Un fenómeno tan minoritario como es el terrorismo necesita llegar a una parte importante de la sociedad y captar su atención para difundir su ideología, atraer adeptos a su causa y conseguir nuevos militantes. Para cubrir esta necesidad le resulta imprescindible tener acceso a la opinión pública para amplificar los efectos intimidatorios de sus crímenes y así conseguir una mayor efectividad en lo que es su objetivo fundamental: arrancar objetivos políticos, difíciles o imposibles de conseguir por medios democráticos. El terrorismo necesita para existir la difusión de sus actos, crear noticias de gran alcance sirviéndose de los medios de comunicación de masas. Si generalmente las noticias existen porque se producen hechos, con el terrorismo los hechos se dan para que existan noticias. De aquí el importantísimo papel que en el desarrollo del terrorismo han tenido los medios de comunicación como destacados estudiosos del tema coinciden en afirmar.
Tanto desde el campo de la teoría como desde el mundo profesional del periodismo todas las opiniones sobre esta relación entre medios de comunicación y terrorismo aceptan sin reservas que los medios de comunicación son un elemento esencial en el entramado del terrorismo. “Los actos terroristas se convierten con demasiada frecuencia en importantes acontecimientos mediáticos a nivel global, precisamente porque se diseñan con frecuencia, teniendo este objetivo en mente”. Si aceptamos la definición del reconocido analista del terrorismo Brian M. Jenkins de terrorismo como teatro, los medios de difusión no serán el personaje central -papel que sin duda hay que otorgar a la acción terrorista- pero tendrán un papel secundario de enorme relevancia en el drama que se representa. Porque el terrorismo es violencia y ésta, como la violencia denominada de género, no sólo es física, pero, “es una violencia que procura hacerse notar por la gente”. Al finalizar los años setenta dos psiquiatras alemanes, Hilke y Kaiser, señalaron que los terroristas, movidos por un sangriento fanatismo, planifican minuciosamente todos sus atentados. Los terroristas dirigen al público su atención, obligándole a presenciar su actuación. Convierten así sus crímenes en un performance, una representación que pretende cambiar el futuro en presente. Preparan al detalle la posible interpretación de sus actos porque pretenden que sus crímenes tengan una lectura en determinadas personas que los lleve a pensar que “mañana les puede ocurrir a ellos”. Es en esta faceta fundamental del terrorismo donde la prensa se hace imprescindible. Proporciona “un lazo esencial entre las figuras principales del drama, los terroristas y sus víctimas, y la audiencia que pretenden tener”.
Por otra parte, el periodista sabe que con esta relación está, involuntariamente, favoreciendo la actividad terrorista. Pero este favor que la prensa concede al terrorismo es algo que, inevitablemente, conlleva el carácter “simbiótico” que tiene la relación prensa-terrorismo. Se trata de un “parasitismo recíproco” en el que cada atentado alimenta de violencia durante varios días a la prensa, sirviendo ésta a cambio de altavoz y soporte para la publicidad gratuita de los terroristas. El profesor Fiedrich Hacker, en su clásico trabajo sobre el terrorismo, Terror, describía esta simbiosis con una crudeza que ilustra esta dramática relación:
“Dado que los terroristas proporcionan a los medios de comunicación un material de incalculable valor, aquellos, a su vez, sirven generosamente, con auténtico entusiasmo y competente profesionalidad, al negocio de los terroristas. Los encargados de un reportaje abrigan la pía esperanza de que, durante la representación, el discurso o la ceremonia que transmiten ocurra lo inesperado, a poder ser, algo violento; personalmente, el periodista condena las crueldades terroristas, pero profesionalmente debe esperarlas y acogerlas con buen ánimo. En la práctica, sobre lo “simplemente” humano triunfa el concepto del deber impuesto por el papel que uno se atribuye y elevado a la categoría de ética profesional; no existe mejor estimulante para los nervios que un acto terrorista que interrumpe la marcha del programa que ya empezaba a hacerse pesado y le echa la pimienta de lo sorprendente. Los terroristas pueden contar con la buena disposición de los medios de comunicación. Su confianza en el buen funcionamiento de esa alianza, que nada tiene de santa, nunca es defraudada”.
Para el terrorismo es esencial que sus acciones sean publicadas. Esto es lo que -comenta el sociólogo Amando de Miguel- diferencia a los terroristas de los delincuentes comunes. No es corriente que un delincuente común tenga interés en que la autoría de su delito sea publicada y conocida por la gente. Por el contrario, los terroristas sí hacen lo posible para que su atentado sea cuanto antes adjudicado a su organización. En este sentido son significativas las declaraciones de Bommi Baumann, militante de la Baader Meinhof, al diario Stern el 1º de junio de 1978: “Sin reportajes periodísticos nos encontramos ante un cierto vacío, nuestra causa se sostiene en cierta medida gracias a la prensa”. Esta necesidad de publicidad es imprescindible, no solo para intimidar a una parte de la sociedad, sino también para alentar a sus seguidores, conseguir militantes, difundir sus ideas políticas y granjearse un mayor apoyo social. De ahí el hecho de que a cada acción terrorista le siga un comunicado en el cual, a la vez que se justifica la acción, se recuerda su programa político. Tal parece ser la dependencia que el terrorismo tiene de la prensa que lleva al conocido pensador francés, Jean Baudrillard, a asegurar que “el terrorismo no sería nada sin los medios. Los medios hacen del evento parte del terror y juegan en uno u otro sentido”. Además, los medios de comunicación no sólo difunden los actos terroristas, sino que incluso los magnifican y los revisten de un alcance del que objetivamente carecen. En palabras de Walter Laqueur, profesor de la Universidad de Georgetown y presidente del Consejo de Investigaciones Internacionales del Centro de Estudios Estratégicos de Washington D. C., “los medios de comunicación, con su inherente tendencia al sensacionalismo, siempre han magnificado las hazañas terroristas con relativa independencia de su importancia intrínseca”.
Muchas son las citas de destacados estudiosos del tema que pueden traerse aquí para aceptar como indiscutible la simbiosis del terrorismo y la prensa. Así, el ya mencionado Walter Laqueur dice: “El éxito de una operación terrorista depende casi por completo de la cantidad de publicidad que reciba” y el profesor George Gerbner, decano de la Anneberg School of Communications, afirma: “Los atentados terroristas son eventos para los medios. Si éstos no fueran cubiertos, los terroristas no los harían”. También autores como Humberto Eco o Marshall McLuhan llegan a afirmar que si no hubiera medios de comunicación de masas no existiría el terrorismo, porque el objetivo de los actos terroristas es crear noticias. Pero hay que precisar que se trata de la prensa en países democráticos con un sistema económico de libre comercio. En este sentido, el profesor José Luis Piñuel dice: “La dinámica social del Periodismo, como Medio que instrumentaliza la interacción entre los agentes, sin el mecanismo de las libertades de expresión y de mercado de información, impide que la actividad agresora del terrorismo pueda producirse”. Resulta, pues, que en una sociedad democrática con libertad de expresión y de mercado es donde el terrorismo utiliza con más facilidad los medios de comunicación. Pero también, como ha señalado el profesor David Rapoport, la publicidad también puede ser perjudicial para los terroristas ya que puede movilizar a la sociedad contra ellos.
Esta relación necesaria entre prensa y terrorismo nos lleva a preguntarnos hasta qué punto -si está en manos de la prensa evitar o dificultar la existencia del terrorismo- los medios de comunicación deberían acogerse al silencio ante esta clase de acontecimientos. Pero, aunque la prensa, los medios de comunicación, sean imprescindibles para el terrorismo, no podemos pedir que enmudezcan. Así lo expresa el escritor y periodista Gaspare Barbiellini Amidei:
“Todos estamos bien enterados de que los medios informativos son un eco formidable para el terrorismo. Sabemos que el terrorismo, de algún modo, nos utiliza como medio propagandístico de segundo grado. Su medio de primer grado es el acto terrorista en sí. Esto es suficientemente evidente. Solamente la supresión por una comunidad, que sea una comunidad democrática y el silencio de la prensa, del periódico de la comunidad, puede eliminar completamente esta arma de los terroristas. […] Nos enfrentamos con dos necesidades: destruir el terrorismo sin destruir al mismo tiempo la sociedad o la libertad de prensa”.
No es posible que en una sociedad democrática la prensa calle. La propuesta del silencio -viene a decir el historiador de temas policiales Vidal Martín Turrado- no cuenta hoy con una clara aceptación en una sociedad democrática y se la considera peligrosa y contraproducente pues esto podría instigar a los terroristas a llevar acciones más luctuosas y espectaculares, y, caso de producirse un pacto de silencio, aparecería la “desinformación”, el rumor, el bulo y otras situaciones que acompañan a la “dictadura del miedo”. No faltan autores, como el Catedrático de Periodismo de la Universidad de La Laguna, José Manuel de Pablos, que, desde una perspectiva radicalmente mercantilista, consideran que, al ser la prensa cada vez más un producto de mercado es imposible pedir que las noticias que más venden, como los crímenes terroristas, no sean publicadas, aunque su publicación sea elemento decisivo en la existencia de los grupos terroristas. Este catedrático afirma (¿una “boutade” ilustrativa?) que “el día en que subvencionen a los medios por ese silencio se acaba el terrorismo con reflejo mediático. Es cuestión de dinero. ¿Cómo no lo iba a ser en unos tiempos donde quien manda es el mercado? La solución al terrorismo, en el mercado”
La consideración de la libertad de expresión y el derecho a la información como derechos absolutos, nos conducirá a la información ilimitada, cerrando el paso a la más mínima consideración de qué podría hacerse para reducir el apoyo con que la prensa favorece al terrorismo. Este modo de tratar el terrorismo por parte de la prensa consistente en la información ilimitada sobre los atentados, comunicados y propaganda de los terroristas -como si de cualquier otro tipo de información se tratara- es el que podemos denominar “tratamiento neutral”. Este tratamiento, que en modo alguno pretende discernir entre las noticias provenientes del terrorismo y otros aconteceres noticiables, no es válido éticamente en una sociedad democrática. El tratamiento neutral del fenómeno terrorista es criticado por el profesor de Ética del Periodismo, Hugo Aznar, destacando que el ideal de neutralidad en que se fundamenta dicho tratamiento “no tiene lugar cuando están en juego vidas y derechos humanos. Se puede ser neutral entre ideas, discursos o partidos; pero no entre personas y pistolas, entre votos y amenazas, entre palabras y bombas, entre derechos humanos y su violación permanente. No cabe la neutralidad entre el chantaje, el miedo, el secuestro y el asesinato.
A pesar de la dificultad que entraña, sí es posible ofrecer una información objetiva y veraz y al mismo tiempo no favorecer los intereses de los terroristas. Para ello el informador ha de “poner a cada cual en su sitio: al asesino como asesino […] a la víctima como víctima y a las instituciones en el sitio que les corresponde”. Esta ubicación del asesino y de la víctima requiere la utilización precisa del lenguaje. Si hay que tener en cuenta la gran importancia de la precisión del lenguaje en la transmisión de cualquier información en general, en lo referente a las noticias generadas por el terrorismo esta precisión puede evitar que la prensa se convierta en una difusora propagandística de lo que quieren comunicar los terroristas. Pero esta precisión del lenguaje deja mucho que desear en los medios de comunicación cuando informan sobre acciones terroristas, o cuando de alguna manera tratan sobre del terrorismo. Es muy frecuente el uso mimético del lenguaje terrorista por parte de los informadores. El profesor de Historia de la Comunicación, Carlos Soria, dice que “recoger la terminología terrorista en la descripción de los hechos introduce un fuerte componente propagandístico, incluso cuando los términos aparecen entrecomillados: “acción”, “ejecutados”, “pena de muerte”, “cárceles del pueblo”, “impuesto revolucionario”, “expropiación” “colaboradores”, “comandos de información o de apoyo”, “miembros legales”, “guerra sucia”, etc., son expresiones acuñadas por los violentos, cargadas de una fuerte significación antiética”.
Todas estas consideraciones según Vidal Martín Turrado deben ser las pautas de un correcto tratamiento periodístico del terrorismo, conforman el “tratamiento limitado”, que “surge de un intento de armonizar los intereses de la seguridad nacional y el derecho a dar y recibir información, eludiendo los intereses de las organizaciones terroristas. Este tratamiento limitado tiene como bases: la veracidad de las informaciones, con tendencia a reducir el espacio reservado a hechos que tengan su origen en una organización terrorista y la no difusión de sus elementos propagandísticos”.
Todas estas consideraciones sobre la relación entre los medios de comunicación y el terrorismo en general pueden ser perfectamente aplicadas a la realidad española actual en y para el caso del brazo político de ETA, BILDU, en la publicidad mediática que se le ha dado por parte de la prensa y los partidos políticos a su acción de presentar a electos a 44 terroristas. ETA sabe que ha ganado esta batalla y se verá el 28 de mayo en las urnas cuando se cuenten los votos. La izquierda se escondía, la derecha le ha dado publicidad porque le interesaba para ganar votos en el resto de España, ETA/BILDU ha marcado la agenda.
El tratamiento neutral del fenómeno terrorista “no tiene lugar cuando están en juego vidas y derechos humanos. Se puede ser neutral entre ideas, discursos o partidos; pero no entre personas y pistolas, entre votos y amenazas, entre palabras y bombas, entre derechos humanos y su violación permanente. No cabe la neutralidad entre el chantaje, el miedo, el secuestro y el asesinato.»