Carta al ex-Teniente Luis Segura

Leí en su día, en «Público», que había un Oficial que «reía las gracias» de sus subordinados cuando éstos se referían a usted, cuando coincidimos en Colmenar Viejo por muy diferentes razones, extremo que no sé de donde se lo ha sacado dado que prácticamente, a excepción de jugar al ajedrez, no tenía más contacto con ustedes que a la hora de las comidas. He leído, salido de su pluma, toda clase de improperios y mentiras sobre la actuación de los Mandos de los Ejércitos en el mismo panfleto, calumnias, imputaciones falsas de un delito de los que dan lugar a procedimiento de oficio, que se ha dado, sirviéndose de algo como la libertad de expresión mal entendida, todas ellas sin demostrar o demostradamente falsas como se fundamenta en las resoluciones que han hecho los Tribunales de Justicia, entre ellos el Tribunal Supremo. Pero más allá de la retorcida imaginación enfermiza que demuestra, leo en su «obra literaria», «El libro negro del Ejército», que tacha de fascistas a un montón de Mandos, entre ellos a mí, cuyo único fin es la difamación o la apología de una determinada ideología trasnochada y superada por la social democracia a finales del siglo pasado sin detenerme a alabar o criticar esta.

La subordinación, de la que usted carecía, y a la que uno se somete voluntariamente con el ingreso en los Ejércitos, ha sido para usted una humillación continúa debido a su soberbia por no aceptarla de buen grado, lo que se paga, al no aceptarla, con un sentimiento continuo de indignidad.

«La virtud de la obediencia, escribió García Morente, será facilmente practicada por el español, cuando el jefe a quien deba obedecer no tenga en su persona cualidades reales, individuales, que lo impongan naturalmente como Jefe. El español se somete con gusto y entusiasmo a otro yo real, en quien perciba fuerza, energía, poder de mando, dureza y superioridad de carácter. No se inclina ante la autoridad puramente metafísica de un concepto».


Fuera de esto, todas las consideraciones que hace usted de las infinitas limitaciones de su ilustración, de sus desconocimientos extra-profesionales o de sus maneras, son pecado de soberbia; tratar de evitarlo sería un saludable ejercicio de perfeccionamiento espiritual, no muy difícil para otros si se piensa que nadie está seguro de no tener que mandar un día en condiciones parecidas, teniendo subordinados más cultos o más ágiles mental o físicamente, pues no tengo ninguna duda que en alguna ocasión, en su caso en la generalidad dados los comentarios injuriosos a los que nos sometió, son fruto de la observancia de los defectos de nuestros superiores que sólo debe servir para enseñar a rehuirlos y evitarlos, no a utilizarlos como tema de murmuración.

Lo mejor, pues, que puedo recomendarle, si es usted soldado, lo que pongo en duda, es a abstenerse de toda crítica negativa; donde no haya que alabar, lo mejor es callarse.

Todo usted rezuma, por el contrario, como una sorda, interminable murmuración, que le ha servido de apoyo y de pretendida justificación a su disgusto del oficio, al que quiere reintegrarse como se deduce de su recurso al Tribunal de Derechos Humanos, sobre el que hace recaer, a vuelta de no pocos circunloquios, la nota de servil; el servicio militar, le apunto, lejos de sujetar a los hombres al yugo de la voluntad ajena, los deja independientes y libres para que obren fuera del ámbito profesional sin intervención ninguna de sus superiores. Vallecillo, que comentó arduamente las Reales Ordenanzas de Carlos III, recuerda que a quien le preguntaba cuál sería el medio para que un reino se mantuviese en orden y quietud, había contestado: «Que los ciudadanos obedezcan a sus superiores y éstos a las leyes». Usted se sirve de ambos para justificar su odio al ejército y a sus Mandos, pretendiendo convertirse en el guardián y salvador de una tropa que jamás le entenderá porque son buenos profesionales, y, si no lo fueran, lo que no parecen ser es cobardes como usted pretende demostrar aduciendo una defensa de sus subordinados que en nada les favorece.

Si para comer tiene que mentir y cobrar de la mano de los anti-sistema, señal es que no sirve usted ni para, dignamente, barrer los Cuarteles o limpiar las letrinas. Modifique su monserga.

Enrique Area Sacristán

Teniente Coronel de Infantería.

Doctor por la Universidad de Salamanca

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