El maridaje entre la iglesia vasca y el nacionalismo sabiniano, comentado en otros artículos, se hizo posible, en primer lugar, por el interés material común de mantener el control sobre la Euskadi rural; la extensa red clientelar de “parrokio-kavernas” que constituyen, de un lado, un vivero de votos para el nacionalismo y, de otro, de vocaciones para la iglesia, vocaciones que en la actualidad no existen- prueba de ello es la soledad de los Seminarios Vascos. Pero al mismo tiempo, en él confluyen los aspectos más reaccionarios de la moral retrógrada y cavernícola que unos y otros comparten. El ejemplo más palmario de esto lo constituye la posición que ambos mantienen a finales del XIX ante la extensión en Vascongadas del “bailar al uso maketo, como es el hacerlo abrazado asquerosamente a su pareja”.
“Al norte de Marruecos hay un pueblo cuyos bailes peculiares son indecentes hasta la fetidez (…) al norte de este segundo pueblo hay otro cuyas danzas nacionales son honestas y decorosas hasta la perfección”.“El baile ¡agarrao! hay que rechazarlo con firmeza porque está prohibido por Jaungoikua”.“(…) es necesario que a la faz de Euskadi y del mundo hagamos saber nuestro odio y aborrecimiento a ese baile inmundo, aprobando y haciendo público el siguiente artículo: Todo socio de este Batzoki, del que se tenga noticia de haber bailado Îel agarrao¡, será expulsado de la sociedad”. Los alcaldes nacionalistas de Zamudio, Ajanguiz y Arrankudiaga al publicar bandos prohibiendo “el asqueroso baile que llaman agarrao”, no hacen más que seguir la estela del misionero jesuita que en 1897 se flagela públicamente en la plaza mayor de Bergara en reparación del “enorme pecado” de que en las fiestas se haya bailado el “agarrao”. Si el roce y el contacto de la“raza euskariana” con la española era para Sabino Arana la peor de las desgracias, el roce y el contacto de los sexos que propicia el “agarrao” es el camino sin retorno a la condenación del infierno. Si las razas deben permanecer separadas para mantenerse puras, tanto más necesario resulta que las personas de distinto sexo eviten el roce para mantener“ la honestidad y el decoro” de la raza euskalduna.
La simbiosis entre las posiciones ideológicas cavernícolas de Sabino Arana y la Iglesia es total en todos los ámbitos. Así, de la mujer afirma Arana que“es vana, superficial, es egoísta, tiene en sumo grado todas las debilidades propias de la naturaleza humana”. Frente al avance del progreso, de la modernidad hacia la que se encamina el mundo a finales del siglos de siglo XIX afirma que: “La generalidad de los hombres debe leer muy poco, porque es muy poco aquello para cuya perfecta comprensión posee principios y luces la mayoría de los hijos de Adán. Muchas de las aberraciones que se deploran en la sociedad humana, no reconocen otra causa que el excesivo afán que hay por leer toda clase de escritos”.
Los mantenedores del orden moral pretenderán marcar estrictamente las barreras y exigirán adhesión a una sola: el baile a lo suelto.
“…una de las mayores obras de corrupción aquí, en Pamplona, ha sido estos últimos años la propagación de esos bailes agarraos. Sabemos bien que han causado estragos espantosos en las almas y en los cuerpos, y que jamás podrán fustigarse con la energía y dureza que se merecen”
El primer nacionalismo vasco en esta materia, fiel seguidor de los dictados de la Iglesia y tratando asimismo de evitar todo lo sospechoso de origen foráneo, es firme defensor del baile al suelto y enemigo acérrimo del baile al agarrao:
“Hasta aquí, perfectamente; pero apenas se ocultó el sol, comenzó el concierto nocturno de música y de tamboril, y con él, el asqueroso baile importado por el pueblo de chulapones y toreros.
Es peor meneallo, pues huele, y no á ambar (sic)”.
Pero asumió, con gran energía y capacidad de atracción sobre la juventud, que la danza popular constituía un instrumento propagandístico de primera magnitud, auténtica manifestación de las características esenciales de la raza vasca.
En un comienzo otras danzas fueron las elegidas como símbolo euskadiano. La Dantzari dantza del Duranguesado cumplió esa función, aunque ya se consideraron el fandango y el arin-arin, que en el siglo XIX habían sido tildados por varios autores de foráneos y procaces, como aceptables frente a la invasión del baile a lo “agarrao”.
La fundación de la Asociación de Txistularis del País Vasco en 1927 será una gran ayuda en la tarea de rechazar el baile a lo “agarrao” y proponer el fandango y el arin-arin como la danza de parejas apropiada para la juventud vasca. En el primer boletín publicado, marzo-abril de 1928, un artículo, al parecer obra de la dirección del mismo, titulado Un tesoro que se pierde. Moralidad y danzas públicas, dice así:
“La Asociación de Chistularis ha dirigido a los Excmos. Sres. Gobernadores Civiles, y Presidentes de Diputaciones de las provincias hermanas, sendos escritos interesando su acción contra la inmoralidad pública en los bailes. Hasta el momento presente hemos recibido dos cariñosos oficios de los Sres. Gobernadores Civiles de Vizcaya y Guipúzcoa en contestación a aquéllos”.
Los txistularis serán auténticos misioneros de la cruzada a favor de las danzas honestas:
“Chistularis, ¡atención!: Hemos recibido varias quejas de particulares (…) referentes a que hay algunos chistularis —pocos, gracias a Dios,— que interpretan con el txistu piezas de baile agarrado, y lo que es más grave consienten que en su presencia y mientras tocan ellos se baile de aquella manera. Esto es reprobable”.
La aparición en estos años de la pareja denominada trikitrixa, formada por el acordeón diatónico y la pandereta, que se introdujo como un relámpago en los ambientes rurales favoreció que la dicotomía danza al suelto/danza a lo agarrado, se identificara con el binomio txistulari/trikitilari.
Los otros grandes apóstoles del baile al suelto fueron los jóvenes mendigoizales:
“En cuanto al alpinismo, pasó de ser una práctica lúdica a ser una actividad propagandística que fue cobrando cada vez más importancia en la prensa nacionalista (…). Si eran niños que hablaban en castellano porque en la escuela el maestro venido desde fuera lo imponía, los mendigoizales les explicaban la importancia de hablar en euskera. Si eran personas que blasfemaban, los mendigoizales les convencían de comportarse como buenos vascos y buenos católicos. Y si eran jóvenes que bailaban el «agarrao», los mendigoizales daban el ejemplo bailando danzas vascas y demostrándoles que los vascos no tenían que bailar bailes extranjeros que atentaban contra sus valores y su dignidad.
En definitiva, hasta en estas pequeñas cosas de la vida social de Euzkadi se ve la mano de una tenebrosa lealtad entre la Iglesia y el nacionalismo vasco: represión, oscurantismo, ignorancia… los ingredientes básicos que se necesitan para mantener en el miedo y el atraso a quienes se quiere dominar en nombre de una raza, una única y un Dios.
Enrique Area Sacristán.
Teniente Coronel de Infantería. (R)
Doctor por la Universidad de Salamanca