él jamás. Agita en derredor sus miradas, y blasfemo las fija en el empíreo, reflejándose en ellas el dolor más hondo, la consternación más grande, la soberbia más funesta y el odio más obstinados”. Así describe John Milton en su libro “El Paraíso Perdido” la caída del cielo de Lucifer.
Aunque Lucifer no cayó, sino que fue echado. Fue expulsado por Dios por la soberbia que lo caracterizó al creerse que podía ser semejante a él y rebelársele. Para el catolicismo, la soberbia es uno de los siete pecados capitales. El más grave de todos. De la soberbia se deriva el pecado original y es la principal fuente de los demás pecados.
Y si a Lucifer que es un ángel la soberbia no le funcionó para su objetivo, ¿Qué les hace pensar a los políticos que a ellos sí?
El filósofo Fernando Savater consideraba que “la soberbia es el valor antidemocrático por excelencia. Los griegos condenaban al ostracismo a aquellos que se destacaban y empezaban a imponerse a los demás. Creían que así evitaban la desigualdad entre los ciudadanos. Pensaban: Usted, aunque efectivamente sea el mejor, tiene que irse porque no podemos convivir con un tipo de superioridad que va a romper el equilibrio social”.
Hacer política desde la soberbia (como sinónimo de fuerza) se debe alejar mucho de la política del siglo XXI. De las nuevas estructuras de poder. Que no es el poder desde una silla en un parlamento. Ni un poder de mano fuerte propio del autoritarismo. Sino de un poder colegiado
El poder en sí mismo está cambiando y cada vez es más difícil de ejercer, moviéndose de un lugar a otro donde la soberbia ni la arrogancia tienen espacio. Y si se cuelan, las echan.
Nos hemos creído y acostumbrado a la idea de que el liderazgo fuerte es el más deseado y exitoso. Pero en la realidad de hoy esto no es así. Un líder que acumula (o pretende acumular) el máximo poder para obtener resultados con mucha certeza caerá en el error. No hay una correlación positiva entre un liderazgo fuerte y un liderazgo eficaz y bueno.
“Hace falta voluntad para hacer las cosas” se escucha por ahí. Y es cierto. Y esa ausencia de voluntad es al mismo tiempo abundancia de orgullo, arrogancia y prepotencia. Es no ceder, no reconocer debilidades y errores.
La soberbia hace a la política inmóvil. Sin proyectos, ni metas. Solo encaminada al egoísmo y a la soledad del poder.
La función de un líder político es ser el conductor social y un modelo para seguir. Quien invita y motiva a otros a seguir un camino.
La “Soberbia Política” es muy fácilmente diagnosticable toda vez que el actor político presenta los siguientes síntomas: es egocéntrico; presenta una confianza desmedida en sí mismo; es impulsivo e imprudente; se siente superior a los demás; le otorga una desmedida importancia a su imagen; ostenta sus lujos; es excéntrico; se preocupa porque sus rivales sean vencidos a costa de cualquier cosa; no escucha a los demás; es monotemático; se siente iluminado y aunque falle, no lo reconoce; retrato del presidente Pedro Sánchez.
El título de campeón de la soberbia en política es difícil atribuirlo a un único personaje. A mi juicio la competición está muy reñida entre Pedro Sánchez y Puigdemont. Es cierto que el primero mantiene una actitud humilde al menos respecto del segundo, votos son amores que no buenas razones, pero la falsa modestia se olvida cuando su objetivo es acabar con un sistema realmente democrático, auspiciado por su socio de gobierno. Es entonces cuando el presidente emplea las palabras altivas e injuriosas. El discurso reiterativo sobre la corrupción del PP y su socio en ciertas Comunidades, tachándolo de “extrema derecha” nos recuerda: “¿Por qué miras la paja que hay en el ojo de tu hermano y no ves la viga que está en el tuyo?” (Lucas 6, 41-42). Quizás habría que perdonarlo por aquello que era su oportunidad. Además, no trata de que, en el PSOE y entre sus socios en el Gobierno, ninguno de los manchados por la corrupción salga de inmediato de su puesto en activo, sino todo lo contrario. Espero que su oportunidad no dé lugar a un conflicto de ámbito social y político nacional, porque quien antepone los intereses personales a los intereses de toda una nación, nunca debería ser presidente del Gobierno.
A la política le hace falta una dosis de mesura, humildad y prudencia. Valores que debieran convertirse en hábito de los líderes políticos. Valores que representan una forma de ser, ver y vivir el ejercicio de la democracia, a través de la reflexión y la escucha.
Nuestros políticos deberían hacer un acto de contrición y desterrar la soberbia en política y dedicarse a conseguir una política soberbia. Quizás podrían conseguir una reconciliación con los ciudadanos y, así, encauzar a España hacia un futuro mejor para todos.
Enrique Area Sacristán.
Teniente Coronel de Infantería.
Doctor por la Universidad de Salamanca.