Verus Israel IV. Inglaterra (4)

EL SIGLO XIX EN INGLATERRA Y LA EMANCIPACIÓN DE LOS JUDIOS

La población judía en Londres creció drásticamente a mediados y finales del siglo XIX. Al mismo tiempo, se volvió más extranjera y, en conjunto más pobre. Era mayoritariamente de origen ashkenazí. En 1851 había aproximadamente 35.000 judíos en Inglaterra y la mayor parte de ellos, unos 20.000, vivían en Londres, principalmente al este de Aldgate. La inmigración amplió la población judía de Londres en las décadas intermedias del siglo, pero los niveles de inmigración del Imperio Ruso aumentaron a raíz de los pogromos y el éxodo de 1881 – 1882, y continuaron creciendo de manera constante hasta que la Ley de Extranjería de 1905 redujo y detuvo la afluencia de estos judíos. Para entonces, sin embargo, la judería londinense se había transformado. A principios del siglo XX había 144.000 judíos en la capital, aproximadamente el 83 por ciento de ellos viviendo en el East End. No solo el tamaño, sino también el perfil social de la judería londinense cambió radicalmente. Algunos inmigrantes – en su mayoría hombres jóvenes y solteros – se sintieron atraídos por los puertos marítimos como Chatham, Dover, Portsmouth, Plymouth, Bristol, Liverpool y Hull como sitios para establecerse y prosperar. Hasta la creación de los ferrocarriles en la década de 1830, el comercio interior, al igual que el comercio de ultramar, se organizó en torno a los puertos marítimos, ya que los bienes podían ser transportados más fácilmente.
En las aldeas y zonas remotas había pocas tiendas, como las que existen en la actualidad, por lo tanto el comercio más activo lo realizaban vendedores ambulantes que llevaban productos de pueblo en pueblo y de una granja a la otra a través del campo. El nuevo inmigrante que se establecía en un puerto podía aspirar a entregar mercadería a un correligionario judío, incluso se formaban equipos de vendedores ambulantes. Se dispersaban por todo el campo cada semana, regresando al puerto los viernes para las celebraciones del sábado. Los domingos volvían para continuar la venta durante la semana, llevando mercadería liviana, que podían transportar sobre sus hombros, como joyería, bisutería, tabaco y ropa. Con suerte, el vendedor ambulante podía llegar a tener su propio negocio, pero era una vida difícil e incierta, y las condiciones del comercio muchas veces terminaban muy mal. El inmigrante judío se encontraba en la parte inferior, en la más baja de la escala social, y un número significativo de ellos se dedicó a la delincuencia de poca monta. De ese modo los judíos tuvieron una pésima reputación en el siglo XVIII que fue extremadamente difícil de quitarse de encima mucho después, cuando ya no había delincuentes judíos. Aunque anacrónicos, los personajes judíos de las novelas de Dickens siempre responden al estereotipo de la criminalidad judía tan popular en el siglo XVIII como es el caso de Fagin en Oliver Twist.         
En la primera mitad del siglo XIX la Revolución Industrial y los ferrocarriles transformaron la economía, los judíos fueron encontrando cada vez más ocupaciones estables. Algunos pudieron cambiar su condición social al poder lograr adquirir una profesión y luego la posibilidad de ejercerla. Fue el caso por ejemplo de Francis Goldsmid, que se convirtió en 1835 en el primer abogado judío en Gran Bretaña. Pero también comenzaron a serles cerradas otras opciones laborales: hasta 1830 les estaba prohibido el ejercicio del comercio minorista en Londres. Esto era debido a la exigencia de tener que prestar un juramento cristiano para poder practicar un oficio artesanal, pues todos los artesanos se hallaban agrupados en corporaciones gremiales, vieja herencia medieval, que estaban totalmente cerradas a los extranjeros de cualquier origen. Como resultado, la comunidad judía se vio obligada a especializarse en tareas de manufactura muy específicas, tales como la elaboración de joyas, ropa y muebles, o la venta de mercadería importada como la fruta y el tabaco – los bienes con los que, una o dos generaciones anteriores, se habían ganado la vida con la venta ambulante. Al pasar del comercio a pequeña escala a la fabricación, fueron estableciendo las bases para una mayor expansión comercial a fines del siglo XIX. Cuando llegaron los nuevos inmigrantes judíos buscando trabajo, lo hallaron en las fábricas y en los talleres clandestinos donde se elaboraban estos productos.
Las oportunidades abiertas a los inmigrantes judíos de fines del siglo XIX estaban limitadas por la falta de conocimientos necesarios y entre ellos el muy escaso dominio del idioma inglés. La nueva ola inmigratoria era mucho más numerosa, y las condiciones laborales en las fábricas mucho más difíciles. Los recién llegados tuvieron que adaptarse a un medio absolutamente extraño a todo lo que conocían. Lo que hacía aún más duras sus condiciones de vida era la hostilidad de los empleadores ingleses para con el deseo de los trabajadores de continuar manteniendo sus prácticas religiosas judaicas. Los inmigrantes encontraron trabajo en un rango muy estrecho entre las ocupaciones no calificadas y las semicalificadas, en especial la fabricación de muebles, cigarrillos, botas, zapatos, gorras y sombreros. Muchos de ellos habían participado en un trabajo similar en sus países de origen; durante la confección y elaboración de estos productos realizaban un trabajo a destajo. Los inmigrantes trabajaban, comían y dormían en los mismos barrios, en condiciones insalubres, en total hacinamiento. La jornada laboral podía llegar a durar 13 o 14 horas, pero si no había trabajo disponible, eran despedidos sin pagarles su salario. Uno de los testimonios de la época sobre las condiciones de trabajo cuenta que “Visitamos el taller de un sastre en Hanbury Street. No había un solo baño, parece ser que usaban baldes. En la sala de arriba había 18 personas que estaban trabajando en el calor del gas y las estufas, rodeados de montículos de polvo, respirando una atmósfera de partículas de lana que contenían colorantes peligrosos. No es de extrañar que la salud de los sastres se dañe a causa de enfermedades pulmonares”.      
La confección fue la ocupación más frecuente de los inmigrantes judíos. La existencia de la máquina de coser Singer que era barata en la década de 1860 hizo posible establecer un taller de costura en casi cualquier lugar: en la trastienda, en los altillos y en los sótanos. En 1888 hubo más de mil talleres de costura en Whitechapel, en el East End londinense. La mayoría de ellos empleaba sólo un puñado de personas, y eran a menudo talleres familiares, con todos los miembros de la familia involucrados. La llegada constante de nuevos inmigrantes sin apenas competencia – ‘Greeners’ – ayudó a mantener bajos los salarios. Nuevos talleres se abrían constantemente y otros se cerraban. Un maestro de taller solía ir a la quiebra y tenía que volver a explotarse a sí mismo. La confección era la ocupación principal en Leeds, Manchester y Liverpool, así como en Londres. En Leeds, en 1891 el 72% de los adultos empleados judíos estaban en la confección y fue aquí en los años posteriores a la Primera Guerra Mundial que Sir Montague Burton potenció el negocio de la sastrería más grande en el mundo, las técnicas pioneras de la fábrica y las tiendas de ropa de confección.
Entre 1850 y 1914, la relación de la filantropía judía fue la que se encargó de brindar socorro y educación para los pobres judíos que lo eran y mucho. La ayuda y el mantenimiento no fue una cuestión ni un problema para el estado británico. Con pocas excepciones, los pobres judíos seguían siendo responsabilidad de la comunidad judía. Sin embargo, al mismo tiempo, los judíos en Londres se volvieron cada vez más dependientes del apoyo de los contribuyentes para la educación, incluso en escuelas que fueron designadas como “judías” y tuvieron sus orígenes en la propia actividad filantrópica de los judíos. Los judíos se negaron a usar los recursos públicos en un esfuerzo por mantener a los judíos empobrecidos y dependientes lejos de la atención pública.          
A comienzos de la década de 1880, justo antes del inicio de la inmigración a gran escala de Europa del Este, aproximadamente una cuarta parte de los judíos de la capital se conformaron con un ingreso de menos de cien libras por año, y por lo tanto cayeron por debajo de un umbral difícil, llevando una precaria existencia de clase media baja en la capital. La inmigración aumentó enormemente la proporción de los pobres entre los judíos de Londres. El creciente número de judíos pobres y extranjeros en el East End de Londres presentó un enorme desafío para las organizaciones filantrópicas comunitarias. Tras su creación en 1859, la Junta de Beneficencia para el Alivio de los Pobres Judíos se convirtió inmediatamente en la principal fuente de apoyo para los judíos necesitados en la capital. La capacidad de la Junta para recaudar y desembolsar fondos creció rápidamente cuando los judíos de Europa del Este llegaron a Londres. La carga de mantener a los judíos pobres recaía casi en su totalidad en la comunidad judía y no en los contribuyentes locales. En las primeras décadas del siglo XIX, los judíos de Londres crearon una red de siete escuelas para educar a los niños judíos de la capital, pero después de 1870 la capacidad de esta red fue superada por el aumento natural de la población judía, la inmigración y los cambios en la Ley que después de 1880 hacía obligatoria la asistencia a la escuela para niños de entre cinco y trece años. El hecho de que los propios judíos respondieran a esta demanda de educación no sólo habría llevado a un aumento de los costos de funcionamiento, como el empleo de más docentes, por ejemplo, sino que también habría requerido la construcción de varios edificios escolares nuevos y, por lo tanto, un gasto importante de capital. De hecho, los judíos en Londres no hicieron nada de eso y desarrollaron una creciente dependencia de la cartera pública. Igualmente significativo es que lo hicieron abiertamente y sin disculpas. En el East End de Londres, las demandas judías y la atención especial a las necesidades judías fueron mucho más allá de estas prestaciones meramente negativas. Para 1902, había dieciséis colegios en el East End de Londres, con 15.000 alumnos, que educaban a sus hijos en lo que se denominaba “líneas judías”. Esto significaba que las escuelas observaban las fiestas judías; mujeres y hombres judíos se sentaron en sus juntas directivas; en algunos casos, las escuelas tenían un maestro principal judío, y en todos los casos al menos uno de los maestros en la escuela era judío. De hecho, la Junta Escolar de Londres anunciaba específicamente a maestros de escuela que hablaban idish. La educación religiosa en estas escuelas se organizó en torno a planes de estudio diseñados especialmente para las escuelas por el Gran Rabino.              
¿Por qué la comunidad judía estaba ansiosa y dispuesta a aceptar la ayuda del estado en el campo de la educación? El énfasis puesto por algunos historiadores en el carácter confesional de la emancipación judía y el deseo resultante de los líderes comunales de borrar los intereses y la visibilidad de los judíos y por lo tanto su renuencia a recibir fondos públicos, es de poca ayuda aquí. Porque los judíos no intentaron ocultar su uso del dinero del gobierno para promover la educación en las escuelas judías. Cuando la educación confesional se convirtió en un punto de amarga controversia, los judíos no evitaron la refriega. En los primeros años del siglo XX, cuando la política hacia las escuelas voluntarias estaba en el centro del debate político, muchos judíos declararon abiertamente que usarían su voto para promover los intereses de las escuelas voluntarias judías. En Whitechapel, en 1904, Henry Gordon, un activista comunal judío, se presentó a las elecciones al Consejo del Condado de Londres como candidato independiente con el objetivo declarado de defender el estado de las escuelas confesionales según la Ley de Educación de 1903. Lo hizo en oposición a la campaña de los Progresistas para poner estas escuelas bajo control público y reunió el apoyo de importantes líderes religiosos y laicos, incluido Lord Rothschild. Gordon fue elegido triunfalmente en la cima de la encuesta y ganó el apoyo del voto judío y católico. Se presentó a la elección para el Consejo del Condado de Londres como candidato independiente con el objetivo declarado de defender el estado de las escuelas confesionales según la Ley de Educación de 1903. Los 22 judíos defendieron sus escuelas a principios del siglo XX, aunque fueron años en los que figuraron de manera prominente y desfavorable en el debate político, tanto como resultado de la guerra en Sudáfrica, en la que muchos opositores de la guerra entendieron que el conflicto había sido diseñado por los intereses siniestros de los judíos, en una época de profundo antisemitismo en la sociedad británica.

¿Cómo surgió la libertad religiosa por primera vez?

Este es el tema de Persecution and Toleration (Cambridge Studies in Economics, Choice, and Society, 2019). Aquí me centraré en una parte de esa pregunta: ¿cómo obtuvieron los judíos derechos civiles?

El antisemitismo tiene una larga historia en Europa. En otro sitio he comentado que sus fundamentos institucionales están en la Edad Media. Pero incluso cuando los pogromos y la violencia antisemita fueron desapareciendo, permanecieron las discriminaciones y las restricciones hacia los judíos. No fue hasta el siglo XIX cuando los países de Europa occidental las retiraron. En Persecution and toleration, Noel Johnson y yo decimos que esta discriminación era consecuencia de la política económica de Estados frágiles. La libertad religiosa era imposible en Estados débiles que dependían de la legitimidad religiosa. Pero esto no responde la pregunta: ¿Cómo terminó la discriminación? ¿Cómo conseguimos la libertad religiosa?

La lucha por la emancipación judía fue larga. Cuando finalmente tuvo lugar se produjo al calor de la creación de los Estados liberales modernos. Solo cuando cambió la base institucional de la autoridad política la idea de dar a los judíos derechos civiles completos se volvió viable o incluso concebible.

Aquí me voy a centrar en la eliminación de las discriminaciones hacia los judíos en Inglaterra. Y en particular me centraré en una declaración paradigmática de libertad religiosa que realizó Thomas Babington Macaulay en el Parlamento en 1829 a favor de acabar con todas las discriminaciones que sufrían los judíos. Como declaración en favor de la libertad religiosa y del liberalismo en general está tristemente olvidada.

Los judíos se enfrentaban a restricciones a la hora de fijar su residencia, residir, trabajar o practicar su religión en todas las sociedades europeas antes de 1800. Estas sociedades eran gobernadas por reglas basadas en la identidad religiosa, reglas que trataban de manera diferente a los individuos según su fe religiosa. Gran Bretaña era relativamente liberal; cuando los judíos se establecieron en Inglaterra tras ser invitados por Oliver Cromwell en 1655, los judíos se libraron de la mayor parte de la legislación discriminatoria que tenían que sufrir en toda la Europa continental. En especial, no padecían las onerosas restricciones de residencia o matrimonio que sufrían muchas comunidades. Sin embargo, estaban excluidos del poder político y de los trabajos en leyes, servicios públicos y universidades.

La lucha por obtener una libertad religiosa completa duraría décadas. Incluso después de que se eliminaran las discriminaciones hacia los protestantes disidentes y católicos, existían quienes se negaban a que los judíos se sentaran en el parlamento, se graduaran en Oxford o Cambridge, o ejercieran de jueces.

Para comprender de dónde proviene esta oposición es necesario tener en cuenta que la religión sostenía el orden político, incluso en una sociedad tan aparentemente moderna como la Inglaterra del siglo XVIII. Las restricciones a disidentes, católicos o judíos no solo reflejaban un simple prejuicio. Gran Bretaña era una nación protestante. La lealtad al Estado era inseparable de la lealtad al Acuerdo Protestante de 1689. La Iglesia de Inglaterra era el baluarte de la Constitución. La élite anglicana monopolizaba los privilegios y rentas económicas. Los católicos, metodistas, cuáqueros y judíos eran tolerados -eran generalmente libres como ciudadanos privados-, pero se mantenían alejados del poder político.

Darle la vuelta a esto exigía una nueva base para la autoridad política. Como es sabido la emancipación católica a principios del siglo XIX, la amenaza del catolicismo militante coincidió con la pérdida de poder de la Iglesia de Inglaterra. Mientras, el limitado acuerdo oligárquico post-1689 estaba siendo desafiado. Las élites británicas se vieron obligadas a reimaginar las fuentes de su legitimidad política.

Uno de los primeros en hacer esto fue Thomas Babington Macaulay (1800-1859). Como diputado, Macaulay era una figura del establishment y no un radical. Pero su visión del gobierno era fundamentalmente diferente a la que promovieron sus predecesores. Era una visión secular y liberal del rol del Estado, en la que las reglas identitarias basadas en la religión no tenían lugar. Pensaba que “los hombres no tienen la costumbre de considerar cuál es el fin del gobierno, y por eso las discriminaciones hacia los católicos y los judíos han sido sufridas durante tanto tiempo.”

Escuchamos hablar de gobiernos esencialmente protestantes y de gobiernos esencialmente cristianos, algo no muy diferente a decir que hay una cocina esencialmente protestante o una manera esencialmente cristiana de montar a caballo. El gobierno existe con el propósito de mantener la paz, con el propósito de obligarnos a resolver nuestras disputas a través del arbitraje en vez de a través de los puños, con el propósito de obligarnos a satisfacer nuestros deseos con diligencia en vez de con rapiña. Esta es la única misión para la que la maquinaria del gobierno está adaptada de manera particular, la única misión que establecen los gobiernos sabios como su objetivo principal.

Macaulay propone una visión del gobierno liberal, no heroica, instrumental. El Estado no es un proyecto o un cuadro; es un mecanismo para resolver disputas pacíficamente y para facilitar la cooperación social. Es una herramienta creada para servir objetivos específicos y prácticos, no es una religión o una obra de arte que aspira a cubrir necesidades simbólicas o espirituales.

Si uno acepta esta visión liberal del Estado, lo siguiente es aceptar la libertad religiosa. Como dice Macaulay:

«Los elementos de diferencia entre el cristianismo y el judaísmo tienen mucho que ver con la capacidad de un hombre para ser un obispo o un rabino. Pero no son muy diferentes sus habilidades para ser un magistrado, un legislador o un ministro de finanzas que sus habilidades para ser un zapatero. Nunca se le ha ocurrido a nadie obligar a un zapatero a realizar una declaración de fidelidad a la fe cristiana. Cualquier hombre preferiría que le arregle los zapatos un zapatero hereje que una persona que suscribe los 39 artículos [el código anglicano] pero que nunca ha usado un punzón. Los hombres actúan así, no porque sean indiferentes a la religión, sino porque no ven qué tiene que ver la religión con arreglar zapatos. Pero la religión tiene tanto que ver con arreglar zapatos como con el presupuesto y las estimaciones del ejército. Hemos tenido muchos ejemplos claros en los últimos veinte años que prueban que un buen cristiano puede ser un mal ministro de Hacienda».

¿Por qué este argumento, que nos parece natural, sorprendió a los contemporáneos de Macaulay? Israel Feinstein ha dicho que “en su visión era precisamente la diferencia religiosa lo que impedía a un judío ser un legislador en un país cristiano. Para ellos, el argumento de Macaulay era dogmático, incluso irracional y claramente una falacia de petitio principii.”

Herbert Butterfield ha señalado que:

“Aquellos interesados en conocer cómo surgió la libertad estarán a salvo de determinados errores si no olvidan que están observando las acciones y objetivos de hombres de manera retrospectiva; están haciendo desde aquí observaciones de una gran transición”. (Butterfield, 1977).

La visión liberal de Macaulay sobre el Estado tenía sentido solo en el otro lado de esta transición. Presuponía un Estado que se había desplazado desde reglas identitarias basadas en la religión hacia reglas generales. Y esta transición, como discutimos en Persecution and toleration, es la base de las sociedades liberales modernas.

Por supuesto, una vez emancipados, los judíos brillaron en numerosos campos y las sociedades europeas obtuvieron enormes beneficios culturales y económicos. La emancipación también tuvo un efecto transformador en las propias comunidades judías, y dio lugar tanto al movimiento de judaísmo reformista liberal como a varias ramas de la ortodoxia. Pero la emancipación también provocó una reacción violenta.

Aunque la transición desde reglas identitarias a reglas generales y el consiguiente progreso de las sociedades modernas liberales y el crecimiento económico trajo enormes beneficios netos, hubo muchos perdedores, individuos que perdieron estatus relativo a medida que la industrialización reestructuró el orden económico. Muchos culparon a los judíos, que fueron vistos como los mayores beneficiarios del nuevo orden liberal.

El antisemitismo moderno surgió a finales del siglo XIX coincidiendo con la eliminación de las últimas restricciones hacia los judíos. En Bavaria, por ejemplo, una petición ciudadana de la localidad de Hilders se oponía a la emancipación de los judíos porque los habitantes no deseaban “humillarse frente a los judíos” (Hayes, 2017).

El liberalismo resiste en países como Reino Unido o Estados Unidos, donde sus fundamentos institucionales y culturales son fuertes, pero no es irreversible. Para preservar esos fundamentos es útil recordar cómo se construyeron. Desde esa perspectiva, la cuestión de la emancipación de los judíos es instructiva y nos sirve también de advertencia.

Traducción de Ricardo Dudda.

Publicado originalmente en Liberal Currents.

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