El entusiasmo que han demostrado los Oficiales retirados de los Ejércitos ante una situación excepcional como la que se vive en España, es una disposición común a todos los soldados de los Ejércitos españoles, hija, a veces, del propio genio, que es la aptitud innata de un hombre para ejecutar desembarazadamente faenas que a los demás parecerían difíciles; otras le llegan por distintos caminos de los que no es, ciertamente, el menos frecuentado el de la tradición familiar.
Las Ordenanzas que ellos aprendieron y vivieron durante la mayor parte de su época de alumnos, cuya vigencia en algunos artículos ha prolongado la limpieza de su estilo, y uso aquí la palabra muy deliberadamente, rezan en uno de sus artículos, y ahora también, que el verdadero espíritu de la profesión lo constituyen “el valor, la prontitud en la obediencia y gran exactitud en el servicio”.
Vallecillo, comentando este artículo de las Ordenanzas de Carlos III, hoy vigente, viene a convenir en que la médula del espíritu militar es la obediencia. Otros atribuían la mayor calidad a la abnegación, ese impulso que induce a sacrificar el amor propio y el interés privado por un amor y un interés más alto.
Pero lo cierto es que de estas y aquellas otras virtudes mentadas se nutren, cuando están arraigadas como lo están en aquellos que han ofrecido y vivido sacrificios durante más de 45 años de profesión, el espíritu militar. De su presentimiento, y casi siempre de una aptitud específica para el oficio, es de donde les ha venido la vocación, “voz interior», dice Marañón, que nos llama hacia la profesión y el oficio de una determinada actividad. La profesión militar implica la aceptación de una fe y una promesa o juramento de entrega absoluta y apasionada al servicio del conjunto de valores que constituyen la Patria, contemplados en el juramento o promesa constitucional que se realiza ante la Bandera de España una vez finalizado el periodo de instrucción, con “pasión que tiene las características del amor, a saber: la exclusividad en el objeto amado y el desinterés absoluto en servirlo”.
De este desinterés y de aquella exclusividad viene la anulación de todos los estímulos egoístas ante el deber común, y la solicita actitud de colaboración para realizarlo. Y del trabajar en una obra común, el ayudarse y socorrerse mutuamente, la solidaridad y el estrechamiento de lazos de simpatía. Ingredientes todos que forman el sentimiento de compañerismo; y de aquí la conciencia de aquel honor común que, a este sí, llamamos honor militar, de cuyas exigencias, muy estrechas, fluye, depurado ya de egoísmos y de vanidad, el loable y elevadísimo amor a la gloria, del que Juan Ginés de Sepúlveda dice cuanto el asunto pide en su “Dialogo del deseo de la gloria”.
No es este el caso de algunos en los que más se deja ver que su nostalgia de gloria es un afecto egoísta de pobre condición, es la ausencia de toda efusión de solidaridad espiritual con sus compañeros. Cuando piensa en ellos, y se manifiesta para sí mismo en los medios de comunicación y en privado lo que piensa, los juzga con bien poca amenidad. En palabras de Vigny: “Los oficiales, dice, tienen, en general, las mismas aspiraciones intelectuales que un tambor mayor; sólo se ocupan de su prestancia y de adoptar un aire de matamoros”.
Pero, en cambio, de las desordenados y entusiastas tropas de voluntarios que se incorporaron al primer toque de llamada al Servicio Militar, a las que sólo daba cohesión la comunidad del propósito y la identidad espiritual, se formaron unidades de sobresaliente instrucción y valor por dos razones fundamentales: porque los cuadros de oficiales de activo, hoy retirados, estaban en posesión de un excepcionalmente elevado espíritu militar, y porque en las filas de los incorporados constituían una mayoría los sujetos de calidad extraordinaria, que traían con su fuerte personalidad una voluntad irrevocable de consagrarse al servicio de modo incondicionado, total. Su instrucción, facilitada por este estado de espíritu, carecía de complicaciones. Cada hombre, hoy en retiro y reserva, habiendo jurado la Constitución porque lo creían lo mejor para España o, aunque no lo creyeran, por sentimiento del deber colectivo, se hacía cargo de su deber rapidísimamente; y cuando el deber era el de ejercer un mando, acababa por perfeccionarse en este ejercicio, porque, de todos, hubiera podido decirse lo que de sí decía el protagonista de L`appel des armes: “Al tratar con los soldados ya no me dedico a educarlos ni a darles instrucción moral. Lo que hago es educarme e instruirme yo”.
Estos excelentes soldados, realizan una empresa difícilmente superable en retiro, animados de un espíritu militar que hace estremecerse a la patria entera: suplir en apretadas ocasiones como las que vivimos la ausencia de una dirección moral, por dejación de otros, que, al fin a la postre, no es otra cosa que orientar espiritualmente a aquellos que han perdido la esperanza en la continuidad de los valores nacionales más básicos como su Unidad e integridad territorial y defender una auténtica democracia, lo más opuesto a lo que está demostrando ser un régimen socio-comunista-separatista, antagónico, como lo ha demostrado la historia, con los derechos y libertades.
Gracias mis antiguos, camaradas. Entendiendo este término como en los antiguos Tercios de Flandes y no como el ruso comunista «tovarisch».
Enrique Area Sacristán.
Teniente Coronel de Infantería. (R)
Doctor por la Universidad de Salamanca.