Conocemos como basílica al templo de culto religioso de cierta importancia y categoría y que, debido a ello, tiene ciertos privilegios frente a las iglesias comunes.
Curiosamente, ese sentido de albergar un edificio religioso, se le comenzó a aplicar a partir del siglo IV d.C., tras el Edicto de Milán del año 313 (con el que se permitía la libertad de culto y se dejaba de perseguir a los cristianos) y el Concilio de Nicea del 325 (en el que se sentaron las primeras bases de lo que con el tiempo ha desencadenado en el cristianismo tal y como lo conocemos hoy). Desde entonces aquellas edificaciones de la Iglesia Católica de cierta relevancia empezaron a ser conocidas como ‘basílicas’.
Pero el término ‘basílica’ no surgió de la religión, sino que fue adoptado del que se utilizaba durante los tiempos de la Antigua Roma con el que se designaba de ese modo al ‘edificio público que servía a los romanos de tribunal y de lugar de reunión y de contratación’ (tal y como se define en el diccionario de la RAE).
Y los antiguos romanos no fueron quienes acuñaron el término en latín ‘basilĭca’ para hacer referencia a ese tipo de edificio, sino que ellos lo tomaron desde el griego ‘basilikḗ’ (βασιλική), cuyo significado era ‘regia’, ‘real’ y el cual hacía referencia al salón del palacio del rey en el que se celebraban las coronaciones o se realizaban la audiencias más importantes.
Al mismo tiempo, provenía del término ‘basiléus’ que era cómo se designaba al palacio en el que vivía el rey de Bizancio (aproximadamente hacia el siglo V a.C.) y en el que atendía a los súbditos.
El significado literal de ‘basiléus’ era ‘asiento del pueblo’, compuesto etimológicamente por ‘basis’ (asiento, base) y ‘laós’ (pueblo) y hacía referencia al lugar al que acudía el pueblo para hablar con su monarca y de ahí que el término ‘basileos’ fuese un título de origen griego utilizado para hacer referencia a distintos tipos de monarcas durante la antigüedad.
Por Alfred López. «El listo que todo lo sabe»