Respetadísima Ministra Ñoña: dada la postura que tomó en el cierre de la morgue del Palacio de hielo el 1 de mayo del año pasado, en Madrid, le hacía un detallado análisis de lo que creía le impulsó a dicha decisión de marcharse en pleno desarrollo del Acto de toque del Himno Nacional, que rectifico completamente, aunque por respeto a los que no lo leyeron, lo vuelvo a explicar al principio de este artículo.
A pesar de la edad de la persona, ya sea joven o anciano, existen varios factores que tienen en común quienes viven con incontinencia. Puede llevar al aislamiento. No es un tema fácil de discutir. En muchas ocasiones, las personas se encuentran renuentes a discutirlo con sus médicos. Si el médico no lo habla directamente con el paciente, las probabilidades indican que el paciente tampoco lo hará. Es común que el paciente que tiene pérdida del control urinario, también tenga incontinencia fecal. A pesar de que reconozcan la incontinencia urinaria, en muchas ocasiones no quieren reconocer que también tienen incontinencia fecal.
Se requiere de mucho valor para que una persona admita que está presentando incontinencia. Este desorden está muy estigmatizado. Para la persona que lo está padeciendo, admitir que sufre de incontinencia parecería ser más bien una confesión y no una declaración de hechos. En demasiadas ocasiones, después de tomar el valor necesario para hablar sobre su incontinencia, la persona se enfrenta con un desinterés o con una falta de conocimiento, respuesta que solo sirve para aumentar sus sentimientos de desesperación y aislamiento. Es importante que el reconocimiento de la incontinencia sea manejado con empatía y una gran muestra de apoyo.
Es primordial que las personas que se encargan del cuidado del paciente, reconozcan el impacto psicológico que la incontinencia puede tener sobre la vida de una persona. En múltiples ocasiones, el único enfoque es controlar las heces sin darle la importancia necesaria al impacto psicológico, social y de calidad de vida de esa persona.
La incertidumbre de vivir con la posibilidad inminente de tener un episodio de incontinencia puede incapacitar a la persona. Es difícil que las personas que no padecen de este trastorno entiendan su verdadero impacto.
Muchas personas que sufren de incontinencia sienten que la mayoría de sus vidas giran alrededor de tener un baño cerca.
La sensación de libertad y de estar bajo control llega cuando cuentan con programas individualizados para el manejo de esfínteres, y con estar preparados ante la eventualidad de presentar un episodio de incontinencia en un lugar público. La incontinencia en público es generalmente el peor temor que sienten las personas.
Ese temor proviene de los sentimientos de vergüenza, pena, humillación y coraje que generan los episodios de incontinencia. Es difícil controlar esta gama de emociones y al mismo tiempo llegar a un baño, limpiarse, cambiarse la ropa, y volver a la actividad como si nada hubiese sucedido, sabiendo todo el tiempo que puede volver a suceder en cualquier momento. El adulto mayor también se ve ante la imposibilidad de llegar al baño con rapidez, la falta de agilidad, y en ocasiones la necesidad de que alguien los ayude. Todo esto se suma a la frustración de vivir con la incontinencia.
El manejo de la incontinencia depende de una variedad de factores. La aceptación y el apoyo son factores primordiales en su manejo. Existen ajustes y concesiones que tienen que existir. Para que los individuos lleguen a aceptar su trastorno, deben sentirse seguros de que aún existe una buena calidad de vida para ellos.
El nivel de aceptación ante este padecimiento puede variar entre las distintas personas. Algunas sienten que han llegado al fin de sus vidas y se entregan a esos sentimientos de pérdida de control. La incontinencia es inaceptable y ellos carecen de habilidad para sobrellevarlo. Seguramente no cuentan con un sistema de apoyo que reconozca lo difícil que es la incontinencia. Como resultado, estas personas se enojan o se vuelven pasivas e intentan poco esfuerzo para ayudarse o no lo intentan del todo.
El coraje puede ser constructivo para algunos. Puede llevar a las personas a tomar acciones de forma positiva. De hecho, está bien sentir coraje; es de esperarse. La incontinencia es una pérdida y necesita reconocerse como tal. Las personas podrán necesitar buscar ayuda profesional para hacer este ajuste.
Las personas con incontinencia pierden la habilidad de ir a donde quieran y hacer lo que desean sin pensar en la cercanía de un baño. Se pueden volver inactivas. Su desplazamiento puede verse limitado; podría llegar a suceder que ya no quisieran utilizar los autobuses o los aviones, como medios de transporte, por dar un ejemplo. Algunas personas sienten que han cambiado de identidad como resultado de su incontinencia. Sienten que han sido controlado/as por esta enfermedad.
El apoyo para las personas con incontinencia es de primordial importancia. Las personas pueden sentirse fortalecidas y mejor preparadas para manejar su incontinencia si no se sienten solos ni con temor para expresarse.
Todos los miembros de la familia o los que cuidan de estas personas necesitan informarse sobre el tema para que puedan dar mayor apoyo, no solo en el manejo físico, sino también en los aspectos emocionales.
Es la única razón que encuentro para que tomase esa decisión tan irrespetuosa con los vivos y con los fallecidos y, en general, con todo el pueblo español en tan dolorosas circunstancias. Si esa es la razón, no se preocupe. Nosotros, los militares, sus hijos, sus nietos y demás familia, le comprendemos si es este el caso.
Pero tras las últimas noticias publicadas en este blog y las pruebas de todo tipo que están contra usted relativas a su participación en el encubrimiento de varios asesinatos y demás «triquiñuelas» de poca importancia para un socio comunista corrupto como usted, como los delitos que se le imputan de evasión de capitales, prevaricación, organización para delinquir…, (caso Royuela) en base a denuncias entregadas en los juzgados por un juez de cuyo nombre no me acuerdo, me temo que sus problemas para respetar a los muertos y a los vivos que mantienen su duelo el día de autos no fue por problemas de incontinencia urinaria, sino por el espíritu de incontinencia definido por Aristóteles al compararla con la intemperancia, falta de templanza; dígase de su pluma:
«La incontinencia, como ya he dicho, no crea remordimientos; el incontinente permanece fiel a la elección reflexiva que ha hecho. Pero, por lo contrario, no hay hombre intemperante que no se arrepienta de sus debilidades; y así el intemperante no es por entero lo que podría creerse en vista de lo dicho más arriba. El uno es incurable, el otro puede curarse de su vicio. La perversidad que campea en los incontinentes se parece bastante a la hidropesía y a la tisis, es decir, a las enfermedades crónicas; la intemperancia se parece más bien a un ataque de epilepsia. La una es constante; la otra no es un vicio continuo. En una palabra, la intemperancia y el vicio propiamente dicho son de un género enteramente diferente. La perversidad, la incontinencia, se oculta a sí misma y se desconoce; la intemperancia no puede ignorarse. De semejantes hombres, son menos malos quizá los que salen fuera de sí a causa de la violencia de las pasiones; valen más que los que conservan su razón y sin embargo no se someten a ella. Estos últimos se dejan vencer por una pasión que es menos fuerte y por la que no son sorprendidos sin haber reflexionado antes, al contrario de lo que sucede a los otros. El intemperante se parece mucho a los que se embriagan en un instante con poco vino, con menos de lo que acostumbran a beber los demás hombres.
Este es precisamente el intemperante, el cual aparece menos degradado que el incontinente; y no es absolutamente perverso; porque el principio, que es lo más precioso en el hombre, subsiste y sobrevive en él. El otro, de un carácter completamente opuesto, se ha conservado en su estado natural, si no ha salido de él ni aun en medio del extravío de la pasión.
En vista de lo que precede se puede concluir evidentemente, que la disposición moral del intemperante es todavía buena, y que la del incontinente es completamente mala», como la suya. A su equivocada por mí, incontinencia urinaria, le uno la incontinencia espiritual definida por Aristóteles, razón fundamental de su falta de respeto por la muerte de los semejantes.
Es usted, claramente, una sinvergüenza nacida para delinquir que, espero, acabe entre rejas, Margarita.
Enrique Area Sacristán.
Teniente Coronel de Infantería. (R)
Doctor por la Universidad de Salamanca.