EL DESAFIO DEL MULTICULTURALISMO Y LA POLÍTICA DEL RECONOCIMIENTO.
Basado en Ammy Gutmann. Octavo presidente de la Universidad de Pennsylvania
En este artículo enfoco el desafío del multiculturalismo y la política del reconocimiento como se enfrenta hoy a las sociedades democráticas. El desafío, dice Gutmann, es endémico a las democracias liberales porque están comprometidas con la igual representación para todos. ¿Una democracia defrauda a sus ciudadanos, excluyendo o discriminando a alguno de ellos, de manera moralmente perturbadora, cuando las grandes instituciones no toman en cuenta nuestra identidad particular española, como pasa en cataluña y vascongadas? ¿Pueden representarse como iguales los ciudadanos con diversa identidad, si las instituciones públicas no reconocen a ésta en su particularidad sino tan sólo nuestros intereses más universalmente compartidos en las libertades civiles y políticas, en el ingreso, la salubridad y la educación, en su caso, que no se da en estas Comunidades? Aparte de conceder la Constitución los mismos derechos y libertades que a todos los demás ciudadanos en estas Comunidades, ¿qué significa respetar a todos como iguales?¿En qué sentido importa «públicamente» nuestra identidad como hombres y mujeres, como andaluces, como cristianos, como judíos o musulmanes, como catalanes de habla española o catalana?.
Es la neutralidad de la esfera pública, que no solo incluye dependencias del gobierno, sino también escuelas o universidades, por ejemplo, la que debe proteger nuestra libertad y nuestra igualdad como ciudadanos.
Entonces, ¿podemos concluir que todas las demandas de reconocimiento hechas por los grupos particulares, a menudo en nombre del nacionalismo o multiculturalismo, son demandas antiliberales? Debemos averiguar más acerca de los requerimientos de tratar a todos como ciudadanos libres e iguales. ¿Necesita la mayoría un marco cultural seguro para dar un significado y orientación a su elección en la vida?
¿Debe una sociedad democrática liberal respetar, por ejemplo, aquellas culturas cuyas actitudes de superioridad, como la vasca y la catalana, actitudes de superioridad racial o étnica o cultural que son antagónicas con otras culturas de la misma nación?. Si es así, ¿cómo el respeto a una cultura de superioridad étnica o cultural puede reconciliarse con el compromiso de tratar a todos como iguales? ¿Cuáles son los limites morales a la demanda legítima, si lo es, de reconocimiento político de estas culturas particulares?
Así, con objeto de desafiar a la contestación de todos estos interrogantes, podemos suponer que el ideal de las personas que prosperan en una sociedad, o en un mundo móvil y multicultural es una democracia liberal que desconfía de la exigencia de aplicar la política a la conservación de la identidad de los grupos separados o a la supervivencia de las subculturas que de otra manera no prosperarían mediante la libre asociación de los ciudadanos. Y, sin embargo, las instituciones democráticas, más que cualesquiera otras, tienden a exponer a los ciudadanos a un conglomerado de valores culturales.
En consecuencia, la democracia liberal enriquece nuestras libertades y oportunidades, nos permite reconocer el valor de las distintas culturas y, por tanto, nos enseña a apreciar la diversidad, no por la diversidad misma sino porque realza la calidad de la vida y el aprendizaje. La defensa de la diversidad que hace la democracia liberal se basa en una perspectiva universalista y no en el particularismo de unos localismos aldeanos como sucede en las comunidades vasca y catalana que se sirven de ella para alcanzar otro tipo de sistema político y filosófico en las que gobiernan.
Enrique Area Sacristán.
Teniente Coronel de Infantería.
Doctor por la Universidad de Salamanca