La mentira y el lenguaje de la política.

Según Carson, una persona S dice una mentira a otra persona S1 si y solo si: 1) S hace un enunciado X a S1, 2) S cree que X es falso o probablemente falso (o alternativamente, S no cree que X sea verdadero), 3) S enuncia X en un contexto en el cual S le garantiza la verdad de X a S1, y 4) S no se toma a sí misma como si no estuviera garantizando la verdad de aquello que dice a S1.

Por un lado, el concepto de garantizar la verdad del enunciado permite incluir los casos de las mentiras para el registro (on record) y de las mentiras descaradas, pues lo que se hace cuando se miente es romper una convención en vigor en contra de la expresión de enunciados falsos, la cual opera independientemente de las intenciones o probabilidades del engaño (Carson, 2010, pp. 20-24). Por otro lado, cuando el mentiroso traiciona la confianza de su audiencia, puede hacerlo, o bien porque ofrece un contenido que cree falso, o bien porque hace creer a su audiencia que el valor veritativo que él le atribuye al contenido del enunciado que hace es diferente al que realmente le atribuye.

Sin embargo, la definición de Carson y, como mostraré ahora, una gran cantidad de definiciones sobre la mentira común, son insuficientes para capturar lo que es peculiar a la mentira política. Para empezar, usualmente las definiciones de la mentira común dejan por fuera dos grandes grupos de actos de habla de los políticos por los que usualmente son acusados de mentir: i) la mentira por desorientación y falsa presuposición y ii) la mentira por ironía y lenguaje figurado o “en código”.

  1. Mentira por desorientación y falsa presuposición: Las definiciones comunes excluyen aquellos enunciados que el mentiroso considera estrictamente verdaderos, o al menos que no considera falsos, pero que expresa buscando que su audiencia infiera afirmaciones que son, o que él cree, falsas. Quienes recurren a esta clase de enunciados mentirían porque deliberadamente inducen a error a su audiencia, ya fuere desorientándola mediante alguna implicatura conversacional (Meibauer, 2005; Saul, 2012), o ya sea sugiriendo una falsa presuposición (Meibauer, 2014). No es sorprendente que los políticos mientan de estas formas, pues como anota Meibauer (2011, p. 283), así dejan abierta la posibilidad de evadir acusaciones con la excusa del malentendido.
  2. Mentira por ironía y lenguaje figurado o “en código”: Otra clase de enunciados que las definiciones en cuestión no cubren son las expresiones irónicas. En este tipo de casos, el hablante miente, a pesar de que no lo hace mediante afirmaciones contrarias a lo que cree verdadero. La idea de que también se miente mediante ironía es defendida por David Simpson (1992), quien la ilustra mediante el siguiente ejemplo. Hay un hombre que sabe que hay ladrones en el camino. Cuando otro le pregunta si los hay, él responde que efectivamente los hay, pero exhibiendo signos de ironía (Simpson, 1992, p. 629). El otro individuo capta esos signos e infiere que no hay ladrones en el camino. Suponiendo que los signos irónicos no fueron accidentales, parece correcto decir que aquel hombre mintió. Una ventaja interesante de esta forma de mentira es que deja abierta la posibilidad de que el mentiroso evada su responsabilidad de una forma más efectiva que mediante la mentira por desorientación o por falsa presuposición, pues la defensa del mentiroso irónico sería que, en efecto, dijo literalmente la verdad. ¿Se miente de esta forma en política? Considérese el siguiente pasaje de Alexandre Koyré:

Es verdad que Hitler (como los otros caudillos de estados totalitarios), anunció todo su programa de acción públicamente. Pero porque sabía que sus declaraciones no serían tomadas en serio por los no iniciados, precisamente así, diciéndoles la verdad, estaba seguro de engañar a sus adversarios (Koyré, 1945, p. 296).

El comentario de Koyré es relevante para comprender la mentira en política. Un rasgo llamativo de la mentira mediante ironía es que permite al mentiroso engañar solo a una parte de la audiencia, mientras que, al tiempo y mediante el mismo enunciado, reafirma la confianza de otra. En efecto, en casos típicos de ironía, se pretende que la audiencia comprenda exactamente lo contrario de aquello que literalmente se dice.

Williams (2005) sugiere una idea similar al preguntarse si la política puede entenderse como un método de búsqueda y transmisión de la verdad. Los procesos y sistemas políticos no están, por su naturaleza, pensados para asegurar el descubrimiento o la comunicación de la verdad. Más bien, idealmente, los sistemas políticos están diseñados para la toma justa y eficiente de decisiones. Es por ello por lo que nadie se sorprende de que los actores políticos no sean modelos de transparencia, o de que las reglas de su práctica se alejen considerablemente de las reglas de la práctica científica o filosófica. Desde luego, como también apunta Williams (2005, p. 162), hay ciertos tipos de investigación y comunicación de la verdad que son imprescindibles para cualquier clase de intercambio lingüístico, y más aún, para los intercambios que tienen lugar cuando se administran recursos. Como mínimo, es deseable que cualquier método de investigación evite el razonamiento ilusorio (“wishful thinking”) (Williams, 2005, p. 156) y que aspire, en cuanto sea posible, a generar resultados “tales que P (si P) y que no P (si no P)” (Williams, 2005, p. 156); Y, en efecto, la administración burocrática de recursos es algo que ciertos políticos hacen, o a lo que al menos contribuyen normalmente, cuando se definen los detalles de las políticas públicas o cuando tienen que entregar información relevante para su ejecución y control. Pero si se piensa en su uso más visible en política, el lenguaje sirve allí a fines que tienen que ver más con el manejo del desacuerdo, la superación de los conflictos de valores y el logro de acuerdos entre intereses rivales, que con las virtudes de la veracidad.

Nótese que esta observación sobre el uso del lenguaje en la política no significa un compromiso con una definición particular de lo político. Casi cualquier definición de lo político admitiría la idea de que el uso del lenguaje en la política no es igual a su uso en la investigación científica y que tiene que ver con la acción, más que con las creencias. La conclusión que quiero señalar por el momento es que una definición de la mentira política debería atender al uso especial que predominantemente se le da al lenguaje en política. El lenguaje en política se usa para persuadir, aunque esto no significa que la persuasión sea intrínsecamente mendaz. La pregunta que surge, entonces, es por la naturaleza específica de la mentira política. Si no es en la desviación deliberada en el uso literal y veraz del lenguaje, entonces, ¿en qué consiste?

Enrique Area Sacristán.

Teniente Coronel de Infantería.

Doctor por la Universidad de Salamanca.

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