Según la mayoría de los historiadores, con los que estoy completamente de acuerdo, el impulso esencial para el desarrollo del nacionalismo catalán, al igual que para el vasco, fue la crisis del 98, que motivó un rechazo a un Estado que no había podido o sabido defender su imperio de ultramar.
Sin embargo, la burguesía catalana, que tanto tenía que perder con una derrota en las últimas provincias de ultramar, se había distinguido por su patriotismo exacerbado durante los conflictos cubano y filipino, destacándose, según estos mismo autores, por su belicismo y el apoyo incondicional a la política imperialista que se reflejan en los apoteósicos homenajes a los militares. Para dar un ejemplo de este hecho hay que decir que un General como Polavieja, que había sido cesado como Capitán General de Filipinas a causa de sus métodos represivos, fue recibido en Barcelona como un héroe nacional, erigiéndose en su honor un arco de triunfo.
Tras la derrota muchos creyeron ver en la separación el remedio a sus problemas, recurso que es tradicional del nacionalismo catalán: recordar a España que su adhesión es condicional y que cuando las cosas no les gusten siempre tendrán el recurso de la separación. No a otra mentalidad respondió el desarrollo del separatismo catalán después del desastre del 98, catástrofe nacional de la que muchos industriales catalanes fueron privilegiados causantes debido a su intransigencia contra la liberación del comercio de Cuba que querían continuar monopolizando, y a su imperialismo, más exacerbado que el del Gobierno y los militares. (Lainz, J. El caso catalán, 2004.)
Lo que parece cómico para muchos españoles respecto de la personalidad pesetera del pueblo catalán queda así reflejado en este caso cuando se acaba el negocio de las provincias de ultramar en las que el comercio catalán tenía su monopolio.
En nuestros días la actitud no ha cambiado y como prueba de ello son las afirmaciones de los dirigentes nacionalistas en épocas de bonanza declarando que no tienen intenciones separatistas como en la época de Pujol y otros dirigentes debido a la densidad de los intereses económicos entrecruzados entre Cataluña y el resto de España, así como por encontrarse cómodos, en aquel momento, en lo que ellos y los Vascos prefieren llamar “Estado español”. Lo que también quería decir que si no fuera por esos factores, nada les seguiría atando a España, como así está sucediendo. Pero lo que olvidan los nacionalistas catalanes es que la situación de España es fruto de la acción de todos los españoles, catalanes incluidos, y del mismo modo que en muchos éxitos han tomado parte importante los catalanes, muchos fracasos y problemas han sido causados por los catalanes.
Parece claro que fue el férreo proteccionismo uno de los causantes de la crisis colonial del 98, proteccionismo que defendían a ultranza los burgueses catalanes, y que tanto perjudicó a la patriótica burguesía catalana, que hacía “el agosto” con el comercio exclusivo que poseían.
Más tarde, una generación después nace la castellanofobia con la voluntad de reformar España mediante un modelo federal y con Cataluña en vanguardia. Este es el caso de Enric Prat de la Riba, principal ideólogo, que nunca planteó la secesión como solución para los problemas de Cataluña y España:
“Consecuencia de toda la doctrina aquí expuesta es la reivindicación de un Estado catalán en unión federativa con los Estados de las otras nacionalidades de España (…). El nacionalismo catalán nunca ha sido separatista, siempre ha sentido la unión fraternal de las nacionalidades ibéricas dentro de la organización federativa”. (Lainz, J, El caso catalán, 2004).
No me resulta ajeno que estas proposiciones derivan de un carlismo rancio: en Navarra, entre 1873 y 1876, se creó un pleno «Estado Federal Vasco Carlista» con las cuatro «provincias», con todas las atribuciones de un Estado. Paradójicamente, en el frente este, el estado carlista se constituyó como un estado federal. … con Cataluña, Aragón y Valencia, en forma de guerra de partidas, y el Norte, con (…)
El nacionalismo catalán, al igual que el Vasco nace en las filas del más reaccionario carlismo.
Así, pasamos de un movimiento que prefirió una España rota antes que liberal o roja, el carlismo, a más de lo mismo con los nacionalismos catalán, vasco y gallego, a pesar de que la Lliga acabaría apoyando mayoritariamente el alzamiento del 18 de julio:
“(…). Y por lo tanto debe acostumbrarse la gente a considerar ese fenómeno del catalanismo no como un fenómeno antiespañol, sino como un fenómeno españolísimo”. (Joan Estelrich, diputado de la Lliga en las cortes de 1931).
La rama izquierdista del catalanismo, hizo dos intentos revolucionarios en 1931 y 1934 que acabaron siendo anulados por el gobierno republicano. Rama izquierdista que también nació del carlismo como nació Izquierda Unida a finales del s. XX, de la mano de Cordero cuando era presidente del Partido Carlista en el decenio de los 90, uniéndose entre otros al Partido Comunista de España.
Pero lo que no suele ser recordado es la artificiosidad de estos movimientos que, al igual que en el caso vasco, han sido creados mediante una inteligente e insistente estrategia de lavado de cerebro a largo plazo como afirmo en mi Tesis doctoral.
Los nacionalistas vascos y catalanes llevan un siglo reinventando una historia en la que se enfrentan a España y que por lo tanto son realidades enemigas destinadas al enfrentamiento, siendo el nacionalismo la última manifestación de este conflicto.
De esta manera, el núcleo del pensamiento nacionalista catalán, como el vasco, donde existen, real o ficticiamente, enfrentamientos y agravios que explican la oposición a la nación rechazada (Castilla-España), ha penetrado en buena parte de la sociedad catalana: hemos pasado en un siglo, del patriotismo imperialista de los catalanes manifestado en la guerra de las provincias de ultramar, al rechazo de sus propias raíces.
Enrique Area Sacristán
Teniente Coronel de Infantería
Doctor por la Universidad de Salamanca