Nacionalismo minoritario y separatismo.

El nacionalismo minoritario o separatista supone la negación de las reivindicaciones exclusivas por parte del nacionalismo estatal y la afirmación de los derechos nacionales de autodeterminación para los grupos incluidos en él. En el conflicto entre los dos reside uno de los problemas centrales de la teoría nacionalista tal como generalmente se interpreta. A falta de criterios convenidos para determinar las pretensiones de nacionalidad, este conflicto no puede resolverse. Si como insisten Kedourie y otros, las pretensiones nacionalistas son cuestiones de principios absolutos que no admiten negociaciones ni términos medios, entonces cabe que no haya otra solución que la violencia. Es indudable que algunas pretensiones de nacionalidad son de este tipo como la vasca, que se basa en criterios étnicos.

Algunos nacionalismos minoritarios tienen una base étnica cuyos signos de identificación son la lengua, la raza o la religión. Otros representan reivindicaciones cívicas, de base territorial, cuyas raíces se encuentran en la sociedad territorial misma. Dentro de la sociedad civil cabe que haya varias tradiciones, valores, instituciones y recuerdos históricos reales o inventados que puedan proporcionar una identidad colectiva. Es posible que esta identidad común sea fragil, que carezca de los lazos de la solidaridad étnica y de instituciones estatales. Pese a ello, debe reconocerse por lo menos como posibilidad o como tipo ideal de identidad nacional.

Algunas reivindicaciones como la separatista catalana representan simplemente la sustitución de una identidad nacional exclusiva por otra. Esto les empuja a adoptar una postura separatista. Otros están dispuestos a reconocer que los ciudadanos tienen lealtades e identidades dobles o múltiples como ya dijimos en un artículo anterior para el caso de los judíos americanos que pusimos como ejemplo, y la capacidad de actuar en campos diferentes, EEUU e Israel. Por ejemplo, algunos catalanes, ya no, reconocen históricamente su pertenencia a una comunidad Ibérica, lo que hace imposible la formula federalista, pero esto es una de las circunstancias promovidas desde las escuelas e Iglesias, de la familia a finales del siglo XX, de forma artificial. No tengo nada contra los nacionalismos, en principio, pero las formas de llevarse a cabo, mediante la mentira y la búsqueda de un enemigo imaginario, no me parecen que sirva para fundamentar una nación y que esta tenga que tener un Estado propio distinto del que ya tenían.

Contrariamente a lo que se dice en gran parte de lo que se ha escrito sobre el asunto, las pretensiones nacionalistas son negociables y a lo largo de la historia han sido objeto de negociaciones, manipulaciones y concesiones. Que puedan negociarse depende tanto del carácter del nacionalismo mayoritario al que hagan frente como de las circunstancias del momento.

En la Europa del s. XX era frecuente que se condenaran los nacionalismos periféricos y minoritarios por considerarlos contrarios al progreso, J. S. Mill, 1972, p. 395, expuso el caso de la siguiente manera:

«Nadie puede suponer que para un bretón o un vasco de la Navarra francesa no sea más beneficioso ser…, miembro de la nacionalidad francesa, disfrutando en condiciones de igualdad de todos los privilegios de la ciudadanía francesa…, que permanecer enfurruñado en sus propias rocas, reliquia semisalvaje de tiempos pasados, girando en su propia y reducida órbita mental, sin participación ni interés en el movimiento general del mundo».

El nacionalismo catalán , en la época contemporánea , puede usarse por las minorías modernizadoras del Estado como una respuesta al cambio mundial y a la decadencia de la Nación española.

Tanto la Nación como el Estado son puestos en duda y la relación de ambos con el cambio económico y social es cada vez más problemática.

Apoyado en Michael Keating, «Naciones contra el Estado», Ariel, 1996.

Enrique Area Sacristán.
Teniente Coronel de Infantería.
Doctor por la Universidad de Salamanca

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