LA POBLACIÓN Y EL NACIONALISMO VASCO. (VIII). La reconciliación.
POPULATION AND BASQUE NATIONALISM
Enrique Area Sacristán.
Teniente coronel de Infantería y Doctor por la Universidad de Salamanca
RESUMEN: El presente artículo plantea un acercamiento teórico al tema de la reconciliación de las partes en el conflicto suscitado por el nacionalismo vasco, entendiéndola como un proceso complejo y multidimensional que desde una perspectiva social y política, se puede concebir como una alternativa viable de transformación pacífica del conflicto en unas sociedades que han sido víctimas de violencia extrema, siendo por ello, su principal objetivo encaminar a estas hacia la construcción de futuros escenarios de convivencia entre bandos opuestos ideológica y materialmente.
PALABRAS CLAVE: ETA, MVLN, Jóvenes, Violencias, Religión de reemplazo
ABSTRACT: This paper proposes a theoretical approximation about the subject of the reconciliation of the parties to the conflict sparked by Basque nationalism, understand it as a complex and multidimensional process, that from a social and political perspective; it is understands as a viable alternative of pacific transformation of the conflict, on societies victims of extreme violence and its main aim is to direct the efforts to the construction of future scenarios of coexistence between faction to set at odds for the war.
KEY WORDS: ETA, MVLN, Youth, Types of violence, Religions of replacement
Como punto de partida la palabra reconciliación, es la unión del prefijo re y el verbo conciliar; lo que nos indica, que es volver a un estado de conciliación, entendiendo ésta última según el diccionario de la Real Academia Española, como: “la acción de componer y ajustar los ánimos de los que estaban opuestos entre sí”. Por tanto, es un proceso o una acción que deriva en una situación de concordia o de acuerdo entre diferentes partes que por diversas circunstancias se había fracturado.
El concepto reconciliación, sería entonces “un proceso extremadamente complejo y multifactorial, realizado a largo plazo, que puede implicar incluso varias generaciones, que tiene muchas posibles vías metodológicas de abordaje y que, igualmente, tiene un número importante de vías terapéuticas multidimensionales” (López, 2002).
Claro está que en algunos casos y tal como lo plantea Beristain (2004) es mejor hablar de una (re)conciliación, pues en ocasiones se trata, como ya dijimos, de reconstruir relaciones que se rompieron a causa de la guerra o la violencia política, y en otras, además, se necesita construir nuevos espacios que anteriormente ni siquiera existían. Por tanto, al hablar de reconciliación estamos frente a un proceso de diversas dimensiones, que es aplicable tanto en el ámbito individual como en el colectivo. Entonces, podríamos hablar de reconciliación individual, nacional, religiosa, entre Estados, por citar sólo algunos ejemplos.
Para efectos de este estudio se analizan los procesos de reconciliación desde un enfoque socio-político, el cual nos permite abordarlos desde diversos sentidos, a saber:
• Reconciliación como construcción de la comunidad, de relaciones vecinales, familiares, etc. desintegradas a causa del dolor, los recelos y el miedo.
• Reconciliación con la construcción de una ideología no racista ni excluyente. Como un nuevo consenso social de respeto a los derechos humanos que se expresa en cambios políticos.
• Reconciliación como promoción de entendimiento intercultural. Entre culturas cuya convivencia se ha visto deteriorada, promoviendo la comprensión mutua, respeto y posibilidades de desarrollo.
- La reconciliación como conversión moral. De cambio personal, aceptación del otro y reconocimiento de los propios errores, delitos, etc.
• La reconciliación como restitución de la integridad de las víctimas y un camino de reconstrucción psicosocial con sus experiencias de sufrimiento y resistencia. (Beristain, 2004)
• Reconciliación como saldar cuentas con el pasado por parte de los asesinos y responsables de las atrocidades.
• La reconciliación como un restablecimiento de la relación víctima – asesino. Es por tanto la reconciliación un proceso continuo de reconstrucción de tejido social y de instituciones legítimas y legales constituidas bajo un orden democrático estable.
Es entrar en un diálogo abierto, para hacer frente a la violencia que se hizo presente en parte de la historia de un pueblo o una nación y proyectar con bases sólidas un futuro viable para todos los actores que intervienen en el conflicto.
De hecho, en muchos casos, a pesar de afirmar que la violencia ha terminado como es el caso, lo que ocurre realmente es que el conflicto se ha transformado; por ello la necesidad de entender la reconciliación más allá de la simple firma de un acuerdo o de la reconstrucción de algunas relaciones sociales quebrantadas por la violencia y la búsqueda de nuevas formas de organización política y social, es necesario ahondar en las causas reales del conflicto y propiciar por mejorar las condiciones económicas y sociales de aquellas mayorías marginadas en la sociedad quebrantada. Por tanto, un proceso de reconciliación conlleva desde un sentido de cambio más personal, ya sea a escala ética o religiosa, a uno interpersonal, cultural, político, social y hasta económico.
Aquello que no es reconciliación
Una vez determinado lo que entendemos por reconciliación es preciso hacer referencia a situaciones que se han tomado tradicionalmente como reconciliación pero, que en realidad, no se ajustan a la complejidad del proceso tal como se ha definido para los efectos de este estudio, tal como lo sugiere Schreiter (1998):
En primer lugar la reconciliación no hace referencia a los acuerdos del día a día, está se encamina hacia los procesos sociales, ocupándose de los sucesos derivados de la violencia.
La reconciliación entendida como paz apresurada. La reconciliación en este punto difiere de la opción de olvidar lo sucedido en el periodo de violencia, por tanto no responde al intento por trivializar e ignorar la memoria, que “es trivializar e ignorar la identidad humana, y por tanto la dignidad humana”. Generalmente quienes propugnan por este tipo de distinción son aquellos que hicieron uso de la violencia, que lo hacen para evitar el castigo.
La reconciliación es un proceso que requiere tiempos y espacios propios, así como el respeto por la dignidad humana de las víctimas. La reconciliación se apoya en la restauración de vidas humanas, especialmente las de aquellos que más han sufrido. Y esta restauración exige tiempo, lo cual, si bien puede provocar que los participantes en el proceso se sientan inseguros, resulta condición necesaria para que puedan comenzar una nueva vida.
La reconciliación como alternativa a la liberación. La liberación no es una alternativa a la reconciliación, sino un requisito previo para la misma. La liberación será posible si se reconoce la violencia cometida y se erradican las condiciones que pueden hacer posible su continuación o reaparición. La liberación no es sólo con respecto a la situación de violencia, sino también de las estructuras y procesos que permiten y promueven la violencia. La reconciliación no será posible a menos que se especifiquen, analicen y erradiquen las causas del conflicto. De lo contrario esto no será más que una tregua.
La reconciliación como proceso administrativo. Se confunde la reconciliación con la mediación de conflictos, cuyo fin es atenuar el conflicto. La reconciliación, no es un ejercicio de racionalidad técnica, que se logre mediante negociaciones; es un esfuerzo individual y colectivo, por entender y superar el conflicto, partiendo de un pleno convencimiento por rechazar la violencia y la venganza que éste generó.
El Estado
En los procesos de reconciliación, el Estado se convierte en un actor directo, ya que sobre el recae de acuerdo con los principios que le dieron origen, la función de salvaguardar la vida, honra y bienes de sus ciudadanos. Y en situaciones como las dictaduras, el Estado asume un papel represivo y violador de los derechos de los ciudadanos. El Estado moderno es la expresión de la razón instrumental que procura por la negación y superación de la guerra civil permanente. A juicio de Norbert Elías: es la expresión de un largo proceso de domesticación y transformación de la venganza. Domesticación lograda con la ilustración. “La más importante garantía judicial de la reproducción del Estado moderno de derecho es, probablemente, la supresión del odio retributivo como causal de justificación en los procesos penales” “Evitar la venganza a través de la amenaza de castigo y del castigo efectivo de la misma cuando acaece, es evitar la guerra y la violencia; es garantizar la paz como presupuesto para el funcionamiento del Estado y del Estado de derecho” (Orozco, 2002)
Por tanto el papel del Estado en un proceso de reconciliación adopta un lugar preponderante, pues sobre él recae tanto la función de aplicar justicia, como la de garantizar y facilitar los medios para la reparación, reconstrucción y rehabilitación de las víctimas y de la sociedad en general. Al igual, que debe procurar por acciones efectivas de reinserción a la vida cotidiana para aquellos que se encontraban al margen de la ley.
Debe ser el Estado, por tanto, quien garantice la sostenibilidad del proceso, con la adopción y el efectivo cumplimiento de políticas públicas que afronten de manera directa las causas que generaron la violencia, para con ello construir una sociedad donde se pueda hablar de una paz integral donde conviven víctimas y victimarios bajo parámetros de reconciliación.
Siguiendo el mismo hilo conductor, trataremos sobre los “Principios básicos en un proceso de reconciliación”.
Principios básicos en un proceso de reconciliación
Denominamos principios básicos de un proceso de reconciliación, todos aquellos elementos que se deben tener en cuenta para dar sustento al proceso y cuya presencia marcan el éxito o fracaso de este.
Al asumir un proceso de Reconciliación, cada sociedad debe hacerse un juicio interno sobre cuáles de estos principios va a privilegiar; puesto que los procesos de reconciliación se mueven en un continuo, en el cual deben definir, por ejemplo, cuánta verdad se desea conocer, cuánta justicia aplicar, hasta dónde llega el perdón y cómo se va a mantener la memoria.
Esta decisión no resulta fácil, pero para ello la sociedad debe medirse en sus necesidades, expectativas, deseos, aspiraciones y proyecciones. De tal forma, que más allá de la coexistencia pacífica, se consolide un verdadero proceso de reconciliación y con el tiempo con seguridad se de paso al perdón.
Verdad
Tomaremos como el primero de estos principios la verdad, entendida ésta como el esclarecimiento y reconocimiento de las acciones realizadas por cada uno de los actores. La verdad constituye el elemento clave para entender el porqué del suceso violento y comprender la dimensión del dolor y del sufrimiento de las víctimas; pues, “los actos de violencia son siempre fuente de dolor, pero el dolor se convierte en sufrimiento cuando queda registrado en nuestra mente por la impresión que nos causa el desmoronamiento de nuestros símbolos. Así pues, dolor y sufrimiento no son lo mismo. El sufrimiento es la lucha del ser humano contra el dolor”. En este sentido, se percibe la necesidad de plantear acciones de compensación hacia las víctimas, de escarbar en el pasado y rescatar la memoria de los muertos, de aliviar el dolor y aprender a sobrellevar el sufrimiento; pero, especialmente, de marcar un punto de quiebre entre la sociedad violenta y la nueva sociedad.
Hay que tener en cuenta que, ante la multiplicidad de actores, no se trata de buscar una única “verdad”; pues ésta no existe, existen múltiples verdades y cada una tan válida como la otra. Existe la verdad de los vencidos, la de los vencedores, la de los victimarios, la del Estado y la de las víctimas. Entonces de lo que se trata es de hacer un esfuerzo por reconciliar también las verdades, en un escenario que garantice la convivencia pacífica.
Cabe aclarar que, si bien la verdad es necesaria, la reconciliación en sí no depende sólo del esclarecimiento de los hechos, ya que una vez conocidos, se debe evitar que esta verdad se quede sólo en una confirmación del daño. Pues también, como lo afirma Beristain (2004), las versiones de la historia se adecuan a las necesidades del presente y están relacionadas por la identidad de las personas y grupos. En tal sentido, la verdad se basa en dimensiones valorativas que pueden ser o no captadas por el lenguaje, al igual que sucede con los hechos. Una verdad que no se atribuye carácter de universal, sino que responde a las necesidades de construcción de identidad basada en el respeto al otro, a ese otro que se distingue como un ser humano que es un fin en sí mismo.
Memoria
En un proceso de reconciliación debemos entender la memoria “como un instrumento para el establecimiento, reconocimiento y divulgación de la verdad de hechos que permanecen ocultos o irresueltos para el conjunto de la sociedad, como un medio para la catarsis individual y colectiva, y como una vía para el perdón y la reconciliación” (Vélez, 2003). En tal sentido abordar el tema de la memoria representa un enorme reto, dado su alto grado de complejidad en cuanto a los aspectos sociales, políticos, culturales, históricos y psicológicos que a su alrededor se plantean.
La memoria tiene una clara función política y legitimadora, por tanto, se constituye en una construcción simbólica de las naciones, siendo el resultado del consenso y el conflicto presente en cualquier sociedad. Por lo tanto, el rescate de la memoria en una sociedad azotada por un conflicto violento, se convierte en un aspecto fundamental para construir relaciones de confianza, especialmente con aquellos que han resultado más afectados. Dando cuenta de cómo la sociedad procesa individual y colectivamente experiencias de sufrimiento y dolor, y las integra en su accionar social y político. Convirtiéndose así la memoria en un antídoto contra la amnesia social.
Así planteado, el olvido se convierte en un problema, al expresar silencios, autocensuras colectivas o cicatrices políticas abiertas, o por ser el medio para la concesión de indultos y para la impunidad frente a los crímenes cometidos. Pero se debe tener en cuenta, que en algunos casos para lograr una convivencia pacífica recurrir al olvido resulta la única salida a la violencia, ello sin eximir del reconocimiento de la culpa al agresor.
Otra cuestión para tener en cuenta es la utilización dada a la memoria, por parte de los actores del conflicto y en especial por parte de las víctimas directas o indirectas; recurrir exclusivamente a una memoria literal (Todorov, 2000) que sólo congrega los testimonios aportados por las víctimas, los relatos vividos por ellas tienden a sacralizar a la víctima y le brinda una ilimitada legitimidad para tratar el tema de la verdad, sin que ésta sea esclarecida. Este tipo de memoria literal se convierte también en un foco de venganza al quedarse estos relatos en el fuero netamente privado y no abrirse a una exposición pública.
De allí que, frente al tema de la memoria, en un proceso de reconciliación se necesite reconstruir una memoria colectiva como memoria ejemplar, donde para efectos curativos se exponga al público el dolor y el sufrimiento de las víctimas. Una memoria ejemplar donde “las memorias colectivas apunten en una dirección pedagógica orientada hacia el presente y el futuro y sin fijar a los sujetos y a los pueblos en un pasado que se repite a perpetuidad”. Siendo entonces la memoria ejemplar “aquella que logra ser colectiva e incluyente pero que al mismo tiempo tiene una dimensión pedagógica y un sentido político de futuro. Se trata de aprovechar las lecciones de la injusticia, del dolor y del sufrimiento de las víctimas, para luchar contra situaciones similares que se están produciendo en el presente”.
Justicia
En estos procesos de Reconciliación, juega un papel esencial la Justicia; pero una justicia que va más allá de la tradicionalmente esgrimida en el campo jurídico positivo como retributiva, la cual se acerca más a la necesidad de establecer cierto tipo de retribución o pago por un daño causado; en este sentido, Aristóteles la describe como aquella que “intenta igualar esta clase de injusticia que es una desigualdad; así cuando uno recibe y otro da un golpe, o uno mata y otro muere, el sufrimiento y la acción se reparten desigualmente, pero el juez procura igualarlos con el castigo quitando la ganancia” (Aristóteles, 1988).
El ejemplo más apropiado para entender la Justicia Retributiva, lo constituye la ley del talión que se resume en la frase: “ojo por ojo, diente por diente”; donde entra un tercero que juega un papel regulador, ya sea un juez o el Estado, encargado de valorar el daño que A realizó sobre B, y quien determina el valor social del castigo o de la retribución: “La existencia de la justicia punitiva como función pública del Estado se explica como un dispositivo para domesticar y para satisfacer en forma racionalizada la sed de venganza. El castigo retributivo se explica como un sustituto civilizado de la justicia salvaje de los vengadores”.
Por lo tanto, la justicia de la que hablamos en un proceso de reconciliación es la llamada justicia restaurativa, según la cual prima la relación víctima-victimario, en un intento por acercar el perdón a los actores directos del conflicto violento.
Perdón
En el marco de la reconciliación, debemos tener clara la dimensión del perdón. Un perdón que desde su dimensión filosófica, se acerca a la libertad kantiana, pues libera las causas de los efectos; y que “se corresponde con un acto de liberación tanto para la víctima como para el victimario. Capacita para ver la realidad desde una perspectiva distinta de la ley de intercambio (…). Crea así el progreso y la historia humana” (Bilbao, 1999). Es por tanto, el perdón una actitud relacional, donde se exime de venganza a un individuo que lesionó con sus acciones a otro.
El diccionario de la Real Academia define perdón como: “acto de remisión de la pena merecida, de la ofensa recibida o de alguna deuda u obligación pendiente”. A continuación señala: “se utiliza para pedir disculpas; para interrumpir el discurso de otra persona y tomar la palabra; en forma interrogativa para expresar que no se ha entendido algo”. Éste segundo concepto, demuestra que ya como disculpa, pregunta o interrogación, ya como cortesía o comodín o para calmar o equilibrar los ánimos del otro en la convivencia cotidiana, la palabra perdón es una de las más usadas en nuestro vocabulario, lo que no quiere decir que sea de las más comprendidas.
El perdón se puede definir de múltiples formas porque en sí es muchas cosas: es un acto, una decisión, una actitud, un proceso… es algo que se ofrece, asumiendo que notenemos la última palabra, y es algo que también aceptamos para nosotros mismos en nuestra relación con los demás. Es decir, en las relaciones humanas tan importante es perdonar y perdonarnos como saber aceptar el perdón.
Cabe matizar también que todo tipo de perdón es un proceso, un sendero por donde se viaja y no un estado permanente al que se llega. Inicia generalmente con la capacidad de perdonarnos a nosotros mismos, aceptando el dolor y la rabia como sentimientos válidos y justificados ante la ofensa, apunta, en una situación ideal, a la reconciliación con el otro.
El perdón se puede examinar desde diversas perspectivas, ya sea desde el orden político, jurídico o social; por tanto, éste puede ser concedido por el Estado, por las víctimas y sí se quiere, por Dios. Se busca en cierta medida “…deshacer lo que ha sido hecho, y logra dar lugar a un nuevo comienzo allí donde todo parecía haber concluido.” (Arendt, 1993)
Se puede plantear el perdón como una virtud moral según la cual, a pesar de ser una actitud personal, debe verse como parte de los valores que dan sentido y contenido a nuestra existencia tanto individual como colectiva.
Mediante el proceso de perdón la víctima se libera de su sufrimiento, de su afán de venganza, de su relación dolorosa con la persona del victimario, liberándose entonces de su condición de víctima, pues logra romper los lazos que la mantenían dependiente a la ofensa y a su ofensor. El perdón así es un acto liberador, que libera del peso de la deuda pero al cancelar las posibilidades de venganza se libera primero al otro del peso de la ofensa.
El perdón es el recuerdo de lo que se perdona pero es también curación de la capacidad destructora de los recuerdos que si no llegan a quedar totalmente purificados de toda emoción al menos sí quedan neutralizados. Todo perdón efectivamente concedido manifiesta la reconciliación de la víctima con su historia; sólo entonces se convierte en una memoria que ya no es el relato interminable del pasado, sino la memoria de una promesa.
Perdonar no significa la aceptación sosegada de las cosas, tampoco que no se persiga restituir los derechos que han sido conculcados. Sin embargo, hay situaciones en que la justicia penal es incapaz de reparar o restituir, especialmente aquellas ofensas que atentan sobre todo a la dignidad y a la integridad humanas. Por ello se dice que ahí donde el castigo no cubre la pérdida es donde tiene espacio el perdón.
El perdón en sí mismo, no es una condición estricta en los procesos de reconciliación; constituye un elemento facilitador o una meta por conseguir, en la medida en que puede mitigar el dolor de la víctima y el sentimiento de culpa del victimario. Pero el perdón puede ser concedido por la víctima sin que tenga efecto directo sobre el victimario, o ser producto de un proceso de arrepentimiento, en donde el victimario busque el perdón sin mayor importancia por el dolor de la víctima. El arrepentimiento comienza entonces, por el reconocimiento de las acciones cometidas por parte del agresor y por la aceptación de su culpa; situación que le permite, encarar frente a la víctima las consecuencias de sus actos.
Reparación y restitución
Para hablar de reconciliación y reconstrucción del tejido social, no basta sólo con asumir la verdad, se requiere también de la adopción de medidas que busquen mejorar las condiciones de las víctimas, subsanar el dolor y el daño resarciendo económica, social y moralmente. Pero debemos tener en cuenta que la primera forma de resarcimiento es hacer que los ciudadanos puedan vivir sin miedo. Por ello, “El reconocimiento de los hechos por los autores y de la responsabilidad del Estado, así como las acciones que ayuden a asumir la verdad como parte de la conciencia moral de la sociedad, son parte de la reparación de la dignidad de las víctimas y mejora la vida de los sobrevivientes” (Beristain, 2004)
Por tanto las medidas de reparación se deben orientar al empoderamiento de las personas sobre su propia vida y a desvirtuar la legitimación de los responsables, la dependencia y el clientelismo político. Así mismo, éstas iniciativas de compensación deben ir acompañadas de serios esfuerzos por rescatar y mantener la memoria ejemplar, y la aplicación de una justicia efectiva que libere de cualquier amenaza a las partes implicadas.
De igual forma, “la participación de las poblaciones afectadas, su capacidad de decisión, la claridad en los criterios y la equidad de los mismos, así como su reconocimiento como contribución – no sustitución – a la necesidad de justicia, son aspectos básicos que las acciones de reparación deberían tener en cuenta”.
Está reconstrucción social, debe ir acompañada de una fuerte dosis de participación social y política, donde se parta del reconocimiento de las fracturas ocasionadas por la violencia en la historia de la sociedad. Por ello, es menester asumir que al adoptar medidas como la reinserción de los combatientes, éstas deben tener en cuenta el contexto de retorno de los mismos, el impacto y la capacidad de acogida tanto de su medio familiar como social; en sí garantizar las condiciones económicas y culturales para una efectiva reintegración social de los actores del conflicto, enfrentando los cambios en el modo de vida, el manejo de las situaciones conflictivas, los esquemas de relación frente a la guerra, la reconstrucción de la propia identidad y las relaciones con la gente.
Por tanto en un proceso de reconciliación, se deben establecer espacios de diálogo y colaboración en los cuales se favorezca el respeto mutuo por las personas, las culturas y las diversas formas de organización. Siendo ello la base de una nueva sociedad donde la solidaridad, la identificación mutua y el restablecimiento de las relaciones de confianza se consoliden como valores en aras de construir nuevos consensos sociales y políticos que fortalezcan el sistema democrático desde la lógica de la participación en sus diversas expresiones.
Algunas reflexiones
Es entonces la reconciliación una fuente en sí misma de solución al conflicto que va más allá de la firma de un acuerdo de paz, que necesita de las bases sociales expresadas en sectores como las mujeres, los niños, los jóvenes, los artistas, las confesiones religiosas, las comunidades educativas, los líderes y agremiaciones comunitarias y campesinas, las minorías étnicas. Sólo con ellos se puede construir un proceso horizontal e incluyente, que piense no sólo en los actores directos del conflicto, sino que se encamine a la reparación y restitución efectiva de las víctimas y la integración de los victimarios en aras de garantizar, por lo menos en un comienzo, la convivencia pacífica y el fin de la guerra.
El proceso de reconciliación debe partir del consenso; debe llegar al conocimiento profundo de las causas que generaron tal conflicto para con ello superar la dicotomía víctima-victimario, encontrando las llamadas zonas grises y de está forma entender él por qué de la violencia, y emprender todos los esfuerzos en superar el afán de venganza, para lograr una convivencia pacífica.
Por tanto, es necesario que en el proceso se deje muy claro cuáles serán las directrices que se van a seguir, pues tal como se observa en algunos casos históricos existen principios que conforme a la coyuntura se privilegian sobre otros. Tal es el caso de Sudáfrica, donde se privilegió la verdad en detrimento de la justicia, lo cual es válido en la medida en que respondió a la necesidad de hacer frente a crímenes atroces donde la mayoría de la población ya sea en un bando o en otro se veía seriamente implicada.
Claro está que no se debe desconocer que la verdad es un elemento clave para la aplicación de justicia, no se puede hablar de reconciliación sin una dosis de ésta, la justicia hace parte importante de la reparación a las víctimas, del respeto a la sociedad en sus sistemas integradores (político, jurídico, cultural, etc.) y a sus normas de convivencia; ya que de lo contrario, un alto índice de impunidad transmitiría un mensaje erróneo en la opinión pública, según el cual tomar las armas de manera ilegal, a mediano y largo plazo, no tiene ninguna consecuencia jurídica ni social y por ello es muy fácil quebrantar el pacto social establecido.
En este sentido hablar de perdón, no significa olvidar, no se puede concebir el perdón sin la memoria; una memoria que debe trascender en el tiempo y en el espacio. Pero perdonar no es una obligación, es un acto de libertad individual que no se impone, por el contrario se elige desde una condición de igualdad entre la víctima y el victimario, condición que debe ser garantizada en el marco del proceso por los garantes y gestores del mismo. Entonces el perdón es una consecuencia dentro de la cadena de la reconciliación, ya que lo primero es detener el fuego y las agresiones violentas, para después vislumbrar escenarios de convivencia entre víctimas y victimarios, donde se plantee la reconstrucción del tejido social quebrantado y una nuevas normas de juego claras que prevengan el resurgimiento de la violencia.
En cuanto a las víctimas, éstas sin duda deben ser el protagonista central en un proceso de reconciliación; para ello, se deben propiciar escenarios de organización que garanticen que su voz sea escuchada. Pues ante la crueldad de la guerra, las víctimas reales se dispersan, y se sumergen en un miedo silencioso y anulador que las victimiza aún más; haciendo muy difícil una reparación verdadera, lo cual a mediano o largo plazo, facilita el resurgimiento de la espiral de la violencia, expresada en actos de venganza.
Por ello, la idea es que este análisis brinde herramientas para reflexionar sobre los procesos de reconciliación, no sólo los pasados sino los que en el momento se están desarrollando, cómo es el caso del actual proceso en Vascongadas y Navarra. Un proceso donde se debe pensar, ¿desde qué perspectiva de reconciliación se está planteando?, ¿Cuáles de los elementos aquí mencionados se están teniendo en cuenta?, ¿Hasta donde la ley de justicia y paz responde a las necesidades e inquietudes tanto de las víctimas como de los victimarios?
El debate sin duda está sobre la mesa, pues la reconciliación entendida como proceso no puede dar lugar a improvisaciones, ya que son muchos los actores e intereses que están en juego. Por ello, este es un tema que se debe discutir en todos los escenarios posibles y con la inclusión de la mayor parte de sectores sociales, donde sin miedo se exponga la visión de cada uno para procurar un consenso real vinculante que refleje la complejidad de la sociedad que se enfrenta al proceso.
Fuente:
Extracto del artículo científico de Bueno Cipagauta, María Angélica., (2006), «La reconciliación como un proceso sociopolítico. Aproximaciones teóricas». Reflexión Política, Vol.., núm.15, pp.64-78.