HISTORICAL ANALYSIS IN SPAIN OF EXCLUSIONARY NATIONALISM
Enrique Area Sacristán.
Teniente Coronel de Infantería.
Doctor por la Universidad de Salamanca.
RESUMEN: Antes del último tercio del siglo XIX, el nacionalismo catalán, vasco y gallego como expresión política de una conciencia colectiva que asume el hecho de una diferenciación con respecto a otras regiones, todavía no ha tomado cuerpo en proyectos políticos articulados. Sin embargo, según Bahamonde y Martínez[1], si partimos de la base de que estos nacionalismos tienen su fundamento y precedente inmediato en la recuperación particular de los respectivos pasados históricos, entendidos en términos culturales, lingüísticos, institucionales y etnográficos, este proceso se inicia lentamente a partir de 1840.
Lo que singulariza estos tres casos[2] es que unas décadas después la secuencia desembocó en proyectos políticos estructurados que a mediados del XIX no entraban en contradicción con la forma en que el moderantismo y su versión del nacionalismo español organizó el funcionamiento del Estado. La secuencia se resuelve en un largo periodo de integración cultural que tiene como pilares otros fenómenos de integración a escala económica, urbana, social, a lo que se añade la consolidación de unos instrumentos de divulgación de los mensajes elaborados en forma de prensa escrita o de otras formas de expresión. Por eso fue en Cataluña donde más arraigo tuvo la recuperación de sus referentes culturales.
Durante el tiempo de la Restauración toman forma diversas corrientes regionalistas, como ya he dicho, pero tras la abolición de los fueros en 1876, el sentimiento foralista resentido genera una protesta radicalizada por el “bizcaitarrismo” separatista de Sabino Arana.[3] El nacionalismo de Sabino Arana, de familia carlista, y una de las figuras intelectuales vascas de la misma época como Miguel de Unamuno, son fiel reflejo del contraste de la mentalidad liberal-urbana y de la rural-carlista.[4]
En otro lugar, la recuperación de la cultura gallega estuvo mediatizada por una marcada compartimentación social en el uso lingüístico: las elites del dinero y del poder habían abandonado, hacía siglos, la práctica de la lengua gallega, patrimonio, sin embargo, del campesinado. Entre 1850 y 1890, es decir, durante las guerras carlistas, como sucede en las otras dos regiones que estamos analizando, el galleguismo cultural alcanza sus rasgos definitorios, sin que ello se concretara a medio plazo en un proyecto político nacionalista mayoritariamente asumido.
Todas estas tendencias de exaltación regionalista de oposición al “centralismo” perfeccionado de la Administración liberal son anteriores al desastre del 98. Pero una de las repercusiones de este fue, sin duda, la activación de los regionalismos políticos, especialmente en Cataluña, donde su soporte social había adquirido mayor consistencia.
Por último, se hace necesario resaltar la tremenda carga católica y tradicionalista que tienen los tres movimientos regionalistas, que los relacionan con el problema de la sucesión a la corona, los movimientos carlistas y la abolición de los fueros, factores que vamos a tratar a lo largo de sucesivos artículos.
PALABRAS CLAVES: Nacionalismos, autodeterminación, pluralismo cultural, independencia.
ABSTRACT: Before the last third of the nineteenth century, nationalism, Catalan, Basque and Galician as a political expression of collective consciousness assuming the fact of a differentiation from other regions, has not yet taken shape in structured political projects. However, according to Bahamonde and Martinez, if we assume that these nationalisms are based on recovery of their historical past, understood in cultural, linguistic, institutional and ethnographic, this process starts slowly from 1840 on.
What singles out these three cases is that a few decades after the sequence resulted in structured political projects that, in the mid-nineteenth were not in contradiction with the way the moderates and their version of Spanish nationalism organized the functioning of the state. The sequence is resolved over a long period of cultural integration which pillars are other integration phenomena at the economic, urban, social scale, to which is added the consolidation of some tools for the dissemination of messages produced in print form or other forms of expression. That is The reason why The recovery of its cultural referents was more rooted in Catalonia.
During the Restoration time, a number of regionalist trends raised, as I said before, but after the abolition of privileges in 1876 the resentful provincial feeling generates a radical protest by the Sabino Arana’s separatist «bizcaitirrismo». The nationalism of Sabino Arana from a Carlist family, and some of the leading Basque intellectual figures of the same age as Miguel de Unamuno, are a true reflection of the contrast of the liberal urban and rural-Carlist mentalities.
Elsewhere, the recovery of Galician culture, was mediated by marked social dislocation in language use: the elites of money and power had abandoned for centuries, the practice of the Galician language, heritage, however, of the peasants. Between 1850 and 1890, during the Carlist Wars, as in the other two regions that we are analyzing, the Galician culture reaches its defining features, without it were to materialize in the medium term in a mainly nationalist political project undertaken.
All these trends of regionalist exaltation opposed to the perfected liberal Administration «centralism» preceded the disaster of 98. But one of their impacts was, without doubt, the activation of political regionalism, especially in Catalonia, where their social support had achieved greater consistency.
Finally, it is necessary to highlight the tremendous Catholic and traditionalist burden that all these regionalist have, that relate them to the problem of succession to the Crown, the Carlist movement and the abolition of the privileges, all of which we will try to over subsequent articles.
KEY WORDS: Nationalisms, autodetermination, cultural pluralism, independence, right of self
Los mapas políticos de España: la ficción político-territorial de los nacionalismos a través de la Historia.[5]
En este artículo voy a mostrar, gráficamente, Historia. Creo que gran parte de culpa de nuestras pasadas y presentes desventuras y el futuro peligro de desintegración de la Nación española está en la falta de conocimiento y sentido histórico de los españoles; no es lo mismo añorar tiempos pasados que el saber extraer de la historia su sabia y constante lección.
Nos falta sentido histórico: hay que revisar nuestra Historia y ponerla al alcance de todos si no queremos seguir en la triste alternativa de las Españas frustradas.[6]
Especialista únicamente, si lo soy en algo, en cuestiones generales, me conformo con mostrar la verdad objetiva de aquél investigador que plasmó en estos documentos gráficos que reproducen las divisiones de los distintos reinos de España desde la Edad Primitiva hasta la abolición de los fueros en 1876, fecha a partir de la que ya no se puede mostrar historia sino “política”, y la historia de España desde la abolición de los fueros está llena de olvidos involuntarios y de pretericiones parcialistas.[7] Media España rechaza lo hecho por la otra media y quiere darlo por inexistente.
Solo señalaré algunas líneas generales de esa historia de España, que debe ser como la historia de un ser vivo, la biografía de un país y de un pueblo que aquí se plasma en radiografías.
Decía Azorín que según se enfoquen los hechos se puede demostrar, por ejemplo, que la Inquisición fue culpable del atraso científico de España, que la Inquisición favoreció el desarrollo científico de España e, incluso, que la Inquisición no tuvo nada que ver en pro y en contra en este asunto.
Sin llegar a este extremismo aleatorio, el de “así se escribe la historia”, es necesario insistir en la importancia de la valoración y juicio de los hechos, juicios que siempre son relativos como queda demostrado con las diferentes “historias” que se muestran de la de España según sea de un partido u otro el “consejero de cultura” de cualquier Gobierno autónomo.
Antes de pasar a mostrarla gráficamente en el trabajo de Artero y González, no quiero dejar de referirme al enjuiciamiento de los hechos sin citar algunos, enunciados por Vaca de Osma: ¿no conviene reflejar que las características de nuestra colonización de América con resultados admirables en unos casos y frustrantes en otros, fueron consecuencia de su carácter popular, no de minorías, como la inglesa y la holandesa con sus Compañías de Indias? ¿Se dice al simple aficionado a estos temas que Castilla no fue nunca centralista hasta los Austrias que, concretamente, hasta Felipe II, por no centralizar, no tuvo ni capital? ¿Se ha aclarado que los Austrias vinieron a España por Aragón, por la política antifrancesa que heredamos de este antiguo reino, mientras Castilla y Francia eran aliadas más de dos siglos, es decir, que Carlos I siguió la política de un gran rey catalán, Pedro III? ¿Se ha juzgado imparcialmente la conducta idealista de aquellos españoles que han antepuesto los intereses de sus propios movimientos a los de la Patria al apoyar, por ejemplo, algunos masones liberales, la independencia de Hispanoamérica y aquellos otros, como los Carlistas, que pospusieron los intereses nacionales a otros dinásticos o de terco idealismo sin esperanza en vez de meditar soluciones y acciones que hiciesen compatible el bien de España y la protección de otros muy altos ideales supranacionales?
El atlas historiográfico no da respuesta a estas preguntas, pero tiene el poder de mostrar acrítica e imparcialmente cuales son los territorios históricos de España desde la primitiva hasta 1876, fecha a partir de la que realizaremos el estudio de los nacionalismos excluyentes, ya que hasta entonces no hubo nacionalismos excluyentes en España que negaran la unidad de la Patria. El atlas se presenta como concretamente aséptico, ya que fue realizado en 1876, mucho antes de la aparición de las teorías nacionalistas en España.
Para finalizar esta exposición, reproduciré un párrafo de la obra de Claudio Sánchez Albornoz “España: un enigma histórico”[8] en el que se hace referencia a la influencia de la geografía en la historia; dice así:
“Con igual criterio geográfico ya Herculano explicaba la formación de los reinos medievales por la dificultad de las comunicaciones a través de altas montañas; pero ni los elevados montes tienen ese decisivo poder aislador que se les atribuye, ni en España sirven de límite a las comarcas que están o estuvieron más tocadas por el espíritu autonómico. Las grandes montañas que de norte a sur recorren Cataluña están muy al este del País y no en el límite con Aragón; los cien túneles del ferrocarril del norte no separan a Castilla de León, sino a León de Asturias; la frontera de Portugal tampoco está determinada por sierras. (…) El mayor localismo de España no depende de una realidad multiforme, étnico-geográfica, sino al contrario, de una condición psicológica uniforme; depende de la conformidad del carácter apartadizo ibérico, ya notado por los autores de la antigüedad mucho antes que afluyesen a la Península la mitad de las razas enumeradas por Hume como causantes de las tendencias dispersivas. Que las realidades étnico-geográficas de la Península no comportan ninguna fuerza especial fragmentadora, se muestra en la diversidad dialectal de España, mucho menor que la de Francia o la de Italia.”
Pero es menester, para aclarar definitivamente la doctrina, hacer una referencia a la distinción que existe entre los nacionalismos incluyentes y excluyentes, catalán y vasco, los primeros centrípetos y los segundos centrífugos.
Los nacionalismos buscan la defensa, compactación o promoción de una determinada nación, por lo que considero que la forma básica de distinguirlos y clasificarlos debería atender a las diferencias en la forma de entender esa nación, y posteriormente, se podrían añadir otras matizaciones, pero que no serían ya intrínsecas al nacionalismo en sí, como he dicho. A pesar de que puede haber alguna tendencia que relacione tipos de nacionalismo con otros posicionamientos políticos o sociales, no veo razón por la que el nacionalismo no pueda adoptar cualquiera de esos posicionamientos posibles, más si tenemos en cuenta la frecuente combinación de características cívico-territoriales y étnico-culturales que acostumbran a utilizar casi todos los nacionalismos. Como tantas veces se ha dicho, y tantas más se le ha negado, el nacionalismo debe ser entendido en clave política, pleno de lógica y racionalidad. Precisamente, el no querer reconocer este carácter político creo que es uno de los principales causantes de las desconcertantes propuestas que muchas veces se realizan. La caracterización de incluyente o excluyente del nacionalismo está, así, unida a su radicalidad política y no, como en un principio parecería, al carácter incluyente o excluyente de la nación que el nacionalismo propone. Por otra parte, la definición voluntarista de la nación no puede ser entendida de la misma forma en los nacionalismos de estado que en los nacionalismos sin estado. En este último caso, se debe conceder un sentido más fuerte al término voluntad, para adquirir un significado próximo al de compromiso político. Es decir, al igual que en unos casos se utiliza la lengua o la religión. Sobre éstos, Linz avisaba hace bastantes años, en su hipótesis de que los nacionalismos evolucionan de su variedad primordial a la político-territorial, que el País Vasco cumple plenamente su hipótesis, y parcialmente, Cataluña y Galicia (1985: 205). Este nacionalismo pide que el individuo tome una posición política pro-nacionalista. Esto, sin embargo, es considerado como nacionalismo exclusivo, pues deja fuera —excluye— a aquéllos que no aceptan ese compromiso político. No me parece acertada esta postura, como he venido repitiendo, ya que el compromiso se exige en el campo político y no en el estrictamente nacional. Hay que tener en cuenta que la confrontación política origina profundos enconos, especialmente en el caso de un nacionalismo sin estado. No existe tanto problema en los nacionalismos con estado, pues en ellos no hay porqué exigir un compromiso político a sus habitantes. No existe incluso ningún acto de voluntariedad explícita en la adopción de la nacionalidad: simplemente se concede a todos los ciudadanos, en el sentido de nacionalidad administrativa. En los nacionalismos sin estado, en cambio, la voluntariedad es a la vez compromiso político para construir una nación que aún está por reconocer internacionalmente. Y es este compromiso político el que origina posteriormente conflictos con aquéllos que no aceptan la nación emergente. Conflicto político, como vemos, que exige, por tanto, una terminología política y no social (exclusión-inclusión en la sociedad) para comprenderlo convenientemente. Dice Geertz que estos conflictos adquieren una dimensión especial, pues en los demás no se pone en duda la integridad política del marco, no se socava, al menos voluntariamente, la nación (1987: 223). El nacionalismo, en cambio, exige un nuevo marco de relación; una nueva demarcación territorial, lo que hace difícil a veces el acuerdo con el estado central. La radicalidad en la reivindicación nacional no debiera confundirse con civismo o con democracia, pues responden a cuestiones diferentes; no van unidos. Si hablamos de nacionalismos cívicos, políticos o territoriales —empleados como sinónimos—, habríamos de entender que dicho nacionalismo considera que la nación la forman aquellos habitantes que residen dentro de los límites que se ha tomado por nación. Otra cuestión será la forma en que este nacionalismo pretenda conseguir sus objetivos. En el nacionalismo vasco actual, y desde hace medio siglo, se cruzan, especialmente, dos tipos de definición de la nación: la que la basa en la lengua; y la que lo hace en el territorio. En cualquier caso, diversos estudios vienen a demostrar que el principal elemento aglutinante, en la práctica, de la nación vasca es la voluntad: es vasco quien reside en el País Vasco. El nacionalismo vasco desea incluir a todos los habitantes del territorio vasco en una única nación vasca; sin excluir a nadie (independientemente, claro, del grado de aceptación de esta propuesta). Parecida definición podríamos hacer del nacionalismo catalán, aunque aquí el factor lingüístico toma mayor relevancia, mientras que el político predomina en el vasco. ¿Podemos diferenciar, entonces, un nacionalismo catalán cívico e inclusivo de un nacionalismo vasco étnico y ¿Es realmente cívico el nacionalismo catalán y étnico el vasco?. Por esta razón, considero más ajustado denominar a este nacionalismo, predominante en los últimos años, como lingüístico-territorial (v. Zabalo, 1998). ¿Los separa su grado de exclusividad e inclusividad, o su grado de politización? Considero que esto último, pero, en ese caso, no podemos, como he repetido, utilizar categorías pertenecientes a lo social (inclusivo-exclusivo) o a lo nacional (étnico-político o cívico) para explicar estas diferencias que pertenecen al campo de lo político.
CONCLUSIÓN
Queda demostrado una unidad administrativa variada durante toda la Historia de España pero que, en ninguno de los casos, se articula en unos reinos cuya administración y regencia constituya la base de unas reivindicaciones en la época en la que vivimos en las regiones llamadas “históricas”, pues nunca lo fueron tal y como el nacionalismo excluyente trata de imaginar.
Si de integrar en la nación se trata, parece que el nacionalismo vasco es más integrador que el catalán, pues en aquél el factor de la voluntariedad pesa más, en la práctica, que cualquier otro; mientras que en el catalán es el factor lingüístico el que predomina. Tal vez, podríamos emplear los términos de transigente e intransigente (también usados con cierta frecuencia) para definir mejor a ambos nacionalismos. Estos términos me parecen más apropiados para explicar un problema de carácter político. Así, el nacionalismo vasco sería, relativamente, más intransigente que el catalán, pues se conforma peor que éste con los grados de autonomía que el Estado le concede. Esto no tiene por qué querer decir que el nacionalismo catalán acepta para siempre estos pasos autonómicos, pero transige más fácilmente, en algunos casos porque, tal vez, le parezcan suficientes; y, en otros, porque aguardan con paciencia el momento de dar otro paso adelante como ha quedado demostrado en la última década.
Una de las conclusiones de Conversi parece ser que el nacionalismo vasco no es integrador por su carácter separatista. Eso parece deducirse cuando, al compararlo con el catalán, dice que:
Catalan nationalism was at the same time organicist and integrationist, while Basque nationalism was voluntarist and separatist. (1997: 240)
Resulta curiosa la diferenciación, pues se dice que el nacionalismo catalán es organicista e integracionista y, a la vez, se ha afirmado, en sentido positivo, que es incluyente. Del vasco, en cambio, se dice que es voluntarista, además de separatista, pero, en sentido negativo, se ha dicho que es excluyente. Vista la argumentación de muchos estudiosos del tema, parece que los términos incluyente o excluyente se refieren a conceptos políticos, pero para ello utilizan una terminología referente a lo social, totalmente contraproducente. Es decir, del nacionalismo vasco se dice que es excluyente, en general, porque es separatista, aunque sea una afirmación que necesitaría de muchas matizaciones, en lo referente al campo político. Sin embargo, el nacionalismo catalán, que basa su concepto de nación en la lengua y que integraría, por tanto, sólo a quienes la aprenden, es integrador e inclusivo. ¿No lo sería más el vasco, que basa su concepto de nación en la voluntariedad y la territorialidad? El nacionalismo vasco tiene, qué duda cabe, una innegable carga excluyente en sus orígenes, pero se desprende de ella a mediados del siglo XX. Lo que queda después es pugna política entre un nacionalismo de estado y uno periférico. El catalán, en cambio, hace ostentación de su exclusivismo lingüístico, pero rehuye, normalmente, la confrontación política total con el estado hasta la primera década del siglo XXI. Creo que A. D. Smith es consciente de esta diferenciación política, y no relativa al campo de la nación, cuando señala que ambos nacionalismos, vasco y catalán se basan actualmente en las diferencias culturales. ¿Es realmente cívico el nacionalismo catalán y étnico el vasco? Carles Bonet dice que el nacionalismo de izquierda terminó con la guerra, y que el actual, representado por ERC, tiene una fuerza limitada (1997). Actualmente esto ha cambiado y el nacionalismo vasco y catalán son étnicos, pero el primero es políticamente inestable, mientras que «difícilmente podríamos calificar los nacionalismos étnicos de catalanes, finlandeses y checos como “patológicos” o peligrosos» (1994: 16). Afirmación que, en el caso catalán ha quedado obsoleta.
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[1] Bahamonde A. , Martínez Jesús A, “Historia de España, siglo XIX”, Madrid, Cátedra, 1998, p. 500.
[2] Este fenómeno es común a todas las Regiones españolas de la época que tratan de rescatar un acerbo cultural cuya base se sitúa en un gran número de eruditos, literatos, artistas e intelectuales locales y regionales.
[3] Palacio Atard, V, “Manual de Historia de España”, “Edad Contemporánea I”, Madrid, Espasa Calpe, 1978, pp. 539 y ss.
[4] Bahamonde A. , Martínez Jesús A, “Historia de España, siglo XIX”, Madrid, Cátedra, 1998, p. 503.
[5] ARTERO Y GONZALEZ, Juan de la Glória Atlas histórico-geográfico de España, desde los tiempos primitivos hasta nuestros dias / D. Juan de la Gloria Artero. – Granada : Imp. de Paulino Ventura Sabatél, 1879. http://www.purl.pt
[6] Vaca de Osma, J. A, “Así se hizo España”, Madrid, Espasa Calpe, 1981. p12.
[7] Vaca de Osma, J. A, “Así se hizo España”, Madrid, Espasa Calpe, 1981. p23.
[8] Sánchez-Albornoz, C, “España: un enigma histórico”, Buenos Aires, Edhasa.