Verus Israel. Alemanía. (IV)

LOS JUDIOS EN EL NUEVO ESTADO ALEMÁN

El antisemitismo en la Alemania del siglo XIX conformó una de las obsesiones antijudías consistente en lograr que los cristianos pusieran distancia respecto de los judíos para que la fe no se corrompiese. El tránsito a la Edad Contemporánea, gracias en gran medida a los valores de la Ilustración que se vehiculan a través de las reformas jurídicas de la Revolución francesa, va disponiendo en diversas naciones europeas el fenómeno conocido como “emancipación” de los judíos, que facilita, con el tiempo, la asimilación. En Alemania, esta emancipación tiene lugar jurídicamente con el Decreto de Emancipación de 1812.

El filósofo askenazí Moses Mendelssohn, todavía en el siglo XVIII, va a ser un defensor de la Haskalá (el “iluminismo judío”) desde la cual se pretendía ya de facto la emancipación de los judíos mediante la adopción de las prácticas y la lengua de cada país, abandonando la reclusión en el círculo más íntimo de las comunidades e incluso dejando la religión para el ámbito privado. En esta línea, Mendelssohn quería que el judío alemán fuera un alemán judío y que en su vida cotidiana no se distinguiera de un cristiano, hablando la misma lengua, empleando un vestuario similar, trabajando en cualquier profesión u oficio como el resto de los alemanes. Esta estrategia, no obstante, no fue bien vista exclusivamente por los sectores antijudíos; también tuvo algunos detractores dentro de las comunidades judías, sobre todo allí donde estos postulados y objetivos chocaban de plano con las formas de vida y prácticas religiosas de los sectores más ortodoxos.

Mendelssohn, como ilustrado, rechazaba lo que de hipócrita o supersticioso, al igual que en otras religiones, pudiera haber en la tradición judía, pero al mismo tiempo creía en que la razón y la ética eran compatibles con la Biblia hebrea. Sin embargo, el equilibrio que anhelaba entre asimilación y tradición era muy difícil; sus propios hijos abandonaron el judaísmo. Su hija Dorothea se casó con el escritor y lingüista Friedrich von Schlegel. Su nieto, el compositor Félix Mendelssohn, ya nació en un contexto plenamente asimilado. En cualquier caso, la figura de Moses Mendelssohn es símbolo y baluarte de una nueva época en la que los judíos alemanes empiezan a salir del gueto para adentrarse en las vías de la cultura europea.

No obstante, la emancipación judía en el contexto germánico no fue un acto revolucionario como supuestamente lo fue en Francia, sino resultado de un debate que tuvo lugar al menos desde principios del siglo XIX hasta la década de los sesenta. Y, a su vez, lamentablemente, este mismo proceso de homogeneización va a ser el mayor catalizador del antisemitismo contemporáneo (el antisemitismo, como decíamos, stricto sensu). Cuando los judíos adquieren en Alemania una mayor igualdad jurídica, cultural y económica, que se obtiene hacia la década de 1870, va surgiendo el antisemitismo. Además, hacia mitad del siglo XIX, en pleno proceso de asimilación, progresan nuevos estudios y análisis biológicos en Europa, muchos de ellos reprobables no solo por su falta de compromiso con la ética, sino por la ausencia de auténticos fundamentos científicos. Por todo ello, como venimos diciendo, no es una asunción gratuita establecer diferencias entre la animadversión antijudía, de corte religiosa, y el antisemitismo racista, que se auto presenta como científico. Así lo explicita Wolfgang Benz:

Desde el principio, las razones religiosas de la negación del judaísmo se mezclaron con motivos sociales y económicos.

En la Edad Media tardía y en la temprana Edad Moderna surgieron otras formas de aversión que ya apuntaban a los posteriores resentimientos racistas que se desarrollaron y justificaron en el siglo XIX. Los judíos gradualmente se entendieron como un grupo étnico y social, no solo definidos exclusivamente por su religión. Establecida esta tesis, hay que comprender que, como cualquier otro proceso histórico, el antisemitismo racial no rechaza de plano la tradición anterior y no va a ser inusual que tome del antijudaísmo religioso sus antiguos mitos, como es el caso del “asesinato ritual”, que seguirá teniendo vigencia incluso en el siglo XX.

Este “antisemitismo racial”, que decía de sí mismo que estaba iluminado científicamente y que rechazaba las tradiciones del antijudaísmo cristiano como argumento, utilizaba este tipo de leyendas cuando estimaba necesario. El ejemplo más infame son los números especiales del Stürmer, ya durante el Tercer Reich, en los que se integró todo el repertorio de leyendas cristianas de asesinato ritual en el antisemitismo racial. Pero, además, como el mismo Wolfgang Benz pone de manifiesto, la línea del antijudaísmo religioso seguirá teniendo continuidad y vigencia de manera independiente:

La tradición de la aversión cristiana hacia los judíos fue, por un lado, la raíz del “antisemitismo moderno” del siglo XIX, que se jactaba de su supuesta demostrabilidad científica como doctrina racial. Pero el antijudaísmo religioso continúa como una corriente subyacente propia. Y, de otro lado, también hay que señalar que el tránsito de una motivación a otra ni es inmediata ni se mantiene siempre radicalmente distinguible:

“El ‘paso del odio religioso al rechazo racial’ no fue abrupto, las tradiciones del antijudaísmo religioso seguían siendo influyentes y reforzaban los nuevos argumentos pseudorracionales del antisemitismo racial”.

Ya en 1803, el escritor alemán de ideas antijudías Friedrich Buchholz publicaba Moses und Jesus, oder über das intellektuelle und moralische Verhältniss der Juden und Christen: eine historisch-politische Abhandlung. Entre otras cosas, este estudio de Buchholz pretende manifestar la superioridad moral e intelectual del cristianismo frente al judaísmo, que no puede, por tanto, servirle de fundamento en sí, sino que, a lo sumo, puede entenderse al primero como un desarrollo o estadio superior respecto del segundo. Por lo que, si el antijudaísmo manifiesto en este libro es más que evidente, ¿podemos también asumir que se trata de un texto antisemita en el sentido más radical del término? Si bien no es este el espacio para la discusión, si mantenemos la tesis que venimos defendiendo, debemos entender que no. Para decirlo con el célebre experto en la materia Wolgfang Benz, el apogeo de la producción ideológica antisemita que instrumentalizó a los judíos como encarnación de todo lo amenazante tuvo lugar fundamentalmente en Alemania en el último tercio del siglo XIX. Por lo tanto, es a este período al que vamos a referirnos exclusivamente.

En cualquier caso, y sin perjuicio de lo anterior, el florecimiento de la orientalística en los años cincuenta del siglo XIX supone un paso fundamental en la ideología antisemita: fueron apareciendo una serie de estudios que, junto a no pocos análisis de profundo valor filológico y científico, empezaban a asumir ciertos puntos de vista de dudoso rigor y de sospechoso interés ideológico.

En 1853, el diplomático y aristócrata francés Arthur de Gobineau (más leído, por cierto, en Alemania que en Francia) en su Essai sur l’inégalité des races humaines (Ensayo sobre la desigualdad de las razas humanas) mantiene que las razas muestran profundas diferencias innatas y que la raza por él llamada “aria”, o sea, la raza germánica, es la más pura. Gobineau suponía la existencia, en todas las ramas de la especie humana, de un “instinto racial” que se opone al mestizaje gracias a una suerte de “ley de repulsión”.

Pero las propias cualidades de la raza blanca, su impulso civilizador, expansionista y conquistador, terminaron por crear una tendencia opuesta, una “ley de atracción”. De ello se deducía que la raza blanca y la civilización misma eran frágiles y efímeras, ya que el mestizaje con las demás razas produce efectos devastadores y subrazas degeneradas.

Este y otros conceptos de Gobineau, que no son todos originales y que ya se respiraban en Francia, encontraron una magnífica acogida en Alemania, donde, a la sazón, también se estaban desarrollando ideas similares. Más en particular, la dicotomía “ario-germano” por una parte y “semita” por la otra fue fundamentada “científicamente” por la orientalística francesa y alemana del siglo XIX, quienes fueron, entre otras cosas, grandes estudiosos de las lenguas semíticas, es decir, el arameo, el hebreo y el árabe.

De este modo, una diferenciación entre categorías lingüísticas como es, según sus propios términos, el de las lenguas arias o indoeuropeas de un lado y las lenguas semíticas de otro, fue empleándose hacia los años cincuenta del siglo XIX como una oposición racial y, en definitiva, la teoría mítica de una raza aria dominó el panorama de la antropología histórico-cultural de aquel tiempo.

 A este respecto, escribía Hannah Arendt:

La historia del antisemitismo, como la historia del odio a los judíos, es parte de la larga e intrincada historia de las relaciones entre judíos y gentiles bajo las condiciones de la dispersión judía.

El interés por esta historia no existió prácticamente hasta mediados del siglo XIX, momento en que coincidió con el desarrollo del antisemitismo y su furiosa reacción contra la judería emancipada y asimilada, evidentemente, el peor momento posible para establecer datos históricos fiables.

Por lo demás, el término “antisemitismo” ha sido tradicionalmente atribuido al periodista, escritor y agitador alemán Wilhelm Marr, quien pretende con el neologismo recoger toda esta tendencia llamada a sí misma “científica” y envolver así toda una suerte de prejuicios antijudíos. Es fácil de ver que el término quiere hacer referencia exclusivamente al rechazo contra el pueblo judío y no hacia otras tribus semíticas como podría parecer por el significado más amplio de “semítico” que englobaría también, entre otros, al pueblo árabe.

No se tardó mucho en popularizar el neologismo atribuido a Wilhelm Marr por toda Europa. Uno de los casos más célebres fuera de Alemania fue el del periodista francés Édouard Drumont, quien funda el periódico La libre Parole y publica en 1886 un auténtico éxito de ventas, La France Juive (La Francia Judía), donde pone de manifiesto con insistencia —en la línea del antisemitismo popular de las conspiraciones mundiales— que los judíos son los promotores de las revoluciones y que, de hecho, han sido los grandes beneficiarios de la Revolución francesa. Considera a su vez en esa obra que solo los arios tienen el concepto del bien, la noción de justicia o el sentimiento de libertad, que los arios son trabajadores y creativos, mientras que el judío es comerciante y parasitario. Asimismo, plantea la guerra entre semitas e indoeuropeos para dominar el mundo y otras ideas delirantes afines.

Tal vez tuviera razón Nietzsche al escribir ese famoso adagio: “Todavía no he encontrado a un alemán que haya sentido simpatía por los judíos”. Su misma condición de admirador del pueblo judío es más que dudosa. En efecto, desde Lutero en adelante podríamos afirmar que pocos grandes filósofos alemanes pueden librarse de alguna opinión antijudía o, al menos, siguiendo a la profesora Donatella di Cesare, resulta patente que la sombra de Lutero y su concepción del “judío mentiroso” cala en los filósofos alemanes, si bien la judeofobia no es exclusiva del pensamiento alemán. El mismo caso de Nietzsche nos resulta paradójico.

Para Nietzsche, Europa tiene una cierta deuda con los judíos. Sobre todo, les debe algo, piensa el filósofo alemán, que es bueno y malo a un tiempo: el gran estilo en la moral, lo terrible y lo majestuoso de las exigencias infinitas. En Más allá del bien y del mal, considera a los judíos la raza más fuerte, tenaz y pura que habita en Europa, pero, en el mismo párrafo, estima que Alemania tiene ya suficientes judíos, de modo que el estómago alemán no puede digerirlos o asimilarlos. Alemania, entonces, afirma Nietzsche, debería impedir la entrada a más judíos.

La paradoja nace, a mi juicio, de que la crítica de fondo es contra el pueblo alemán: los alemanes, piensa, no están preparados para asimilar al judío que es una raza más fuerte y podría borrar fácilmente a aquellos. De ahí que sea necesaria la, por él denominada, transvaloración de todos los valores en el orden moral, pues “con los judíos comienza en la moral la rebelión de los esclavos”.

En cualquier caso, no es posible atribuirle a Nietzsche la responsabilidad de todo lo que vino después, ni siquiera lo que estaba sucediendo en su mismo tiempo; la ideología nazi, es necesario recordarlo, no encajaba en la idiosincrasia antialemana nietzscheana. Pero, al mismo tiempo, no podemos excusar todo lo que Nietzsche, como parte fundamental de la tradición filosófica alemana, entrega a sus lectores décadas después; no hay que pasar por alto, al menos, el elemento más atractivo de su pensamiento: la radicalidad de su lenguaje. Como afirma Donatella Di Cesare: “De Nietzsche, lo que acabó pasando al proyecto de Hitler fue […] una jerga brutal y directa”.

Un gran estudioso judío del pensamiento de Nietzsche, como fue Karl Löwith, resumía brillantemente el debate de este modo: Nietzsche es y será siempre el compendio de la sinrazón alemana o del espíritu alemán. Le separa un abismo de sus promulgadores irracionales, pero aun así les preparó un camino que él mismo no siguió. No puedo negar que el lema que yo mismo escribí en mi diario, navigare necesse est, vivire non est (“es necesario navegar, no vivir”), conduce —con muchos rodeos, pero directamente— de Nietzsche a las frases heroicas de Goebbels.

También en la literatura popular alemana pululan diversas obras de notable acento antijudío. Es el caso, por ejemplo, de novelistas como Gustav Freytag o Wilhelm Raabe. Comenzando por Freytag, este publicó en 1855 Soll und Haben (Débito y crédito), obra que le llevó muy pronto a la fama: consiguió quinientas ediciones sucesivas y era fácil encontrar por aquel tiempo un ejemplar en todos los hogares alemanes. Sus personajes principales son un alemán y un judío cuyas personalidades encarnan la virtud y el vicio respectivamente.

En segundo lugar, con una “lógica” similar funciona otra obra relevante del período, Hungerpastor (El pastor del hambre), publicada en 1864 por Wilhelm Raabe. El personaje secundario, el del judío, es un ser arrogante y codicioso que tras convertirse a la fe protestante se ríe del protagonista, un pastor luterano, increpándole que, ahora que no se condena a los judíos a muerte por envenenar pozos y degollar niños cristianos, su vida es bastante mejor que la de los alemanes, a los que llama “arios de pacotilla”.60 Ambas obras encarnan el proceso al que nos venimos refiriendo: una vez que el judío se ha integrado en la sociedad alemana y que el prejuicio religioso pierde entidad, el judío encarna el mal por razones internas, raciales. El judío es, así, representación del vicio, de la arrogancia, de la mentira y de la codicia.

Pero como decíamos, el florecimiento del antisemitismo en Alemania tiene lugar hacia el final de la década en la que la asimilación supuestamente se había hecho efectiva. Parte, como han señalado entre otros Wolfgang Benz, de una confrontación intelectual: la disputa berlinesa sobre el antisemitismo (Berliner Antisemitismusstreit), desencadenada por un artículo del respetado historiador Heinrich von Treitschke en los Preubischen Jahrbüchern en noviembre de 1879 titulado “Unsere Aussichten” (Nuestras perspectivas). En dicho texto, se pronunciaba en contra de la inmigración de judíos de Europa del Este y acusaba, a su vez, a los judíos alemanes de falta de voluntad de asimilación. A ellos se refería cuando escribió, también aquí, aquel lema: “¡Los judíos son nuestra desgracia!”.

Así, Unsere Aussichten no solo provocó poco después un acalorado debate, sino que fue en ese texto donde Treitschke acuñó el eslogan antisemita que iba a ganar más fortuna en el futuro. Primero, porque condensaba en pocas palabras el sentimiento de hostilidad hacia los judíos y, segundo, porque se siguió empleando décadas después de la muerte de Treitschke y alcanzó incluso los tiempos del Tercer Reich. Por lo demás, el término de la disputa (Berliner Antisemitismusstreit) —que enfrentó principalmente a Heinrich von Treitschke y a Theodor Mommsen, así como a sus seguidores— puede ser engañoso porque ni se limitó espacialmente a Berlín ni se limitó conceptualmente al problema del antisemitismo. En cualquier caso, la discusión de fondo que aquí nos interesa es la que polarizaba la sociedad alemana del nuevo Reich acerca de la emancipación de los judíos alemanes, que se había completado hacia 1871, así como el planteamiento de qué criterios constituían en sí la identidad alemana.

Treitschke fue el primer académico representativo que dio voz al movimiento antisemita, si bien se distanció de los más radicales. A partir del 14 de noviembre de 1880, diversos intelectuales, científicos y políticos entre los que se encontraban el mismo Theodor Mommsen, Johann Gustav Droysen, Rudolf Virchow y el alcalde de Berlín, Max von Forckenbeck, firmaron una serie de comunicados en favor de la tolerancia y de la emancipación de los judíos, que se acabó conociendo como la “Erklärung der 75” (Declaración de los 75). Esta declaración se oponía también a lo que se conoció como la “Petición antisemita”, dirigida entre otros por Bernard Förster (cuñado de Nietzsche) y el profesor y astrónomo Friedrich Johan Zöllner.

Förster y los demás reclamaban un censo especial de judíos que vivieran en Alemania para garantizar su exclusión de la función pública y de la enseñanza, así como detener la inmigración judía en Alemania. La propuesta dirigida al Reichstag, pese a obtener muchas firmas, no llegó a prosperar.

El 10 de diciembre, Theodor Mommsen publicó un folleto titulado Auch ein Wort über unser Judentum (También una palabra sobre nuestro judaísmo) donde reprendía la actitud de Treitschke. En dicho texto, considera Mommsen que su colega ha abusado de su posición promoviendo y normalizando el antisemitismo, haciendo de este algo respetable y de buen tono, cuando es reprobable no solo moral sino legalmente, pues, dice Mommsen, la nación alemana está obligada por derecho y por justicia a proteger la posición de los judíos respecto a este lamentable movimiento en lo que respecta a su condición de ciudadanos iguales ante la ley, frente a toda violación de las leyes en este sentido y frente a la arbitrariedad administrativa.

El 15 de diciembre Treitschke replicó a Mommsen, quien, a su vez, volvió a contestar a su colega. En esta ocasión, sin embargo, Treitschke no respondió a la reprensión de Mommsen, de modo que, públicamente, se consideró que Treitschke perdió la disputa.

No obstante, las consecuencias van a ser terribles. Primero, porque los judíos alemanes perdían su confianza en la seguridad de la emancipación al ser atacados por Treitschke, un representante muy respetado del establishment germano. Segundo, Treitschke estaba aportando a la posteridad, mediante una combinación de nacionalismo, antiliberalismo y antisemitismo, una actitud abiertamente beligerante contra las personas judías, que fue cada vez más aceptada por las élites educadas del Imperio y muy atractiva para una juventud estudiantil cada vez más desliberalizada.

La década de los ochenta, que empieza tras este debate crucial, fue en este sentido especialmente virulenta. En los años 1880 y 1881, mientras sucedía esta confrontación intelectual, Berlín fue escenario de notables episodios de agitación y violencia antisemitas. Bandas organizadas asaltaban a los judíos por las calles, los echaban de los cafés o les rompían los cristales de las tiendas. Bernhard Förster o Ernst Henrici fueron algunos de sus cabecillas. Henrici pasaba por un agitador reformista que en esos años justificaba el ataque contra los judíos como una cuestión de autodefensa cultural. Consideraba que era fundamental legislar contra la raza judía a la que tildaba de depravada, de moral sucia y de falta de espíritu. En su opinión, había que marginarlos económicamente y excluirlos políticamente.

Después de que en 1879 Marr estableciera la primera Liga Antisemita, en 1880, Ernst Henrici fundó el Soziale Reichspartei (Partido Social del Reich), que compitió en extremismo con la Deutsches Volkverein (Asociación del Pueblo Alemán) de Max Liebermann von Sonnenberg y Bernhard Förster, así como otras organizaciones Las asociaciones antisemitas, de hecho, se fueron sucediendo.

Durante los días 13 y 14 de junio de 1886, tuvo lugar en Kassel el primer Deuschen Antisemitentag (Congreso Antisemita Alemán), el cual tenía como fin primordial reunificar diversas corrientes antisemitas de Alemania, cuyas principales diferencias se hallaban en sus fundamentos: de un lado, los antisemitas con base racial; de otro, los antiguos conservadores antisemitas que fundaban su odio en prejuicios religiosos.

La Deutsche Antisemiten Verain (Asociación Antisemita Alemana) se acabó constituyendo en septiembre de ese mismo año. Su objetivo fue informar a la población del inminente peligro judío. Su principal protagonista fue Otto Böckel, un bibliotecario licenciado en Derecho y Economía que había realizado estudios filológicos y etnográficos, recopilando canciones populares y descripciones de la vida rural. Desde 1887 hasta 1903 fue miembro del Reichstag por el Deutsche Reformpartei (Partido Reformista Alemán), fue editor de las revistas populares Reichsherold, Volksrecht, Volkskämpfer y participó activamente en el deutschen Volks-Bund, que, desde 1900, intentó unir a aquellos hombres que se consideraban a sí mismos de “mentalidad nacional” contra la superioridad de facto de los judíos que estimaban abrumadora. En sus Ansprachen an das deutsche Volk (Discursos al pueblo alemán), que se imprimieron por doquier, Böckel intentó demostrar la influencia internacional del judaísmo y cómo los pueblos no judíos se someten a ella.

Por lo demás, era bastante común que el antisemitismo se nutriese popularmente a través de maledicencias muy concretas. Es el caso del maestro de escuela —que llegó también a ser diputado— Hermann Ahlwardt. Este escribió en uno de sus múltiples panfletos que un fabricante de armas judío, Löwe de apellido, había suministrado 425 000 fusiles defectuosos al ejército alemán, y que lo había hecho por orden de una supuesta Alianza Israelita Universal.

El público se hacía eco de este tipo de críticas siguiendo una regla casi matemática: cuanto más monstruosas y absurdas eran las acusaciones, más aclamaciones recibía.

También, continuando este relato y sin ánimo de exhaustividad, es necesario explicitar algunos otros casos de este antisemitismo stricto sensu de las últimas décadas del siglo XIX como son el ya mencionado Wilhelm Marr, el periodista y escritor Otto Glagau, el predicador Adolf Stoecker, el socialista Eugen Dühring, el ingeniero y editor Theodor Fritsch, el orientalista y teólogo Paul de Lagarde y, por último, el autor de un libro que cierra el siglo y conecta con el racismo del siglo XX, el escritor británico-alemán Houston Stewart Chamberlain y su Die Grundlagen des Jahrhunderts XIX (Los fundamentos del siglo XIX), publicado en 1899.

Comenzando por Wilhelm Marr, es necesario advertir que no se hizo célebre solo por su obra de 1879, Der Sieg des Judenthums über das Germanenthum. Vom nicht confessionellen Standpunkt aus betrachtet (La victoria del judaísmo sobre el germanismo. Desde un punto de vista no confesional), que alcanzó multitud de ediciones ese mismo año, ni por ser el fundador de la Liga Antisemita y su periódico oficial, Deutsche Wacht, sino también por un panfleto en el que difamaba a un tiempo los movimientos obreros de izquierda y a los judíos alemanes, llamando a los primeros “ratones rojos” y a los segundos “ratas doradas”, asumiendo que ambos son plagas. Entre unos y otros, afirmaba Marr, entre la “oligarquía semítica” y la “oligarquía plebeya”, se tritura la sociedad alemana.

Estos infames estereotipos, sobre todo la metáfora de la plaga que hay que exterminar, como indica Wolfgang Benz, serán retomados por la propaganda nacionalsocialista, preparando a la población para la “solución final”. Por su parte, el periodista Otto Glagau contribuyó de manera notable al antisemitismo en Alemania al esencializar al judío, desde la popularísima revista semanal Die Gartenlaube, como ese ser perteneciente a un pueblo sin hogar y a una raza física y psicológicamente degenerada, que por astucia y habilidad gobierna el mundo y es causante de los males y las crisis de Alemania.

En cuanto al predicador de la corte de Berlín, Adolf Stoecker, quien desde 1878 se esforzaba por acercar a los trabajadores y artesanos al calor de su Christlich-Sozialen Arbeiterpartei (Partido Socialcristiano de los Trabajadores) para alejarlos del socialismo, instrumentalizó “la cuestión judía” dando desde septiembre de 1879 una serie de discursos antisemitas.En ellos, abordaba los deseos y temores económicos y sociales de la clase media y trabajadora y ofrecía explicaciones y soluciones para problemas actuales acusando y culpando a los judíos.

Por su parte, Karl Eugen Dühring, conocido por ser fuertemente criticado por Engels en su obra de 1878 Herrn Eugen Dührings Umwälzung der Wissenschaft (La subversión de la ciencia por el señor Eugen Dühring, más conocido como el Anti-Dühring), propagó también con cierto éxito la idea conspiratoria de un poder judío mundial, pero bajo el credo socialista (consideró, además, seriamente, que había que borrar los rasgos judíos del socialismo). Abogaba por la exclusión de los judíos de la vida pública, la prohibición de matrimonios mixtos, etc., no obstante, su odio hacia los judíos fue más lejos que Glagau o que Stoecker, y lo llevó a afirmar que, como el judío no puede cambiar por ningún otro medio, se hace necesario retomar la violencia o, dicho en sus propios términos, que “vuelvan a despertarse los antiguos instintos populares contra la raza judía”.

En cualquier caso, comparando a Stoecker con Dühring, resulta curioso que cada uno de ellos, desde sus particulares concepciones del “socialismo”, destructiva para el primero, constructiva para el segundo, compartieran de manera harto similar prejuicios antisemitas y teorías conspiratorias.

No obstante, es también fácil de ver una notable diferencia, a saber, que Stoecker está utilizando el antisemitismo como fuerza aglutinadora en beneficio de su propia causa y Dühring, sin embargo, considera que su causa es aún más meritoria en tanto y en cuanto servirá para destruir el mal sociopolítico que es en sí todo lo judío. Escribe Dühring:

Mientras todas las demás fuerzas me parecían insuficientes para eliminar el malvado poder de la raza judía emancipada, consideraba al socialismo más decidido, como un elemento realmente popular, lo suficientemente poderoso en el futuro para hacer frente a los judíos y, al mismo tiempo, como un medio radical para hacer que la avaricia judía sea inútil mediante el cierre de las oportunidades de explotación.

Particularmente importante, en gran medida por ser uno de los antisemitas más influyentes, es el caso de Theodor Fritsch. Ingeniero y empresario de profesión, poseía una editorial especializada con la que editó un Antisemiten-Kateschismus (Catecismo antisemita) bajo el pseudónimo de Thomas Frey y más tarde con su verdadero nombre, mediante el título Handbuch der Judenfrage (Manual de la cuestión judía). En 1944, alcanzó cuarenta y nueve ediciones. En este “catecismo” considera, entre otras cosas, que los judíos siempre velan por sus propios intereses, que su patriotismo como alemanes, franceses, ingleses, etc., es simulado y que su religión no es más que un pretexto, pues en realidad, el judaísmo es, más bien, una organización política, social y comercial que trabaja en secreto por la explotación y subyugación de todas las naciones. También desde su propia editorial publicó en 1892 Das ABC der sozialen Frage (El ABC de la cuestión social), donde establecía claramente que los judíos no son solamente diferentes por su religión, sino porque conforman una nación y una raza aparte.

Este escrito fue el primero de lo que llamó Kleine Aufklärungs-Schriften (Pequeños escritos informativos), una compilación de textos antisemitas entre los que también se encontraban títulos como Kurze Geschichte des Judenthums (Breve historia del judaísmo) o Kurze Geschichte der antisemitischen Bewegung (Breve historia del movimiento antisemita).

A partir de 1902, Fritsch inició los Hammerblätter für deutschen Sinn como órgano del antisemitismo “científico” y como núcleo del grupo sectario de la derecha radical antisemita Deutscher Hammerbund, la cual, tras la Primera Guerra Mundial, se iba a convertir en el Deutschvölkische Freiheitspartei (Partido por la Libertad del Pueblo Alemán).

Refiriéndonos ahora al teólogo, filósofo e historiador Paul de Lagarde, originalmente Paul Bötticher en la tradición del orientalismo y de los estudios sobre culturas semíticas a los que hemos hecho mención, sus ideas racistas y antisemitas fueron de las que más peso tuvieron en el cambio de siglo y en la debacle nacionalsocialista.

El antisemitismo de Lagarde no se explica como un acompañamiento a sus intervenciones políticas y críticas culturales, sino como parte integral (incluso conditio sine qua non) de su ideología nacional-religiosa. Lagarde encarna en sí mismo el tránsito de la sociedad alemana hacia el antisemitismo o, al menos, existe una notable correlación entre la evolución de sus ideas y la radicalización ideológica de la sociedad alemana. Su postura hacia el judaísmo que en la década de 1850 tiene más que ver con un antijudaísmo teológico fundado en el pietismo protestante se radicaliza hasta un antisemitismo virulento formulado a través de un vocabulario notablemente racista en la década de 1880.

No parece casual que ya en el siglo XX diversos estudiosos (entre los que se encuentran Fritz Stern, George L. Mosse y Jean Favrat) lo hayan considerado entre los fundadores o, al menos, entre los principales agitadores del movimiento völkisch. Entre todos los escritos políticos de Lagarde, que ganan influencia desde la década de 1870, hay que resaltar Deutsche Schriften (Escritos alemanes) editados de forma completa y definitiva en 1886.

Estos textos que se dirigen contra la modernidad en general, el liberalismo, el socialismo, el parlamentarismo y demás “ismos” y teorías modernas, llevan siempre, en su núcleo, un ataque institucional furibundo contra el judaísmo, que culpabiliza de todo lo que detesta, y un ataque visceral también contra las personas judías, a quienes considera que se encuentran detrás de todos aquellos “ismos” y que encarnan todos los males.

Es digno de comentar, pues es indicativo de la actitud del Estado alemán respecto del antisemitismo por estas fechas, la participación de Lagarde en un juicio que tuvo lugar en la primavera de 1888 en la ciudad de Marburgo (conocido como el Marburger Antisemitismusprozess). De manera muy resumida, a continuación, se expresa lo que aconteció:

Primero, el rabino de Marburgo, Leo Munk, presentó una demanda contra el maestro de escuela y seguidor del movimiento antisemita de Böckel, Ferdinand Fenner, quien se había excedido públicamente al afirmar que el Talmud insta a los judíos a engañar a los cristianos. La demanda del rabino tenía como base jurídica el delito de difamación, pues la difamación de una comunidad religiosa reconocida por el Estado estaba prohibida por el artículo 166 del Código Penal.

Segundo, en defensa de Fenner salió Paul de Lagarde, que redactó un informe —inspirado en el escrito antijudío Der Talmudjude (El judío del Talmud) del clérigo católico August Rohling— que leyó en el juicio defendiendo una mezcla de ideas antisemitas y antiliberales y bajo la firme convicción filosófica de la falta de futuro del judaísmo.

Tercero, de otro lado, el filósofo neokantiano y representante destacado del judaísmo liberal Hermann Cohen entró a formar parte en la contienda, destacando la importancia religiosa y la dignidad ética del Talmud a la vez que resaltaba el enfoque poco serio y la falta de respeto hacia las fuentes originales por parte de Lagarde.

Cuarto, el fallo del juez fue bastante neutral y no satisfizo a ninguna de las partes implicadas en el caso: se condenó a Fenner a dos semanas de prisión y al pago de las costas procesales. Los seguidores de Böckel aprovecharon esta coyuntura para convertir a Fenner en mártir de su causa. El caso fue muy comentado por la prensa.

Así se documentó la actitud paradójica del Estado hacia el problema del antisemitismo: una firme voluntad de combatirlo, pero sin demasiado convencimiento. Cohen, de hecho, quedó muy decepcionado por la actitud de los miembros del tribunal, que no hicieron que la veracidad de los informes desempeñara un papel relevante en la motivación y la justificación de la sentencia Por su parte, Houston Stewart Chamberlain, británico de nacimiento y naturalizado alemán, publicó, como decíamos, en 1899, Die Grundlagen des Jahrhunderts XIX. Se trataba de un extenso compendio de ideas racistas plagadas de chovinismo germánico que fascinó a la burguesía educada y causó una gran impresión en el káiser Guillermo II y, más tarde, en Adolf Hitler. Todo el libro, de hecho, giraba en torno del concepto de raza:

La raza es la expresión más profunda y poderosa de la vida, y su papel en la evolución de la humanidad es de suma importancia. Para comprender plenamente su significado debemos estudiar no solo las características físicas de las diferentes razas, sino también sus diferencias espirituales, psicológicas y culturales. Solo entonces podremos entender cómo las diferentes razas han influido en la historia del mundo y cómo su presencia o ausencia ha tenido un impacto significativo en el desarrollo de la humanidad.

El voluminoso trabajo de Chamberlain fue leído en los institutos de enseñanza media y se consideró filosóficamente importante, pese a haber sido rechazado de plano por la ciencia en su pretendida fundamentación biológica. La idea fundamental del libro no era muy diferente de otras del estilo maníaco y paranoico de otros autores antisemitas anteriores, a saber, la superioridad de la raza germánica, denominada aria, frente a otras y, especialmente, frente a la raza judía, que representa los valores más bajos y repulsivos, cuya mezcla con la sangre alemana conducía a una contaminación. Por lo demás, una influencia importante en este texto, como para Hitler después, fue la música del compositor alemán Richard Wagner —quien era, por cierto, el suegro de Chamberlain— así como un panfleto antijudío que publicó este compositor en 1850 titulado Das Judentum in der Musik (El judaísmo en la música) que tuvo celebradas reediciones años después. Por último, para acabar de completar el cuadro del antisemitismo alemán, debemos hacer, aunque sea breve, una referencia a otras dos ideologías fundamentales del momento que tuvieron también mucho que ver con las justificaciones raciales del odio antisemita en Alemania, si bien no fue este su objetivo ideológico principal.

Me refiero al darwinismo social y al movimiento eugenista. Ambos movimientos, que iban de la mano, mantienen las ideas delirantes y pseudocientíficas del antisemitismo. No es este el lugar para ahondar en ellos, pero a modo de ejemplo podemos mencionar a dos de estos autores precursores de la eugenesia nazi como son Alfred Ploetz y Wilhelm Schallmayer, y, de otro lado, es importante traer aquí al darwinista social Ludwig Woltmann.

Para Alfred Ploetz, acabar con los individuos “débiles” y de condición inferior será uno de sus objetivos en Grundlinien einer Rassenhygiene (Fundamentos de una higiene racial) y para Ludwig Woltmann hay que cerrar los ojos a los prejuicios y sentimentalismos que se oponen a la actuación rigurosa de la selección natural en la sociedad. Woltmann, que había sido marxista, abandonó la lucha de clases para defender la lucha de razas y una idea obsesiva, muy próxima, por cierto, a Gobineau, a saber, que las élites de todo país europeo son de origen o tienen ascendencia aria-germánica.

Referencias

En “Del antijudaísmo al antisemitismo alemán en la Edad Contemporánea”. From antijudaism to German antisemitism in the Contemporary Age. Marcos Arjona Herraiz

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