El pueblo maldito, no lo es. (II)

A mediados del siglo II d.C., el cristianismo comenzó un proceso gradual de formación de su identidad, que conduciría a una religión separada e independiente del judaísmo. Al principio, los cristianos eran uno de los muchos grupos de judíos existentes dentro del Imperio romano. El siglo II d.C. experimentó cambios en la demografía, la introducción de una jerarquía institucional y la creación del dogma cristiano.

El cristianismo en el siglo I d.C.

Jesús de Nazaret fue un profeta judío que anunció el inminente reino de Dios (el reino del Dios de Israel en la tierra), que ya había sido predicho en los libros de los profetas judíos. Estos anunciaban que Dios intervendría para devolver a Israel, en los días finales, su gloria pasada. Para liderar el movimiento, enviaría la figura de un mesías (que significa “el ungido”), un descendiente del Rey David (ca. 1000 a.C.). Tras la batalla final y la derrota de las naciones, tendría lugar la resurrección de los muertos, el juicio final y Dios restauraría el plan original (el Jardín del Edén) para los justos en la tierra. Los malvados serían condenados a la aniquilación, Gehenna (el infierno judío).

Algunos judíos aceptaron que Jesús era su mesías, pero la mayoría no.

Tras la muerte de Jesús, sus discípulos comenzaron a predicar su mensaje en Jerusalén y las ciudades del Mediterráneo Oriental, añadiendo un concepto importante: la fe en Jesucristo daría lugar a la resurrección del individuo a una nueva vida feliz. Con un mensaje judío de redención (descrito por los expertos como “apocalíptico”), los primeros misioneros se acercaron a las comunidades de las sinagogas judías establecidas en el período helenístico. Habrían encontrado diversos grupos de judíos que tenían sus propias perspectivas de un mesías y del reino de Dios.

No se puede comprobar los números, pero aparentemente algunos judíos aceptaron que Jesús era su mesías, pero la mayoría no, por muchos motivos:

1. Había ideas diversas sobre el mesías, incluyendo su función y su papel en el plan de Dios. Iban desde un rey-guerrero como David, la personalización de la sabiduría, hasta la de un ser angelical preexistente, encargado del Juicio Final (p.ej. “el hijo del hombre” en el Libro de Enoc).

2. Los fariseos habían promovido la creencia en la resurrección de los muertos, que tendría lugar al final de los tiempos en un contexto global. Un hombre saliendo de una tumba no indicaba que se hubiera llegado a ese final.

3. Muchos judíos esperaban la llegada de un mesías, suponiendo que eso incluiría la destrucción de su actual opresor (Roma), cosa que no sucedió.

4. La inclusión del término “reino” era peligrosa políticamente. Aunque Roma era tolerante con los diversos cultos locales, cualquier cosa que levantara a las multitudes para crear un reino distinto era una traición. Hacía tiempo que los judíos habían encontrado formas de coexistencia con el gobierno de Roma, dondequiera que vivieran. Un edicto de Julio César (100-44 a.C.) había dado permiso a la comunidad judía para seguir sus tradiciones ancestrales, una exención de los cultos oficiales. Iba implícito en ese edicto que los judíos no harían proselitismo. Jesús había muerto crucificado, el castigo por traición en Roma. Tal como escribió el apóstol Pablo, eso era un escollo y un escándalo tanto para los judíos como para los gentiles.

5. En los inicios, para explicar el sufrimiento y muerte de Jesús, los cristianos se referían al pasaje del “siervo sufriente” de Isaías. Ese siervo (símbolo de la nación de Israel en aquel momento) era torturado y muerto para expiar los pecados de la nación, y después resucitado por Dios para compartir su trono. Los cristianos afirmaban que el siervo sufriente era una profecía referida a Jesús. En las misiones de Pablo, este explicaba que ese siervo era una manifestación del propio Dios en la forma terrenal de Jesús. Los cristianos empezaron a adorar a Jesús, ahora considerado “Cristo” (christos en griego equivale al “mesías” griego), como equivalente a Dios. La mayoría de los judíos rechazó esa deificación de Cristo.

Misiones a los gentiles (no judíos)

En el siglo I d.C., los cristianos no eran más que una secta más del judaísmo, hasta que algo inesperado provocó un punto de inflexión. Los gentiles (no judíos) a menudo acudían a las actividades de las sinagogas y a los festivales de aquellas ciudades. Eran denominados en los Hechos de los Apóstoles como “temerosos de Dios”, que respetaban al Dios de Israel pero seguían participando en sus cultos originales. Como la antigua sinagoga en Israel y en la diáspora no era un espacio sagrado, no estaba prohibida su asistencia, aunque las sinagogas no eran activas en la captación o conversión de los gentiles. Algunos de ellos tendrían un lugar en la Israel escatológica (a la llegada del reino), pero no antes. Los estudiosos plantean la hipótesis de que esos gentiles escucharan por primera vez las enseñanzas de Jesús a través de esa presencia en las sinagogas. Al mismo tiempo, algunos gentiles “no temerosos de Dios” empezaron a mostrar interés.

Debido a ese interés inesperado, tanto Pablo como Lucas anunciaron un encuentro en Jerusalén (ca. 49 d.C.) para decidir cómo incluirlos. La conversión al judaísmo implicaba los marcadores físicos de identidad de los judíos: circuncisión, leyes sobre la dieta y la observancia del Sabbath. En los Hechos de los Apóstoles 15, durante el Concilio de Jerusalén, Santiago, «hermano» de Jesús, propuso que los gentiles no tuvieran que convertirse al judaísmo. Tenían, sin embargo, que “abstenerse de la carne contaminada por los ídolos, de la fornicación, de la carne de animales estrangulados y de la sangre” (Hechos de los Apóstoles 15, 19-21). Esos eran elementos rituales y de pureza moral en la Ley de Moisés. La carne en los mercados públicos era la sobrante de los sacrificios en los templos; los judíos evitaban cualquier cosa relacionada con la idolatría.

Relaciones entre judíos y cristianos en las primeras comunidades

La evidencia de las epístolas de Pablo (años 50 y 60 d.C.), los evangelios, y los Hechos de los Apóstoles, indican que los gentiles sobrepasaron rápidamente en número a los creyentes judíos. A pesar del decreto, las tensiones entre judíos-cristianos (los que defendían la conversión completa) y gentiles-cristianos (los que se adherían al Concilio de Jerusalén) continuaron. Pablo continuamente se irritaba contra los “falsos apóstoles” que viajaban a sus comunidades, explicando que Pablo estaba equivocado y que los gentiles tenían que convertirse (Gálatas 1, 6-8).

Pablo se convirtió al experimentar una visión de Jesús en el Cielo, que le ordenaba ser “el apóstol de los gentiles” (Gálatas 2, 8). Los primeros cristianos consideraban que el retraso en la llegada del reino se explicaba por la parousia (“segunda venida de Cristo”); Jesús, ahora en el Cielo, volvería para completar los hechos del fin de los tiempos.

Pablo enseñaba contra la conversión total de los gentiles, probablemente porque, cuando esos gentiles eran bautizados, recibían el espíritu de Dios, que se manifestaba en “hablar en lenguas”, curaciones y profecías (Hechos de los Apóstoles 19, 6). En otras palabras, Dios les había permitido su admisión sin los marcadores de identidad judíos. Sin embargo, una vez integrados, tenían que seguir los principios éticos y morales de la Ley de Moisés.

Se cree que varias epístolas de Pablo (Romanos, Efesios, Colosenses) fueron escritas durante su cautiverio. “Cinco veces recibí de los judíos los cuarenta latigazos menos uno. Tres veces fui golpeado con varas” (2 Corintios 11, 24-25). Los “cuarenta latigazos” eran un castigo de la sinagoga por diversas violaciones de la Ley Mosaica. Pablo no dio detalles de ese castigo, pero las sinagogas no presionaban a los gentiles para que cambiaran sus costumbres tradicionales. Pablo ahora les ordenaba dejar su idolatría (“Huid de la adoración de los ídolos” – 1 Corintios 10, 14). Esa orden violaba las cuidadosas negociaciones de las comunidades judías con Roma.

Las “varas” se utilizaban para las violaciones de la Ley Romana. Tampoco sabemos ni cómo ni por qué Pablo fue golpeado pero, en el caso de Roma, lo más probable es que se debiera a su predicación contra la idolatría. Era un concepto escandaloso: las antiguas tradiciones de la religión romana se remontaban a los ancestros, que las habían recibido de los dioses. Las ideas de Pablo sobre el reino inminente, su defensa de la adoración de Jesús y su condena de la idolatría causaban tensiones tanto en las sinagogas como en el foro romano.

La destrucción de Jerusalén y el Templo

Empezando por el de Marcos (escrito en ca. 70 d.C.), los cuatro evangelios culpan de la muerte de Jesús tanto a los mandatarios judíos (los fariseos y los saduceos) como colectivamente a los judíos (evangelio de Juan). En las décadas transcurridas entre la muerte de Jesús y el primer evangelio, el reino no llegó. En su lugar estuvo Roma.

Los judíos se rebelaron contra el Imperio Romano en la Gran Revuelta Judía del 66 d.C., y tanto Jerusalén como el Templo fueron destruidos en el 70 d.C. Los evangelistas culparon a los judíos del desastre por su rechazo a Jesús como el mesías. Los Profetas habían condenado sistemáticamente a Israel por sus pecados. Su pasado era la explicación del presente.

Con la destrucción del Templo, no se podían celebrar los ritos tradicionales. Este período marcó el inicio de dos sistemas divergentes:

  1. El judaísmo rabínico, enfocado en el análisis e interpretación de las Escrituras.
  2. El cristianismo, que comenzaba a emerger como una religión diferente del judaísmo.

Obispos y Padres de la Iglesia

Los cristianos se distinguían tanto del judaísmo como de los cultos locales en su elección de obispos para dirigir sus comunidades (como se pone de manifiesto en 1 y 2 Timoteo y Tito). Las primeras comunidades basaban su modelo en la administración provincial romana, con un “supervisor” (un obispo) responsable para una parte de una provincia, una diócesis.

Los Padres de la Iglesia siguieron utilizando las Escrituras judías en sus explicaciones del cristianismo.

A diferencia de los sacerdotes del anterior Templo de Jerusalén y de los cultos locales, los obispos cristianos tenían el poder único de perdonar los pecados en la tierra. A través del ritual de ordenación se creía que el Espíritu Santo había entrado en ellos, lo cual probablemente venía de la historia, en Hechos de los Apóstoles 8, de Pedro imponiendo las manos a los samaritanos. Los sacerdotes de los cultos locales, así como los del Templo, facilitaban el arrepentimiento y el perdón, pero no tenían una autoridad independiente para perdonar los pecados. Para los judíos, solamente el Dios de Israel tenía ese poder.

A mediados del siglo II d.C., el cristianismo estaba dominado por líderes que ya no tenían ningún vínculo étnico ni comunitario con Israel o el judaísmo. Eran gentiles conversos, educados en las diversas escuelas de filosofía. Denominados retrospectivamente “Padres de la Iglesia” por sus contribuciones al cristianismo; los escritores más prolíficos fueron: Justino Mártir (Roma, 100-165 d.C.), el obispo Ireneo (Lyon, 130-202 d.C.) y el obispo Tertuliano (Cartago, 155-220 d.C.).

La base del judaísmo siguió siendo de una importancia crucial para la Iglesia cristiana del siglo II d.C. El Dios de Jesús de Nazaret (y de sus seguidores) era el Dios del judaísmo y de las Escrituras judías. Las proclamaciones cristianas tenían que permanecer conectadas con las originales. Los Padres de la Iglesia siguieron utilizando las Escrituras judías en sus explicaciones del cristianismo, utilizando un método común conocido como alegoría, un artificio literario en el que se utiliza un carácter, un símbolo, lugar o evento, para crear un significado nuevo o más amplio. Formados en las Escrituras judías, aplicaban la exégesis, un análisis detallado de un pasaje para obtener una nueva interpretación. También utilizaban la tipología, o identificación de los tipos en la estructura narrativa. Por ejemplo, las ataduras de Isaac fueron un tipo narrativo que apuntaba a Jesús en la cruz.

Persecución de los cristianos y Literatura “Adversos”

Seguramente a partir del reinado del emperador Domiciano (r. 81-96), Roma persiguió a las comunidades cristianas por su ateísmo, su rechazo a participar en el culto imperial. Al ordenar el culto imperial, Roma se dio cuenta de que existía un grupo diferente de gente, que no era judía (no circuncidada) pero que también había dejado de participar en los cultos ancestrales. Al mismo tiempo, la Roma conservadora tenía una tendencia cultural y religiosa contra las nuevas religiones, especialmente las de origen oriental.

El objetivo de los Padres de la Iglesia era convencer a Roma de que los cristianos no eran nuevos – eran tan antiguos como el propio judaísmo – y que por tanto debía tener la misma exención de los cultos oficiales que los judíos, porque los cristianos eran “verus Israel”, el verdadero Israel.

La apelación a Roma de tener esa misma exención que los judíos es conocida en conjunto como Literatura Adversos, o “contra los adversarios, los judíos”. Los escritores recurrieron a las polémicas de los Profetas (todos los pecados de los judíos), los evangelios y las epístolas de Pablo. Sacando a Pablo de su contexto histórico, los Padres de la Iglesia utilizaron su crítica de los judíos-cristianos como un argumento contra todos los judíos y el judaísmo.

Un ejemplo de su reinterpretación de la Escritura es evidente en la historia de los Diez Mandamientos. Cuando Moisés recibió los Mandamientos en el Monte Sinaí, sólo eran diez. Tras descubrir la idolatría de los israelitas, destrozo las Tablas y, cuando volvió a por otro ejemplar, se habían añadido otros 603 mandamientos, para castigar a los judíos. Cristo liberó de esa carga a los verdaderos creyentes, de manera que los cristianos solamente tenían que seguir los primeros diez.

Durante el reinado de Adriano (r. 117-138 d.C.) los judíos se rebelaron contra Roma liderados por Bar Kojba (135-137 d.C). La rebelión de Bar Kojba acabó en desastre, igual que la primera. Adriano cambió el nombre de Jerusalén por el de Aelia Capitolina (tomado de su dinastía) y prohibió vivir allí a los judíos. Justino Mártir explicó que se encontró con Trifón, un refugiado judío que había escapado a Roma tras la revuelta. Aunque no se puede asegurar históricamente su existencia, las respuestas y argumentos de Trifón pueden ser un reflejo de algunas de las perspectivas rabínicas tempranas de aquel momento.

El diálogo de Justino con Trifón se convirtió en uno de los textos “Adversos” más importantes para definir al cristianismo frente al judaísmo. Procedió a enseñar a Trifón el verdadero significado de las Escrituras judías mediante la alegoría y la exégesis. Con la interpretación alegórica correcta de dichas escrituras, donde la palabra “Dios” aparecía en los textos, se refería de hecho a “Cristo pre-existente”. Fue Cristo quien habló a Abraham, y cuando Moisés escuchó la voz de la zarza ardiendo, se trataba de Cristo en una manifestación anterior de Dios en la tierra. Con sus métodos demostró que todos los profetas de Israel habían predicho la venida de Cristo como salvador. Dios envió a Cristo al mundo para acabar con las prácticas corruptas de los judíos y, como prueba, apuntó el hecho de que Dios permitió a Roma derrotarles por dos veces. Además de su corrupción, los judíos ahora era culpables del crimen de deicidio (el asesinato de Dios).

Justino declaró a los cristianos como “verus Israel” y así estos pasaron a ocupar el lugar de los judíos como el pueblo escogido de Dios. Por ese motivo, los judíos habían perdido su capacidad para interpretar correctamente sus propias Escrituras. Fue entonces cuando se unieron el Antiguo y el Nuevo Testamento (los textos sagrados de los cristianos) como la comprensión total del plan divino. Desde ese momento, los cristianos promovieron la teología de la sustitución. Dios había sustituido, en su protección y favor, a los judíos por los cristianos.

Los judíos como herejes

Los Padres de la Iglesia también idearon los conceptos gemelos de ortodoxia (creencia correcta) y herejía (del griego haeresis, que significa “escuela de pensamiento”). En el trabajo de cinco volúmenes del obispo Ireneo, Contra todas las herejías, los judíos fueron los primeros en ser acusados de herejes porque “siguen a su padre, el Demonio” (4, 6). Los profetas quedaron exentos de esa demonización de los judíos; eran proto-cristianos, porque habían profetizado a Cristo.

A pesar de todos esos argumentos, Roma no reconoció a los cristianos como verdaderos judíos; los cristianos gentiles no estaban circuncidados. La persecución sólo se detuvo tras la conversión de Constantino al cristianismo en 312 d.C., cuando adoptó las ideas de los Padres de la Iglesia.

En los escritos de los Padres de la Iglesia no hay evidencia de las relaciones contemporáneas entre judíos y cristianos en las propias comunidades. Sus polémicos argumentos siempre fueron extraídos de las Escrituras. Más allá de las opiniones de sus líderes, judíos y cristianos aparentemente continuaron sus antiguas prácticas de cultos étnicos, mezclándose entre ellos. El Concilio de Elvira en España (312 d.C.) condenó a cristianos por hacer que sus tierras fueran bendecidas por rabinos. En un sermón de Pascua en 386 d.C., el obispo Juan Crisóstomo de Antioquía arremetió contra sus feligreses cristianos por acudir a la sinagoga el sábado y después a la iglesia el domingo. Esos escritos pueden interpretarse también como un intento de detener esa mezcla. El lado oscuro desafortunado de este período fue la aplicación continuada de las ideas de los Padres de la Iglesia, que contribuyó al antisemitismo cristiano a lo largo de la Antigüedad tardía, la Edad Media y más allá.

El cristianismo como una nueva religión

El cristianismo tomó prestados conceptos, tanto del judaísmo como de los cultos nativos, en sus ideas acerca del universo, los sacrificios, las plegarias y los ritos. Desde el punto de vista intelectual, utilizaron los conceptos y la jerga de la filosofía para afirmar la naturaleza universal del cristianismo para la humanidad, pero este también se diferenció de los sistemas antiguos en el elevado poder único de su clero. Todas las culturas antiguas tenían sus ideas sobre la vida después de la muerte, pero los cristianos garantizaron un viaje feliz a través de la adhesión a sus comunidades. A la vez viejo (el Dios de Israel) y nuevo (sin idolatría), el cristianismo se convirtió en un sistema completamente nuevo para entender el sitio del individuo en el universo.

Las contribuciones de los Padres de la Iglesia son significativas en lo que pasó a ser el dogma cristiano, un conjunto de principios considerados verdades indiscutibles. Sus ideas fueron recogidas en el Credo de Nicea (325 d.C.), una declaración de lo que todos los cristianos han de creer. En 381 d.C. Teodosio I (r. 379-395 d.C.) promulgó un edicto que hizo del cristianismo la única religión legítima en el Imperio romano. En la tradición cristiana, este hecho es conocido como el triunfo del cristianismo.

Bibliografía

  • Chadwick, Henry. The Early Church . Penguin, 1993.
  • Ehrman, Bart D. After the New Testament. Oxford University Press, 2014.
  • Justo L. Gonzalez. The Story of Christianity, Vol. 1. HarperOne, 2010.
  • (A. Elduque, Traductor). World History Encyclopedia. Recuperado de https://www.worldhistory.org/trans/es/2-1785/la-separacion-del-cristianismo-del-judaismo/
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