Han intercambiado la Libertad por ocio, consumismo, escapismo y subsidios.

Resulta imperativo que la lucha por la libertad individual y las raíces (sólo ello nos ofrece un futuro y nos ancla al suelo cuando sopla el viento) constituya una de las prioridades de nuestra vida.

Existe al menos en España un gran entreguismo y espíritu de súbdito. La mayoría parece considerar que libertad sólo significa elegir a qué figura de autoridad faltar el respeto, qué marca de condones comprar, y qué serie ver.
Se manifiestan por el «no a la guerra» o el chapapote, se inhiben cuando violan sus libertades civiles durante más de dos años.
Se colocan debajo de la bota del tirano, incluso con entusiasmo. Emplean su mayor capacidad de acción no para derrocar al opresor sino al que no se someta. En la época de la supuesta individualidad y diversidad, hay algo que importa más que la muerte en vida: que nadie se aleje del rebaño. Para hostigar y hacer daño a esa persona, sí están despiertos.

Hoy resulta innecesario emplear dinero en construir campos de concentración, dado que esa esclavitud se logra mediante el encierro domiciliario, el bozal, la censura en internet, y coaccionar mediante el ostracismo social y la pérdida de empleo para que uno se inyecte.

Hemos perdido la sangre en las venas de nuestros abuelos («esos viejos que no se enteran»), el norte moral y la lucidez. Carecemos también de la inteligencia estratégica, la capacidad de organización, la resistencia y la constancia para frenar al dictador (nacional e internacional) cuyo salario pagamos con sangre.
No existe patriotismo, idealismo, horizonte mental, espiritualidad, o noción de progreso, fuerza y defensa personal. Han comerciado con todo ello intercambiándolo por ocio, consumo, y subsidios. Han entregado la responsabilidad individual, es decir, la libertad, con el fin de que otro piense y decida por ellos.

Durante siglos el propósito vital fue alcanzar la libertad. Hoy consiste en vivir ciegos, en el escapismo, el infantilismo crónico; en coma vegetativo. Y arden en deseos de conseguirlo, aunque el precio suponga convertirse en máquinas y peones.

Resulta imperioso dejar ver vídeos que destruyen el cociente intelectual, de mirar en el espejo los músculos y el pelo, de hablar de aplicaciones (que vuelven a uno inútil y vago), y de lo que te «ofende». Y empezar a tomar la vida en serio, a leer a José Antonio Primo de Rivera y a pensadores ilustrados, y a reflexionar sobre de qué pasta estaba hecho el general Moscardó para querer y poder aguantar durante sesenta y ocho días el asedio enemigo.

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