Según Francisco Rubiales, con el que estoy plenamente acorde, mientras la disciplina de voto impere y los diputados y senadores sólo voten lo que les ordenan sus partidos, el Parlamento español será un corral de cabras en lugar del templo de la libertad y del debate que necesita la democracia.
Se votan en el Congreso de los Diputados medidas y decisiones claves para el orden constitucional de España y no hay un sólo diputado que vote libremente, según su conciencia, en contra de la disciplina férrea que imponen los partidos. Los disidentes existen, pero no se atreven a votar como sus ideas y sus conciencias les dictan y lo hacen como ordenan sus respectivos partidos.
Parece mentira, pero no hay ni un solo socialista decente que rompa la disciplina de voto y vote en contra de la canallada de Sánchez contra España, a pesar de que muchos de ellos estaban en contra de la despenalización de los delitos de sedición y malversación, de la Ley del «Si es Si», de la Ley de la vivienda y de culminar el asalto obsceno de la izquierda al Poder Judicial, todo como consecuencia de un pacto indecente con los partidos delincuentes que sostienen al gobierno.
Recinto de lujo para el ganado humano sin libertad y sometido a la disciplina de los partidos
El Poder Legislativo ha sido anulado y sustituido por el «poder de los partidos», lo que convierte el sistema español en una partidocracia, en lugar de una democracia.
El Parlamento es concebido en las democracia como el gran templo del debate y de la libre expresión, donde se analizan los problemas y las soluciones en libertad, siempre bajo el respeto al bien común, pero en España es ya un corral de cabras, donde los pastores imponen siempre su ley al ganado.
La conclusión del drama es dura, pero hay que asumirla con todas sus consecuencias: los partidos políticos, sean de derecha o de izquierda, son el peor enemigo de la democracia, de la libertad y de la dignidad humana.
Todos sabemos que hay en el hemiciclo diputados que se averguenzan de lo que votan, pero que son incapaces de votar como les exigía la conciencia, la democracia y la ciudadanía para no arruinar sus respectivas carreras políticas, por miedo miserable a perder los privilegios de su cargo.
En todas las votaciones sobre aprobación de leyes, queda demostrado no sólo que el Parlamento español es el recinto para el rebaño mejor pagado del país, sino también que lo que llaman «disciplina de voto» es antidemocracia en estado puro, esclavitud y sometimiento a la tiranía de los partidos.
La experiencia demuestra que España podría ahorrarse el sueldo de centenares de ovejas de lujo que ocupan los escaños en el Congreso y el Senado y que bastaría con que se reúnan los jefes de los partidos para tomar las decisiones. Sería por lo menos más económico y los resultados serían idénticos a los que surgen de los debates y votaciones en los hemiciclos. Todo lo demás es adorno, tramoya y estafa.
La democracia española es una vergüenza y es imprescindible que los ciudadanos demócratas y decentes lo sepan e impongan una regeneración que los partidos, corrompidos hasta la médula y adictos al privilegio y al dinero, intentarán impedir por todos los medios.
Aunque nos duela reconocerlo, hemos entregado el poder del Estado a una pandilla de sinvergüenzas antidemocráticos, expertos en estafar al pueblo.