Toda la vida social es o conflicto o integración y la mayoría de las veces, ambas cosas a la vez. Frente a la acción integradora o funcional, basada en un mayor o menor grado de cooperación, se alza la otra categoría de la conducta humana, la actividad opositiva o conflictiva del «No, es no», dualismo divergente que alcanza un nuevo tipo de integración o unidad en la izquierda, aunque ello sea a costa de la opresión y el engaño de los más desvalidos intelectualmente, como lo son sus dirigentes, el aniquilamiento como en la II República o la subyugación del rival o rivales.
Los modos de conflicto son muy variados, incluyen fricciones familiares, luchas de clase, competición económica entre las empresas, las guerras, los antagonismos ideológicos, la lucha por el poder dentro de las facciones políticas o entre ellas, la concurrencia entre competidores económicos, la rivalidad erótica entre quienes pretenden una misma o un mismo amante, las querellas entre amigos, y así sucesivamente. Destacaré tan sólo la distinción elemental entre conflicto violento, propio de la izquierda en sus actuaciones reivindicativas, y la competencia pacífica de la derecha o concurrencia buscada; esta última posee unas reglas de juego más rígidas, que teóricamente protegen la integridad de todos los competidores y no solo los de la siniestra y separatistas. Estrictamente, la diferencia es solo de grado, pues consiste en que la competencia es mucho menos cruenta: la agresividad queda canalizada en un sistema de convenciones que excluyen la violencia directa, aunque no la conducta hostil.
Junto a estas afirmaciones y definiciones hallamos otras como la de Lewis Coser, quien lo define, el conflicto, como «la lucha por los valores y por el estatus, el poder y los recursos escasos, en el curso de la cual los oponentes desean neutralizar, dañar o eliminar a sus rivales», como es el caso concreto derivado de la Ley de la Memoria Democrática, parcial, injusta históricamente con nuestros abuelos e ignominiosa con todos los padres de la Constitución del 78.
Los conflictos varían de un modo amplísimo: el conflicto existe tanto cuando dos mujeres se disputan la atención de un hombre mediante el uso de sus respectivos recursos de atracción erótica como cuando dos Estados movilizan a su población y la lanzan a la guerra entre sí. Es más provechoso analizarlo en sus manifestaciones más específicas, como pueden ser, por ejemplo, la competencia antagónica entre capitalistas, el conflicto de clases, ahora el conflicto de géneros, las luchas ideológicas y políticas entre partidos, las pugnas religiosas, hoy de rabiosa actualidad, y así sucesivamente.
Todo conflicto, como ha señalado Coser, posee una serie de aspectos funcionales y disfuncionales para todos aquellos grupos que entran en él. De tal manera que podemos estructurarlos en los siguientes:
Conflictos funcionales y disfuncionales en gestión.
La teoría moderna de los conflictos sostiene que éstos no son ni buenos ni malos en sí, sino que son sus efectos o consecuencias los que determinan que un conflicto sea bueno o sea malo.
Conflictos Funcionales.
Pertenecen a este grupo, los conflictos que posibilitan un medio para ventilar problemas y liberar tensiones, fomentan un entorno de evaluación de uno mismo y de cambio.
I.L. Janis, en una investigación realizada con seis decisiones tomadas durante cuatro gobiernos de los Estados Unidos, observó que el conflicto reducía la posibilidad de que la mentalidad del grupo dominara las decisiones políticas. Encontró que el conformismo de los asesores presidenciales estaba relacionado con malas decisiones. Por el contrario, un “ambiente de conflicto constructivo y pensamiento crítico estaban relacionados con decisiones bien tomadas”.
Conflictos Disfuncionales
Contrario a lo anterior, existen conflictos que tensionan las relaciones de las partes a tal nivel que pueden afectarlas severamente limitando o impidiendo una relación armoniosa en el futuro. Generan stress, descontento, desconfianza, frustración, temores, deseos de agresión, etc., todo lo cual afecta el equilibrio emocional y físico de las personas, reduciendo su capacidad creativa, y en general, su productividad y eficacia personal. Si este tipo de conflictos afecta a un grupo le genera efectos nocivos que pueden llegar, incluso a su autodestrucción que no otra cosa está ocurriendo en España.
Como es fácil concluir, los conflictos disfuncionales o negativos, constituyen el campo de acción del conciliador, figura que es nombrada en el conflicto entre los dirigentes catalanes y los del resto de España pero que no tenía ningún fundamento constitucional y ee una aberración política. El conflicto aumenta la cohesión del grupo en liza, en muchos casos. Tanto es así que hay grupos de la izquierda que no existirían sino hubieran conflictos falsos o imaginarios
De todo lo anterior, podemos reiterar que los conflictos se distinguen entre sí, fundamentalmente, por sus efectos y consecuencias, los cuales determinan que un conflicto sea bueno o malo, funcional o disfuncional, positivo o negativo.
Enrique Area Sacristán.
Teniente Coronel de Infantería. (R)
Doctor por la Universidad de Salamanca