Uno de los problemas sociológicos más interesantes en el estudio de las revoluciones es establecer si, para que tengan lugar, es o no necesario la existencia de unas élites o partidos que las conduzcan a la victoria, una vez se hayan desencadenado los primeros procesos de la crisis. He defendido en mi tesis doctoral que éstas necesitan, en un primer momento, de la guía acertada de ciertas organizaciones de vanguardia que rompan el grupo mayoritario al que le obligan a elegir entre dos banderas, se hagan con el poder y tomen la iniciativa en nombre del pueblo o las clases hasta ese momento dominadas. He constatado a lo largo de la citada tesis el hecho empíricamente comprobado de que las minorías revolucionarias, siguiendo la teoría de la consistencia de Sergi Moscovici, altamente organizadas y disciplinadas están presentes en toda la revolución de Cataluña y Vascongadas.
Engels pensaba que en las revoluciones que iban a desarrollarse en el porvenir dejarían de estar guiadas por minorías para convertirse en movimientos populares de liberación; no obstante, tanto él como Marx estaban persuadidos de la importancia de las minorías dirigentes en las revoluciones populares hasta entonces conocidas. Engels observa que, una vez iniciado el proceso revolucionario, «una mitad se declara satisfecha con lo ganado, mientras la otra desea ir más allá aún», de modo que se inicia así un proceso de radicalización que sólo la reacción contrarrevolucionaria puede conseguir parar.
La importancia de las minorías revolucionarias, disciplinadas, pro-activas e incansables esta fuera de toda duda, por mucho que su identificación ideológica o retórica con las «masas» o alguna gran parte de de la sociedad como el proletariado y los nacionalistas sean siempre proclamadas por ellas, como así ocurre en estas regiones. Ello plantea una serie de problemas serios para quienes quieren preservar el carácter democrático de una revolución, pues existe el peligro de que las minorías institucionalicen su poder y se arroguen toda suerte de autoridad, desplazando a otros grupos de la sociedad. Por ello las revoluciones, pese a su tremenda fuerza, liberadora o no, y bajo ciertas circunstancias, pueden abrir las puertas a ciertas formas de totalitarismo y a una tiranía mucho peor que la que le precedía.
A menudo se olvida el factor de la internacionalización favorable del conflicto, por lo elemental. La intervención extranjera es decisiva, tanto para favorecer la revolución, como para negarla cuando brote, o para permitir que estalle por omisión. Los modos en que ésta puede ayudar a la revolución son paradójicos.La importancia decisiva de la situación internacional nos la indica el caso portugués, por poner un ejemplo cercano geográficamente, caso intermedio entre revolución y golpe de estado en el que los grupos militares que apoyaron al régimen salazarista y que estaban encargados de mantener el orden por la fuerza de las armas en el agonizante Imperio lusitano se volvieron contra él en nombre de la democracia, pero sólo cuando las guerras coloniales se hicieron insostenibles y la derrota era inminente.
La participación de las élites de poder en Cataluña y Vascongadas, así como parte de los depositarios de la violencia legitima como son los Mossos en la revolución son indiscutibles. El grupo social «catalan» esta dividido en dos pero, dado que uno de esos grupos es partidario de utilizar la violencia o está dispuesto a utilizarla, el otro grupo se encuentra en inferioridad de condiciones frente a aquel, se transforma, pues, en mayoría revolucionaria.
Lo que quiere decir que los nacionalistas Vascos y Catalanes, ahora con el acuerdo de ir juntos y de la mano en este proceso, repiten lo que fue en su momento el Movimiento Carlista de las Guerras civiles del siglo XIX que coincide geográficamente, como un fotograma, con los territorios donde se proclama la revolución nacionalista.
Enrique Area Sacristán.
Teniente Coronel de Infantería.
Doctor por la Universidad de Salamanca.
