La teoría del chivo expiatorio explica un fenómeno bastante difundido a nivel social e individual: la tendencia a buscar culpables que carguen con nuestros errores, frustraciones y desaciertos. El chivo expiatorio es una persona o grupo al que se culpa, a pesar de ser inocente, para eximir a alguien más de su responsabilidad.
Se trata de un fenómeno social y psicológico que se ha replicado a lo largo de los siglos en diferentes culturas y que se sigue produciendo a diario en nuestras vidas. De hecho, todos en algún momento podríamos convertirnos en el chivo expiatorio de alguien. O podríamos convertir a alguien en nuestro chivo expiatorio.
Como demostrara el psicólogo Gardner Lindzey en una serie de experimentos realizados en la década de 1950, las personas con más prejuicios no son más propensas a desplazar la hostilidad cuando se sienten frustradas que quienes tienen menos prejuicios. Eso significa que el fenómeno del chivo expiatorio no es algo ajeno a nosotros.
La doble función psicológica del chivo expiatorio
Apuntar con el dedo a alguien para convertirlo en un chivo expiatorio satisface dos necesidades psicológicas. Ante todo, sirve para minimizar los sentimientos de culpa por la responsabilidad que tenemos ante un resultado negativo, ayudándonos a mantener una autoimagen positiva. En segundo lugar, nos ayuda a conservar el control percibido elaborando una explicación clara de un resultado negativo que de otra manera nos parecería inexplicable, según reveló un estudio realizado en la Universidad de Kansas.
En otras palabras, el chivo expiatorio se convierte en reservorio de nuestras frustraciones desempeñando un papel protagónico en la narrativa que inventamos para exculparnos. Así protegemos nuestro ego y mantenemos cierta sensación de control y autoeficacia. Nos decimos que si las cosas van mal, la culpa no es nuestra sino de alguien más. Y elaboramos una historia que lo sustente.
Este mecanismo muchas veces ocurre por debajo del umbral de nuestra conciencia a través del desplazamiento. El desplazamiento es un mecanismo psicológico a través del cual trasladamos los sentimientos incómodos que experimentamos, como la ira, frustración, culpa, vergüenza, inseguridad o envidia, hacia otra persona o grupo, a menudo más vulnerables y con pocas armas para defenderse que puedan dar al traste con la narrativa que hemos inventado para exculparnos.
Mediante el desplazamiento, los chivos expiatorios se convierten en el reservorio de esos sentimientos negativos que el individuo, grupo o sociedad no quiere aceptar como propios. Ese proceso permite a la persona o sociedad descargar los contenidos psicológicos más negativos e inaceptables, que vienen reemplazados por un sentido consolador de reafirmación e indignación moralista contra el chivo expiatorio elegido.
Así el chivo expiatorio se convierte en una manera para explicar el fracaso o las malas acciones propias, mientras preservamos la imagen positiva de nosotros mismos. Si una persona no consigue un puesto de trabajo, por ejemplo, puede culpar a quien lo consiguió acusándole sin pruebas de haber accedido a esa plaza solo que pertenecía a un colectivo minoritario. Así no tiene que plantearse siquiera la posibilidad de que no contaba con los conocimientos o competencias necesarios para el puesto.
El chivo expiatorio salva su ego, pero es probable que esa persona comience a alimentar un odio desmedido y en gran medida irracional hacia ciertos colectivos que, según su narrativa, juegan sucio y son culpables de la mayoría de sus desgracias. Y es que la creación de un villano implica necesariamente la aparición de un héroe, aunque ambas figuras sean ficticias.
De hecho, según la teoría del chivo expiatorio, no es inusual que los propios villanos necesiten un villano mayor a quien culpar. En épocas de incertidumbre y crisis este fenómeno se amplifica. En esos momentos, líderes políticos, religiosos o comunitarios pueden explotar cínicamente ese antiguo y arraigado impulso de buscar chivos expiatorios en otros colectivos para desviar la atención de sus propias insuficiencias y errores con el objetivo de evadir su legítima carga de culpa y responsabilidad.
Envidia, frustración e ira: La tríada que conduce a buscar chivos expiatorios
Una interesante teoría del chivo expiatorio que intenta explicar este fenómeno en el marco de la Psicología Social hace referencia a una cualidad muy humana: la envidia. Según el filósofo René Girard, tenemos la tendencia a imitar a los demás, pero llega un punto en el cual esa imitación borra las diferencias entre las personas, haciendo que nos volvamos más similares y deseemos las mismas cosas. Queremos alcanzar ese mismo éxito y disfrutar del mismo estilo de vida.
Esa similitud en nuestros objetivos y metas nos lleva a luchar por lo mismo y conduce a rivalidades. Entonces se instaura una especie de guerra hobbesiana de todos contra todos. La envidia hacia el que tiene lo que no hemos podido alcanzar y las rivalidades miméticas se van acumulando paulatinamente en la sociedad y van aumentando el nivel de tensión hasta que se produce un punto de inflexión.
En ese momento, el orden y la razón pueden cerder paso rápidamente al caos y la violencia. De hecho, esas rivalidades terminan amenazando la existencia misma de los grupos y las sociedades, de manera que es imprescindible superar esas luchas internas. Girard cree que en este punto la violencia y la ira se resuelven con una dosis más pequeña de violencia ejercida sobre un individuo o grupo.
Para sofocar esa “locura de la masa”, que representa una auténtica amenaza existencial para la sociedad, se señala a una persona persona o grupo vulnerable para que se convierta en el chivo expiatorio y actúe como sumidero de todos los sentimientos negativos. De repente, las personas que estaban luchando entre sí, unen fuerzas contra ese enemigo común, que encarna la fuente de todos sus males.
En este proceso, los antiguos enemigos se convierten en amigos ya que tienen un adversario común sobre el cual canalizar todas sus frustraciones e ira. Sin embargo, para que el castigo a ese chivo expiatorio realmente expíe las culpas de la sociedad y la tranquilice, no puede ser visto como un individuo o grupo inocente. La víctima debe convertirse en una criatura malvada y monstruosa que transgredió alguna prohibición implícita o explícita y que, por tanto, merece ser castigada.
Así las personas y comunidades se engañan a sí mismas, construyendo una narrativa en la que la víctima resulta culpable de la crisis y los problemas que les aquejan. Por tanto, al haber desplazado todas las insatisfacciones y frustraciones sobre ese chivo expiatorio, también se cree que su sacrificio restaurará la paz y solucionará todos los conflictos.
Como resultado, el chivo expiatorio termina siendo condenado, expulsado o aislado. Entonces se reestablece el orden social. Pero el ciclo comienza nuevamente porque los individuos siguen autoengañándose, no desarrollan la autodeterminación y el pensamiento crítico sino que continúan deseando lo mismo que los demás, lo cual les conducirá inevitablemente a otra cacería de brujas.
María Antonieta de Austria es el ejemplo perfecto de un chivo expiatorio ya que cuando se casó con el entonces heredero al trono, Luis XVI de Francia, el país ya había estado al borde de la bancarrota debido al imprudente gasto de Luis XV. Sin embargo, el pueblo eligió a la joven princesa extranjera en el blanco de su creciente ira y no tardaron mucho en sacrificarla para apaciguar a las turbas.
Según esta teoría social del chivo expiatorio, las víctimas no solo sirven como alivio psicológico para un grupo de personas, sino que también tienen la función de enmascarar el verdadero problema y actuar como parapeto para no detectar a los auténticos culpables. Eso significa que, en el fondo, el fenómeno del chivo expiatorio es la expresión de una sociedad que no reflexiona sobre sí misma, que no reconoce sus responsabilidades y errores sino que prefiere seguir atrapada en un auténtico samsara en la búsqueda de nuevos culpables que les permitan expiar sus pecados.
Usted es el prototipo de espejo e intermediario de la frustración de los maleantes que impartian justicia en el Ejército de Tierra y en el Ministerio de Defensa y, por tanto, me ha convertido en , Illma, reservorio de sus propias frustraciones sexuales.
Jennifer Delgado Suárez
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