La decadencia de Occidente

Según Richard Sennett, a menudo, los tiempos modernos son comparados con aquellos años en los que comenzó la decadencia del Imperio romano: del mismo modo en que la podredumbre moral supuso el socavamiento del poder romano para gobernar Occidente, se ha dicho que ha socavado el poder moderno de Occidente para gobernar el mundo. A pesar de su simpleza, esta concepción contiene un elemento de verdad. Existe un escabroso paralelo entre la crisis de la sociedad romana con posterioridad a la muerte de Augusto y la vida moderna; se refiere al equilibrio entre la vida privada y la pública.

Cuando la era de Augusto se fue apagando, los romanos empezaron a considerar su vida pública una cuestión formal, una obligación formal. Las ceremonias públicas, las necesidades militares del imperialismo, los contactos rituales con otros romanos fuera del circulo familiar, todo se transformó en una obligación en la que los romanos participaban con un espíritu cada vez más pasivo, de acuerdo con las normas de la res publica, pero confiriendo una pasión cada vez menor a sus actos de conformidad. A medida que la vida pública se volvía incruenta, el romano buscó en privado un nuevo foco para sus energías emocionales, un nuevo principio de compromiso y creencia. Este compromiso privado era místico, relativo a una huida del mundo en general y de las formalidades de la res publica como parte de ese mundo en general. Este compromiso estaba relacionado con diferentes sectas de Oriente Próximo, de entre las cuales el cristianismo pasó paulatinamente a ser la dominante. Con el tiempo el cristianismo dejó de representar un compromiso espiritual practicado en secreto, se expandió por el mundo y se transformó en un nuevo principio de orden público.

Actualmente, continúa Sennett, la vida pública también se ha transformado en una cuestión de obligación formal. La mayoría de los ciudadanos mantienen sus relaciones con el Estado dentro de un espíritu de resignada aquiescencia, pero esta debilidad pública tiene un alcance mucho más amplio que los asuntos políticos. Las costumbres y los intercambios rituales con los extraños se perciben, en el mejor de los casos, como formales y fríos, y, en el peor de los casos, como falsos. El propio extraño representa una figura amenazadora y pocas personas pueden disfrutar plenamente en ese mundo de extraños: la ciudad cosmopolita. Una res publica se mantiene en general para aquellos vínculos de asociación y compromiso mutuo que existen entre personas que no se encuentran unidas por lazos de familia o de asociación intima; se trata del vínculo de una multitud, de un «pueblo», de una política, más que de aquellos vínculos referidos a una familia o a unos amigos. Al igual que en los tiempos romanos, actualmente la participación en la res publica es demasiado a menudo una cuestión de seguir adelante, y los foros para esta vida pública, como la ciudad, se encuentran en estado de descomposición.

La diferencia entre el pasado romano y el presente moderno reside en la alternativa, en lo que significa la intimidad. Los romanos en privado tenían otro principio para oponerlo a lo público, un principio basado en la trascendencia religiosa del mundo. En privado no buscamos un principio sino una reflexión, aquella que se refiere a la naturaleza de nuestras psiques, a lo que es auténtico de nuestros sentimientos. Hemos tratado de transformar en un fin en sí mismo el hecho de estar en la intimidad, solos con nosotros mismos, o con la familia y los amigos íntimos.

El desgaste de la vida pública exige un análisis al margen de los modos habituales de la historia social. Hablar de la expresión en público conduce naturalmente a la pregunta: ¿de qué clases de expresión es capaz el ser humano en las relaciones sociales?¿Existe, por ejemplo, alguna diferencia en la expresión apropiada para las relaciones públicas y aquella que es apropiada para las relaciones en la intimidad?

Parece evidente que sí. La eliminación del espacio público está relacionado con una idea aún más perversa: la de volver al espacio contingente para el movimiento libre. La tecnología del movimiento moderno reemplaza el hecho de estar en la calle por un deseo de anular las limitaciones de comunicación entre prójimos de la misma res publica.

Hasta ese punto el «aislamiento» ha sido utilizado en todos los sentidos en la sociedad actual.

Enrique Area Sacristán.

Teniente Coronel de Infantería.

Doctor por la Universidad de Salamanca.

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