«Ningún periodo en la Historia de España hizo por la futura cultura española lo que el régimen de Franco»

Desde algunos sectores de la historiografía comunista, cuyo mérito anterior y presente más importante ha sido el más que descarado plagio, se ha lanzado la especie de que la época del Generalísimo, desde el punto de vista de la cultura, sólo puede describirse como un erial. Pero hay otro erial menos conocido, el que frecuentan los antifranquistas profesionales que no oponen a la memoria histórica sobre Franco sus motivos o razones, sino simplemente su ignorancia.

La acusación comunista sobre el erial resulta tan infundada y absurda que desde el mismo campo antifranquista se han lanzado voces autorizadas en contra. La más autorizada de todas ha sido, sin duda, la de Julián Marías, mediante un artículo que fue muy comentado cuyo título es “La vegetación del páramo”. Se hizo eco de ese artículo, y del libro que lanzó la acusación contra el erial, el profesor Laín Entralgo, en un artículo publicado en el País el 16 de abril de 1998.

Para empezar expondré ante todo que ningún régimen ni periodo en la Historia de España hizo por la cultura española lo que el régimen de Franco entre 1939 y 1975. En 1970 se había reducido al 3,2%, en otras fuentes al 5%, el índice de analfabetismo en la España adulta.

Las estadísticas sobre educación, que es la fuente de la cultura básica, resultan a veces divergentes pero las conclusiones cualitativas son clarísimas. En 1935, es decir al final de la época republicana, los niños escolarizados en enseñanza primaria oficial eran 1.270.776 varones y 1.231.556 niñas, un total aproximado de 2.500.000.

En la enseñanza privada, sobre todo de la Iglesia, la cifra para primaria era unos 700.000 alumnos y alumnas, con lo que el total de 1934 puede evaluarse en unos tres millones de niños escolarizados (Datos de Estadística básicas de España, Confederación Española de Cajas de Ahorros, 1975). Para 1975, según el Atlas estadístico Bancaya, Servicios de Estudios del Banco de Vizcaya, que cubre hasta el año 1975, el total de población infantil escolarizada era de 6.297.171, más 920.336 en preescolar, lo que supone un incremento absoluto superior al doble de la cifra de 1935, aun teniendo en cuenta el incremento de la población; lo que indica un enorme esfuerzo que no parece vituperable.

En la enseñanza media, bachillerato, según las Cajas de Ahorros, la cifra de alumnos en 1935 era de 124.000, de los que sólo la cuarta parte eran alumnas. En 1970, último año cubierto por esa publicación, la cifra total se había elevado a 1.151.710, con el número de alumnas prácticamente igual al de varones.

En la enseñanza de grado superior, Universidades y Escuelas técnicas superiores, la cifra total en 1935, según las Cajas de Ahorros, ascendía a unos 34.000 alumnos, con escaso porcentaje femenino, mientras que en 1975, según el Atlas Bancaya, el número total era de 375.639 alumnos, más de diez veces mayor, y con un enorme incremento del porcentaje de mujeres.

Es fácil concluir que ningún país del mundo ha conseguido unos resultados semejantes en tan poco tiempo; el tiempo que duró el régimen de Franco. Todavía siguen las exaltaciones triunfalistas de los nostálgicos de la II República cultural de 1931, cuyo resultado más patente, según un exministro de Instrucción Pública de aquél régimen, nada menos que don Salvador de Madariaga, consistió en haber conseguido siete mil escuelas y siete mil maestros sin escuela, pero a ciertos personajillos estas cifras que demuestran, en fuentes de reconocida solvencia e independencia, el esfuerzo cultural del régimen de Franco, les parecen vituperables.

El sistema de oposición a Cátedras, con todas las imperfecciones que se quiera, funcionaba cabalmente y la Universidad española no se esterilizaba sistemáticamente, como ahora, mediante la endogamia y la arbitrariedad.

Algún día se escribirá el florido pensil de la educación española en la época democrática y con mucho mayor motivo, si la cultura española de hoy, que vive del malentendido y la dictadura de algunos, no llega a perder del todo el sentido del ridículo.

Pero los principales rebuznos que se han difundido desde el otro erial, el auténtico, porque es la tierra de la ignorancia agresiva, la más despreciable de todas, se refieren al campo de la literatura. En él se concentra el impar estudio con que cierra el volumen de 1961 un crítico que no resultará vituperable ni a los voceros del erial y sus aledaños, porque es, además, un excelente creador: nada menos que Gonzalo Torrente Ballester. Yo me atrevería a recomendar a los voceros del erial la consulta de la Enciclopedía de la Cultura Española del profesor Angel Valbuena Prat en cuatro tomos, editada en Barcelona en 1974 por Gustavo Gili. Si se me permitiera utilizar medios de corrección docente tan añejos como eficaces, yo castigaría a los voceros del erial con la obligación de copiar cien veces el ensayo de Torrente Ballester en 1961 y el tomo IV de Angel Valbuena Prat en 1975. Para empezar con esto podrían enterarse al fin que el eximio poeta de la generación del 27 como Gerardo de Diego, Dámaso Alonso, José María Pemán y Ernesto Jiménez Caballero, colaboraron muy activamente en los servicios culturales de la zona nacional; que los tres promotores de la Agrupación al Servicio de la República de 1930/31-Ortega, Marañón y Pérez Ayala- escribieron contra el Frente Popular durante la guerra civil y los dos últimos en favor de la causa nacional. Que Luis Rosales, Luis Felipe Vivanco, Leopoldo Panero, Dionisio Ridruejo, Adriano del Valle…, fueron ardorosos partidarios de Franco. ¿A cuál de las dos Españas pertenecieron, dentro de la novela, el ensayo y la crítica, Juan Antonio Zunzunegui, José Camón Aznar, Eugenio Montes, el genial Eugenio D´Ors, cifra de todo lo cultural? ¿A cuál Agustín Foxá, Jacinto Miquelarena, Emilio García Gómez, Joaquín de Entrambasaguas, Manuel Halcón, Tomás Salvador, Federico Muelas, Mercedes Fórmica y, al lado de Camilo José Cela, Carmen Laforet, José María Gironella, Miguel Delibes? Y no he agotado, ni mucho menos el espléndido repertorio que nos ofrece Valbuena, y que nos confirman, muy a pesar suyo, los arriscados colaboradores de Reseña. Dedico a ésos, muy especialmente, la cita de un estupendo escritor difícil de clasificar, pero dotado de un penetrante sentido de comunicación: Fernando Vizcaíno Casas.

En cuanto al ensayo de Gonzalo Torrente debe hacerse notar una de sus tesis: “Por lo general, las condiciones sociales en que se desenvuelve la literatura, 1939-1961, son progresivamente favorables al escritor”. Y continúa “desde la Generación del 98 no se había dado en España un caso de cultivo tan generalizado de este difícil arte, la novela”, y cita a una serie innumerable de novelistas que no voy a renombrar aquí por dejarlo como tarea a los becerriles del otro «erial.»

Enrique Area Sacristán
Teniente coronel de Infantería. (R)
Doctor por la Universidad de Salamanca.

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