EMPERADORES DE RUSIA Y PERSECUCIONES (1721-1917)
Pedro I de Rusia reemplazó el oficialmente título de Zar por el de «Emperador de toda Rusia» o «Emperador Panruso”. Sin embargo, Pedro y sus sucesores continuaron (y continúan) siendo referidos popularmente como «zares».
Como se detalla en la siguiente cronología, a lo largo de la historia rusa y soviética la población judía fue objeto de políticas oficiales de aislamiento, control o asimilación forzada. Las sucesivas «políticas judías» estuvieron influidas por una serie de factores, entre ellos políticas generales en materia de religión y nacionalidad, consideraciones externas y los rasgos personales de los líderes de la época. A finales del siglo XV, por ejemplo, el zar Iván IV, «el Terrible» (1533-84), impuso una serie de restricciones residenciales a la población judía (Basok y Benifand 1993). Esta política se repitió en la creación de la Judería en la década de 1790 por parte de Catalina II y, más tarde, en los esfuerzos de Stalin por controlar la población. Al mismo tiempo, como los líderes no solían tener claras sus intenciones respecto de los judíos del país, la legislación a menudo era inconsistente de un régimen a otro, e incluso durante la misma administración.
Sin embargo, durante toda la serie de Emperadores rusos hasta Nicolas II, siglo XX, aplican políticas antisemitas que continuarán durante la revolución y la época soviética como veremos en el siguiente capítulo.
Un estudio sinóptico de la historia de los Emperadores de Rusia, llamados Zar por extensión del zarato, se muestra a continuación, con una breve nota sobre su postura sobre el pueblo judío.
El antisemitismo popular o de base también ha marcado la historia de la judería rusa y soviética, y en ocasiones ha estallado en violentos pogromos. Estos episodios parecen ser más probables durante períodos de agitación política y económica y, según una interpretación, cuando las organizaciones nacionalistas son aliadas políticas del gobierno.
El Decreto de asentamiento
La población judía no tuvo una presencia significativa en el Imperio Ruso hasta el siglo XVIII. Tenían vedada la entrada en el país salvo si eran conversos, výkresty, aunque alguno de esos conversos llegó a ocupar altos cargos en la corte de Pedro I, el Grande (1672-1725).
La prohibición continuó vigente hasta la primera partición de Polonia en 1772, cuyo territorio se repartieron entre Rusia, Prusia y Austria. Junto con las nuevas tierras, la dinastía Romanov incorporó también unos 50.000 judíos.
Tras el tercer reparto de Polonia (1795) y las victorias sobre Napoleón (1769-1821), el Imperio Ruso creció considerablemente en extensión y población. Casi un millón de judíos pasaron a formar parte del censo fiscal de la monarquía (sólo los varones eran registrados). En apenas treinta años, el imperio zarista se había convertido en el estado con mayor población judía del mundo. (Karady; 2000).
Catalina II (1729-1796) consideraba a los judíos un pueblo atrasado, mal organizado y con una cultura muy diferente a la rusa. Aprobó diversas leyes con la intención de asimilarlos, pero cuando esta política fracasó, les impuso la prohibición de abandonar los territorios en los que residían antes de la anexión.
En 1791 entró en vigor el Decreto de Asentamiento que fijaba para la población de origen judío la llamada Zona de Residencia. Ocupaba casi toda la frontera occidental y meridional del imperio, representaba casi una quinta parte de la Rusia blanca y, aunque con altibajos, pervivió hasta 1917. (Karady; 2000) Las comunidades judías no podían abandonar ese territorio delimitado ni tampoco establecerse a menos de cincuenta kilómetros de la frontera imperial.
En estas políticas restrictivas y excluyentes el factor religioso también jugó un papel importante. Referente y símbolo de la identidad nacional, la Iglesia Ortodoxa Rusa presionaba contra cualquier colectivo no adscrito al credo oficial, bien fuese cristiano (con especial encono contra los católicos), islámico o judío, al considerarlo herético, extranjero y atentatorio contra la soberanía nacional y la auténtica fe. (Meyer, J. Ortodoxia e Identidad Nacional en Rusia, El Colegio de México, 1996)
La violencia antisemita fue una constante a lo largo del periodo que nos ocupa. Dos episodios fueron especialmente sangrientos: el de Odessa, en Ucrania, y el de Kishinev, en la actual Moldavia. La literatura los ha recogido gracias a escritores como Isaak Babel (1894-1940), participante en la Revolución y en la Guerra Civil, fusilado durante las purgas estalinistas y con su obra prohibida durante décadas.
La represión y la eliminación deliberada de la memoria judía trascendieron el periodo revolucionario, formaron parte de la Guerra Civil, la I y II Guerras Mundiales, la posguerra e incluso los últimos años del régimen estalinista, marcado por dos sucesos trascendentales: la eliminación del Comité Judío Antifascista y “el complot de los médicos”.
A mediados del siglo XIX, se establecieron comunidades judías en ciudades rusas o ucranianas. En San Petersburgo se formó una comunidad dedicada al comercio y a actividades intelectuales, formada por más de 30.000 personas. Gracias a nuevas leyes se crearon colonias agrícolas en el sur de Ucrania, la denominada “Nueva Rusia”.
Del contacto con otras formas de vida y pensamiento, surgieron personalidades que jugarían un papel decisivo en el futuro desarrollo revolucionario. Como Martov, Kamenev, Zinoviev o Trotski. Según el censo de 1897, el imperio zarista estaba poblado por 125 millones de habitantes de los que algo más de la mitad vivían en la Rusia europea. Se trataba de un imperio multicultural y pluriétnico, no muy bien cohesionado y sometido a un intenso proceso de rusificación. Existían más de 80 grupos lingüísticos y una docena de minorías reseñables: polacos, ucranianos, bielorrusos o judíos. Estos últimos sumaban cinco millones de personas. La mayoría vivían todavía en la Zona de Residencia y representaban el 2,5% de la población de la Rusia europea. (Casanova; 2018)
Línea de asentamiento de los judíos durante el Imperio Ruso.
La familia real rusa a la que entró Catalina era intensamente antisemita. Pedro el Grande gobernó Rusia de 1682 a 1725 y declaró: «Preferiría ver entre nosotros naciones que profesan el mahometismo y el paganismo en lugar de los judíos. Ellos (los judíos) son astutos y tramposos. Mi esfuerzo es para erradicar el mal, no para multiplicarlo».
En gran medida a los judíos les prohibieron vivir dentro de Rusia. Los conversos al cristianismo eran tolerados, pero a los judíos que se negaban a abandonar su fe por lo general les prohibían vivir en el interior del país.
La hija de Pedro, la zarina Isabel, quien invitó a Rusia a Catalina la Grande para que se casara con su heredero, tampoco era amiga de los judíos. Presentándose como una defensora del cristianismo, ella se apoderó del poder en un golpe de estado en 1741 durante el cual blandió una gran cruz de plata y declaró que se oponía a todos los «enemigos de la fe cristiana». Al año siguiente, en 1742, Isabel firmó una orden de expulsión, declarando ilegal que cualquier judío permaneciera en Rusia.
Esta ley radical se mantuvo incluso cuando Rusia se expandió hacia el occidente, adquiriendo territorios donde existían comunidades judías. Cuando la ciudad de Riga (formalmente cedida por Suecia a Rusia en 1721 y actualmente la capital de Latvia) le pidió a Isabel que permitiera que se quedaran en el lugar los comerciantes judíos, Isabel declaró: «Yo no deseo obtener ningún beneficio ni ganancia de los enemigos de Jesucristo», e insistió en que los judíos de Riga debían partir o convertirse al cristianismo si deseaban quedarse. El historiador Martín Gilbert estima que en 1770 vivían en Rusia unos 100.000 judíos, pero su presencia apenas era tolerada y a duras penas era reconocida por los oficiales rusos.
Catalina la Grande invita a los extranjeros a ir a Rusia, pero sólo si no eran judíos.
En contraste con la familia rusa real, Catalina la Grande parece haber tenido un odio menos visceral hacia los judíos. Después de arrebatarle el poder a su esposo en 1762 con un golpe de estado, Catalina se instaló como emperatriz de Rusia. Uno de sus primeros actos en 1763 fue emitir un «ukaz», un decreto que permitió por primera vez que los extranjeros se establecieran en Rusia. Se asume que los extranjeros que ella esperaba que llegaran eran de origen étnico alemán, como ella misma, cuya presencia ella suponía la ayudaría a modernizar su país adoptivo. Sin embargo, una laguna en la redacción de la ley provocó que fuera ilegal que los extranjeros que fueran judíos se establecieran en Rusia.
Los judíos estaban excluidos de este decreto. Sin embargo, en algunos casos específicos, Catalina intervino directamente. Ella permitió que algunos judíos vivieran por ejemplo en la ciudad de Riga. Catalina había establecido una oficina especial para regular a los «extranjeros» en Rusia, y el 11 de mayo de 1764 escribió una carta al gobernador general de la ciudad de Riga pidiéndole que permitiera que los comerciantes judíos se establecieran en la ciudad y que fueran tratados de la misma forma que cualquier otro extranjero. Al final de esta carta oficial, Catalina escribió a mano su propia posdata en alemán explicando que había escrito una segunda carta secreta asegurando la protección para ocho judíos específicos para que pudieran viajar a Rusia y establecerse en Riga. Los comerciantes incluían a un Rabino llamado Israel Jaim, un mohel llamado Lasar Israel y otros. “Halten Sie dieses alles geheim”, escribió Catalina, «mantengan todo esto en secreto».
Aparentemente Catalina también intervino en otras instancias para garantizar los derechos de algunos judíos que vivían en Riga y en St. Petersburgo. En 1769, cedió todavía más y permitió que los judíos se establecieran en las provincias rusas recién adquiridas, en particular en las estepas del sur de Rusia, escasamente pobladas, como cualquier otro «extranjero» en su reino.
De repente se convirtió en la gobernante de la comunidad judía más grande del mundo.
En una serie de turbulentas alianzas, Catalina la Grande se alió con Prusia y Austria, y logró dividir el Commonwealth polaco-lituano. En 1772, Polonia fue dividida y Catalina se convirtió en la gobernante de otros 600.000 judíos en sus nuevos territorios. Con la segunda partición de Polonia en 1793, Catalina adquirió otros 400.000 súbditos judíos. En 1795 ganó más territorios e incorporó otros 250.000 nuevos súbditos judíos. De este modo Catalina la Grande se convirtió en la gobernante de la comunidad judía más grande del mundo entero.
Al parecer no le gustaban demasiado los judíos. Al visitar algunos de sus nuevos territorios, Catalina notó que la población judía local (pero no otros, en su opinión) se veía «terriblemente sucia». De todos modos, ella aparentemente no odiaba a los judíos con el mismo odio visceral de los previos zares y zarinas, y evitó la violencia extrema de sus predecesores hacia sus súbditos judíos. (Por ejemplo, cuando el zar Iván «el terrible» que gobernó Rusia entre 1530 y 1584, conquistó la ciudad de Pskov, cerca de Estonia, él ordenó que todos los judíos que vivían allí fueran ahogados en el río Velkaya que atravesaba la ciudad).
De acuerdo con el historiador nacido en Rusia Herman Rosenthal, quien fue Jefe del Departamento Eslavo de la Biblioteca Pública de Nueva York, los eruditos se dividen en sus opiniones respecto a porqué Catalina parecía reacia a perseguir a los judíos tal como lo hicieron los zares y zarinas previos. Como forastera, Catalina había crecido sin los sentimientos antijudíos profundamente arraigados de algunos rusos.
Catalina emitió una serie de edictos gobernando sus nuevos territorios en Lituania y Rusia, garantizando a todos los residentes igualdad de derechos. La mayoría de sus edictos contienen la frase «sin distinción de religión ni de nacionalidad». En 1772, poco después de que el primer gran grupo de judíos polacos se convirtieran en rusos, Catalina emitió un edicto garantizando que «a las comunidades judías que residen en las ciudades y en los territorios ahora incorporados al imperio ruso se les debe permitir disfrutar de todas estas libertades con respecto a su religión y su propiedad que posean en este momento». Era un decreto promisorio, garantizando la continuación de la vida judía en Europa Oriental, por lo menos durante un tiempo.
Catalina creó la «zona de asentamiento», decretando dónde podían vivir los judíos.
Sin embargo, no siempre Catalina fue tan benéfica. Al enfrentar intensas presiones para mantener la antigua política rusa de no permitir que los judíos vivieran dentro de Rusia, Catalina restringió los derechos de sus nuevos súbditos judíos, insistiendo para que se quedaran en Polonia y Lituania. En diciembre de 1791, ella creó una «zona de asentamiento» formal en la parte occidental del territorio de Rusia, donde podían vivir los judíos. Otras partes de Rusia estaban estrictamente prohibidas.
Los límites de la zona de asentamiento cambiaron a lo largo de los años. Posteriormente Catalina agregó tierras conquistadas al imperio otomano. Ella también alentó a los judíos a mudarse al área alrededor de Odessa en Ucrania. Con el aliento de Catalina, muy rápido este se convirtió en el principal centro judío de Europa y vio florecer generaciones de vida judía. Las fronteras de la zona de asentamiento finalmente fueron formalizadas en 1813, cuando el zar Alejandro I decretó que 25 provincias desde el Báltico hasta el Mar Negro eran las únicas regiones de Rusia en donde los judíos podían vivir o viajar sin permisos especiales. Los judíos podían vivir fuera de la zona de asentamiento, pero sus peticiones casi siempre eran rechazadas.
La zona de residencia no fue el único intento de Catalina de intervenir cuando se trataba de los judíos. Siempre una reformista, Catalina creó nuevas categorías sociales en Rusia, incluyendo siervos, habitantes urbanos, comerciantes, habitantes de pueblos pequeños, etc. Los judíos tenían permitido entrar a las categorías urbanas (llamadas en ruso soslovie) y ser clasificados como habitantes de la ciudad y habitantes de pueblos. Técnicamente, los judíos que recibían estas clasificaciones no se suponía que pudieran vivir en el campo ni en las aldeas, pero la prohibición se aplicó de manera muy desigual. Algunos judíos se vieron obligados a trasladarse a las ciudades mientras que a otros les permitieron permanecer en sus pequeñas aldeas y shtetls.
Cubriendo el 20 % del territorio de la Rusia europea, la Zona de Residencia corresponde a las fronteras históricas de la República de las Dos Naciones, e incluye lo que hoy en día es Bielorrusia, Lituania, Moldavia, Polonia, Ucrania y la parte occidental de Rusia. Además, varias ciudades dentro de la Zona de Residencia estaban excluidas. A un número de judíos cualificados se les permitía vivir fuera de ella.
Catalina creó en Rusia un legado duradero y dañino de considerar a los judíos como «extranjeros».
En 1785, Catalina la Grande decretó que los judíos de Rusia eran «extranjeros» y que tenían todos los derechos y las protecciones que ella ofrecía a las personas que no eran rusas que vivían en sus territorios. Pasara lo que pasara, a menos que un judío se convirtiera al cristianismo, nunca podía ser considerado ruso, ni siquiera podía ser un ciudadano naturalizado. Ella restringió todavía más las oportunidades comerciales de los judíos en 1792 cuando dictaminó que los judíos no podían ingresar a los gremios de comerciantes en Moscú y en la ciudad de Smolensk. La distinción entre judíos y rusos, siempre visible, se fue ampliando lentamente.
Finalmente, en 1794, Catalina declaró formalmente que los judíos eran «extranjeros» completamente separados de los rusos, y duplicó los impuestos que los judíos debían pagar. Fue un movimiento siniestro y marcó el tono de la forma en que los judíos fueron tratados en Rusia durante los dos siglos siguientes, como una entidad separada, a veces como un enemigo interno.
El historiador Max Diamant señala que Catalina, así como sus sucesores, hicieron todo lo que estuvo a su alcance para proteger las mentes de los campesinos rusos, llamados muzhiks, de la supuestamente maligna influencia de los judíos. De esta manera, «la mente de los muzhiks, los campesinos rusos, tenían que mantenerse dóciles e ignorantes. Aunque los judíos podían vagar por Polonia, Lituania y Ucrania, no podían hacerlo en la Santa Madre Rusia, donde vivían los muzhiks, que conformaban el 95 por ciento de la población».
Diamant señala que los judíos eran considerados un grupo maligno, y se manutuvieron completamente separados, tanto que cuando los campesinos rusos llegaron por primera vez a Moscú durante la revolución bolchevique en 1917 y vieron inventos modernos, creyeron que las comodidades modernas habían sido creadas por demonios judíos. Aunque el imperio ruso era hogar de millones de judíos en ese entonces, la mayoría de las personas que vivían dentro de Rusia nunca habían conocido a un judío en sus vidas, gracias al legado de las comunidades separadas y la zona de asentamiento que inventó y defendió Catalina la Grande.
Catalina la Grande es recordada en gran parte del mundo como una reformadora, pensadora de la ilustración e idealista que intentó modernizar Rusia. Su largo reinado fue una época de turbulencias, guerras y grandes victorias para el vasto imperio ruso que gobernó. Sin embargo, para los judíos de Rusia, Catalina la Grande fue una figura compleja. Si bien otorgó algunos derechos a los judíos, también restringió sus movimientos y los convirtió en extranjeros acosados en su propio país.
Su legado continúa hasta la actualidad. Los judíos continúan viviendo en grandes números en las áreas de la zona de asentamiento que estableció Catalina la Grande. El estigma de los judíos como «extranjeros» y de alguna manera «malignos», sigue vivo en Rusia hasta el día de hoy. Una encuesta reciente reveló que la mitad de los rusos sienten que los judíos tienen «demasiado poder». Este es un sentimiento que hubiera estado fuera de lugar durante el largo y tumultuoso gobierno de Catalina la Grande, pero es algo que sus políticas ayudaron a crear.
Indicios de descontento y primeras reformas.
La estructura social y la propia complejidad multinacional, cultural y religiosa del estado ruso, generaron numerosas tensiones. Para los sectores más reaccionarios las tierras no rusas del Imperio eran una posesión del zar y por tanto éste estaba obligado a mantener su indivisibilidad. Los sectores liberales subordinaban las reivindicaciones nacionalistas a las luchas por las libertades civiles. Estaban convencidos de que la consecución de esas libertades acabaría con dichas reivindicaciones. Nacionalistas y socialistas, a su vez, se acercaron porque creían que las reivindicaciones nacionales y sociales iban parejas, aunque no lograron crear un frente político común antes del reinado de Nicolás II (1868-1918), que con su política de rusificación forzada alentó un fortísimo movimiento reivindicativo nacionalista. Sus políticas represivas frenaron — aunque sólo temporalmente— estas reivindicaciones, que estallaron con fuerza a partir de 1917.
Existía también un “ghetto interior”: el de la resistencia a la asimilación para mantener cultura, lengua, religión y tradiciones propias. Especialmente doloroso para la comunidad judía era el reclutamiento militar obligatorio, impuesto en 1827 por Nicolás I (1796-1855). Si el servicio militar era durísimo para todos, para los judíos contenía además un intento encubierto de “conversión” porque los ritos religiosos judíos estaban prohibidos en el ejército.
Hubo de pasar mucho tiempo para que cambiaran estas normas tan estrictas y los soldados de otras confesiones tuvieran las mismas facilidades para cumplir con sus deberes religiosos que los soldados ortodoxos. Por otro lado, la proporción de reclutas judíos —que se alistaban muy jóvenes, con apenas doce años, porque también contraían matrimonio a una edad muy temprana— duplicaba a la exigida a otras confesiones. Solo los colonos que se dedicaban a la agricultura en las regiones del Sur quedaron exentos del servicio militar obligatorio. Poco a poco se fue ampliando la presencia de judíos en las clases medias.
Hacia 1840 el Ministerio de Educación impulsó una batería de medidas destinadas a incorporar a los judíos a la vida rusa. Una de ellas buscaba abolir la autogestión de las comunidades tradicionales —que mantenían herméticamente las tradiciones culturales, las formas de vida y los procesos de sociabilidad— para escolarizar a los niños judíos en ruso. Todas las asignaturas se impartirían en este idioma salvo la religión, que seguiría estudiándose en yiddish. Aun cuando sus progenitores desconfiaban de ellas, estas escuelas promovieron una clase de judíos ilustrados ruso hablantes, muy influyentes en la cultura y la política rusas de las generaciones posteriores.
Otra medida importante fue la apertura a los judíos del “Instituto Comercial Nicolás I”, el mismo en el que estudió Babel, a pesar del sistema de cuotas. Se repartían así: un 10% para los judíos de la Zona de Asentamiento, un 5% para los de fuera de la Zona y un 3% para los judíos de Moscú y Petrogrado. Estas cuotas, en realidad un auténtico numerus clausus, formaban parte de los límites impuestos a los judíos para la educación durante el reinado de Alejandro III en 1887. No se limitaban a la enseñanza primaria y secundaria, pues alcanzaban también a las universidades. (Karady; 2000).
La ascensión al trono de Alejandro II (1818-1881) mejoró la situación de los judíos rusos. Se les permitió el acceso a los centros de enseñanza secundaria y a las universidades. Se concedieron más permisos para abandonar la Zona de Asentamiento, preferentemente a personas con formación superior, profesionales cualificados, soldados retirados y jóvenes dispuestos a cursar cualquier clase de estudios. En 1862 se les permitió la adquisición de tierras, aunque esta disposición sólo estuvo vigente hasta 1864. En este periodo, la familia Brodski compró una cantidad de tierra suficiente para montar un gran imperio azucarero con capacidad para fabricar y distribuir grandes cantidades de azúcar, producto casi desconocido entre la población campesina.
Más tarde se amplió el derecho de residencia a zonas del Cáucaso y de Asia central, ya habitadas por judíos antes de pasar a formar oficialmente parte de Rusia. En San Petersburgo se crearon organizaciones judías de tipo humanitario y educativo. Una de las más renombradas fue la la ORT (Organización para la Capacitación Artesanal y Agrícola). Entre sus fundadores se contaban Nicolai Baxt, profesor de filología en la Universidad de San Petersburgo, Samuel Poliakov, contratista de ferrocarriles, y Goratsi de Guintsburgo, banquero, consejero del Zar y su principal mecenas hasta la Revolución.
Diversas disposiciones legislativas aprobadas por Alejandro II (1818-1881) ampliaron los derechos de la comunidad judía, aunque sin llegar a la emancipación total. El zar desconfiaba de los avances de una minoría activa y competente, tanto en los negocios como en la cultura y en la política. Hizo concesiones, pero reservándose siempre la posibilidad de revertirlas si la situación así lo demandaba.
Regresión y represión
El asesinato de Alejandro II en 1881 desató de manera desmedida una oleada de antisemitismo. Se extendió una velada acusación hacia los militantes de izquierdas de más allá del ámbito ruso, que conectaba con el antisemitismo creciente en toda Europa. Este miedo difuso se relacionaba con los cambios sociales acelerados que se estaban produciendo junto a la revolución industrial: la lucha de clases y la consolidación de las burguesías que la derecha nacionalista rusa —y europea— estaba llevando a cabo (Veiga, Marín, Sánchez Monroe; 2017). Esta emergente ultraderecha radical, que acabaría conformando lo que luego se llamaría genéricamente fascismo, utilizaba un lenguaje seudomarxista que en apariencia aceptaba la lucha de clases pero con la pertenencia nacional como elemento fundamental.
Tampoco faltaron medidas específicamente antisemitas. Alejandro III (1845-1894) ordenó en 1891 la expulsión de Moscú de veinte mil judíos y el cierre de los centros de enseñanza superior a los hijos de personas que ejercían oficios humildes —como sirvientes, cocineros, cocheros, etc. —, muchos de los cuales eran miembros de la comunidad judía. En lo que afectaba a los judíos de otros países de Europa, como pueblo sin estado y no asentados en un solo territorio determinado e identificable, comenzó a considerárseles como “clase media”, más que como uno de los componentes nacionales de un país.
En el caso ruso, al residir forzosamente en la Zona de Asentamiento, se les consideraba a la vez competidores de otras nacionalidades del Imperio. Tras el asesinato del zar en 1881 volvieron las medidas represivas. Muchos judíos fueron deportados a la Zona de Asentamiento desde otras regiones del país. También se creó, por orden de Alejandro III, la Ojrana, una red de agentes dobles, confidentes y soplones. Una policía política de sorprendente capacidad con pocas organizaciones policiales en Europa que pudiesen comparársele. Al principio, el objetivo de la Ojrana era la lucha contra los movimientos narodnik o populistas. Después, a medida que la oposición al Zar y sus políticas se hacía más evidente y numerosa, la Ojrana extendió sus actividades, tanto de vigilancia sobre grupos disidentes como de manipulación ideológica y de desmontaje de posibles atentados. Desde su oficina de París, comenzó a elaborar propaganda específicamente antisemita en forma de publicaciones y panfletos. Lo hizo en un momento en el que Francia y Rusia se aproximaban políticamente, lo que se concretó en la firma de la Alianza Dual en 1894. La Ojrana trabajó activamente para establecer lazos con los sectores antisemitas franceses, denunciar supuestas conspiraciones bancarias judeo-alemanas y organizar falsos atentados para estimular la colaboración entre las policías francesa y rusa, con vistas a una futura alianza militar. (MacMeekin; 2017)
En plena revolución industrial polaca y de emergencia nacionalista en toda Europa, el antisemitismo fomentado desde el gobierno era un arma útil para crear un sentimiento nacional único. Servía también para encauzar y desvirtuar las exigencias políticas y sociales. No era una sólo una maniobra política, formaba parte del nuevo proyecto imperial, autoritario y nacionalista. Para la autocracia zarista estas actuaciones tenían una enorme utilidad, incluso fuera de Rusia. La campaña de intoxicación antisemita alcanzó uno de sus puntos culminantes con la publicación de Los Protocolos de los Sabios de Sion, en 1902. Se trataba de un libelo fabricado por la policía zarista y jóvenes militares que dio carta de naturaleza al mito de la existencia de una conspiración judía de alcance mundial para someter a las naciones cristianas.
Hoy hay cerca de 30 descendientes de los zares Románov, aunque ninguno de ellos vive en Rusia. La sucesión al trono de Rusia es discutible. De los treinta de los Romanov hay solo cuatro cuyos matrimonios están conformes a leyes dinásticas. Tres son de la línea de Vladimiro Kirílovich, primo de Nicolás II: la Gran Duquesa María Vladímirovna y su hijo Gueorgui Mijáilovich, ambos de la Dinastía Hohenzollern. También hay otros pretendientes de la línea de Iván Konstantínovich Románov, etc.
Pogromos entre 1880 y 1920.
En 1881 el zar Alejandro II fue asesinado en la ciudad de San Petersburgo por Ignacy Hryniewiecki de origen judío, lo cual produjo en la Rusia meridional una oleada de violencia que se prolongó hasta 1884. Los Pogromos de Odessa es un término referido a la violencia antisemita en la ciudad de Odessa (actual Ucrania) que estalló en una serie de episodios en 1821, 1859, 1871, 1881, 1886 y 1905. El puerto de Odessa, en el Mar Negro era un lugar de población multiétnica, con griegos, judíos, rusos, ucranianos y otras comunidades, producto de las oleadas migratorias en torno a la península de Crimea y el Mar Negro a lo largo de los siglos.
Aunque ya se habían producido varios incidentes violentos en 1821 el primer pogromo antisemita de Odessa tuvo lugar en 1859. Los participantes en el pogromo eran en su mayoría griegos, liderados por marineros de los barcos estacionados en el puerto, y los griegos de la ciudad, con fuerte influencia en la administración y el comercio, se les unieron. El pogromo estalló en la Pascua cristiana; y la prensa local, que no guardaba muchas simpatías hacia los judíos, intentó transformarlo en una pelea accidental. Nuevos pogromos se sucedieron en 1871, 1881 y 1886.
Habitualmente los historiadores destacan el antagonismo económico entre los griegos y judíos de Odessa, además de las fricciones religiosas. En los pogromos de 1881 y 1905 muchas propiedades griegas también resultaron destruidas.
Los pogromos a menudo eran cometidos con la aprobación tácita de las autoridades zaristas. Existen evidencias de que durante el pogromo de 1905 la policía apoyó a los ciudadanos antisemitas.
El bolchevique Piatnitsky, que se encontraba en Odessa en aquel momento cuenta lo que ocurrió: «Allí vi la siguiente escena: una banda de hombres jóvenes, de entre 20-25 años, entre los que se encontraban policías de paisano y miembros del Okhrana, rodeaban a cualquiera que pareciera judío, hombre, mujer o niño, los desnudaban y los golpeaban sin compasión[…] Organizamos de inmediato un grupo de revolucionarios armados con revólveres […] corrimos hacia ellos y les disparamos, poniéndolos en fuga. Pero de repente entre nosotros y los antisemitas apareció un sólido frente de soldados, armados hasta los dientes y que se enfrentaron a nosotros. Nos retiramos. Los soldados se marcharon y los antisemitas regresaron. Este incidente se produjo en unas pocas ocasiones. Para nosotros estaba claro que los antisemitas estaban actuando juntamente con el ejército.»
Como consecuencia del pogromo, cerca de dos millones de judíos emigraron hacia los Estados Unidos y Argentina en el periodo comprendido entre 1880 y 1920. No fue el único brote antisemita ocurrido en Rusia: son numerosos los pogromos documentados durante la Revolución rusa de 1917; el apoyo a la revolución por parte de colectivos judíos menos favorecidos motivó su posterior represión por parte del Ejército Blanco. El 26 de abril de 1881 la ciudad de Kiev y parte del Imperio ruso se vio envuelta en el pogromo de Kiev de 1881 que es considerado el peor de ese año. También se dieron pogromos en las gobernaciones de Podolia, Volinia, Chernígov, Yekaterinoslav y otras. Durante estos pogromos se formaron las primeras organizaciones de autodefensa judías, estando las más importantes en Odesa. Durante 1914 y 1917 alrededor de un millón de rusos judíos emigraron a diferentes países, en especial a Canadá, Argentina y Estados Unidos.