Verus Israel. Alemania. (V)

LA CUESTIÓN JUDIA DURANTE EL II REICH. 1870-1914

Cabe establecer una distinción entre el antisemitismo “político” y el “ideológico”, siendo que donde no llegaba uno, el otro podría adelantarse. Así mismo, la configuración de la identidad alemana pasaba fundamentalmente por la “Cuestión Judía”, que suponía el reconocimiento de un problema esencial en la sociedad con este grupo.

Lo que venía siendo precisamente la enemistad entre judaísmo y cristianismo en torno a la aceptación del Mesías, pasó por las conversiones de la Edad Media, relativos períodos de tolerancia, pero se mantuvo de forma incólume, a lo largo de la Ilustración con otras formas. La ilusión permanente era mantener la identidad de comunidad propia en un mundo ilustrado donde sólo los valores universales de razón, progreso, trabajo y mérito determinaran lo que era un individuo y no por otros elementos irracionales o étnicos o culturales, y donde además la religiosidad quedara legada al ámbito de lo privado. Pero esta época nueva con su racionalismo predominante no apoyó de ningún modo, lo que era la pretensión fundamental, la integración de los judíos como alemanes de derecho propio manteniendo su existencia judía de modo paralelo. La tensión fundamental era si se podía seguir siendo judío, rechazando la observación estricta de la Ley y de los Mandamientos, meramente considerándose ciudadanos de cada nación y europeos en general, y asimilándose como tal, sin alusión a su “background” étnico-religioso.

Integración e identidad con la intelectualidad germana

El concepto de intelligentsia fue acuñado en 1860 por un novelista de segunda llamado Boborykin, empleándose a partir del 1900 en Suiza por revolucionarios rusos y en Francia posteriormente, como sinónimo de grupo de personas intelectuales, compuestos desde un punto de vista sociológico por profesores sin cátedra, escritores y artistas que no tenían recursos o mecenazgo alguno, nobles segundones, eclesiásticos sin prebendas o beneficios y los descendientes de clérigos de la Iglesia Rusa. En este caso los alemanes a los que representa son los intelectuales liberales, que apoyaban al Segundo Reich y a Bismarck.

En este contexto, el lugar de los judíos en la sociedad alemana pasaba por dos premisas de entrada contradictorias:

a) Su asimilación y disolución total en la nación germana, pasando por matrimonios interraciales, hasta la disolución de la raza, y

b) El derecho inalienable de autodeterminación de todos los hombres y ciudadanos en virtud de la ley natural.

Adoptar cualquiera de las dos posturas por parte de la intelectualidad germana suponía una contradicción interna y por ello, en ambos sentidos de la posible integración final de la comunidad judía en Alemania, este grupo social acabó siendo su mayor decepción.

Y es que partiendo de las dos premisas anteriores, el debate fundamental de la sociedad alemana de la época, suponía un reto no sólo para los judíos sino para el conjunto de la ciudadanía, porque en la configuración del estado nacional, lo que pesaba eran correlatos contradictorios: el peso del movimiento nacional frente a la libertad individual, el peso de la autoridad frente a una integridad intelectual personal o el ejercicio de la política sin comprometer sus principios éticos y racionales. De este modo los adalides del cosmopolitismo, de la racionalidad, de un nacionalismo incipiente y de la revolución tenían ante sí, el “problema judío” y su resolución o por lo menos, el aclimatarse o adaptarse a las nuevas circunstancias. La solución que se propugnaba era identificar la integración judía con el esfuerzo de esta clase intelectual, bajo los postulados que propugnaría Johann Caspar Bluntschli, que reflejando lo anterior, fuera una actitud que aunara libertad con responsabilidad, independencia con sometimiento a la autoridad, una autodeterminación que se mantuviera dentro de los límites de una ciudadanía que propugnaba por encima de todo, la libertad individual.

En su conjunto, y sin detenernos demasiado en las vicisitudes históricas de ese período, deberemos partir de dos presupuestos:

a) Que, desde la segunda mitad del siglo XVIII, la llamada Emancipación libera a los judíos de las restricciones que habían venido sufriendo de forma histórica a lo largo de los siglos y,

b) Que había en Alemania una voluntad clara de integración de la comunidad judía en la nación y cultura alemanas.

Amén de las situaciones concretas de algunos grupos, lo cierto es que la opinión generalizada es que la plena integración de la comunidad judía pasaba por la renuncia a sus rasgos distintivos, fueran religiosos, culturales o étnicos, lo que facilitaría su inmersión en la nación alemana sin conflicto alguno. Esta rendición de la identidad individual pasaba por una doble vía: una autoridad externa imbuida de soberanía que los obligara y el deber interno de cada judío de hacer lo mismo. En el primer caso, el interés nacional se impone al individual y el segundo caso, requiere que la voluntad individual se acabe identificando con la voluntad colectiva. Dicha distinción conllevaba dos grupos diferenciados semánticamente: el primero se identificaba como “súbdito” y el segundo como “ciudadano”. En el caso del súbdito, los conceptos asociados a él son los de la monarquía prusiana, el Imperio Germano/Reich y un estado autoritario, por la gracia de Dios, y la tríada fuerza-obediencia-orden. En el caso del ciudadano, los términos son ciertamente mucho más democráticos, en tanto que hay un régimen parlamentario, que depende de la voluntad del estado, con el poder que le da el consentimiento del ciudadano a través de su consciencia interior del deber.

Y esta división se mantendrá a lo largo del periodo que nos ocupa. No hay una resolución del problema. Esta escisión que divide dos posturas claramente diferenciadas nunca llega a cerrarse. Se aspira a una solución definitiva que nunca llegará, porque tanto la intelectualidad germana como la comunidad judía no llegarían jamás a un compromiso que supusiera perder su libertad más íntima.

Actitudes cambiantes y estatus del judío en Alemania. La Kulturkampf.

Tal analiza el estatus del judío en relación con el movimiento cultural conocido como Kulturkampf (literalmente, la lucha de la cultura), término que pretendía reflejar lo que claramente era ley desde Jefferson, la separación entre la autoridad eclesiástica o religiosa y la civil, entre Estado e Iglesia, en la que a diferencia del Conflicto de las Investiduras (1075-1122) en la Edad Media, fuera el poder religioso el que estuviera sometido. No solamente las facciones de ese período (liberales, conservadores, protestantes liberales, católicos ultramontanos y los Alt-Katholiken) sino frente a una tendencia igualitaria por parte del llamado “Estado Cultural” (Kulturstatt), en el que ya no era meramente el marco político del Estado el que se imponía políticamente, cuanto la injerencia de éste en el mundo cultural y por tanto, en las actitudes, pensamientos y voluntades individuales.

A esta tensión entre Estado e Iglesia (en su sentido amplio), en su conjunto, se vuelve a plantear la particularidad del problema judío. Sin embargo, hay que entender en qué sentido preciso se entiende Kulturkampf. Como tal su objetivo era doble, “(…) (1) liberar a la religión del dominio de la iglesia y al mundo secular de la dominación de la religión y (2) urgir al estado nacional que reconozca como su cometido dicha liberación e imponerla a la nación en su conjunto”, siendo necesaria esta lucha de la cultura a favor de la cultura laica o secular. Esto no dejaba de ser otra contradicción, en la que para conseguir una cierta “libertad de culto o de pensamiento”, sigue siendo necesario, un mínimo grado de imposición coercitiva.

Además, las facciones más liberales de la sociedad y demás intelectuales olvidaban un hecho fundamental y es que, la libertad no es un concepto abstracto, sino que se obtiene en unas coordenadas históricas precisas y en el marco de un estado concreto. El Estado de Bismarck era una continuidad de la concepción luterana de las relaciones entre Estado e Iglesia, y en el caso de Lutero, la relación de la Iglesia frente al Estado era siempre de sometimiento. A ello cabe añadir que la noción prevaleciente en el liberalismo clásico era que, una vez resueltos los problemas fundamentales de la economía, la política y la educación, y demás cuestiones relacionadas con la vida diaria, ello llevaría indefectiblemente a la reconciliación entre la Iglesia y Estado y conseguiría en último término, el objetivo deseado de la igualdad social y la integración total de la comunidad judía en la sociedad alemana. Con la perspectiva histórica necesaria puede comprobarse que nunca fue así.

Tres factores fundamentales rigen las coordenadas de este estado de cosas: la actitud de los católicos, las propias actitudes de los judíos que fueron cambiando y en qué medida el estatuto legal de la comunidad judía en la nación alemana se vería afectado por el movimiento cultural de la Kulturkampf.

La agenda política liberal de igualitarismo, libertad civil y libertad espiritual acabaría en una especie de uniformidad cultural, en la que los grupos minoritarios (como católicos y judíos) quedarían anulados, lo que al final llevó irónicamente a que fueran los católicos, el grupo que mayormente apoyara los derechos de los grupos particulares que ansiaban su autodeterminación. Allá donde hubiera mayoría protestante, sus reivindicaciones quedaban diluidas.

Acerca de las actitudes de la propia comunidad judía, estas fluctuaron desde un apoyo acérrimo a las políticas liberales que debían proveerlos de su integración en la sociedad alemán y de su identidad como grupo particular. Sin embargo, esto se daba de bruces, por un lado, con el afán de igualitarismo del liberalismo y por el otro, con el antijudaísmo (que no antisemitismo) tradicional de los católicos. Esto hizo que se reforzara el sentido particularista de la comunidad judía, una clara misión y elección de mantenerse unidad en su identidad, propugnada entre otros, por los representantes de la corriente intelectual conocida como Wissenschaft des Judentums.

Esta actitud en ningún modo se desviaba del propósito esencial de reflejar la obligación moral del ciudadano en el estado nacional moderno, que se traducía en la conservación de su individualidad distintiva adaptándose a los requerimientos del medio histórico-social-cultural al que perteneciera.

El estatuto de los judíos en la Alemania era el barómetro a partir del cual, tanto liberales como cristianos, podrían medir el éxito relativo de sus causas e ideologías respectivas. La presencia judía en la sociedad resultaba incómoda porque les hacía cuestionar sus principios fundamentales y lo que representaban. No obstante, a pesar de esta enemistad tradicional, este conflicto acabaría siendo la base de un autodescubrimiento posterior, beneficioso para ambos credos.

El estado cristiano y el “ciudadano” judío.

El nuevo estado germano era conservador y, ante todo, cristiano. Esa era la premisa fundamental de la que se debía partir para su autocomprensión. El tándem entre lo cristiano, lo conservador y el orden podía entenderse en relación con su correlato contrario, lo no cristiano, lo liberal y la libertad como valor fundamental. Frente a esa concepción o cosmovisión, el ciudadano judío se presenta como una anomalía, como un problema que hay que abordar y para el que se debe encontrar una solución, que, llevado a su extremo, fue lo que sucedió un gélido 20 de enero de 1942 en la localidad de Wannsee, cerca de Berlín, donde 15 representantes del “Reich que debía durar 1000 años” se reunieron bajo la observancia estricta de Reynhard Heydrich y Adolf Eichmann para decidir el destino de seis millones de individuos.

Ser ciudadano del Segundo Reich era fundamentalmente ser alemán y cristiano, y ello suponía entre otras cosas, que el ciudadano judío alemán quedaba excluido de determinadas parcelas, tanto laborales como sociales. Sólo se podían reunir en determinados círculos y sus profesiones quedaban claramente circunscritas a la aceptación social de la mayoría cristiana. La conversión no eximía o no prevenía de dicha discriminación, puesto que se hacía en la mayoría de los casos, de mala gana, sin el ánimo de aceptar ni la religión ni la historia cultural cristiana, y solamente con el propósito de la movilidad social y profesional. El mismo carácter del judío quedaba sujeto a los prejuicios de la época, siendo considerado como algo hereditario, histórico y mítico, basado en formas de religiosidad fosilizadas en el tiempo y con tonos parasíticos, buscando la dominación última del Otro (las teorías conspirativas de los Protocolos de los Sabios de Sion), por todo lo cual, la conversión auténtica no era más que una declaración de hipocresía. Todo esto minaba de forma radical, la confianza que se podía tener en ellos, porque en el fondo, su disconformidad con la cultura alemana y la concepción del Estado los convertía en renegados de lo que se suponía auténticamente ser un ciudadano alemán plenamente integrado.

 Contrariamente a lo que se podía creer, muchas comunidades germanas y otras anglófonas (primordialmente Gran Bretaña y los Estados Unidos) afirmaban rotundamente, la fusión entre su afiliación religiosa y la identidad nacional, con lo que no se podía ser más patriota. A esto cabe añadir, la contradicción de un Estado que manifestándose cristiano, no ejercía las virtudes de Amor y Caridad con sus hermanos del seno de Abraham y que, además, no confiaba en el efecto redentor de la conversión. El Estado Cristiano se contradecía internamente de dos formas: la primera, no ejerciendo como una entidad cristiana y, en segundo lugar, no aceptando el bautismo y su fundamento teológico como expresión de la Heilgeschichte o Historia Sagrada de la Redención del Género Humano.

El análisis, por tanto, de la relación entre el estado cristiano y sus ciudadanos judíos determina que el conservadurismo protestante se mostraba de acuerdo o a favor de un antisemitismo racial. Esto en su misma esencia, también era ambivalente, por cuanto englobaba, por un lado, el clásico antijudaísmo presente en la cultura y la religión cristianas de Occidente, pero que por ello mismo, también se enfrentaba con el Cristianismo, por cuanto éste tenía raíces judías.

Protestantismo y judaísmo liberal: la historia de un conflicto

En un giro que nadie podía prever, resultó que con el tiempo, los protestantes liberales que iban a ser la esperanza de los judíos, acabaron siendo sus más acérrimos enemigos.

Inicialmente, tanto el protestantismo liberal como el judaísmo liberal tenían raíces afines en la Ilustración y el neokantismo, buscando respuestas en este último a un relativismo de valores y pesimismo cultural que se había posado como cenizas en la cultura de la sociedad alemana. Sin embargo, ambas posturas acabaron volviendo a sus raíces para encontrar una nueva solución a eso que la sociología alemana en la época de Max Weber vendría a llamar algunos años, “Entzauberung der Welt”, un cierto desencanto frente al mundo.

La postura judía predominantemente se situaba en el correlato o la dicotomía integración-identidad (clave en la visión de Uriel Tal), queriendo, por un lado, integrarse plenamente en la nación alemana y por el otro, deseando mantener su “especificidad” o el “hecho diferencial” judío. En ese deseo, y a tenor de los acontecimientos históricos que se sucedían, la comunidad judía se vio frente a frente con el protestantismo conservador y liberal.

Estos movimientos en un esfuerzo de autocomprensión vuelven a sus raíces esenciales y hacen un replanteamiento de sus posturas.

El protestantismo conservador era partidario de que los no-cristianos, los no protestantes (los católicos ultramontanos) y los judíos fueran excluidos de su participación pública y política en un Estado que se reconocía como protestante y luterano. Una creciente injerencia del Estado en la vida individual de sus súbditos y los incipientes valores de la sociedad industrial y de los movimientos de izquierdas, contribuye a la mayor colaboración de este grupo con los católicos ultramontanos e incluso con algunas ramas del judaísmo ortodoxo y el sionismo político.

El protestantismo liberal negaba el Estado Cristiano y del derecho de dicho Estado de excluir a los no cristianos de puestos gubernamentales. Su postura es que el proselitismo cristiano estatal quedara relegado al ámbito de lo individual para todo ciudadano, del régimen estatal a las instituciones educativas, y de la sanción estatal externa a la aceptación por parte de la conciencia y juicio de los individuos.

Sin embargo, el protestantismo liberal, el estandarte de la sociedad alemana que debía ofrecer el sueño anhelado de identidad e integración a la comunidad judía, acabó propugnando que ese Estado que debía imponer un ideal cristiano a la sociedad, fuera contrariamente el reflejo de una identificación individual con un Estado que encarnaba los ideales cristianos que ambos, individuo y Estado, deseaban. Más aún, el cristianismo llegó, dentro de un esquema ciertamente evolutivo de la época, a considerarse en un proceso histórico cuasi hegeliano, como la culminación de cuantas religiones la habían precedido. Y en esta interpretación, que bebe de las fuentes de Hegel y de la crítica bíblica del período, no cabía el judaísmo, que reflejaba una religiosidad obsoleta y que no formaba parte del camino que había emprendido la Humanidad o en este caso, la sociedad germana hacia un mañana mejor.

Este proceso lleva necesariamente a cómo la sociedad o mejor dicho, la nación alemana debía encarar o enfrentarse al “problema judío”. Y este proceso es el que culmina con la necesaria definición de antisemitismo en sus dos vertientes, el cristiano y el anticristiano.

Antisemitismo cristiano y anticristiano.

El antijudaísmo tradicional viene de la tradicional acusación de “deicidas” y se sustenta en cuestiones religiosas. Los judíos piden la liberación de Barrabás en vez de Jesús en el relato evangélico, Poncio Pilato se lava las manos y sobre ellos recae la eterna vergüenza de haber sido responsables de la Crucifixión y Muerte del Salvador, aunque dicho acontecimiento irónicamente esté en el fundamento de la Salvación del Género Humano en el cristianismo.

Otra tesis, estudiada en profundidad por Hyam Maccoby (no mencionada por Tal) es la figura de Judas Iscariote, el arquetipo de la suprema traición, por lo cual Dante lo condena al círculo más interno del Infierno, en un lago helado, al lado de Lucifer y el otro supremo traidor Bruto, el hijastro de Julio César. Una suprema ironía es que en Alemania esté prohibido por ley nombrar a cualquier hijo varón Judas.

Otro punto de partida es la obra de Lutero a partir de 1543, que no habiéndolos podido convertir o que sus esfuerzos habían sido en vano, empieza a vomitar odio hacia ellos. Y una última postura, ve como el antisemitismo también ataca al cristianismo, en el sentido que éste, permite o da pie a la redención del Pueblo Judío, previa aceptación del Mesías como Salvador. El alud de pensadores que siguen en la Ilustración y el siglo XIX en Alemania (Feuerbach, Daumer, Nietzsche, Theodor Fritsch, Eugen Dühring, Wilhelm Marr, Friedrich Lange, el Dr. Ernst Wachler-Weimar, Adolf Bartels, A. Stöcker, H. Treitschke, Theodor Mommsen, Paulus Cassel, Franz Delitzsch y Friedrich Müller, etc.) plantean los argumentos y fundamentos del “odio hacia los judíos” en términos tanto raciales y biológicos como religiosos. De todo esa “herencia cultural”, Uriel Tal distingue los dos tipos primordiales de antisemitismo: el cristiano y el anticristiano.

El antisemitismo cristiano planteaba al judío como la encarnación del Anticristo, como el extranjero que controlaba los hilos del poder económico, social y político. No les bastaba eso, sino que también envenenaban la cultura y la prensa, a la vez que extendían su amor por el dinero y el culto al éxito social. La esencia moral de su decadencia era el sentimiento de “insatisfacción” que llevaban consigo a todas partes, cual serpiente en el Paraíso Terrenal. El judío era también la encarnación de la irreligiosidad, materialismo, igualitarismo y racionalismo en una época en que los valores tradicionales se veían amenazados por la superficialidad y vacuidad de la vida moderna, la inmadurez del nacionalismo y la anomía o falta de valores de la juventud. Estos prejuicios tendrán su continuación en los tópicos de las creencias de ese cabo austríaco y pintor frustrado, que, como Napoleón, mantuvo en vilo a Europa y al mundo durante seis ignominiosos años.

 A diferencia del antisemitismo cristiano, el antisemitismo anticristiano tenía en sus miras, absorber al cristianismo (aunque a veces se apoyara en él y otras no, y lo atacara) y su pretensión fundamental era la de defender una ideología racista, de modo que el componente biológico-genético-material, que luego veríamos ejemplificados en experimentaciones aberrantes como la de Josef Mengele, proceden de aquí. Tiene un componente ideológico fuerte. Ven con miedo la infección de la juventud por la creciente influencia del ateísmo, materialismo y socialismo, que indefectiblemente se asociaba con autores judíos como Marx, aunque muchos no fueran ya de la religión mosaica, sino abiertamente konfessionloss (sin religión). Todo esto cabe entenderlo en un cierto miedo por una sociedad industrial, que pondría en tela de juicio y eliminaría, una estructura social claramente preindustrial y agraria, como base lo que se consideraría ser un “buen alemán”.

Referencia.

Uriel Tal : Religión, Política e Ideología en el Segundo Reich (1870- 1914). Integración e identidad judías en la Alemania de Bismarck

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