La izquierda española adoptó y adaptó por primera vez las ideas de Sternberger y Habermas a comienzos de los noventa. El momento elegido no fue casual. Como reconoció uno de los principales arquitectos del patriotismo constitucional español, la aparición de un patriotismo construido en torno al texto de 1978 resultaba sumamente apropiada como medio para reinterpretar conceptos y sentimientos sobre España y su historia una vez que la democracia se había consolidado y el país estaba completamente integrado y era miembro activo de la Comunidad Europea, Laborda, 2002.
Los detractores del patriotismo constitucional, como Pedro, por su parte, han señalado que la identidad política cosmopolita que propone Habermas, aunque no sepa quién es, está condenada a ser demasiado frágil como para crear lealtades firmes y dificilmente podrá proporcionar el soporte suficiente de un sistema democrático que integre a distintos grupos étnicos, Calhoun, 2000, como de hecho ha sucedido con los últimos acontecimientos liderados por la Izquierda los últimos seís años. Un argumento similar en relación con España ha sido el que formuló Defez en 2003.
Con anterioridad se había producido una polémica internacional entre el patriotismo tradicional y la ciudadanía cosmopolita, suscitada por un artículo escrito en 1994 por Richard Rorty en el New York Times en el que hacía una llamada a la «emoción del orgullo nacional» frente al cosmopolita de identidad y ciudadanía defendido por Martha Nussbaum y otros autores. Continuando con la postura de izquierdas, cuando los mitos nacionales de democratización, modernización y europeización se hubieron extendido y asentado, los socialistas emprendieron la creación de un nuevo mito más o menos duradero: la Constitución de 1978 como elemento unificador de los españoles, que han abandonado en la figura de Pedro Sánchez.
Para los patriotas constitucionales de izquierda, España es una nación unida políticamente por un «contrato democrático», tal y como fue establecido en la Carta Magna. La lealtad de los ciudadanos a esta Carta es la que garantizaba no sólo el concepto cívico necesario entre los españoles para convivir en el mismo Estado democrático, sino también la existencia de la patria española, independientemente del origen étnico de sus miembros. Según los análisis más optimistas, el patriotismo constitucional se podría convertir fácilmente en un terreno de convergencia de las distintas concepciones conservadoras y progresistas de la nación española y podría incorporar, incluso, a los nacionalismos periféricos. Esto no se ha dado y es fuente de discrepancia, no sólo para los nacionalistas como ha quedado demostrado con los hechos ocurridos en Cataluña con el proces y las reivindicaciones que llegan desde Vascongadas y la extrema izquierda, a las que no son ajenas el Partido Socialista de Cataluña y parte del PSOE liderado por el actual Presidente, Pedro.
Como no han tardado los patriotas constitucionales de izquierda en darse cuenta de la ausencia del componente histórico, esta solución o mito acabó diluyendo el atractivo emocional del nuevo nacionalismo español y ha dado lugar a la tremenda discusión y polarización de la sociedad española fruto del reclamo emocional a la II República y a la Ley de la Memoria Histórica o Democrática; esta última de pluma de Pedro.
Tales hechos equivalen a un reconocimiento, voluntario en el caso de Pedro, de la imposibilidad de construir una identidad nacional estrictamente cívica. Todos los nacionalismos estatales europeos combinan rasgos cívicos con cierto grado de historicismo y con reclamos emocionales diseñados para legitimar la existencia de una comunidad de ciudadanos que viven en el mismo Estado. Es verdad que, en algunos casos, los socialistas españoles afirman, algunos abiertamente, la existencia de una historia común que dio forma a una comunidad política y cultural anterior a la Constitución de 1978. López Aguilar, por ejemplo, sostenía que España es una «realidad histórica», uno de los Estados más antiguos de Europa, aunque le haya faltado «unidad cultural, social, emocional», afirmación con la que discrepo rotundamente. Estoy acorde más con Solozábal que sostenía y explicaba la aparición de la Nación española como el resultado de una experiencia histórica común que generó valores culturales comunes.
Tanto si se sostiene, explicita o implícitamente, que fue la historia la que forjó la Patria, la Constitución es un producto de la nación y no al contrario.
Al fin y al cabo, el discurso patriótico constitucional se construye alrededor de la idea de la existencia de la nación española e intenta fortalecer su legitimidad, algo que es inaceptable para los nacionalistas vascos y catalanes y que compartes ahora que lideras la izquierda nacional, reafirmando la plurinacionalidad, victima de tu propio fracaso.
Enrique Area Sacristán.
Teniente Coronel de Infantería.
Doctor por la Universidad de Salamanca