Pablo: vistes de obscuro y tu tez es amarilla.

El amarillo a lo largo de la historia no ha sido un color muy apreciado, se le ha relacionado casi siempre con la infamia, en lo que se refiere a Occidente, ya que entre las culturas orientales y las sudamericanas goza de más aprecio y tiene un sentido positivo, véase el caso de China, donde fue el color reservado al emperador. Comenzó a adquirir su mala fama en la Edad Media, cuando el oro le arrebató su sentido positivo, pues éste adquirió, en detrimento del amarillo, los significados de luz y calor, representación del sol, de Dios, y por extensión, la vida, la alegría o la energía, pues el oro es el material que más reluce, brilla e ilumina. Ante esto, el amarillo adquiere el sentido contrario, considerándose color apagado, triste, que recuerda al otoño y por lo tanto la decadencia o la enfermedad; y finalmente pasa a convertirse en símbolo de la traición, la herejía, la mentira, la avaricia, la locura, el engaño y un largo etcétera de infortunios, pues podríamos afirmar que el amarillo toma para sí todos los valores negativos posibles, siendo el único color que en la Edad Media no tenía doble simbolismo negativo-positivo, únicamente poseía significado negativo.

Sin duda la más significativa de las alusiones al amarillo la encontramos ya en las Sagradas Escrituras, y nos referimos al Apocalipsis, cuando hace alusión a los cuatro jinetes y sus caballos:

“Cuando el cordero rompió el cuarto sello, oí la voz del cuarto ser viviente que decía: ¡ven!, Miré y vi aparecer un caballo amarillento. El que lo montaba se llamaba Muerte y el abismo lo seguía” (Ap. 6, 8)

Como vemos, contrariamente a lo que se cree, no es el color negro el que se relaciona con la muerte, no en el Apocalipsis, a pesar de que en la baja Edad Media efectivamente el negro se acabaría relacionando con esta idea, siendo el color empleado en la vestimenta de luto y en las ceremonias fúnebres. En el Apocalipsis, sin embargo, se relaciona con el hambre y la peste, y el amarillo con la muerte, y así lo representarán las miniaturas altomedievales.

Estas pinturas serán otra de las manifestaciones que pueden arrojar luz sobre el significado negativo del amarillo, especialmente los Beatos, nombre genérico que se refiere a una serie de códices miniados de los siglos IX al XI y que contienen el Comentario al Apocalipsis escrito por el Beato de Liébana hacia el año 776. Lo que mejor caracteriza a estos códices es el uso dramático e ilusionista del color.

El amarillo se empleó en estas miniaturas con la intención de mostrar dinamismo o movimiento, ideas que acentuarían la idea esencial que transmite el Apocalipsis. Se pretende materializar visualmente la intemporalidad y desaparición del cielo y la tierra, creando nuevos espacios atmosféricos llenos de contraste a través del uso de amarillos, rojos, morados, anaranjados y azules oscuros, pues se trata de concebir un mundo extrahumano, donde se diferencia el cielo de Dios y el espacio terrenal del hombre. Estos fondos estratificados con la yuxtaposición de colores violentos son propios de la alta Edad Media.

Por lo tanto, podríamos decir que el color amarillo es uno de los protagonistas en las miniaturas de los Beatos porque muestra como ninguno el caos, el desorden, el movimiento, o la violencia, provocando turbación y desconcierto en el espectador, que es trasladado al momento intemporal del Apocalipsis.

Efectivamente, como vemos, existen precedentes que ya desde muy temprano discriminan el amarillo o le dan un sentido negativo, pero, como hemos comentado y como apunta el propio Pastoureau, fue el uso del dorado en la baja Edad Media lo que finalmente relegó al amarillo. Sobre esto encontramos un testimonio fundamental que nos muestra la inicial comparativa entre el amarillo y el dorado, es decir, la mención del primero en alusión al oro. Hablamos de Pseudo Dionisio Areopagita, y su obra La jerarquía celeste, uno de los testimonios más tempranos que hacen referencia directa al simbolismo de los colores:

“Y si también la Escritura atribuye a los seres celestes forma de bronce, de ámbar, piedras preciosas, es porque el ámbar al aparentar oro y plata a la vez simboliza, por un lado, el incorruptible, inagotable, indefectible y purísimo brillo del oro, y por otra parte, la claridad brillante, luminosa y celeste de la plata. El bronce, por las razones ya dadas, representa lo mismo que el fuego y el oro. Las piedras multicolores significan si son blancas la luz, rojas el fuego, amarillas el oro, verdes la juventud y vitalidad.” (Pseudo Dionisio Areopagita, y su obra La jerarquía celeste)

De esta obra a otra bastante más tardía, del siglo XV, del Heraldo de Sicilia, podemos observar cómo finalmente el dorado está asentado ya como el metal más noble de todos, mientras el amarillo se descarta:

“El principal metal que muestra color es el oro, que, por su naturaleza, dicen los maestros es el más noble. Y la razón es porque su naturaleza es clara y brillante, virtuosa y reconfortante.”

Cuando habla del color amarillo en el vestir se hace evidente la distinción entre el amarillo pálido, que en ningún caso vestirán los nobles, y el dorado de los adornos, que nunca llevarán los sirvientes:

“El color amarillo lo visten como corresponde las gentes de armas, pajes, lacayos y otras gentes de la guerra y de la corte, así como en los abrigos, los adornos y los zapatos; y es muy habitual en combinación con otros colores. Los reyes, príncipes y caballeros lo portan en sus cascos, en el equipamiento del caballo, y en sus espuelas doradas, que representa el color amarillo. También las damas portan muchos anillos de oro que representa el amarillo.”

Como vemos a través de este texto, no se puede hacer más evidente la exclusión que sufre el amarillo en detrimento del oro para las clases sociales más altas. El dorado está reservado a reyes, príncipes, caballeros y grandes damas, mientras que el amarillo lo visten los sirvientes, en combinación con otros colores. Además, no se dice en ningún momento que este color forme parte de la indumentaria de grandes personajes, sino que ellos portan el color amarillo en forma de adornos, espuelas, armas y joyas de oro.

Es en el simbolismo litúrgico donde no existe distinción entre dorado y amarillo, ya que el segundo siempre hace alusión a las virtudes del primero. Al igual que para la heráldica, existen numerosos tratados especulativos sobre el simbolismo del color para las vestimentas y las telas litúrgicas. Un ejemplo es el Ordo de San Amando, recogido en los Orígenes del abad Duchesne, donde comenta que los días de letanías los prelados y diáconos vestían de negro. Los colores más mencionados son: blanco, rojo, negro, verde, amarillo, marrón y púrpura o morado. Los textos de Hugo de San Víctor, Roberto de Deutz, Juan Beleth, Honorius o Juan de Avranches serán los siguientes y seguirán la línea de los tratados altomedievales. Desde Gregorio VII (1073-1085) hasta Inocencio III (1198- 1216) el color está cada vez más vinculado al oficio divino y a la vestimenta litúrgica. A partir de la primera mitad del siglo XIII, la misa cambia y se crea un sistema normativo donde el color tiene una función propiamente litúrgica que llegará a convertirse en un código. El amarillo en el ámbito de la liturgia es el color de la eternidad como el oro es el metal de la eternidad. Uno y otro están en la base ritual cristiana. El oro de la cruz sobre la casulla del sacerdote, por ejemplo. Y de nuevo nos encontramos con la relación dorado-amarillo, pero nunca amarillo, Pablo.

El uso del amarillo como color diferenciador para personajes marginados, culpables, repudiados o indignos, es muy habitual en las vidrieras medievales europeas y en la pintura gótica. Confirman el uso del amarillo en la imaginería medieval para diferenciar a ciertos individuos del resto de representados. En este caso lo podemos analizar a través de tres representaciones iconográficas habituales en las artes bajomedievales, como son la personificación de la Sinagoga, la traición de Judas, o diferentes escenas de la Pasión.

Definitivamente, eres amarillo por algo y tienes aspecto enfermizo y sucio.

Enrique Area Sacristán.

Teniente Coronel de Infantería.

Doctor por la Universidad de Salamanca.

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