Buscando soluciones a los problemas actuales de las Fuerzas Armadas

Entre las razones que más a menudo se dan como las causantes de la diferencia existente entre el comportamiento ético estándar que se podría considerar ideal y el que se da en la realidad figuran, entre otras, las siguientes: el egoísmo, las actuaciones orientadas exclusivamente hacia la promoción personal, una comunicación inadecuada entre generaciones dentro de los profesionales, informes de evaluación incorrectos, la incompetencia técnica o profesional, desprecio hacia los principios tradicionales, falta de lealtad de los subordinados hacia los superiores, y de estos hacia aquellos, y cuando los oficiales de mayor graduación presentan un inadecuado comportamiento ético y profesional.

Además, determinadas políticas llevadas a cabo por los ejércitos tienden a aumentar esas diferencias, como son los sistemas de evaluación y selección para el ascenso, las políticas de selección para destinos y cursos, etc. Todo ello conduce a que los oficiales, sobre todo los más jóvenes, estén concienciados de la necesidad de adoptar una actitud ética, moral y profesional acorde con los valores que tienden a potenciarse en leyes, normas y reglamentos, pero que poco tienen que ver con los valores que se deberían buscar en el ejército.

La no existencia de esos valores hace que la fractura generacional en los ejércitos sea profunda. Tal vez se pueda argumentar que en la sociedad en su conjunto también la hay, pero eso no debería ser ningún consuelo porque hay que partir de la base de que las FAS tienen que tener un conjunto de valores específicos por su naturaleza, que desde luego no entren en competencia con los de la sociedad, pero sí distintos, porque la propia operación de las FAS y su misión así lo requieren.

En cuanto a los ejércitos se refiere, los oficiales jóvenes suelen considerar que los mayores están poco apegados a la tecnología, en numerosas ocasiones incompetentes, pasivos y desconectados de la realidad. Por su parte, los oficiales de más edad consideran a los jóvenes faltos de ideales como los de ellos, poco apegados a lo que consideran los valores tradicionales del ejército y con escasa disciplina; en numerosas ocasiones tienen la sensación de que cuando se incorporan cada día a su puesto de trabajo, lo que hacen es “fichar”, como en cualquier otra empresa, y cuando salen de allí no quieren saber nada de lo relacionado con su trabajo hasta el día siguiente.

El problema es que los jóvenes oficiales deben elegir, sean conscientes o no, entre un comportamiento acorde con los valores tradicionales de los ejércitos y el que el propio sistema les impone si quieren prosperar en su carrera militar. A todo esto hay que añadir que, en la actualidad, hay numerosas escalas cuyos componentes entran en el ejército directamente en el cuerpo de oficiales con una formación militar mínima o casi nula, lo cual es otro elemento de distorsión. Sería muy interesante hacer un estudio de las diferencias reales que pueden existir entre este tipo de oficiales y los procedentes de las academias militares, pero tal vez haya muy poca y desde luego respecto a los oficiales pertenecientes al vigente programa de estudios, no habrá prácticamente ninguna, porque estos últimos también tienen una formación militar mínima.

Hoy en día existen pocas políticas en las FAS que tiendan a reforzar el comportamiento y los valores tradicionales de los oficiales; por el contrario, casi todas se orientan a potenciar la carrera individual de cada uno, en detrimento de lo que tradicionalmente se ha considerado como el compañerismo y el espíritu de cuerpo. Uno de los ejemplos, aunque pueda no resultar excesivamente importante, es que entre los fines declarados públicamente en la Ley de la Carrera Militar destaca el de acabar con el concepto y el espíritu de las promociones de las academias. Aunque en la mayoría de los casos, solo servían como recordatorio romántico de la juventud, en realidad constituían el aglutinante de lo que siempre se ha denominado el espíritu de cuerpo. Todas estas acciones pueden tener un efecto demoledor en la cohesión de las unidades cuando están sometidas al estrés del combate e incluso en tiempo de paz.

Conviene recordar que toda esta situación se debe poder reconducir actuando tanto desde dentro como desde fuera de la institución, porque no es un problema de cambiar el sistema de clasificación o recompensas, sino que es mucho más profundo.

Los oficiales superiores es difícil que adopten las medidas realmente necesarias porque tal vez les falte sensibilidad hacia el problema, muy probablemente por falta de la energía precisa y porque como los efectos se aprecian a largo plazo, no es fácil que sientan la necesaria inclinación a afrontar el inmenso y duro trabajo necesario cuando ellos no van a ver los resultados. Por otra parte, los oficiales jóvenes de hoy en día están formados en el sistema actual y es difícil que cuando lleguen a puestos de decisión se desprendan de toda la carga acumulada a lo largo de su carrera, además de que les afectará la actitud de los oficiales superiores que acabamos de mencionar.



Tal vez el impulso para llevar a cabo las reformas necesarias pueda venir de los más altos niveles de dentro de las FAS, pero es muy difícil si no sienten una presión de algún tipo desde fuera. Además, sería preciso que una vez decidida la vía regeneradora, provenga de donde provenga, fuera incondicionalmente apoyada por todos los miembros de la institución militar, lo cual no es fácil. Y no es fácil, además, porque la única fuente de ese impulso reformador es la clase política, que debería reunir una serie de condicionantes, entre los que cabría destacar que estuviera familiarizada con la institución militar y sus valores, ausente de espíritu revanchista, ni siquiera partidista, y que fuera capaz de proponer cambios “despolitizados”.

Si por un lado afirmamos que es muy difícil que el impulso reformador provenga desde dentro de las FAS y por otra que, en nuestro caso, es prácticamente imposible que proceda desde fuera, la conclusión parece ser que el caso no tiene solución, pero estamos convencidos de que no es así. Tan convencidos que si no fuese así, no tendría sentido ni siquiera este artículo. La solución está en vencer esa dificultad extrema para que los más altos cargos dentro de las FAS tomen la iniciativa y propongan a la clase política todas esas reformas. Naturalmente, para ser creíbles y atractivos esa labor la tienen que llevar a cabo profesionales con una elevada formación en todas las áreas, con un nivel de competencia extremadamente alto, convencidos de lo que están haciendo y proponiendo, y con un entusiasmo arrollador. Un ejército siempre es lo que sus componentes, y sobre todo su cúpula directiva, quieren que sea, porque por mucha presión que venga de fuera, los que al final dan el carácter y aplican las normas y su espíritu son los propios militares.

Si hay un ejército que reúne casi todas las características ideales por las que debe regirse una fuerza armada, ese es el ejército israelí. Sus soldados no están imbuidos de un nacionalismo fanático. Lo que realmente poseen es un profundo sentimiento de la comunidad militar a la que pertenecen y una íntima identificación con su unidad. Sobre todo, dan una tremenda importancia a la figura del jefe que, en la mayoría de los casos, se convierte en un auténtico líder. En el ejército israelí no se da la típica imagen del tradicional caballero oficial, ni las poses típicas del gestor de una compañía, sino lo que verdaderamente vale allí es la precisión en los informes de cualquier tipo que estos sean, el compromiso inquebrantable con la adquisición de una buena formación para desarrollar su labor de la forma más eficaz posible, la resistencia a la frustración, el hacer juicios desapasionados siempre y sobre todo en situaciones de máximo estrés, la preocupación por el bienestar y seguridad de sus hombres, dispensar un trato humano a los prisioneros de guerra, despreocupación por su seguridad personal y poco aprecio a los incentivos económicos. La gran preocupación de su ejército es asegurarse que cuentan con líderes excelentes, ya que saben que en eso se basa la diferencia entre la victoria y la derrota y ellos están en permanente estado de guerra o en una situación similar. Si partimos de la base de que todos los ejércitos deberían actuar y comportarse siempre como si estuvieran en estado de guerra, no hay ninguna razón para no actuar y tener los mismos objetivos e ideales que los israelíes.

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En cuanto al ejército israelí, resulta ilustrativo lo que dijo el Tte. General Haïm Bar-Lev después de la Guerra de los Seis Días: “No conozco ningún otro factor al que se le pueda atribuir el logro histórico que consiguieron nuestras Fuerzas Armadas que la calidad humana, moral y profesional de nuestros comandantes; su total disponibilidad, su valor personal, audacia y su disposición para arriesgar sus vidas, son los efectos directos de esa talla que todos demostraron”.

Las reformas, en cualquier ámbito que se tomen, no son casi nunca de carácter anticipatorio, sino que son una reacción ante determinadas circunstancias, que normalmente se presentan en forma de problemas. En una sociedad libre, profundamente influenciada por una actitud de defensa del propio interés y caracterizada por unos cambios sociales que en muchos casos se realizan de forma espasmódica, las reformas se presentan como un proceso reaccionario. El motivo es que en este tipo de sociedad, no es realista esperar que un cambio institucional se genere de forma interna y con anticipación, de manera que los defectos o problemas sean identificados y corregidos antes de que se llegue a una situación difícil, comprometida o incluso que sea palpable el desastre. Incluso en países que se caracterizan por su dinamismo y capacidad de innovación en lo que se refiere a la tecnología, la ciencia y las artes, se muestran tímidos e incluso reacios a introducir cambios sustanciales en sus instituciones sociales, económicas y políticas. En resumen, las sociedades de cualquier tipo reaccionan a los acontecimientos cuando no tienen más remedio, pero casi nunca se anticipan a ellos.

Por esas razones, parece lógico que no se haya reaccionado ante los claros fallos organizativos, estructurales, de gestión y, como consecuencia de todos ellos, operativos de nuestras FAS. Puede resultar lógico porque llevan muchos años sin tener que demostrar nada, y no porque no haya habido ocasiones (afortunadamente siempre fuera de nuestro territorio nacional) sino porque las directrices políticas se han encargado de limitar su actuación a labores humanitarias o como mucho a misiones de mantenimiento de la paz y al entrenamiento e instrucción de ciertas unidades militares de los países en conflicto. Desgraciadamente, a pesar de esa actitud timorata, el saldo de muertos en las misiones en el extranjero ha sido muy superior al de otras naciones que han estado mucho más involucradas en misiones de combate, porque en nuestro caso se han debido sobre todo a accidentes. Ante esta situación política y social, nuestras FAS no han sentido una presión externa para hacer reforma alguna y las internas se han limitado a aspectos cosméticos que no siempre han resultado positivos.

El problema se presenta cuando las Fuerzas Armadas, sobre todo los altos cargos militares, no se muestran muy entusiasmados ante la idea de que puedan ser analizados y evaluados por alguna institución “ajena”, lo cual hasta cierto punto puede llegar a entenderse, pero la situación se complica hasta límites imposibles cuando, además, los supuestos controladores supremos de esas FAS, es decir, el gobierno y la clase política en general, no tienen ningún interés real en el tema y tal vez por eso, no tienen ninguna preparación como para promover reforma alguna para mejorar la eficacia y operatividad de las mismas, más allá de las que estén inspiradas por intereses políticos del momento o por pura ideología, normalmente al margen de las necesidades reales.

Algunos pueden sentir la tentación de que las reformas pueden y deben realizarse desde dentro de la institución e incluso otros pueden considerar que la situación no es grave, que estamos al nivel de otros países, e incluso mejor, y que por tanto, poner en entredicho numerosos aspectos de nuestras FAS no tiene fundamento. Lo que nadie puede discutir es que nunca se ha llevado a cabo un estudio-evaluación de la capacidad real de nuestras FAS, de su capacidad de resistencia en condiciones de combate real, la capacidad de dirección, de mando, control y liderazgo de sus mandos, además de la adecuación y eficacia de sus doctrinas de empleo de cada una de las ramas de las FAS y de su actuación conjunta. Pero es que aunque se hubiera hecho, las conclusiones no estarían validadas, si esa evaluación hubiera sido “interna”. Todo estudio o evaluación debe ser realizado por un organismo o institución “externa”, libre de toda presión e interés. Como ya hemos mencionado, la presión reformista debería provenir de la clase política y/o de la sociedad. La primera, en España, nunca se ha manifestado hasta ahora. Por parte de la sociedad no es previsible que provenga en un plazo de tiempo razonable, porque una de las características de la sociedad española es su total despego de la institución militar, fruto de razones históricas muy complejas y por la manipulación que ha sufrido desde hace muchas décadas en ese sentido.

En cuanto a qué organización “externa”, perfectamente preparada para llevar a cabo una evaluación global y real de nuestras FAS, ésta se llama OTAN y naturalmente se le podría encargar llevarla a cabo con la intensidad que sea precisa. No se trataría, desde luego de hacer unas maniobras, sino que debería ser mucho más profunda y se tendría que incluir absolutamente todo dentro de esa evaluación.

Parece oportuno destacar que tanto las críticas que se hayan podido hacer, el análisis de las situaciones, así como las propuestas e ideas que se puedan sugerir, siempre deben estar dirigidas a una institución cuyo cometido fundamental es el enfrentamiento bélico, el combate en sus muy diferentes formas, en las que sus fuerzas deben saber vivir, operar y sobrevivir en situaciones de máximo esfuerzo físico, psíquico y emocional, algo que no se da en una empresa cuyos objetivos son absolutamente distintos e incomparables.

Tte, Gral. Santiago San Antonio Copero (E.A.).

Gral. de Bgda. Joaquín Sánchez Díaz (E.A.) (R).

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