Estimado Sr. Nicholls,
Le conocí a través del vídeo adjunto, usted conversando con un anciano veterano del Ejército, sobre la experiencia profesional de ambos, con sus semejanzas y diferencias a causa de la distancia temporal. Soy una española que siempre ha apoyado al Ejército, y poseo conciencia sobre los problemas de salud mental que la guerra conlleva. Nunca he vestido caqui y nunca lo haré, tampoco crecí cerca de la institución, mi filiación es puramente emocional: gozo de empatía natural hacia los horrores de la guerra que los soldados portan en su interior, a menudo durante el resto de sus vidas. He pasado más de una década sintiendo una honda preocupación por todos ustedes, y tratando de defender su bienestar mediante la pluma (mi única arma). He participado en manifestaciones apoyando a las Fuerzas Armadas y Cuerpos de Seguridad, y he realizado cursos para aprender sobre su mundo.
La lucha es un componente innato de la naturaleza humana. Al mismo tiempo, solía considerar todas las guerras un fracaso de la diplomacia. Recientemente he alcanzado la conclusión dolorosa, de que los conflictos armados son en su mayoría otro movimiento de la partida de ajedrez que los dueños del mundo juegan. Ellos utilizan a los soldados para llevar a cabo sus proyectos, en ocasiones atrayéndoles a través de campañas publicitarias engañosas, fallando en advertir acerca de la factura que pasa la actividad de las armas. A lo largo de la historia, muchos chicos (porque aún no eran hombres) se han alistado y han acudido a la guerra apenas meses después, creyendo que era un juego, una aventura que vivir con amigos. Pensando que los jerarcas del mundo comparten su patriotismo e idealismo en cuanto a “la causa”. Considerando que alguna vez se ha ganado una guerra. Usted puede discutir que la falta de realismo es responsabilidad del soldado, mayor de edad. Soy consciente de que muchos chicos, especialmente durante la guerra de Vietnam, no se alistaron a causa de la seducción gubernamental, sino debido a la presión de familiares y amigos. Fueron acusados de ser poco americanos por no desear trasladarse al otro lado del océano para matar desconocidos y arriesgarse a perder las piernas. Mientras, aquellos que causaron la guerra, o pasivamente permitieron que estallase, se encontraban sanos y salvos en casa. Independientemente de las circunstancias por las que los soldados terminan siéndolo, cuando cierto número pierde en la guerra más que una extremidad, cuando se desposeen de la cordura o su corazón, los políticos y magnates que les impulsaron al frente, les dejan atrás. Algunos dirigentes son los mayores traidores: a lo largo de la historia alguno ha sido ahorcado a causa de ese pecado, aunque muchos más militares lo han sido por ese motivo. Los mismos individuos que reclutaron soldados, tienen la obligación moral (y deberían estar legalmente vinculados) a cuidar de cada soldado herido, tan extensamente como sea requerido, incluso cuando las heridas sean invisibles. Hemos recorrido un largo camino desde la neurosis de guerra, somos afortunados de poseer amplio conocimiento relativo al sufrimiento mental y emocional tras el combate. Soldados o civiles, cuando posean esa voluntad y estén apropiadamente formados, pueden ofrecer apoyo útil cuando se trata de reducir el dolor y la agitación mentales, y de la reincorporación funcional del combatiente a la vida civil. El gobierno debería proporcionar tales profesionales, en cada caso necesario, sin escatimar recursos. También es responsable de desarrollar políticas de sólida inclusión laboral para los soldados tras su salida del Ejército: existen muchas tareas que los militares están capacitados para llevar a cabo, y toda la sociedad se beneficiaría de su presencia en dichos lugares.
Sr. Nicholls, sólo sus ojos saben lo que usted ha visto, sólo su carne reconoce lo que ha sentido. Políticos, periodistas, y la mayoría de civiles, no poseen la más remota idea de lo que los soldados sacrifican, y nunca recuperan. Son ajenos al verdadero significado de la guerra, dado que esa realidad no es lo que uno encuentra en carteles y narraciones oficiales. Ellos no suelen tomarse la molestia de excavar e informarse sobre lo que los soldados y veteranos soportan cada día. Todo lo que nosotros, civiles, podemos y debemos hacer, es ejercer la compasión (lo cual no equivale a sentir lástima), y abrir nuestras mentes a la descripción de un infierno desconocido. Aunque ello no es tan factible como pueda parecer: cuando uno se encuentra en el límite, incapaz de fabricar un solo pensamiento constructivo, cuando uno no puede encontrar una razón para arrastrarse un día más, cuando el vacío y el dolor son insufribles, es difícil expresar todo ello con palabras, incluso a un oído dispuesto. La atención profesional (ése es un digno fin de los impuestos), y el reconocimiento y respaldo de los civiles, son tan importantes como recibir Amor, porque ésta es la herramienta más eficiente cuando se trata de salvar a un ser humano del abismo.
Sr. Nicholls, deseo a usted y a sus seres queridos tranquilidad mental, y una sonrisa segura.
Atentamente,
Amaya Guerra