Al Gobierno.

Dañosas las discusiones, aun doctrinales, aun técnicas, más perjudiciales en los momentos en que vivimos, son todavía las criticas de la conducta, y sobre todo de la labor ajena cuando estas son infundadas; no así las que son fundadas y verdaderas; rara vez son extrañas a ellas ciertas inconfesables pasiones, ocultas, quizás, en el subconsciente, pero vivas siempre, y más dañosas cuanto más solapadas como ocurre con las falsedades de vuestro gobierno; yo huyo de las ocasiones en las que pueda caer en ellas, porque son de aquellas al decir de Dante, “o v´epiu bello tacere che dire”. No des, si digo de mi, un filo a la lengua, porque pudiera volverse contra ti; pero no quiero con ello inclinarme a dejar de juzgaros, aunque solo sea porque la necesidad de hacerlo se me impone para seleccionar mi futuro voto, mis amistades y para proceder discretamente en el trato con ellas; sin olvidar que para soportaros los seres de mentalidad diferente deben evitaros, puesto que en cuanto se os frecuenta en los medios de comunicación, las diferencias humanas y psicológicas entran en conflicto.

Todos los hombres tenemos cualidades comunes, aunque me cabe la duda que vosotros las tengáis, pero en cada hombre toman un carácter particular, adquiriendo el valor de un resorte que es preciso conocer y saber manejar para conducirse con acierto en tales trances como el que nos estáis haciendo sobrevivir; bien entendido que, aun antes que en los demás que no piensan como vosotros, deberéis conoceros a vosotros mismos.

Vano sería que pretendiese hablaros de este asunto dada la promiscuidad de mentiras con las que os justificáis e injurias que realizáis contra aquellos que no se ajustan a vuestra indescriptible conducta; harto más acertado, y más fructuoso para todos, será que emplee mi pluma en copiar aquí lo que en oportunidad semejante escribía Balmes.

Preciso es juzgar con aplomo y con elementos de juicio suficientes como vosotros nos habéis armado, “Nada más arriesgado que juzgar de una acción, y sobre todo de la intención, por meras apariencias; el curso ordinario de las cosas llevan tan complicados los sucesos, los hombres se encuentran en situaciones tan varias, obran por tan diferentes motivos, ve los objetos de maneras tan distintas, que a menudo nos parece un castillo fantástico, lo que examinado de cerca, y con presencia de las circunstancias, se halla lo más natural, lo más sencillo y arreglado”.

 Sencillo y arreglado que vosotros habéis convertido en complicado y desorganizado.

Piensa mal y acertarás, dice la gente, y más de cuatro veces me he sentido inclinado a decir con ella dadas las extravagantes y poco científicas “soluciones” que habéis tomado en perjuicio del pueblo. Juzgándoos con espíritu imparcial, justo y humano, pero sobre todo racional, es casi irresistible mi inclinación a calificaros como mentirosos tomando como referencia las falsedades y mentiras que nos habéis transmitido por vuestros medios de comunicación; pero es preciso hacer abstracción de vuestra personalidad delictiva despojándoos de vuestras ideas y de vuestros afectos, y tratando, por el contrario, de conocer vuestra falta de inteligencia, vuestras malas inclinaciones, vuestra falta de moralidad, vuestros indescriptibles intereses y todos los factores que han podido influir en la toma de vuestras decisiones. Y en aquellos casos en que, con carácter fiscal, nos veamos en la dolorosa precisión de investigar o de juzgar vuestra conducta dudosa, no olvidaremos vuestra condición de responsables de dirigir el barco de la Nación, idea fundamental del respeto que debéis al cargo que ocupáis y a la responsabilidad a que él lleva en perjuicio o beneficio de España.

Enrique Area Sacristán.

Teniente Coronel de Infantería.

Doctor por la Universidad de Salamanca.

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