Para conocer el origen de la expresión «atar perros con longanizas» os propongo un viaje a los albores del siglo XIX. Nos encontramos, concretamente, en la plaza del pueblo salmantino de Candelario. En esta pequeña localidad, que en la actualidad apenas cuenta con mil habitantes, vivía en aquella época, cuando todavía no había pasado por allí el gran Miguel de Unamuno, un personaje al que la gente del pueblo conocía como «el tío Rico», del que hablaremos más adelante.
Haciendo un pequeño paréntesis, nuestra palabra ‘perro’ es tan curiosa que se origina en el español mismo sin recurrir a préstamo alguno desde otra lengua. No hay más que mirar alrededor de nuestro mapa lingüístico para darnos cuenta de que en las lenguas romances de raíz latina no hallamos paralelismo alguno, ni etimológica, ni fonéticamente, que relacione a nuestro ‘perro’ con aquellos vocablos que definen al animal doméstico por excelencia en otros idiomas.
Tanto el francés (chien), como el italiano (cane), el portugués (cão), el catalán (ca), el gallego (can), el rumano (câine) e incluso la forma desusada castellana ‘can’ derivan del latín canis. Pero no así la voz ‘perro’, que parece haber surgido de la nada.
El Diccionario de Autoridades de 1737 definía perro como «animal doméstico y familiar, del que hay muchas especies y todos ellos ladran. Unos sirven para la guarda de las casas y ganados, y otros para la caza; y según sus cualidades, tamaños y propiedades, tienen diversos nombres que se explican en sus lugares. Viene esta voz del griego pyr que significa fuego, por ser estos animales de temperamento seco y fogoso». Hoy sabemos que esta etimología de origen griego es totalmente errada. Aunque la última edición del DRAE no se moje al respecto, los hay que piensan que la voz ‘perro’ pudo originarse en algunas lenguas peninsulares prehispánicas. Pero la teoría más extendida sugiere un origen onomatopéyico, tomado del sonido perr, perr, como imitación del gruñido de estos animales, de forma que los pastores pudieron comenzar a llamarles de este modo, como explica Corominas. No es de extrañar que así fuera, ya que ha sucedido algo similar con la palabra ‘chucho’, con que se alude al perro de forma despectiva. En catalán ocurre tres cuartos de lo mismo con la voz ‘gos’ -suplantando a la vieja ‘ca’-, que es la forma usual de aludir al perro en dicha lengua, derivada de la onomatopeya gus o kus, usada de antiguo para llamar la atención a los chuchos.
Entre otras acepciones que tiene en español, el perro se ha usado de forma coloquial como insulto dirigido a la persona despreciable (eres un perro). Su femenino ‘perra’ es sinónimo de prostituta (eres una mala perra), y adopta igualmente muchos significados populares, con el sentido de rabieta infantil (al niño le ha dado una perra), de dinero (tiene muchas perras), de adjetivo con valor negativo (vida perra), de embriaguez o incluso de chascarrillo, como se entiende en Honduras. En las locuciones y frases hechas el perro tampoco tiene muy buena prensa que digamos y así sugiere actitudes humanas negativas, infortunios o cosas inconvenientes. Solemos decir que hace un día ‘de perros’ para referirnos al mal tiempo; que alguien muere ‘como un perro’, indicando que murió solo y abandonado; que te ‘tratan como un perro’, cuando te maltratan o te desprecian; o que alguien es ‘perro viejo’, para aludir a la persona que por su edad y experiencia ha llegado a ser muy cauto y desconfiado. El DRAE recoge muchos otros usos coloquiales, para causar mal a alguien (darle perro, darle perro muerto), irritarse mucho (darse a perros), emplear mal o abaratar una cosa (echar a perros), echar una bronca (soltarle los perros) o exagerar algo que se dice o hace (hinchar el perro). En Cuba, si alguien está ‘meado por los perros’ es que tiene muy mala suerte, y cuando uno no es ‘perro que sigue a su amo’ se le tacha de ingrato.
Un ‘perro faldero’ es la persona que acompaña a otra asiduamente de manera servil, comparándolo con aquellos animales de raza pequeña que siempre andan metidos en las faldas de sus dueñas. Y si se trata de comparaciones, dos personas andan ‘como el perro y el gato’ cuando están a la gresca y se llevan fatal o no llegan a coincidir tras intentar buscarse inútilmente, y si alguien está ‘como los perros en misa’ es que estorba o está fuera de lugar. En cambio, cuando nos sentimos ‘como perro sin pulgas’ transmitimos la idea de quien está solo, pero feliz y sin que nadie le moleste, Un dicho interjectivo de gran fuerza expresiva es ‘¡a otro perro con ese hueso!’, usado para rechazar una propuesta incómoda o algo a lo que no debe darse crédito. Igual que si comparamos a alguien con ‘el perro del hortelano’ le estamos tildando de incómodo y especialmente molesto, como el chucho de aquel hortelano, que ni comía, ni dejaba comer al amo.
Si cuesta o vale más el collar que el perro resulta que lo accesorio y secundario tiene mayor valor que lo principal. Cuando decimos de alguien que es ‘el mismo perro con distinto collar’nos referimos de forma peyorativa al hecho de que las personas cambian, pero sus malas acciones permanecen. Y si uno se queja de‘quedarse sin padre, ni madre, y sin perro que ladre’ está diciendo que se queda completamente solo y abandonado en el mundo. Y así sucede en otros muchos casos de dichos, refranes y sentencias castellanas en las que el perro no sale, por lo general, muy bien parado.
Pero, de entre todas las locuciones en las que el perro figura como núcleo, hay una que destaca poderosamente la atención: ‘atar los perros con longaniza’ o con longanizas, en plural. ¿Se imaginan la escena de un perro que ve cómo su amo lo ata del cuello con una larga ristra de chorizos a los que hincar el diente al menor descuido? Pues así se sentiría una persona en un lugar idílico, donde todo es abundante y placentero. Con esta frase hecha se intenta alabar, casi siempre en tono irónico, la abundancia o esplendidez de un lugar o una situación (me dicen que me vaya a la ciudad a buscar un trabajo decente; ¡ni que allí ataran los perros con longaniza¡). Muchos diccionarios de frases y proverbios remiten el origen de este dicho a un carnicero proveedor del rey Carlos IV llamado Constantino Rico, más conocido como Tío Rico el Choricero, tal vez inmortalizado por Ramón Bayeu, cuñado del pintor Goya, en uno de sus tapices, y que vivió en el siglo XVIII en el pueblo salmantino de Candelario, famoso por sus embutidos. Cuentan que a una de sus empleadas no se le ocurrió otra cosa que amarrar a un perrillo que tenía con una ristra de chorizos, para que no molestase. Quienes así lo vieron tomaron a guasa la opulencia en la que debía vivirse en casa del Tío Rico, acuñándose este dicho tan popular, mientras que la empleada de marras pasó a la historia como la Tonta de Candelario, que ataba los perros con longaniza.
En otro sentido bien diferente la misma larga lucanitia que ya devoraban los antiguos romanos está presente en la expresión ‘hay más días que longanizas’, con la que se aconseja paciencia para conseguir las cosas inmediatas y dejarlas para mejor ocasión. Lo que en lenguaje culto hoy diríamos procrastinar.
Cuentan diversas crónicas que, en una ocasión, una trabajadora de dicha fábrica, cansada ya de las molestias que estaba ocasionando un perro suelto que había a la entrada del recinto, decidió, al no tener a mano ninguna cuerda o correa para atarlo, asirlo utilizando para ello una ristra de longanizas.
Poco después, pasaba por allí un chiquillo que, al ver al perro de esta guisa, echó a correr por las calles del pueblo, gritando: «En casa del tío Rico atan los perros con longanizas». El dicho comenzó pronto a extenderse, utilizándose con el sentido con el que lo empleamos hoy en día, referido siempre a la abundancia de riquezas o a la escasez de las mismas, dependiendo de si se usa en sentido positivo o negativo (En Moncloa, Begoña, ha puesto el cartel «aquí se atan perros con longanizas»; en el resto de poblaciones más o menos humildes, «aquí no se atan perros con longanizas»).
Enrique Area Sacristán.
Teniente Coronel de Infantería.
Doctor por la Universidad de Salamanca.