El mal llamado “Síndrome de Diógenes” en la progresia.

Un abandono extremo de la higiene personal y la acumulación de objetos inservibles, y basura, son los dos síntomas que primero vienen a nuestra cabeza cuando pensamos en el síndrome de Diógenes. Sin embargo, se trata de una dolencia bastante más profunda y variopinta. 

El síndrome de Diógenes, bautizado así por la geriatría desde 1975, es una enfermedad mental que afecta principalmente a personas de edad avanzada que viven solas. Se estima que la incidencia sobre este sector demográfico ronda el tres por ciento. Los síntomas característicos son: un abandono de la higiene personal, como la de ciertos políticos llamados progresistas, y de la casa, que la dejan al cuidado de la Guardia Civil, y una percepción de pobreza imaginaria que les lleva a la silogomanía, esto es, a acumular objetos creyendo que serán valiosos en un futuro. Como decimos, la pobreza es imaginaria y, frente a lo que se suele creer, los afectados no son ancianos indigentes, sino que también existen casos de gente adinerada o con un elevado nivel cultural. Los objetos almacenados son de todo tipo y, como veremos más adelante, no tienen porqué ser basuras; pero dentro de esta amalgama hay dos focos de almacenamiento especialmente significativos. El primero de ellos es la acumulación de billetes, antiguos, fuera de curso legal en el desdichado caso de padecer la enfermedad, y contantes y sonantes en los tipos en cuestión que estamos analizando; el segundo la tendencia al hacinamiento en casa ocupada de animales domésticos, generalmente perros y gatos, que acaban muriendo por falta de cuidados, inanición e infecciones. (Perroflautas en su juventud).

Veamos ahora qué relación tiene toda esta sintomática con el cinismo en general con Diógenes y con algunos políticos actuales en particular, para comprobar cómo cínicamente se ha pervertido el mensaje y la filosofía del cínico en la denominación del síndrome que nos ocupa. En primer lugar, la acumulación de objetos materiales (ya sean útiles o inservibles) es algo totalmente incompatible con el cinismo antiguo que recomienda eliminar cualquier tipo de lastre posesivo que coarte la libertad del individuo. La recomendación de Antístenes de que convenía disponer del equipaje que en el naufragio fuera a sobrenadar con uno, no puede ser más clara. Pero en Diógenes esta ligereza de equipaje se hace aún más manifiesta, como puede colegirse de su mínimo ajuar (bastón, zurrón y manto) y del tonel que le sirve de morada a la manera de un caparazón para un cangrejo ermitaño. En el tonel de Diógenes la acumulación no tiene cabida, pero la causa principal de que ésta sea rechazada es una consciente y deliberada elección de la utilidad de los objetos en función de las necesidades propias, y una eliminación de lo superfluo. En las antípodas del almacenaje del síndrome que lleva su nombre, Diógenes no desperdiciaba la ocasión de simplificar su ligero equipaje:

´Al observar una vez a un niño que bebía en las manos, arrojó fuera de su zurrón su copa, diciendo: “Un niño me ha aventajado en sencillez”. Arrojó igualmente el plato, al ver a un niño que, como se le había roto el cuenco, recogía sus lentejas en la corteza cóncava del pan´. (Diógenes Laercio)

Hemos afirmado que la patología del síndrome de Diógenes hunde sus raíces en una incapacidad de diferenciar lo valioso de lo inservible, ya que dentro del estado paranoide de pobreza imaginaria cualquier objeto puede ser necesario en un futuro. Por el contrario, difícilmente encontraremos en la historia del pensamiento casos tan claros de diferenciación entre lo valioso y lo superfluo como en el cinismo, una vez que se han seleccionado bien cuáles son las verdaderas necesidades humanas. En este caso, es imposible hablar en Diógenes de pobreza imaginaria; otra vez se situaría en el polo opuesto de su síndrome, y si de algo puede pecar es de lo contrario: de riqueza imaginaria, ya que viviendo en la desposesión es capaz de satisfacer fácilmente aquello que le parece necesario, como, parecía, en un principio, era la filosofía de estos progresistas.

De este modo, la acumulación de dinero es absurda ya que para él, Diogenes, la pasión por el dinero es la metrópoli de todos los males. Nada tiene que ver la acumulación de billetes fuera de curso por parte de los enfermos del síndrome, contantes como dije en el caso analizado, con la “invalidación de la moneda en curso” de Diógenes. En el primer caso es fruto de una confusión que lleva a otorgar valor a algo que no lo tiene, mientras que en el caso del filósofo se trata literalmente de desvalorizar algo considerado convencionalmente valioso, como el dinero, ya que en la naturaleza carece de valor alguno; y figuradamente de erradicar falsos juicios con una intención moralizante.

Creo que los argumentos expuestos son suficientes para exculpar a Diógenes de su supuesto síndrome. Veamos ahora cuál es el diagnóstico respecto a los contemporáneos. Siguiendo el criterio de George Canguilhem y de Michel Foucault, según el cual la patología es tan solo una variación cuantitativa respecto al fenómeno normal, podremos apreciar cómo el grueso de los políticos progresistas adolece de buena parte de los síntomas de los enfermos de síndrome de Diógenes, llevándolo a un extremo radical.

En primer lugar, hay que examinar la tendencia a la acumulación de objetos inservibles en nuestras casas confiando en que en un futuro serán necesarios. Creo que este es un fenómeno bastante familiar y difícilmente negable. Es un hecho evidente que la consolidación de la moderna sociedad industrial llevó aparejada el aumento exponencial del consumo y almacenamiento de recursos per cápita, y cualquier comparación con otros tipos de sociedades pretéritas y presentes no puede sino corroborar este hecho, tal y como afirmara en 1923 Henry Ford, uno de los padres del industrialismo moderno:

´Los progresos del mundo que se han producido hasta ahora iban acompañados de un importante incremento de los productos de consumo diario. En el patio de una vivienda americana se guardan, por término medio, más herramientas… que en todo el territorio de un caudillo africano. Un escolar americano está en general más rodeado de cosas que toda una comunidad de esquimales. El inventario de cocina, comedor, dormitorio y carbonera presenta una lista que incluso habría sorprendido al más suntuoso potentado de hace quinientos años…´

El incremento de los bienes personales y de su almacenaje, muchas veces indiscriminado, va acompañado de otro de los síntomas característicos del síndrome de Diógenes: la sensación de pobreza imaginaria en medio de una plétora de objetos. Esta situación es estructural y viene alentada por el funcionamiento normal del sistema capitalista que tanto critican, especialmente a través de la publicidad, que induce a la compra y el consumo de artículos innecesarios, los llamados bienes posicionales, haciéndonos creer que su carencia nos hace comparativamente pobres frente a los demás. Todo ello conduce a una loca carrera en pos de la distinción social, basada en la posesión y el consumo de determinados artículos.

Si utilizamos la terminología de Fred Hirsch, podríamos decir que el dilema de la escasez ha pasado a dirimirse no sólo en un marco material (de saturación física) sino también y fundamentalmente en un marco posicional (de permanente carencia simbólica), y por lo tanto cada vez más fuertemente social. Estos individuos valoran su bienestar material no en términos de la cantidad absoluta de bienes que tienen sino en relación con una norma social de bienes que deberían poseer.

Siguiendo con la comparación histórica o etnográfica sería pertinente contraponer este enfermizo afán por la posesión y de pobreza en medio de la abundancia en las sociedades capitalistas, con la de opulencia en medio de la escasez propia del cinismo griego y de sociedades “precivilizadas” en las que no existía la creación artificial de necesidades, ni la organización cultural de la escasez.

Vemos cómo algunos de los síntomas del síndrome de Diógenes, tales como la acumulación de objetos, el sentimiento de carencia en medio de la abundancia, la imposibilidad de discernir entre lo necesario y lo accesorio, la insatisfacción que lleva a un mayor consumo o el sentimiento de soledad son estimulados desde la sociedad capitalista, principalmente a través de la publicidad, con el objetivo de que el sistema funcione con normalidad. Todo parece indicar que la diferencia entre lo normal y lo patológico es simplemente una cuestión de grado, o ¿acaso la patología consiste en adquirir las posesiones de los basureros sin tener que pasar por caja?

Nuevamente vemos cómo estos individuos adolecen de los principales síntomas del síndrome de Diógenes: acumulación de objetos por un desaforado consumo en el ámbito doméstico, saturación del medio natural con residuos derivados de ese consumo, incapacidad de valoración y de discriminación entre lo necesario y lo superfluo y sentimiento de pobreza imaginaria que conduce a una indiscriminada adquisición de bienes posicionales estimulada por la publicidad. Sin embargo, comprobamos cómo Diógenes carece por completo de todos estos rasgos. He aquí una nueva utilización cínica y peyorativa del cinismo antiguo. La moderna sociedad al bautizar esta patología con el nombre de Diógenes ha confundido al terapeuta con el enfermo, porque es precisamente Diógenes, de acuerdo con la analogía médica de la filosofía helenística, quien enseña que el excesivo equipaje de posesiones conduce necesariamente a la insatisfacción, a la infelicidad y a la merma de libertad.

Puede considerarse que la diferencia entre lo considerado normal (la proliferación masiva de artículos de consumo y de residuos) y la patología (el síndrome de Diógenes) sea simplemente una cuestión de grado y no de esencia. Pero eso no excluye que estos políticos presenten el cuadro patológico examinado, aunque implique el funcionamiento racional de un modelo vital que consideramos normal. La constatación de que el actual modelo de consumo y de producción de residuos esté institucionalizado, en nada contradice la existencia de la patología por muy asimilada que la tengamos.

´El hecho de que millones de personas compartan los mismos vicios no convierte esos vicios en virtudes; el hecho de que compartan muchos errores no convierte a éstos en verdades, y el hecho de que millones de personas padezcan de las mismas formas de patología mental no hace de esas personas gentes equilibradas´.

Como hemos afirmado al principio, al describir el cuadro sintomático sobre el síndrome de Diógenes, dos de las mayores dificultades para el tratamiento del problema consisten en el rechazo de los afectados a la ayuda social que se les ofrece en sus inicios, y el difícil dictamen desde la psiquiatría sobre si el síndrome de Diógenes es una enfermedad o un estilo de vida. Precisamente estos dos factores son los que también dificultan la curación de la sociedad, al hacer oídos sordos ante los terapeutas como Diógenes (a quien se confunde con el enfermo), y al considerar la devastación que hace y no como una enfermedad sino como un incuestionable estilo de vida de nuevos ricos.

Enrique Area Sacristán

Teniente Coronel de Infantería.

Doctor por la Universidad de Salamanca

Compartelo:
  • Facebook
  • Twitter
  • Google Bookmarks
  • Add to favorites
  • email

Enlace permanente a este artículo: https://www.defensa-nacional.com/blog/?p=4852

Deja una respuesta

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.