Verus Israel III. Rusia (4)

ZARES DE RUSIA Y PERSECUCIONES (1547-1721)

Historia temprana.

Bajo la influencia de las comunidades judías, Bulan, el khagan bek de los jázaros, y la clase dirigente de esta región (localizada en lo que es actualmente Ucrania, el Distrito Federal Sur y Kazajistán) adoptaron el judaísmo en algún momento entre fines del siglo VIII e inicios del siglo IX. Tras el derrocamiento del reino jázaro de Sviatoslav I de Kiev en 969, los judíos de la región huyeron en grandes cantidades a Crimea, el Cáucaso y el principado de Kiev que era parte del territorio jázaro.

En los siglos XI y XII, los judíos ocuparon una zona determinada de Kiev conocida como el pueblo judío (‘Los judíos’), lo cual, probablemente, llevó a que las entradas fueran conocidas como las puertas judías. En esa época, la comunidad de Kiev estaba orientada hacia Bizancio (los romaniotes), Babilonia y Palestina, aunque estuvo progresivamente más abierta a los askenazíes europeos a partir del siglo XII; sin embargo, se han preservado pocos productos de la actividad intelectual judía en Kiev. Se conoce de otras comunidades o grupos de individuos de Chernígov y, probablemente, de Volodýmyr-Volynski. Para ese entonces, los judíos se encontraban también en el noreste de Rusia, en los dominios del príncipe Andréi Bogoliubski, aunque no es seguro hasta qué punto habrían vivido allí de manera permanente.

Aunque la región noreste de Rusia contaba con pocos judíos, las zonas hacia el oeste habían mostrado un rápido crecimiento de las poblaciones judías afincadas en los shtetls poblados casi enteramente por judíos. Las olas de expulsiones y pogromos antijudíos de los países de Europa Occidental en la Edad Media llevaron a que una porción importante de las poblaciones judías se trasladara a países más tolerantes de Europa Central y Europa del Este, así como al Medio Oriente. En 1495, Alejandro I Jagellón expulsó a los judíos del Gran Ducado de Lituania, aunque revirtió su decisión en 1503.

Expulsados en masa de Inglaterra, Francia, España y la mayoría de otros países europeos en diferentes momentos y perseguidos en Alemania en el siglo XIV, muchos judíos de Europa Occidental aceptaron la invitación del gobernante polaco Casimiro III de asentarse en áreas controladas por Polonia en Europa del Este, realizando servicios de intermediación comercial en una sociedad agrícola para el rey polaco y la nobleza entre 1330 y 1370.

El imaginario colectivo del mundo ortodoxo en Rusia creado por Iván “El Terrible” y Teodoro I.

La Iglesia Ortodoxa Rusa es una Iglesia autocéfala, es decir, que se gobierna a sí misma en última instancia. Dicho gobierno es ejercido por el Patriarca de Moscú, y es la Iglesia mayoritaria en Rusia, Bielorrusia y Ucrania. La misma fecha de su nacimiento en el año 988 con el bautismo del príncipe Vladimir I de Kiev, que impulsó la evangelización de la actual Rusia. La Iglesia perteneció en sus orígenes al patriarcado ecuménico de Constantinopla, pero se separó de este en el siglo XVI con Teodoro I.

Pero, la separación, como efecto y causa a la vez de la proclamación del Zarato en Rusia con Ivan “El Terrible”, que expulsara a los judíos fuera del territorio de Rusia y marcara la línea político religiosa que seguiría vigente durante toda la historia de Rusia hasta la actualidad.

Existe en la historia rusa un antes y un después de Iván IV, también conocido como Iván el Terrible. Cuando llegó al trono, Rusia se conocía solo como Moscovia, el territorio que rodeaba Moscú. A su muerte, el suyo era un país grande y fuerte, que limitaba al sur con el mar Caspio y al este con los montes Urales, y con un pie al norte en la costa del Báltico.

Iván, además, abrió Rusia al mundo occidental. Estableció relaciones con Inglaterra y otras naciones del norte de Europa; permitió a los barcos mercantes británicos utilizar el puerto de Arcángel, en el mar Blanco; acabó con la amenaza permanente de los tártaros, instalados en Rusia desde los tiempos de Gengis Kan; emprendió reformas en el Ejército y la maquinaria administrativa; creó una Iglesia nacional; y puso los cimientos de una autocracia (zarismo) que gobernó sin interrupción el mayor país europeo durante casi cuatrocientos años, hasta su disolución en 1917 .

Ambos, Ivan “El Terrible” y Teodoro I, crearon las bases del futuro estado ruso-cristiano ortodoxo-antisemita y feudal hasta bien entrado el s. XIX.

Es de destacar tres cuestiones. Primero, el gran componente nacional de la Iglesia Rusa, que, a diferencia de la romana, está estrechamente ligada en lo cultural y geográfico al mundo ruso-eslavo y este es, como vamos a ver, espejo de un antijudaísmo encabezado por los Zares y, por consiguiente, por la Iglesia ortodoxa de Rusia que la transmite a la población.

Segundo su autogobierno local, lo cual implica la no intervención de un poder externo, como podría ser el Papa en sus decisiones.

Tercero, pero no menos importante, la Iglesia Rusa nació de la mano del proto Estado, con el bautismo del Príncipe Vladímir I de Kiev y el correspondiente bautismo de todo el Rus en consecuencia. Vemos también que el origen de esta no se encuentra en lo que hoy es Rusia, sino en un territorio que por muchos años estuvo unida a la misma y de gran afinidad cultural: Ucrania. El origen de la Iglesia en Ucrania generará algunos problemas en el discurso simbólico de la Iglesia Rusa, como veremos cuando analicemos la actualidad. Pero abonará también el repertorio de justificaciones de quienes sostienen como una necesidad la reunificación de los territorios que hoy comprenden Rusia y Ucrania.

Retomando ahora nuestro recorrido histórico, debemos hacer mención de dos fechas. Primero con la caída de Kiev, a mano de las fuerzas tártaro-mongolas en 1240, comenzó un período de decadencia que finalizaría con el traslado de la sede Patriarcal, a su actual lugar, Moscú en 1325. Segundo en 1448 la Iglesia Rusa se separa oficialmente del gobierno de Constantinopla, el cual originalmente elegía a sus autoridades y logra la ya mencionada autocefalía en 1448. Sin embargo y trasluciendo cada vez más nuestra tesis de que la relación entre Iglesia y Estado en Rusia siempre ha sido muy relevante, es preciso hacer notar que:

  “De 1448 a 1589 la Iglesia ortodoxa rusa estuvo dirigida por metropolitanos de Moscú y de todas las Rusias independientes de Constantinopla, pero en severa dependencia administrativa y política de los gobernantes rusos. Baste recordar que en el siglo XVI cinco de los once metropolitanos de Moscú fueron destituidos de sus cátedras por la arbitrariedad de mandatarios laicos y que el metropolitano Felipe II fue asesinado en 1569 por orden de Iván el Terrible.”

Hemos comenzado nuestro recorrido histórico viendo la génesis de la Iglesia Rusa, de la mano del Estado. Es momento ahora de hacer alusión a lo que hemos denominado Mito de la Tercera Roma, que creemos afectará a la evolución histórica tanto de la Iglesia como del Estado. Primeramente, haremos referencia a lo que entendemos por mito. Para ello tomaremos la definición de Eduardo Arnoletto (2007), siguiendo a George Sorel (2005):

“Para G. Sorel un mito es ‘una organización de imágenes capaces de evocar instintivamente todos los sentimientos». No es un acto intelectual sino afectivo y volitivo, que se basa en la captación inmediata, totalizadora, sintética, de una «verdad» relacionada, decía Sorel, «con las más fuertes tendencias de un pueblo, de un partido, de una clase». Entraña un rechazo a las ideas, valores y sentimientos mediatizados por una elaboración intelectual, siempre susceptible de manipulación. Los mitos políticos son «ideas en pie de guerra», especialmente idóneos para sostener una acción política de masas. Su emergencia siempre se relaciona con períodos de crisis en la vida y en el pensamiento de las sociedades. Por más que se intente silenciarlos, los mitos siempre vuelven, convocados por las crisis recurrentes y las situaciones-límite que afrontan los hombres. El mito expresa un sentimiento de límite y de pasaje de una situación a otra. Sociológicamente, es un fenómeno vinculado a procesos de cambio social. La consideración del mito político en los trabajos de análisis político tiene gran importancia, pues permite acceder al imaginario grupal y detectar, no solo la situación vivida, sino también cómo es vivida la situación, es decir, las expectativas y temores que suscita. Incorporar el mito político al análisis racional de los factores situacionales significa aceptar una lógica de la ambigüedad y la incertidumbre: hay que hacerlo así justamente en aras de un mayor realismo, porque el mito es un elemento integrante, normal y no patológico, de toda situación social y política. (Arnoletto, 2007)

Habiendo entendido la idea de Mito y de su relevancia en la política, podemos expresar otra de las tesis de este trabajo; la Iglesia Rusa ha formado un determinado mito político, el cuál ha calado tan hondo en la identidad cultural rusa que el mismo ha permanecido incluso en formas seculares. Esto es lo que se denomina el Mito de la Tercera Roma. Habíamos mencionado que la Iglesia Rusa adquiere su autocefalía en 1448, pero en 1453 con la caída de Constantinopla  “quedaba tan sólo una nación capaz de asumir el liderazgo de la cristiandad del este. La mayor parte de Bulgaria, Serbia y Rumania ya quedaba conquistada por los turcos, y el resto sería en poco tiempo también absorbido. La metrópolis de Kiev pasó bajo el dominio de los gobernantes católico-romanos de Polonia y Lituania. Sólo quedaba la Moscovia. No les parecía una coincidencia a los moscovitas el hecho de que en el momento cuando feneció el Imperio Bizantino, ellos mismos estaban a punto de desprenderse de los últimos vestigios de la soberanía tártara: parecía indicar que Dios les concedía la libertad porque los había elegido para ser los sucesores de Bizancio” (Ware, 2006)

 Adelantándonos podemos afirmar que este Mito tiene dos dimensiones fundamentales. La primera es la de una especie de destino manifiesto de Rusia de guiar al cristianismo (el mundo civilizado para la época), lo cual está íntimamente relacionado con la segunda dimensión que implica una caída de las dos romas anteriores (Roma y Bizancio) dada la herejía o la corrupción de las mismas, exaltando el ascenso y mantenimiento en la gloria de Rusia en base al mantenimiento de una cultura intrínsecamente diferente a la occidental, la cual como ya hemos dicho es juzgada como mínimo como errada.

Puede verse cómo los primeros zares utilizaron el mito mencionado y lo construyeron simbólicamente recuperando elementos dinásticos de Bizancio, lo cual hizo realmente mella en la población rusa. Pero la formulación del mito legitimador no permitió nunca la supremacía de la Iglesia Rusa, sobre el poder temporal, al contrario, podemos decir que, si bien existió una alianza, la Iglesia siempre fue accesoria al Estado. Durante tal período la Iglesia no se mostró reacia a tal situación. Lo atestigua la utilización del poder estatal para imponer las reformas litúrgicas del Patriarca Nikon, a mediados de siglo XVII sobre los denominados “viejos creyentes”. Nikon pretendió acrecentar su poder religioso sobre el de los Zares ya que “además de insistir en que la autoridad del Patriarca fuese absoluta en cuestiones de índole religiosa, reivindicó el derecho de intervenir en los asuntos civiles, y asumió el título de ‘Gran Señor’, reservado hasta entonces exclusivamente para los zares.” (Ware, 2006)

Este grado de injerencia y exaltación llego a su límite cuando en el año 1700, el Zar Pedro I “el Grande“ en su afán de poner toda la vida de Rusia bajo el control del Estado, prohibió la elección de un nuevo patriarca y al cabo de 20 años fundó el Colegio Eclesiástico, pronto rebautizado ‘Santo Sínodo’. Este órgano, dependiente del Estado, se hizo cargo de la gestión de la Iglesia desde 1721 hasta la Revolución de Octubre, siendo los emperadores la última instancia en la toma de decisiones del organismo”. Si bien el nuevo órgano estatal está conformado por clérigos, la presidencia estaba ocupada por un funcionario laico: el Procurador General. La injerencia del Estado en la Iglesia llegó a tal punto que a partir del siglo XVIII «fue privada de casi todos sus terrenos y, lo que fue aún más grave, los presbíteros fueron obligados a denunciar a las autoridades todo aquello que pudiera representar algún peligro para el Estado, rompiendo, si fuera necesario, el secreto de confesión.”  Esta estrecha simbiosis y el solapamiento sirvió a los Zares para la justificación tanto de su gobierno como de la expansión del mismo. Luego del concierto de naciones de 1815, el Zar ideó “un nuevo método de penetración: hacer que le reconociesen un protectorado sobre los cristianos ortodoxos del Imperio Otomano.

Mencionaremos además que en la Rusia Zarista se permitía a los extranjeros profesar libremente su culto. Sin embargo, al ser la Iglesia Ortodoxa de carácter estatal, no se permitía a los habitantes de Rusia la conversión a otras creencias dado que eran consideradas heréticas o tolerables en el mejor de los casos. De esta manera “el abandono de la religión Ortodoxa por otra se consideraba un delito muy grave. De ahí la masiva emigración de Rusia, por motivos religiosos en los albores del siglo XX.” (Pchelintsev, 1998)

Compartelo:
  • Facebook
  • Twitter
  • Google Bookmarks
  • Add to favorites
  • email

Enlace permanente a este artículo: https://www.defensa-nacional.com/blog/?p=16758

Deja una respuesta

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.