No le voy a llamar compañero porque eso ya ha demostrado a los de su Promoción que no lo es. La subordinación, de la que usted carecía, y a la que uno se somete voluntariamente con el ingreso en los Ejércitos, como quedó demostrado con su ingreso en la UMD, ha sido para usted una humillación continúa debido a su soberbia por no aceptarla de buen grado, lo que se paga, al no aceptarla, con un sentimiento continuo de indignidad.
“La virtud de la obediencia, escribió García Morente, será fácilmente practicada por el español, cuando el jefe a quien deba obedecer no tenga en su persona cualidades reales, individuales, que lo impongan naturalmente como jefe. El español se somete con gusto y entusiasmo a otro yo real, en quien perciba fuerza, energía, poder de mando, dureza y superioridad de carácter. No se inclina ante la autoridad puramente metafísica de un concepto”.
Fuera de esto, todas las consideraciones que hace usted de las infinitas limitaciones de su ilustración, de sus desconocimientos profesionales y extraprofesionales o de sus maneras, son pecado de soberbia; tratar de evitarlo sería un saludable ejercicio de perfeccionamiento espiritual, no muy difícil para otros si se piensa que nadie está seguro de no tener que mandar un día en condiciones parecidas a las que vivimos en la actualidad, teniendo subordinados más cultos o más ágiles mental o físicamente, pues no tengo ninguna duda que en alguna ocasión, en su caso en la generalidad dados los comentarios injuriosos a los que nos sometió por televisión, son fruto de la observancia de los defectos de nuestros superiores y compañeros que sólo debe servir para enseñar a rehuirlos y evitarlos, no a utilizarlos como tema de murmuración para perjudicar a los Ejércitos, a la Monarquía y a la España democrática que usted parece la entiende como la República Democrática Alemana, muy lejos de un Estado donde se defendieran las libertades y los derechos.
Lo mejor, pues, que puedo recomendarle, si fue usted soldado, lo que pongo en duda, el hábito no hace al monje, es a abstenerse de toda crítica negativa hacia sus compañeros; donde no haya que alabar, lo mejor es callarse.
Todo usted rezuma, por el contrario, como una sorda, también conocida como becada, chocha, pitorra y gallinuela, interminable murmuración, que le ha servido de apoyo y de pretendida justificación a su disgusto del oficio, al que quiere reintegrarse como se deduce de su recurso al asesoramiento a políticos que quieren acabar con las instituciones y el Sistema democrático de libertades elegido por los ciudadanos allá por 1978, sobre el que hace recaer, a vuelta de no pocos circunloquios, la nota de servil; el servicio militar, que no es el Sistema de reclutamiento, le apunto, lejos de sujetar a los hombres al yugo de la voluntad ajena, los deja independientes y libres para que obren fuera del ámbito profesional sin intervención ninguna de sus superiores. Vallecillo, que comentó arduamente las Reales Ordenanzas de Carlos III, recuerda que a quien le preguntaba cuál sería el medio para que un reino se mantuviese en orden y quietud, había contestado: “Que los ciudadanos obedezcan a sus superiores y éstos a las leyes”. Usted se sirve de ambos para justificar su odio al ejército y a los que fueron sus Mandos y, lo peor de todo, sus compañeros, pretendiendo convertirse en el guardián y salvador de una República y, supongo, de una Tropa, como hacen todos los que quieren dividir los Ejércitos en clases sociales para beneficio de sus inaceptables intereses políticos, que jamás le entenderá porque son buenos profesionales, y, si no lo fueran, lo que no parecen ser es cobardes como usted pretende demostrar aduciendo una defensa de los Ejércitos democráticos, ¡que falacia¡, que en nada les favorece.
Si para comer tiene que murmurar con medias verdades y cobrar de la mano de los anti-sistema, señal es que no sirve usted ni para, dignamente, barrer los cuarteles o limpiar las letrinas. Modifique su monserga.
Enrique Area Sacristán
Teniente Coronel de Infantería. (R)
Doctor por la Universidad de Salamanca