A partir de ahora, según me remiten mensaje por teléfono un amigo, el verdadero nombre al que atiende Pedro Sánchez, es el de Narciso y voy a tratar de explicar cuál es la historia mitológica de semejante sujeto en la Grecia grecolatina.
Empezaré definiendo lo que el DRAE dice al respecto: Hombre que cuida demasiado de su arreglo personal, o se precia de atractivo, como enamorado de sí mismo.
En la mitología griega, Narcisos era un joven con una apariencia bella, hermosa y llamativa. Todas las personas quedaban enamoradas de él, pero este las rechazaba. Entre las jóvenes heridas por su amor estaba la ninfa Eco, quien había disgustado a Hera y por ello esta la había condenado a repetir las últimas palabras de aquello que se le dijera. Por tanto, era incapaz de hablar a Narcisos de su amor, pero un día, cuando él estaba caminando por el bosque, ella lo siguió. Cuando él preguntó «¿Hay alguien aquí?», Eco respondió: «Aquí, aquí». Incapaz de verla oculta entre los árboles, Narciso le gritó: «¡Ven!». Después de responder, Eco salió de entre los árboles con los brazos abiertos. Narcisos cruelmente se negó a aceptar su amor, por lo que la ninfa, desolada, se ocultó en una cueva y allí se consumió hasta que solo quedó su voz.
Para castigar a Narciso por su engreimiento, Némesis hizo que se enamorara de su propia imagen reflejada en un estanque. En una contemplación absorta, incapaz de separarse de su imagen, acabó arrojándose a las aguas. En el sitio donde su cuerpo había caído, creció una hermosa flor, que hizo honor al nombre y la memoria de Narciso.
En la versión grecolatina, se trata una historia moral en la que el orgulloso e insensible Narcisos es castigado por los dioses por haber rechazado a sus pretendientes. Se cree que es una historia moralizante dirigida a los adolescentes griegos de la época. Hasta hace poco la única fuente de esta versión era un fragmento de la Descripción de Grecia de Pausanias (9.31.7), 150 años posterior a Ovidio. Una versión muy similar fue descubierta en el llamado Papiro de Oxirrinco en el año 2004, una versión muy anterior a la de Ovidio en al menos unos cincuenta años.
En la historia helénica, el joven Aminias ama a Narcisos pero este lo rechaza cruelmente. Como una forma de burlarse de Aminias, Narcisos le entrega una espada, que Aminias utiliza para suicidarse ante las puertas de la casa de Narcisos, mientras suplica a la diosa Némesis que Narciso un día conozca el dolor del amor no correspondido. Se cree que esta maldición se cumple cuando Narciso se enamora de su propia imagen reflejada en un estanque e intenta seducir al hermoso joven sin darse cuenta de que se trata de él mismo hasta que intenta besarlo. Entristecido de dolor, Narciso se suicida con su espada, y su cuerpo se convierte en una flor, a la cual se llamó Narciso.
Otra versión asegura que para castigar a Narciso por su engreimiento, Némesis hizo que se enamorara de su propia imagen reflejada en un estanque. En una contemplación absorta, incapaz de separarse de su imagen, acabó arrojándose a las aguas.
No deja de tener semejanza el comportamiento de este presidente con el protagonista de la mitología, sea la versión que fuere.
En la actualidad, se habla del uso reiterado del selfie y del autoretrato como una manera de hacer visible la vanidad, narcisismo y egocentrismo de la sociedad contemporánea, pero deberíamos pensar si es un síntoma de ello o, simplemente, una actualización de los modos históricos de representar la identidad del sujeto.
A pesar de esta afirmación, encontramos un problema que no para de crecer en el mundo online. Lo cierto es que las redes sociales empiezan a provocar dismorfia intelectual en este presidente, un síntoma producido por el uso abusivo de filtros lingüísticos de belleza política en sus presentaciones y apariciones diarias. La idealización nos está conduciendo a falsear nuestra vida y a someternos a representaciones cuidadas que nos mantienen dentro de los muros de la cárcel de la “perfección” irreal. Una cárcel que genera inseguridades e insatisfacciones personales y que, encima, posterga la búsqueda del canon hegemónico y los cuerpos normativos. Si deconstruimos este tipo de filtros y analizamos su estructura nos damos cuenta de que, la mayoría de ellos, siguen perpetuando la predominación de los rasgos enfermizos de un petulante y mentiroso sujeto. Parece que el mito de Narciso, encima, solo acoge a unos pocos, a unos pocos rasgos psicológicos; quizás en las próximas elecciones sea hora de olvidarlo y de no justificar, ni recriminar, sus acciones diarias que sólo aguantan los que están chupando de la piragua en el Partido Socialista Obrero de Sánchez.
Regalemos narcisos a Begoña para que se «jarte» de este homo de Piltdown que es conocido por ser uno de los mayores fraudes en la historia de la paleoantropología, principalmente porque se creyó verdadero durante más de cuarenta años, desde que se anunciara su descubrimiento en 1912 hasta 1953, cuando el fraude fue finalmente expuesto como expone Federico Jimenez Losantos al Doctor cum fraude.
Durante años, se mantendrá, dada la estupidez del inclito, el debate sobre el origen de este resto, y la prensa dirá que muy probablemente correspondieran al eslabón perdido, denominándolo Eoanthropus dawsonii. Estos restos fueron aceptados por la comunidad del PSOE sin mayores análisis, debido principalmente a que era perfecto e idéntico a la idea sobre el eslabón perdido. La idea era que el eslabón tenía que haber tenido un gran cerebro, pero igualmente presentar rasgos de cercanía hacia los pobres y necesitados y evolucionar posteriormente a una apariencia humana, idea contraria a la demostrada ahora con los estudios de la ciencia psicológica.
La semejanza de ambos es divinatoria.
Hasta las próximas elecciones, Narciso.