Verus Israel V. Análisis sociológico. (2)

QUÉ ES RELIGIÓN POSITIVA

La etimología del término «religión» ha sido debatida durante siglos debido a las dos interpretaciones que se han sostenido que además de ofrecer una propuesta acerca del origen de la palabra, subrayan alguna actitud religiosa.

Antes de ser usada con un sentido relacionado con las divinidades, el término «religión» o «religioso» era utilizado para expresar un temor o un escrúpulo supersticioso. Así consta en textos de Julio César (De Bello Gallico VI) y Tito Livio (Historia de Roma desde su fundación IV).

La primera interpretación relacionada con el culto es la del orador latino Cicerón que en su obra De natura deorum ofrece la siguiente etimología: «Quienes se interesan en todas las cosas relacionadas con el culto, las retoman atentamente y como que las releen, son llamados «religiosos» a partir de la relectura».​ Esta etimología —filológicamente más correcta— subraya la fidelidad a los deberes que la persona religiosa contrae con la divinidad y por tanto está más relacionada con la justicia.​

La otra etimología propuesta por Lactancio hace derivar la palabra «religión» del verbo latino religare: «atados,ligados por un vínculo de piedad a Dios estamos “religados”, de donde el mismo término “religión” tiene su origen, no —como fue propuesto por Cicerón— a partir de “releyendo”».​ Este segundo sentido resalta la relación de dependencia que «religa» al hombre con las potencias superiores de las cuales él se puede llegar a sentir dependiente y que le lleva a tributarles actos de culto.

En su ensayo Del imperio romano, José Ortega y Gasset escribe «Cuando el hombre cree en algo, cuando algo le es incuestionable realidad, se hace religioso de ello. Religio no viene, como suele decirse, de religare, de estar atado el hombre a Dios. Como tantas veces, es el adjetivo quien nos conserva la significación original del sustantivo, y religiosus quería decir ‘escrupuloso’; por tanto, el que no se comporta a la ligera, sino cuidadosamente. Lo contrario de religión es negligencia, descuido, desentenderse, abandonarse. Frente a relego está nec-lego; religente (religiosus) se opone a negligente».

Numen (núcleo de la religión)

Es necesario desde el ámbito filosófico aclarar el contenido fenomenológico que seleccionamos, del depósito inmenso constituido por el material religioso, para desempeñar el papel de núcleo de la religión, aquello que se designa por medio de la palabra latina numen. Los númenes, y lo numinoso de los númenes son categorías específicas de la vida religiosa. Esto significa que todo aquello que pueda considerarse como dado dentro del marco de las relaciones entre los hombres y los númenes (así como en el marco de las relaciones recíprocas de los númenes con los hombres) ha de llevar el sello de la religiosidad. No queremos decir que todo lo que llamamos “religión” deba reducirse al trato inmediato con los númenes. Incluso hay fases o aspectos dados en el curso de la religión en los cuales el numen pasa a un segundo plano, incluso se desvanece

Curso de la religión

El núcleo no es la esencia de la religión. En consecuencia, no podríamos afirmar que el trato con los animales numinosos, que constituye el núcleo, sea también la esencia de la religión. Porque la esencia es el despliegue del núcleo en un cuerpo y en un curso tales que van determinándose recíprocamente. El núcleo es sólo una parte de la esencia, algo así como su gérmen. Pero tan esencial a la religión, tomada globalmente, en su desenvolvimiento histórico, es el trato con los animales numinosos, como la transformación dialéctica de ese trato en una serie de conductas simbólicas que parecen ordenarse en el sentido de un progresivo alejamiento respecto del núcleo originario. Un alejamiento que llevará en su límite a la desaparición casi total del núcleo. Y con ello también, evidentemente –si queremos mantener la coherencia de nuestra Idea de religión–, a la desaparición de la vivencia misma de lo numinoso. Podríamos denominar “avatares de la religión” a la serie de fases o etapas esenciales constitutivas de su curso. Si la religión es parte interna del eje angular, el principio del establecimiento de los avatares esenciales de la religión se tomará de lugares antropológicos, es decir, tales que permitan ajustar las propias fases esenciales del desarrollo mismo del material antropológico que puedan ser establecidos por una Antropología filosófica. Desde la perspectiva de la Idea de un espacio antropológico tridimensional, las transformaciones del eje angular han de entenderse determinadas, en gran medida, por la intersección con las transformaciones dadas en los otros ejes, el eje circular y el eje radial. Es evidente que un desarrollo de la vida religiosa según categorías como puedan serlo las Iglesias, sólo puede entenderse a través del desarrollo social “circular”. También es evidente que el desarrollo del eje angular, según sus contenidos religiosos, no podría entenderse al margen de las transformaciones dadas en el eje radial.

Ateniéndonos a estos criterios, el principio que buscamos para el establecimiento de las fases esenciales del curso de la religión podrá tener la ventaja de no ser un principio enclaustrado en la pura fenomenología religiosa (que, en todo caso, será siempre una referencia inexcusable), sino un principio que se atenga al cambio real mismo de las posiciones objetivas del hombre por relación a los animales. A unos animales que necesariamente constituyen parte de su medio biológico. A su vez, como quiera que el cambio de estas relaciones viene determinado por las transformaciones radiales –ecológicas, tecnológicas– y circulares –sociales, económicas, políticas– (lo que es evidente de modo inmediato en la historia de la caza), podemos concluir que el lugar a donde vamos a ir a buscar el principio de una división de las fases del curso de la religión ofrece todas las garantías en orden a poder ser considerado como verdaderamente significativo desde el punto de vista antropológico. El principio de nuestra división (fasificación) del curso global del desarrollo de la religión lo tomaremos del propio desarrollo histórico del eje angular, en tanto comprende los avatares de los animales que rodean al hombre, según relaciones objetivas dadas a través del desarrollo de los otros dos ejes del espacio antropológico.

Este principio nos conduce a una fasificación sistemático-abstracta que se resuelve en tres grandes estadios consecutivos, que denominamos respectivamente: Estadio de la religión primaria (o nuclear), estadio de la religión secundaria (o mitológica) y estadio de la religión terciaria (o metafísica). El curso de los tres períodos abarca la totalidad de la evolución humana, tomando como punto cero los últimos momentos del Paleolítico medio. Ahora bien, el primer período (que no puede haber comenzado ex abrupto), exigirá la introducción, a parte ante, de una fase prehistórica de preparación religiosa, una fase que podemos extender a lo largo del Paleolítico inferior (principalmente a partir de la utilización del fuego por homo erectus, a lo largo de 600.000 años) y que denominaríamos período protoreligioso o período de la religión natural. Los períodos primario, secundario y terciario cubren los fenómenos que comunmente se denominan “religiones positivas”. En el contexto dialéctico global, todas las religiones positivas podrían ser llamadas antropológicamente verdaderas. Sin embargo, como verdadera religión positiva, en sentido directo e inmediato, habremos de considerar a la religión primaria o nuclear.

Religión primaria o Fase de la religión primaria

La pregunta filosófica sobre el significado religioso de las reliquias paleolíticas [364] es, al mismo tiempo, la pregunta por el origen de ese significado, en tanto que contiene una verdad. Se trata de comprender los mecanismos antropológicos en virtud de los cuales los animales, que ya rodeaban al protohombre en la etapa de la religión natural, comienzan a ser percibidos como numinosos, comienzan a dar lugar a las manifestaciones propias de la primera fase de la religión positiva. Estos mecanismos (desde nuestros presupuestos) no podrían entenderse al margen del propio proceso de constitución de relaciones circulares. Por ello, formularemos el proceso de numinización de los animales naturales como un proceso simultáneo de segregación o extrañamiento (la serpiente, por ejemplo, en el Génesis) de unos seres que rodean a los hombres, como partes de un mundo del que además se depende (el alimento) y con el cual se convive cotidianamente. Un proceso en virtud del cual, a medida que van cerrándose las relaciones circulares, van también desdoblándose como extraños los seres que nos rodean y que, sin embargo (a diferencia de los árboles o de las piedras) continúan siendo, aunque sin seguir nuestras reglas “circulares”, centros de voluntad, que acechan, huyen, aparecen y desaparecen en lugares imprevistos. Desde el punto de vista de esta segregación adquiere un significado muy rico la cuestión del canibalismo. A medida en que los demás hombres no puedan ser comidos (esto es, no es que no se coma de hecho, sino que se configure una norma o regla que prohiba el canibalismo), tendremos un criterio de distanciación de los animales, de los cuales se depende, y recíprocamente. En el origen de la percepción de los animales como númenes nos inclinaríamos a ver más que un proceso de identificación del hombre con el alimento animal, del que se depende (una comunión), un proceso de segregación o de extrañamiento de aquello mismo de lo que, sin embargo, dependemos.

Los animales que los hombres comienzan a percibir como extraños (a medida que van cerrándose las relaciones regladas familiares) siguen siendo, sin embargo, envolventes, en el sentido en el que nos envuelve una voluntad y una inteligencia (la que se manifiesta en la religión natural). Y esta situación ontológica nos parece que tiene capacidad para suscitar el “reflejo” o “coloración” del animal como numinoso. No como ilusión o simple fenómeno, sino como aspecto objetivo, aunque posicional, de la misma realidad de aquello “que es cada vez más distinto, sin dejar de ser siempre semejante” (y semejante en términos de parentesco). El concepto de religión nuclear no se construye, en cuanto que es ya religión positiva, a partir simplemente de la relación zoológica (caza, etc.) de los hombres con los animales. Requiere la mediación de los conceptos universales y de sus símbolos, de las esencias a través de las cuales los animales empíricos comienzan a ser contemplados. No porque la esencialización signifique que los animales se desvían de su condición de alimentos. Es su misma condición de presas aquello que, a partir de la relación de reciprocidad, puede ser percibido desde la esencia universal. Por tanto, aquello que no se agota en la corporeidad individual empírica. No porque nos remita al plano de lo espiritual, sino porque nos lleva al plano lógico (terciogenérico) de lo que puede ser reproducido, aunque esta reproducción no dependa técnicamente del hombre, sino precisamente del propio animal (observaciones de hembras animales preñadas, de huevos de reptiles o de aves). Porque la única reproducción tecnológica que el hombre del paleolítico era capaz de propiciar no podría rebasar los límites de la reproducción simbólica. Según esto, lo significativo de estas reproducciones paleolíticas no sería tanto que ellas tuviesen o no fines de magia simpática (lo que siempre puede ocurrir, en el plano psicológico) o que tuviesen una intención –que sería ya religiosa– de magia psíquica (rogar al numen del animal, o engañarle, o invitarle a reproducirse), sino que ellas manifiestan la efectiva percepción objetiva de la esencia universal, de los arquetipos. Esta perspectiva es la que nos permite entrar en el terreno de la religión positiva. En efecto, lo característico de esta forma primaria de la religiosidad es su referencia a las realidades animales concretas, empíricas, pero sub specie essentiae. Es decir, en la medida en que ellas no desaparecen por la caza, sino que se mantienen, tras su desaparición empírica, fenoménica, por su esencia. A su arquetipo, ligado sin duda al nombre, o al símbolo; según él, se reproducen. Ahora bien: esta esencia simbólica que se conserva y que sólo cuando se posee conservada por los hombres alcanza la figura de tal, podría haberse desarrollado según tres formas principales sucesivas.

(1) Como parte real (corpórea) disociada del animal mismo que muere: lo que se conserva del animal muerto son sus huesos (su cráneo, por ejemplo) o su piel; la piel con la cual los hombres mismos se cubren y se protegen para dirigirse (desde el arquetipo o esencia universal) a los nuevos ejemplares empíricos de la especie o a sus enemigos. Tal sería la fase de la religión musteriense.

(2) Como figura del animal representado y disociado del animal empírico. Figura que no es ninguna alegoría, pues no quiere ser otra cosa sino la esencia universal del mismo animal empírico, es decir, una figura realista (naturalista), a veces, de un asomabroso realismo. Tal es la fase corrrespondiente al arte parietal aurignaciense, solutrense, etc. El realismo de estas pinturas parietales no mengua nada su carácter simbólico (como representativas de la esencia).

(3) Pero la misma naturaleza operatoria de la esencialización contiene en sí un germen combinatorio (combinación de esencias o arquetipos) que habría que ver como la primera manifestación, en el período de la religiosidad primaria, de la actividad mitológica (cuyo mostruoso desarrollo dará lugar a los contenidos de la religión del segundo período). Como ilustración de esta fase de la religión primaria en la cual los arquetipos, aun referidos a animales empíricos, aparecen ya en una mezcla combinatoria mitológica (fantástica), podría citarse el famoso “hechicero magdaleniense” de la cueva de los Trois-Frères que representa a un animal con rostro de mochuelo, larga barba de bisonte, grandes orejas de lobo y anchas astas de ciervo. Sus extremidades delanteras recuerdan las garras de un oso, las posteriores son humanas, con cola de caballo adaptada. 

Religión secundaria o Fase de la religión secundaria

Los pueblos que aún hoy comúnmente son computados como animistas (frente a las religiones superiores) se encuentran en la fase que llamamos secundaria (aunque muestran influencias abundantes de las religiones superiores). Las causas necesarias para explicar el tránsito hacia la religión secundaria hay que situarlas en las transformaciones objetivas a que el desarrollo circular (demográfico, por ejemplo) y radial-tecnológico, junto con el propio desarrollo religioso primario, han operado en el medio real y, por supuesto, en el cambio efectivo que, por otros motivos (entre ellos, sequías, epidemias), el propio medio real ha podido experimentar. Los cambios más significativos podrían ser agrupados en dos rúbricas:

(1) El progresivo agotamiento de la caza, determinado, en parte, por el progreso tecnológico y social (flechas, organización cooperativa de los cazadores). Culmina con la “desaparición de la megafauna del Pleistoceno” y, con ella, de las referencias efectivas de los grandes númenes paleolíticos.

(2) La domesticación de los animales. El significado del neolítico lo pondremos en el control de los animales y, en particular, en el control técnico de su reproducción. Pues éste ha de llegar a constituir un cambio efectivo en las relaciones angulares de dependencia que los hombres tienen respecto de los animales durante el período de la religiosidad primaria.

La transición hacia las formas de religiosidad secundaria no puede entenderse como un proceso de desaparición de los númenes, sino como el proceso de su transformación o anamórfosis [94], en virtud de la cual, las figuras animales numinosas se mantienen gracias a que se produce un cambio específico de sus referencias, una “metábasis  a otro género” diferente, Un género de referencias que ya no serán identificables con los animales empíricos, sino con entidades que ya no son animales, aunque tengan alguna conexión imaginaria con ellos y conserven constantemente las huellas de su origen. Si llamamos dioses a estos nuevos númenes, podríamos definir la religión secundaria, en primera aproximación, como la religión de los dioses. Los cambios de dirección señalados en los ejes antropológicos son profundamente significativos en lo que respecta a lo que venimos llamando metábasis de los númenes. En efecto:

(a) los cambios operados en los ejes circular y angular permiten entender la metábasis como orientada hacia una inversión de las referencias animales y humanas. Al invertirse la relación de dependencia que los hombres mantenían respecto a los animales numinosos, y al pasar los hombres a la posición de “señores”, del control (en el plano tecnológico de la reproducción) de los animales, será la figura humana aquella a la que habrá de aplicarse la numinosidad. De este modo, la metábasis por inversión nos llevaría ya a los dioses antropomorfos. En la metábasis por inversión, propia de la religión secundaria, las nuevas referencias adquieren su aura numinosa mediante la influencia explícita de las referencias primarias. Por ejemlo, la diosa madre (la tierra), del neolítico mediterráneo, es “señora de los animales”.

(b) En cuanto a los cambios operados en los ejes circular y radial (por ejemplo, los cambios en los mapas cosmogónicos o meteorológicos): se comprende que orientarán la metábasis o cambio de referencia en el sentido de una expansión o transferencia hacia nuevas referencias (meteorológicas o astrales) asignables a los númenes. Las figuras de los númenes primarios serán utilizadas como modelos para reorganizar los nuevos fenómenos. La bóveda celeste se poblará de animales numinosos, como bóveda zodiacal, como si en ella se hubiesen proyectado las figuras que, en el primer período, poblaban las bóvedas de las cavernas.

Religión terciaria o Fase terciaria de la religión

La religiosidad terciaria no procede “de lo alto”. La religión mitológica [366], con el arrastre de fondo de la religiosidad primaria, es el verdadero origen de donde brotan las religiones terciarias. Entenderemos la reorganización que estas nuevas fuentes, en principio extrarreligiosas, promueven en el campo de la relgión secundaria, fundamentalmente, como una rectificación o un freno al delirio mediante el cual caracterizamos a las religiones superiores. Y, por ello, las religiones terciarias podrían ser consideradas filosóficamente como impulsadas por un principio de verdad racional, de sobriedad y claridad. Se abre camino este principio mediante la sistematización, simplificación, negación y crítica del principio mitológico. Si llamamos “Teología” a esa nueva disciplina, podríamos caracterizar al período terciario de las religiones como su período teológico –frente al período mitológico. Sin duda, la actividad “teológica” está ya presente en la fase secundaria. Pero su metábasis está en función de la novedad de las situaciones circulares y radiales. Novedad determinada por el desarrollo demográfico y político de las sociedades neolíticas, obligadas a entrar en contacto las unas con las otras. Estos contactos equivalen a una confluencia de universos mitológicos no siempre compatibles. Pero la principal fuente de descomposición de las religiones mitológicas habría que ponerla en el eje radial, en el desarrollo de la tecnología y de las primeras categorías científicas (mecánicas, geométricas y astronómicas) y, con ellas, de la filosofía metafísica. Sólo cuando se han puesto a punto los nuevos modelos impersonales de construcción meteorológica, astronómica y cosmológica, puede disponerse de una perspectiva capaz de introducir una nueva disciplina del delirio mitológico (que organiza el cosmos según, sobre todo, relaciones de parentesco) y que, por otra parte, sigue su curso. Habrían sido los modelos naturalistas (por ejemplo, el del poema fenicio de Sanchunjaton) y, sobre todo, los geométricos, que dieron lugar a la metafísica presocrática, aquellos instrumentos que más eficazmente pudieron sacar de su clausura al delirio mitológico secundario. No se pueden explicar las religiones superiores (budismo, cristianismo, islamismo) al margen de la filosofía. El cristianismo no hubiera sido lo que fue sin la filosofía griega (y no digamos nada del islamismo).

Las religiones terciarias son religiones teológicas, es decir, religiones que se desarrollan incorporando a la filosofía griega en forma teológica. Esto ocurrió ya con el judaísmo (Filón de Alejandría) y, sobre todo, con el cristianismo (desde Nicea, hasta San Agustín o Santo Tomás). Y con el islamismo (Avicena, Averroes). Pero al cristianismo le corresponde la condición de corriente central histórica por haberse desarrollado en unas “sociedades europeas” más complejas (política, tecnológicamente) en cuyo seno se forjaría la ciencia moderna. En cualquier caso, el cristianismo por su dogmática específica, abre unos cauces precisos, pero si la Teología dogmática del cristianismo podía ponerse en el mismo plano en el que se dibujan muchas religiones mistéricas (Atiss-Cibeles, Isis-Osiris, etc.). Lo que hizo del cristianismo una religión terciaria suis generis fue sobre todo el haberse visto obligada a asimilar la filosofía griega una vez convertida en la religión del Imperio, el haber tenido que desarrollar una Teología dogmática filosófica, gracias a la cual pudo elevarse a la condición de religión terciaria absolutamente original. Ocurrió como si el Dios de Aristóteles, que permanecía “ensimismado” desde la eternidad, comenzase a revelarse y, lo que es aún más sorprendente, a encarnarse y a hacerse presente en la eucaristía. La importancia específica de estos dogmas cristianos la ponemos precisamente, no tanto en sus contenidos míticos, cuanto en la reconstrucción teológico-filosófica de los mismos. La necesidad de reconstruir estos dogmas con ideas filosóficas griegas determinará, por un lado, como acabamos de decir, la elevación de una dogmática mítica a la condición de religión terciaria; pero, por otro lado, determinará una profunda transformación de las ideas filosóficas griegas, las cuales, al ser “obligadas” a desenvolverse a través de dogmas tan característicos como el de la creación, la encarnación, los ángeles, o la eucaristía, tuvieron que analizarse “regresando” a sus elementos más abstractos y dando de sí ideas implícitas (por ejemplo, creatio ex nihilo, persona e individuo, formas separadas, accidentes separables de la sustancia…) que no se hubieran organizado por sí mismas jamás. Queremos decir, por tanto, que la importancia del dogma de la eucaristía, en sí un mito, reside en la reconstrucción teológica que de este dogma hizo la Teología tomista de la transustanciación, que determinaría la distinción, no ya sólo entre sustancia y cantidad (como accidente suyo) sino la distinción entre la extensión (como atributo de la cantidad) y la cantidad misma; distinción que sería negada por el mecanicismo cartesiano, pero no por el energetismo leibniziano o newtoniano (las mónadas de Leibniz se parecen más a las hostias consagradas que a los átomos que se forman en los torbellinos). Las ideas de persona, las de creación continua de la materia, la idea del eter electromagnético, por no citar a la idea de Cultura, son ideas procedentes, no ya tanto de la dogmática cristiana, cuanto de la teología cristiana, es decir, de la reconstrucción de los dogmas cristianos mediante la filosofía griega.

En resolución: el período terciario de las religiones podría entenderse como un período esencialmente crítico de la mitología secundaria, en tanto tiende a reducir y simplificar el delirio politeista en la dirección del monoteísmo metafísico. Cuando hablamos de superioridad del monoteismo metafísico nos referimos a su significado religioso, frente al delirio mitológico y a su condición de antesala del ateismo, como aparece claro en la teología natural de Aristóteles y, en la época moderna, en el proceso que denominamos como inversión teológica Por ello, tenemos que entender las religiones superiores como religiones internamente contradictorias –no delirantes, como las secundarias– y ahí pondríamos la raíz de su interés dialéctico y crítico. Es muy importante evitar la idea de una religión terciaria que borra y sustituye a la mitología secundaria, pues ésta refluye en el marco terciario. Uno de los testimonios más interesantes de estos reflujos –por la actualidad que le otorga en nuestros días la creciente fe en los extraterrestres, por un lado, y la estimación de los animales, por otro– es el proceso de “lucha del cristianismo contra los demonios” y, por una extensión natural, contra los ángeles. El cristianismo ha puesto al hombre (no a los ángeles ni a los demonios), a través de Cristo, en el lugar más elevado de la creación, no sólo del mundo corpóreo, sino del universo.

En este contexto cobra significado el tratamiento de la cuestión de los ángeles. Porque, los ángeles son pieza esencial de las concepciones no antropocéntricas del universo, características de las religiones secundarias; el cristianismo tendrá que entrar en conflicto con los dogmas que giran en torno a los ángeles (dogmas que, por otra parte, ha recibido como herencia del Antiguo Testamento). Según algunos teólogos el pecado angélico habría sido un pecado de envidia hacia el hombre. Se comprenderá que los ángeles caídos tendieran a ser concebidos como entidades orientadas a girar en torno al hombre, a fin de destronarle, ya como tentadores de Adán, ya como tentadores del hombre en general. Los ángeles caídos terminarán por ser concebidos como un principio maligno, que precisamente se orienta hacia la generación del Antricristo. El hombre-divinizado, es decir, elevado por encima de los ángeles, se compadece mal (en la fase terciaria) con el hombre-animal. La parte animal del hombre nada tendrá que ver con el espíritu; ni siquiera tendrá alma. Los animales serán máquinas, carecerán de conciencia, de sensibilidad y, por tanto, el hombre no tendrá por qué tener la menor piedad hacia ellos. Tal consecuencia del cristianismo, que lleva hasta el límite el desarrollo dialéctico de la religión primaria (pues convierte la religión en la más descarnada impiedad ante los animales), fue sacada con asombroso rigor lógico por Gómez Pereira) (Antoniana Margarita). Fue la filosofía cartesiana la que recogió a manos llenas estos resultados y los sistematizó en forma sencilla y geométrica. Supuestas estas premisas, se comprenderá que el renacimiento que en nuestros días experimenta el interés por los extraterrestres (es decir, el renacimiento de los demonios, de los genios aéreos o ígneos, en suma, corpóreos, animales) puede interpretarse como un proceso que tiene lugar al compás del desfallecimiento del cristianismo, en razón de que éste, es decir, Cristo, tenía represados a los demonios. El renacimiento de los demonios, desde nuestra perspectiva, se nos manifiesta como una refluencia: es un volver a fluir corrientes retenidas de mucho más atrás, cuando la presa ha comenzado a quebrar por todos los lados –la presa antropocéntrica.

De este modo, este renacimiento del interés por los extraterrestres y el renacimiento del interés y de la piedad por los animales, se nos presenta como dos consecuencias del mismo proceso: el retorno a las formas de religiosidad secundarias o primarias, una vez que la religiosidad terciaria, en la forma del antropocentrismo cristiano exasperado, parece haber agotado sus posibilidades creadoras.

Tipos de religiones

Existen diferentes clasificaciones de las religiones, según el criterio que se elija, por ejemplo:

Por concepción teológica

  • Teísmo: es la creencia en una o más deidades. Dentro del teísmo cabe distinguir entre:
    • Monoteístas: aquellas religiones que afirman la existencia de un solo dios, que a menudo es el creador del universo. Las religiones monoteístas más numerosas son el cristianismo, islam y sijismo; seguidas por el judaísmo, bahaísmo noajísmo y el zoroastrismo.
    • Politeístas: creen en la existencia de diversos dioses organizados en una jerarquía o panteón, como ocurre en el hinduismo, el shinto japonés, o las antiguas religiones de la humanidad como la griega, la romana o la egipcia. Pueden ser incluidas creencias a veces calificadas como animistas como el vudú del oeste de África, que contempla espíritus existentes en los elementos de la naturaleza, pero también diversas deidades. También cabe incluir aquí la mayoría de las corrientes del neopaganismo moderno.
      • Henoteístas: el orientalista alemán Max Müller acuñó este término en el siglo XIX para referirse a la creencia en un solo dios en la que se admiten otras deidades, como sucedía en la antigua religión egipcia especialmente con Akenatón. Aunque ya en la época de Muller resultó un término problemático, quedó con el tiempo incluido académicamente dentro de politeísmo, panteísmo, etc., dependiendo del caso histórico. Actualmente, algunas sectas y cultos neopaganos han resucitado el término​
    • Dualistas: aquellas religiones que suponen la existencia de dos principios o divinidades opuestos y enfrentados entre sí, aunque solo uno de ellos suele ser merecedor de veneración por sus fieles, mientras que el otro es considerado demoníaco o destructivo. Cabe incluir en esta categoría el maniqueísmo y el catarismo.
  • No teístas: Hay religiones como el budismo y el taoísmo que no aceptan o no reconocen la existencia de dioses absolutos o creadores universales, o bien les otorgan funciones menores o muy específicas (como, por ejemplo, la creencia taoísta en el emperador de Jade). En ocasiones, estas deidades son vistas como recursos metafóricos utilizados para referirse a fenómenos naturales o a estados de la mente.
  • Panteísmo: es la creencia de que el universo, la naturaleza y Dios son equivalentes.
  • Panenteísmo: es la creencia de que Dios es a la vez inmanente y trascendente al universo o, en otras palabras, que Dios engloba el universo, pero no se limita a él.

Por revelación

Otra división que se utiliza consiste en hablar de religiones reveladas o no reveladas.

  • Las religiones reveladas se fundamentan en una verdad revelada de carácter sobrenatural desde una deidad o ámbito trascendente y que indica a menudo cuáles son los dogmas en los que se debe creer y las normas y ritos que se deben seguir.
  • Las religiones no reveladas no definen su origen según un mensaje dado por deidades o mensajeros de ellas, aunque pueden contener sistemas elaborados de organización de deidades reconociendo la existencia de estas deidades y espíritus en las manifestaciones de la naturaleza.

Por origen

Otra clasificación de las religiones es por origen o familia. Las religiones se agrupan en troncos de donde derivan, por ejemplo:

Usualmente se acepta que entre las principales familias de religiones se encuentra la Familia de religiones abrahámicas o semíticas como el cristianismo y el judaísmo.

Religiones positivas objeto de estudio

Las principales religiones actualmente practicadas en el mundo cristianas y judaicas, Abrahámicas ambas, por orden alfabético.

  • Cristianismo: centrado en la figura de Jesús de Nazaret (siglo I) y sigue las enseñanzas de la Biblia. Presente en casi todo el mundo, excepto el norte de África y gran parte de Asia (presente en Rusia, antiguos países soviéticos asiáticos y Filipinas).
    • Iglesia católica: iglesia proveniente del cristianismo en la Europa Occidental. América: principalmente en América Latina y Canadá.

Buena parte de Europa suroccidental, además de Hungría, Irlanda, Croacia, Eslovaquia, Polonia y Lituania.

  • Iglesia ortodoxa: iglesia proveniente del cristianismo en Europa Oriental y Asia Menor. Está presente principalmente en Rusia, Grecia y buena parte de la Europa del Este (excepto Albania, Croacia, Hungría, Eslovaquia y Polonia), además de Georgia, Kazajistán y Chipre en Asia. Actualmente se ha expandido alrededor del mundo principalmente gracias a emigrantes de esos territorios.
  • Iglesia anglicana: surgida por la escisión creada por Enrique VIII (1491-1547) de la Iglesia católica. Reclama también su catolicidad y se considera y como una «vía media» entre catolicismo y protestantismo. Es la religión predominante en Inglaterra.
  • Protestantismo: conjunto de iglesias cristianas aparecidas desde el siglo XVI tras la reforma de Martín Lutero y escindidas de la Iglesia Católica.
    • Luteranismo: fundado por Martín Lutero (1483-1546) rechazando la autoridad del papa católico. Es la religión predominante en Alemania, Suecia, Finlandia, Noruega, Estonia, Dinamarca, Letonia e Islandia.
    • Calvinistas: profesan la doctrina de Juan Calvino (1509-1564). Actualmente agrupa a numerosas iglesias protestantes reformadas de Suiza, Francia, Países Bajos, Australia y los Estados Unidos Predominan en Escocia.
  • Judaísmo: basado en las enseñanzas de la Torá (el actual Antiguo testamento) y el Talmud. Principalmente en Israel, pero después de la diáspora están extendidos en el mundo.

Vistas las dos religiones con sus ramas, vamos a pasar a analizar en el siguiente capítulo, la relación entre poder, política y religión en la Europa objeto de estudio. El estudio de las relaciones entre Política y Religión ha sido siempre uno de los focos más atractivos de la curiosidad intelectual humana, que directa o indirectamente es tratado, o debiera serlo, en las Facultades de Teología, de Ciencias Políticas, de Sociología y, por supuesto, de Historia. De hecho, es difícil separar, tanto en el pasado como en la actualidad, en los fenómenos sociales lo que pertenece a la Política y a la Religión. La historia de las religiones no puede entenderse sin una debida contextualización política de la misma manera que la historia política sólo resulta inteligible cuando se conecta con la correspondiente interferencia religiosa. Desde el viejo constantinismo romano hasta el estado islámico del siglo XXI, pasando por el anglicanismo y la teología de la liberación, siempre ha sido así.

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