Sin lugar a dudas estamos ante dos de los grandes factores que definen el grado en que unas Fuerzas Armadas se comportan y se preparan para poder llevar a cabo su misión fundamental, es decir, para alcanzar los objetivos políticos y militares fijados por el gobierno, y para ello las únicas formas de actuación de las Fuerzas Armadas es mediante la disuasión, la amenaza de la fuerza o el empleo de la misma.
La disciplina es un concepto de difícil definición y aún más difícil análisis y explicación para abarcar todos sus matices y circunstancias. De hecho, cada autor que trata este tema ofrece una definición distinta que, a veces, se parece poco a otras. En cualquier caso, se trata de un tema polémico porque suele despertar muchas y variadas sensibilidades que dependen fundamentalmente de la personalidad de cada individuo y sobre todo de su ideología política.
Afortunadamente, cuando al término “disciplina” se le añade el adjetivo de “militar”, las variaciones en las opiniones respecto a este concepto se reducen notablemente, aunque desde luego siguen existiendo diferentes interpretaciones y aspectos de muy diversa índole. Esto pasa no solo al comparar lo que se entiende por “disciplina militar” en distintos países, sino que dentro de uno mismo, las opiniones pueden diferir, tal vez no a la hora de aceptar una determinada definición de la misma como válida, pero sí al entrar en detalles y circunstancias que la rodean y que pueden intervenir en determinadas situaciones, es decir, cuando se entra en la letra pequeña.
En todos los ejércitos del mundo está superada la idea de considerar que la disciplina es una limitación de la libertad, como lo plantean determinadas ideologías políticas. En todas las latitudes y regímenes políticos se considera tan imprescindible la disciplina militar que sin ella desaparece la propia idea del ejército. En algunas revoluciones han sentido la tentación de introducir ideas “revolucionarias” en cuanto a la disciplina en el ejército, pero en todos los casos pronto llegaron al convencimiento de que era inviable y la reacción posterior para reconducir la situación siempre ha sido un endurecimiento mucho mayor que la existente antes de esa revolución.
A todos los regímenes políticos les interesa que exista un alto nivel de disciplina en sus ejércitos. En los regímenes dictatoriales o totalitarios, como forma de controlar a la institución militar y, a su vez, para ejercer el control y la presión oportunas sobre la población civil, como es muy propio en ellos e incluso mandatario. En los regímenes democráticos, como una muestra más del buen funcionamiento de las instituciones.
E.W. Stevens, al analizar este tema, dijo: “El problema de la disciplina militar consiste en saber conciliar dos necesidades de la vida, diametralmente opuestas, de modo que se mantengan en sus justos límites: la de una obediencia puntual, para mantener el orden y el trabajo, y por otra la de libertad e independencia, propias ambas de la personalidad humana”. Por tanto, la disciplina exige obediencia por un lado y libertad para ejercer esa obediencia. Sin libertad, la obediencia es forzada, no cabe hablar de verdadera disciplina; se trata más bien de una situación de esclavitud o de una situación en la que alguien hace algo porque se ve forzado a hacerlo, sin ninguna otra alternativa.
Existen numerosas definiciones de disciplina militar, tanto a nivel de cada individuo como de una colectividad, en este caso, de una unidad o del ejército en su conjunto. Aquí, por el tema que nos ocupa, nos vamos a referir únicamente a esta última, aceptando la premisa de que la disciplina individual está incluida en la colectiva.
“Disciplina es un estado moral, mental y físico en el que todos los individuos responden a la voluntad del líder, tanto si está presente como si no”. Esta definición del ejército norteamericano resume una parte de los aspectos a tener en cuenta respecto a la disciplina, pero hay muchas más consideraciones que hacer.
La disciplina militar supone que existe orden y obediencia dentro de una unidad, un mando o un ejército. Requiere la libre subordinación de la voluntad de cada individuo al bien del grupo, para lo cual debe existir una obediencia habitual y razonada, al mismo tiempo que se conserva la capacidad de iniciativa individual y colectiva, manteniendo todas las funciones y capacidades inalteradas, incluso cuando el comandante no está presente. La forma más eficiente de inculcar la disciplina en un colectivo es infundiendo una sensación de confianza y responsabilidad de cada individuo.
Una de las manifestaciones de la disciplina es el preciso y puntual cumplimiento de los deberes y obligaciones propios del cargo. Un debate permanente es la importancia de las manifestaciones externas como parte de la disciplina. No cabe duda que el fondo es lo más importante, pero también las formas lo son, porque la ausencia de formas y manifestaciones externas de la disciplina afectará sin duda a la misma. Otro aspecto a tener en cuenta es que los ritos y ceremonias típicamente castrenses, tan importantes en la formación del espíritu de cuerpo, y las propias relaciones cotidianas entre los jefes y los subordinados, exigen unas formas y unas actitudes que en buena medida son un reflejo del nivel de disciplina existente. Por otra parte, es preciso tener especial cuidado en que las manifestaciones externas de la disciplina no pasen a ser un fin en sí mismas y se queden simplemente en eso, enmascarando una importante falta de la verdadera disciplina, y convirtiendo las relaciones personales y los actos militares en una mera manifestación circense.
La disciplina es considerada una de las virtudes militares, junto con el valor, la obediencia y la lealtad. La disciplina incluye a la obediencia, porque sin esta no puede existir aquella, o se trata simplemente de un acto automático e irracional, como se ha comentado en el párrafo anterior. Cualquier máquina es obediente en su funcionamiento a las órdenes del operador, pero eso no quier decir que sea disciplinada, porque no es racional.
El valor sin disciplina es inconsistente, irracional e improductivo desde el punto de vista militar; puede incluso poner en riesgo al resto de la unidad y puede ser en sí mismo una falta de disciplina y deslealtad.
También la lealtad está íntimamente ligada a la verdadera disciplina, hasta el punto de que no puede existir una sin la otra. La disciplina sin lealtad se convierte en una simple demostración externa, a la que nos hemos referido antes, sin ningún valor ni efecto en la eficacia ni en la cohesión militar. Sin embargo, si existe la lealtad, tiene necesariamente que existir la disciplina. De aquí se deduce que para preservar la disciplina, la lealtad debe estar asegurada a todos los niveles y en todos los sentidos, es decir, del subordinado hacia el superior y, no menos importante, la de este último hacia sus subordinados.
Teniendo en cuenta todo lo anterior, se puede evaluar el grado de disciplina que existe en un determinado ejército y en concreto en las Fuerzas Armadas españolas. Prácticamente todas las definiciones de disciplina hacen referencia a que los individuos deben adoptar una actitud para “responder a la voluntad del líder”. Pero esa voluntad no puede ser un reflejo de su capricho o libre albedrío, sino que se tiene que ajustar perfectamente a las normativas, reglamentos, leyes, etc. en vigor; por tanto, si todo el conjunto legislativo, reglamentos técnicos, tácticos y demás normas aplicables a todos los niveles no están perfectamente coordinados, son coherentes y responden con precisión a todas las situaciones que se puedan presentar, la voluntad del jefe puede no corresponder al conjunto de esas normativas existentes o desviarse de ellas, con lo que se puede generar una situación de indisciplina porque se le puede estar pidiendo a los subordinados hacer algo que va en contra de las leyes o reglamentos, o que no está contemplado y, por tanto, pueden existir dudas.
Otro de los aspectos a analizar es qué nivel existe de manifestaciones externas de la disciplina, como primer y más evidente referente del nivel de disciplina real. Habrá que evaluar el nivel de cortesía, respeto, formas, distintas manifestaciones marciales, etc. Si ese nivel es bajo, no es posible que el de la disciplina real sea aceptable. Si es elevado, habrá que averiguar si se queda en simples manifestaciones huecas de una aparente disciplina.
Si la condición imprescindible para que haya verdadera disciplina es que exista una plena e incondicional lealtad a todos los niveles y en todas las direcciones, se debe averiguar cuál es el verdadero nivel de lealtad existente. Ese nivel será, sin duda, el reflejo de si las normas, reglamentos, leyes, la política de personal, el sistema de ascensos, la asignación de destinos y puestos, etc., favorecen que se produzca esa lealtad o, por el contrario, tienden a inhibirla.
Respecto al segundo factor que aquí nos interesa, se podría decir que en una unidad existe cohesión cuando reúne una serie de características que permiten pensar que está en condiciones de ejecutar las órdenes que se le den y las misiones que se le puedan encomendar, con independencia de la situación en la que se encuentre y de los inevitables riesgos que pueda afrontar.
Es importante tener en cuenta que el grado de cohesión es indiferente a la victoria o a la derrota, porque siempre han existido casos de ejércitos derrotados que han mantenido un elevado grado de cohesión en sus unidades. No obstante, también existen algunos ejemplos de ejércitos con una débil cohesión que han logrado la victoria. Estos últimos casos son muy poco frecuentes porque la única forma para que se den es que exista una diferencia de fuerzas abrumadora, cosa que se da en muy pocas ocasiones. Esa diferencia puede compensar la falta de cohesión y, además, puede tener un efecto aún más perjudicial al producir una especie de anestesia, ya que al obtener la victoria hará que queden difuminados los defectos existentes y, por tanto, no se apreciará debidamente el valor de la necesaria cohesión. Además, cuando existe una débil cohesión se podrá ganar una batalla (siempre que exista una gran diferencia de fuerzas) pero va a ser muy difícil, si no imposible, ganar la guerra.
La actuación de Estados Unidos en diversos conflictos locales de las últimas décadas ha sido en ocasiones un ejemplo de esta situación. El paradigma en este sentido fue la Guerra de Vietnam, en la que se mezcló una dirección política errática y una falta de comprensión de la naturaleza del conflicto, con una unidades no preparadas para aquel escenario, una política de personal errónea, tanto por el reclutamiento de la tropa como por el sistema de designación de los oficiales y de los mandos al frente de las distintas unidades, tensiones interraciales importantes, fallos graves de liderazgo a nivel de pequeña unidad y un importante tráfico y consumo de drogas. El resultado fue que se ganaron todas las batallas (como no podía ser de otra manera) pero se perdió la guerra.
Lo contrario de la cohesión es la desintegración, que es la situación en la que se encuentra una organización militar cuando sus condiciones internas hacen que su eficacia en operaciones militares sea muy limitada e incluso en algunos casos, nula. Numerosos factores pueden intervenir, o ser los responsables, de la desintegración y estos variarán dependiendo del nivel de la unidad de que se trate. A nivel de compañía, un factor determinante es la falta de liderazgo por parte de los oficiales y suboficiales al mando, pero existen unos condicionantes que puede dificultar ese liderazgo, e incluso hacerlo imposible; como son las diferencias culturales, religiosas y raciales entre los componentes, las duras condiciones de vida, el propio estrés del combate, escasez de medios y armamento, conatos de motines o deserciones y el posible uso de drogas. Todo ello destruirá la disciplina, anulará la cohesión y, por tanto, la eficacia en combate.
Según se va subiendo en la entidad de la unidad esos mismos factores se van haciendo más importantes y tienen un mayor impacto en el conjunto del ejército. Si esos mismos factores productores de la desintegración tienen lugar a nivel de regimiento (o unidad equivalente), el problema que se presenta es más grave al ser una unidad más grande y afecta a muchas más personas, lo que hace prever que no se trata de un problema puntual y temporal, sino que tiene visos de presentar una situación de seria gravedad. Naturalmente, no tiene la misma importancia que un Capitán presente una grave falta de liderazgo a que sea un Coronel, porque pone en cuestión, entre otras muchas cosas, el propio sistema de ascensos, las evaluaciones y la formación de toda la institución. Si la desintegración afecta a una Brigada, o unidad equivalente, el problema es aún mucho más grave y se puede considerar que es un fallo sistémico, al afectar al mando a muy alto nivel y estar involucradas numerosas unidades componentes. Cuando se llega a ese nivel, se puede considerar que es el ejército en cuestión el que está en desintegración.
Numerosos historiadores y estudiosos sobre el tema han considerado tradicionalmente que las unidades militares mantienen su cohesión en combate como consecuencia de ciertas influencias externas, como el nivel de patriotismo, la tradición militar, determinadas ideologías y, en ciertas ocasiones, por la influencia de algunas élites o clases sociales dirigentes. Recientemente algunos especialistas han encontrado otras explicaciones que influyen en la cohesión o en la desintegración. Según esas teorías, la fortaleza o debilidad de una estructura militar depende en gran medida de las condiciones generadas dentro de la propia estructura militar. Es evidente que si se produce la desintegración de una unidad o de la institución en su conjunto, los tres factores responsables son la falta de profesionalidad de sus componentes, la falta de liderazgo y el desplazamiento de la ética puramente militar hacia la empresarial, no otros factores procedentes de la sociedad. Por supuesto, no se puede negar que existen lazos entre la sociedad y la institución militar, como no podía ser de otra forma, y además es muy conveniente que los haya, pero como ya se ha mencionado en otros artículos previos en esta misma Revista, eso no tiene nada que ver con que los códigos de valores sean diferentes en cuanto al desarrollo de su función.
Tal vez el factor procedente de la sociedad que en las últimas décadas ha demostrado tener una mayor influencia en el ámbito militar y en ciertas actitudes son los medios de comunicación, sobre todo los audiovisuales. En numerosas ocasiones, tanto la preparación como el desarrollo de las operaciones militares se pueden ver fuertemente influenciadas por el impacto político y en la opinión pública que pueden tener las informaciones dadas por los medios y eso puede afectar al resultado de la operación y de forma indirecta tener un impacto importante en la cohesión.
En cualquier caso, es preciso llegar al convencimiento de que los factores perturbadores internos a la institución militar influyen mucho más poderosamente en la desintegración de las unidades que los procedentes de la sociedad. Y es bueno que sea así, porque de esta manera no existe la tentación de echarle la culpa de los problemas a los demás y es el primer paso para intentar solucionarlos.
Anteriormente hemos mencionado que uno de los factores que condicionan la cohesión de una unidad puede ser las diferencias culturales, religiosas y raciales entre sus componentes. Por muchos esfuerzos que se hagan para limar esas diferencias, estas existirán en un estado más o menos latente, pero se pueden manifestar con fuerza en situaciones difíciles. Esas diferencias pueden tener un impacto importante cuando los individuos son naturales de países lejanos, tanto geográfica como culturalmente, pero que por diversas circunstancias han obtenido la nacionalidad y, por tanto, tienen abiertas las puertas del ejército. Será imprescindible tomar las medidas necesarias, que variarán dependiendo de las circunstancias, para evitar que puedan afectar gravemente a la cohesión.
Tte, Gral. Santiago San Antonio Copero (E.A.).
Gral. de Bgda. Joaquín Sánchez Díaz (E.A.) (R).