Esto no forma parte de la política más que por omisión de deberes.

Leo, sin inmutarme, en los medios de comunicación, que el yerno del proxeneta ha dado ordenes a sus canallas de que callen en el problema Catalán y el vasco así como la amnistia encubierta a la trama ERE de Andalucia, como si no fuera con ellos, porque es responsabilidad del Tribunal Constitucional; políticos delincuentes.

Por poner un ejemplo folclórico del problema, que va más allá de la política, según explicaba Jesús Lainz, la sardana empezó a ser bailada en todas las localidades catalanas como acompañamiento de los actos del catalanismo político y cultural. En un principio, dice, causaba extrañeza entre la población que jamás había tenido conocimiento de su existencia. Ya en tiempos de la II República el escritor Julio Camba explicaba la celebración de la promulgación del Estatuto catalán a ritmo, como no, de sardana: «Hace veinte años, algunos naturales del Ampurdan solían reunirse los domingos para bailar la sardana, y los barceloneses se morían de risa contemplando el espectáculo de su futuro baile nacional».

Este es tan solo un ejemplo de cómo un hecho cultural practicado por una exigua minoría se convierte, por arte de la estrategía política del nacionalismo, en seña de identidad de un colectivo humano que nunca lo conoció y al que se logra convencer de que es parte indisoluble de su alma como pueblo, distinta de la de los pueblos de los alrededores. Y, simultaneamente, se hace olvidar, igúal o más auténticas tradiciones culturales, pero a las que no se ha conferido la virtud etnificadora: en el caso de Cataluña, la jota, por pecar de extendida por otras regiones españolas.

Y lo mismo puede decirse de los muy conocidos y hermosos castellers, tradición propia de unas pocas comarcas de la provincia de Tarragona, totalmente ajena en la mayor parte de Cataluña, y que hoy se considera parte central del volkgeist de la nación catalana. Nadie en Cataluña ignora que en buen número de las asociaciones dedicadas al fomento de todas estas manifestaciones folclóricas hay un claro interés del nacionalismo político.

En otro lugar, Vascongadas, Estornés Lasa ve en las danzas y saltos de los habitantes del norte peninsular que describió Estrabón el origen de los actuales bailes vascos, y la flauta y trompeta del geógrafo griego son traducidos directamente por el autor como txistus.

«Comen sentados en asientos construidos alrededor de las paredes, ocupando los puestos de más respeto a tenor de la edad y dignidad; los alimentos se hacen circular en derredor; mientras beben bailan los hombres en grupo al son de la flauta y trompeta, ya saltando en alto ya cayendo en genuflexión.»

Pero como los nacionalismos son esencialmente irreflexivos y expansivos, la colisión está garantizada, pues galleguistas hay que en dicho párrafo estraboniano han descubierto el origen de la muñeira.

Pero no se frena ahí la imaginación sino que cualquier manipulación es válida para afirmar la diferencia y, a ser posible, la superioridad cultural de las neonaciones ansiosas por demostrar su no españolidad. Y que mejor que tachar de africano a todo lo que no tenga que ver con ellas.

Éstos y otros muchos son ejemplos de la utilización del folclore y la cultura popular con fines políticos en la que los nacionalismos han demostrado con envidiable insistencia su maestría. Sólo una mentecata cortedad de miras con ínfulas políticas puede hacer de los cantos, las danzas, la indumentaria o las costumbres, elementos caracterizadores de naciones y exigencias de incompatibilidad con los de la comarca vecina, por bailar o vestirse diferente, por cocinar el pescado de un modo u otro, o por tener el santo más milagrero. ¿Dónde está el vínculo lógico entre estas características y la necesidad de un marco estatal propio?

Pero lo malo de todo es que estos vínculos ilógicos creados por el nacionalismo no han tenido respuesta política-cultural por aquellas instituciones de la Nación cuya responsabilidad primera y última es mantener intacto el sentir y la historia de los españoles en vez de bailar al son de la sardana, montar casteller o tocar el txistu como sucede actualmente con todos los problemas fiscales, sanitarios, políticos y sociales que se le plantean a la Nación española. Eso es hacer política y no hacer callar a quien tiene la responsabilidad última de defender la unidad de España como el Ejército y la legalidad vigente como el Tribunal Constitucional, la Fiscalía o la Guardia Civil, por poner un ejemplo.

Lo peor es que el gobierno delincuente de la Nación baila al son que le marca el folclore de los nacionalistas vascos y catalanes. Esto no forma parte de la política más que por omisión de deberes.

Enrique Area Sacristán.

Teniente Coronel de Infantería. (R)

Doctor por la Universidad de Salamanca

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