La relación del hombre con las armas, que es tan antigua como la humanidad, no solo se ha mantenido a lo largo del tiempo sino que se ha hecho mucho más compleja y trasciende del ambiente puramente militar, para afectar profundamente a toda la sociedad y, por tanto, a la actividad política.
Muchos factores han influido para hacer de la profesión de las armas una actividad muy compleja y para que la institución militar sea un compendio de numerosas disciplinas técnicas y profesionales, que abarcan un sinfín de facetas y actividades necesarias para satisfacer todos los requisitos de la guerra moderna. Todos estos numerosos factores se pueden dividir en dos grandes grupos: internos y externos a las Fuerzas Armadas. Entre los internos cabría destacar los medios materiales disponibles, fruto de la moderna tecnología, que han proporcionado velocidad a las operaciones militares, capacidad de maniobra y de desplazamiento, flexibilidad de empleo, comunicaciones rápidas y unas capacidades extraordinarias de vigilancia, detección, análisis e inteligencia. Además, las continuas mejoras de los armamentos han proporcionado una gran precisión y una extraordinaria capacidad de destrucción. Por otra parte, los numerosos medios disponibles y sus enormes capacidades exigen una planificación específica y tienen unas necesidades logísticas que eran desconocidas tan solo hace unas décadas; todo ello supone unos costes, tanto de adquisición del material como para su sostenimiento y operación, que exige de los componentes de las Fuerzas Armadas una formación muy amplia, compleja y específica para ser capaces de obtener el mayor rendimiento de los medios disponibles.
Todos los factores mencionados hasta aquí, habrían complicado extraordinariamente por sí solos la profesión militar, pero, además, existen otros factores externos a las Fuerzas Armadas que les afectan igualmente, pero frente a los cuales su capacidad de reacción para amoldarse a ellos es muy limitada. Entre estos últimos figuran las relaciones políticas y geoestratégicas de los Estados y de los bloques políticos, económicos y militares, continuamente cambiantes en un mundo globalizado, tanto en las relaciones políticas entre los Estados como por su impacto en la sociedad.
A nivel doméstico, a todo lo anterior hay que añadir que por razones históricas muy complejas (aunque de difícil explicación racional), en la sociedad española predomina un profundo desinterés por todo lo relacionado con la Defensa y las Fuerzas Armadas en general, así como una clara aversión a la guerra, en cualquier circunstancia, que va más allá de la lógica preocupación y rechazo que cualquier persona puede sentir ante la posibilidad de un conflicto armado. En los últimos años, si ha habido un cierto reconocimiento social a la labor de las Fuerzas Armadas se ha debido exclusivamente a que, en general, se contempla a las mismas como a una organización humanitaria, es decir, como a una especie de ONG. Como no podía ser de otra manera, en estas circunstancias se produce una doble interacción: por un lado, el ambiente social condiciona la actuación de los políticos (en este caso hacia las Fuerzas Armadas) y, por otro, la falta de interés de estos últimos, influye poderosamente en la percepción de la sociedad hacia sus Fuerzas Armadas y en la adecuación y preparación de las mismas.
Es una pena que Ortega y Gasset, durante el poco tiempo que ejerció como político en activo, lo hiciera en un ambiente político y social tan encarnecido y convulso como el que se vivió durante la proclamación de la Segunda República y los meses posteriores (actividad que pronto abandonó, hastiado por la evolución de los acontecimientos). Es una pena porque en aquella época mostró una clarividencia excepcional en los temas relacionados con la institución militar y todo lo que representa, que ha quedado para la posteridad en sus obras y que si no hubiera estado rodeado de una clase política que “les cabía el mundo en la oquedad de sus cabezas” (Machado), habría sido un buen baluarte para reconducir muchas situaciones.
Entre las numerosas frases de Ortega en relación con la institución militar, he aquí algunas de las más importantes para el tema que nos ocupa: “Que no haya guerras de ninguna clase es un tema santo de propaganda social, de humana religión, de cultura, pero no una posición política con sentido”. “Lo importante es que el pueblo advierta que el grado de perfección de su Ejército mide con pasmosa exactitud los quilates de la moralidad y vitalidad nacionales. Raza que no se sienta ante sí misma deshonrada por la incompetencia y desmoralización de su organismo guerrero, es que se halla profundamente enferma e incapaz de agarrarse al planeta”. En su obra España Invertebrada, insiste a raíz de la situación creada tras la Primera Guerra Mundial: “Desde hace un siglo, padece Europa una perniciosa propaganda en desprestigio de la fuerza. Sus raíces, hondas y sutiles, provienen de aquellas bases de la cultura moderna que tienen un valor más circunstancial, limitado y digno de superación. Ello es que se ha conseguido imponer a la opinión pública europea una idea falsa sobre lo que es la fuerza de las armas. Se ha presentado como una cosa infrahumana y torpe, residuo de la animalidad persistente en el hombre. Se ha hecho de la fuerza lo contrapuesto del espíritu o, cuando más, una manifestación espiritual de carácter inferior”. Más adelante, en la misma obra: “Medítese un poco sobre la cantidad de fervores, de genialidad, de vital energía que es preciso acumular para poner en pie un buen ejército. ¿Cómo negarse a ver en ello una de las creaciones más maravillosas de la espiritualidad humana? La fuerza de las armas no es fuerza bruta, sino fuerza espiritual. Esta es la verdad palmaria, aunque los intereses de uno u otro propagandista les impidan reconocerlo. La fuerza de las armas, ciertamente, no es fuerza de la razón, pero la razón no circunscribe la espiritualidad. Más profunda que ésta fluyen en el espíritu otras potencias y entre ellas, las que actúan en la bélica operación. Así, el influjo de las armas, bien analizado, manifiesta, como todo lo espiritual, su carácter predominantemente persuasivo”.
En España, por las razones históricas antes mencionadas y por la propia evolución política y social, se ha producido una subversión completa del papel de las Fuerzas Armadas y se ha dejado de percibir que éstas están para defender los intereses del Estado, establecidos por el gobierno, y siempre a través del empleo de las armas o por la amenaza de su empleo (demostración de fuerza o disuasión). Para un buen porcentaje de la sociedad, “los intereses del Estado” han quedado reducidos a prestar ayuda humanitaria en catástrofes naturales en países del Tercer Mundo, o en el propio territorio nacional, y cuando se trata de un conflicto, para montar hospitales de campaña, reconstruir puentes o colegios, y como máximo instruir a las fuerzas indígenas. En el ambiente que se ha generado, no resulta político y, por tanto, nadie se atreve a decir, que las Fuerzas Armadas están para hacer la guerra (o para evitarla) y que esa, y no otra, es su razón de ser fundamental.
El no reconocimiento y aceptación de esa razón de ser, que por otra parte tiene un carácter universal (y que si no fuera por la deformación existente, sería una de las verdades de Perogrullo), produce una serie de efectos en cascada, todos ellos perniciosos. La primera consecuencia inmediata de esta percepción distorsionada es que al militar se le considera como un mero funcionario; de hecho, desde hace muchos años se han estado mandando continuos mensajes desde todos los niveles de la Administración, tanto directos como subliminales, insistiendo en que los militares son unos funcionarios más. Desde luego no hay nada que objetar al hecho de ser funcionarios porque, efectivamente, realizan una “función” dentro del aparato del Estado y al servicio del mismo. El problema es que no son unos funcionarios más, como otros muchos, y en algún sentido debería estar plenamente reconocida su unicidad y su cometido completamente diferenciado de los demás funcionarios, que es “hacer la guerra y prepararse para ella”. A ningún otro funcionario se le pide que si es preciso dé su vida en cumplimiento de su misión, ni siquiera que la arriesgue lo más mínimo, ni tampoco se le exige su sujeción a unos códigos de conducta y disciplina típicos de la vida militar, que condicionan decisivamente tanto a él como a su entorno familiar. No se trata de considerar al militar como a un funcionario de un nivel superior a los demás y en ningún caso de menospreciar la labor del resto; tampoco se pretende exigir o demandar privilegios de ningún tipo, sino simplemente reclamar un reconocimiento de la especificidad propia de la función que realizan, así como de los deberes y obligaciones no menos específicos que conlleva, y que tanto la clase política como la sociedad en general reconozcan y acepten cuál es la razón de ser fundamental de las Fuerzas Armadas, para qué sirven realmente, para qué se deben preparar, y darle los medios adecuados y suficientes para que cumplan su misión.
Tras muchos años de continuo bombardeo en el sentido de que los militares son meros funcionarios, estos han acabado creyéndoselo y actúan como tales, lo cual supone que su actitud y comportamiento no se corresponde en ocasiones con el que debería ser. Como es lógico, todo lo anterior es también aplicable a las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado.
El hecho de considerar al militar como a un funcionario más, produce el efecto de que es un simple trabajador de una empresa que, en este caso, se llama ejército. Esto hace que se adopten y asimilen comportamientos y actitudes puramente empresariales y que se imponga la ética y los principios de las corporaciones comerciales. Todo ello produce un deterioro gravísimo de las relaciones dentro de las Fuerzas Armadas, el abandono de lo que tradicionalmente se ha llamado el espíritu de la vida militar y el desprecio de valores imprescindibles sin los que la institución militar no puede funcionar: el honor, la disciplina, la lealtad, el respeto a las tradiciones, ritos y costumbres militares, el compañerismo, el espíritu de cuerpo, etc.
Al ser un mero funcionario y trabajar en una empresa más que se llama ejército, la organización de esa empresa no tiene por qué regirse por criterios y principios propios y exigentes como corresponden al cumplimiento de su verdadera misión, sino a otros, que en unos casos responden a demandas políticas del momento, en otros a aspectos puramente económicos o comerciales, sin tener en cuenta nada más, y en otros muchos no responden a nada y se trata de simples ocurrencias. Como se trata de una empresa, lo que se valora en sus componentes es su capacidad de gestión (empresarial) y, por tanto, no se busca al líder militar, ni se potencia su formación, entre otras muchas cosas porque se considera que puede ir en contra de la “empresa”.
Siendo un funcionario que trabaja en una empresa cuya organización no se corresponde con las necesidades puramente militares sino que obedece a una serie de demandas indefinidas y difusas, tampoco es preciso proporcionar y exigir a sus miembros una formación técnica y profesional específicamente militar, por lo que en las Academias se les da una formación ambigua que pretende tener una equiparación con titulaciones civiles, con total abandono de la formación puramente militar, que es la que realmente precisarían. El tener una formación con titulación civil y muy baja o nula formación militar, incrementa la sensación de pertenencia a una empresa y de ser un trabajador más de la misma, con lo cual se cierra el círculo vicioso. Como, por otra parte, los ejércitos no están preparados ni concienciados de la necesidad de una formación continua y regulada durante toda la vida profesional de cada individuo, sobre todo en los oficiales y suboficiales, a todo lo anterior se une la mediocridad intelectual, técnica y profesional de muchos de sus componentes que, a su vez, les impide reaccionar para proponer soluciones y salir de esa situación.
La mejor referencia que tal vez se pueda encontrar sobre cómo deberían ser los ejércitos y sus componentes está en los versos de Calderón: “Ese ejército que ves // vaga al frío y al calor // la república mejor // y más política es // del mundo. Aquí nadie espere // que ser preferido pueda // por la nobleza que hereda // sino por la que él adquiere // Porque aquí a la sangre excede // el lugar que uno se hace // y sin mirar cómo nade // se mira cómo procede//”…. Continúa, entre otras muchas cosas, con: “…Aquí la más singular // hazaña es obedecer // y el modo de merecer // es ni pedir, ni rehusar // Aquí, en fin, la cortesía, // el buen trato, la verdad, // la firmeza, la lealtad, // el honor, la bizarría, // el crédito, la opinión, // la constancia, la paciencia, // la humildad, y la obediencia, // fama, honor y gloria, son // caudal de pobres soldados, // que en buena o mala fortuna, // la Milicia no es más que una // religión de hombres honrados”.
Tte. Gral. Santiago San Antonio Copero (E.A.) .
Gral. de Bgda. Joaquín Sánchez Díaz (E.A.) (R).