El alma y su función más alta, la razón.

Todo lo que llevo dicho sobre la milicia, la socio-política y los nacionalismos, con todos los problemas que ello me ha causado en la vida militar en activo y, en la reserva y, ahora, en el retiro, con 1000 artículos escritos y publicados, basado en mi experiencia y profundo sentimiento personal como vasco y español desde mi juventud, en la que viví la lacra del terrorismo muy de cerca, pasando por mi formación, progreso y civilización en las academias militares, está sustentado en la búsqueda y resolución del problema vasco y catalán; de la búsqueda de una verdad científica desde el punto de vista de la sociología.

Inseparable del Ejército y de España, a los que dedico mi vida junto a Dios y la familia, este problema me ha conducido a componer un método de vida y a formar un plan de trabajo y de estudio, base única sobre la que se puede asentar la resultante de un carácter, es decir, un sistema de conducta, un reducido número de convicciones fijas que han formado el cuadro dentro del cual se han movido todas mis acciones, para librarme de las complicaciones a que uno se expone obrando al “quizás”, “tal vez” o “posiblemente”. “Es cierto, dice Balmes, que la variedad de acontecimientos y circunstancias y la escasez de nuestra previsión nos obligan con frecuencia a modificar los planes concebidos; pero esto no impide que podamos formularnos, no autoriza para entregarse ciegamente al curso de las cosas y marchar a la aventura. ¿Para qué se nos ha dado la razón sino para valernos de ella y emplearla como guía en nuestras acciones?”.

Y para algo más; para que cada uno, con arreglo a la suya, defina, en su mente, las ideas generales fijas a que he aludido, y forme sobre cada “asunto” una opinión. Lejos estoy, con lo que he escrito y dicho, de aconsejar a nadie, como virtud, el vicio de ciertos sujetos que se creen en todos los momentos en posesión de la verdad y hacen gala de no renunciar jamás a sus convicciones, ni de reconocer otra razón que la suya. La firmeza de mis ideas y de mis sentimientos no me ha exigido esa fidelidad exagerada a la propia razón; lo que ayer me parecía una verdad indudable como la traición de vascos y catalanes a nuestra Nación que creíamos “la nuestra”, acaso hoy, con nuevos conocimientos, teorías, nuevos métodos y medios de investigación, me parecería falso. Pero la vida del hombre es tan breve, las adquisiciones de nuevas ideas fundamentales se verifican tan de raro en la sociología, que aquellas, en reducido número, que nos sirven verdaderamente de norma, podemos, salvo pocas excepciones de persona, de lugar y de tiempo, considerarlas como inmutables. Pero en lo que son opiniones de sucesos, de hombres o de hechos, no me duele haberme rectificado en la razón. El alma y su función más alta, la razón, exigen vida, y la vida es movimiento, no inercia; un hombre no es en el Ejército y en la sociedad en general, una piedra que allí donde se la coloca permanece inmóvil hasta que alguien vuelve a moverla.

Discurriendo así, he sabido guardar una alta consideración a las ideas de los demás, incluso las del enemigo de mi Nación, que no tocaran, naturalmente, a las fundamentales, inmutablemente verdaderas; si no son las suyas, pueden haberlo sido, o pueden acaso, serlo más adelante; y esta consideración me ha bastado y me basta para preservarme de la liviana y frágil tentación de arrastrar hacia mí el pensar de los demás, de la más leve ambición de acaudillar voluntades de pequeños grupos, ni de grandes masas, fuera de las que la Ley ha puesto bajo mi autoridad como Oficial y con las limitaciones que el ejercicio del mando impone.

Sobre cuando se está realmente en posesión de la verdad y de la razón, las voluntades se sienten atraídas sin que uno mismo haga nada para lograrlo; y en tal caso se hacen ciertas estas palabras de Balmes, con cuyo significado literal estoy completamente de acuerdo: » Téngase por cierto que quien… proceda con sistema, quien obre con premeditado designio, llevará siempre notable ventaja sobre los que se conduzcan de otra manera; si son sus auxiliares, naturalmente se los hallará puestos bajo sus órdenes y se verá constituido su caudillo sin que ellos lo piensen ni él propio lo pretenda; si son adversarios o enemigos, los desbaratará, aún contando con menos recursos”.

Nuestro concepto del deber y el cauce marcado a la conducta siempre nos alejaran de caer indebidamente en la esfera de atracción de otras ideas descompuestas. La opinión que a los demás merezcan no nos inquietan, y nada nos apartará de nuestras convicciones más profundas si no es el reconocimiento del error. Decía, según Plutarco, Fabio Máximo: “Entonces sería yo más tímido que ahora, si por miedo a los dicterios y de ser escarnecido me apartara de mis determinaciones”.

«La primera regla que se ha de tener presente es no juzgar ni deliberar con respecto a ningún objeto mientras el espíritu está bajo la influencia de una pasión relativa al mismo objeto…» «…De estas observaciones nace otra regla, y es que al sentirnos bajo la influencia de una pasión, hemos de hacer un esfuerzo, para suponernos por un momento siquiera, en el estado en que su influencia no exista. Una reflexión semejante, por más rápida que sea, contribuye mucho a calmar y a excitar en el ánimo ideas diferentes de las sugeridas por la inclinación ciega».

La predicación de la cordura ante la pasión pierde siempre en el primer encuentro, pero vence a la larga; y con esta certeza tengo aliento para mantener con constancia mis posiciones que no son otras que la defensa de Dios, la Patria, la familia y el Ejército.

Enrique Area Sacristán.

Teniente Coronel de Infantería. (R)

Doctor por la Universidad de Salamanca.

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