El racismo, ese monstruo de la perfidia humana para con los mismos hombres, está pasando de ser una lacra de la humanidad, una lacra social y ética, a ser una lacra política, en la que se usa, no se siente, no se combate, no se denuncia, se usa, según la conveniencia de la persona, del partido o del momento, sin importarles un pito que en ese proceso se esté generando una reactivación de aquello que se dice combatir, el racismo.
Lo dije en mi artículo de hace unas fechas, lo comentamos en nuestra charla, y te lo reitero ahora, lo del otro día no fue racismo, fue forofismo con unos tintes racistas provocados por aquellos interesados en buscar cualquier motivo, en cualquier lugar, siempre que les proporcione protagonismo; forofismo que a su vez fue buscado y exacerbado por los profesionales que necesitan del escándalo y lo negativo para justificar un sueldo que muchas veces no se ganan por su afán de informar, o por su calidad profesional.
¿A Vinicius le llamaron negro? Es que lo es, y también, a sus compañeros Rodrigo, Alaba, Camavinga, Mendy, les llamaron negros, porque lo son, sin darle ninguna carga de odio, salvo cuando hicieran una jugada que incomodara a los que se lo dijeron; y al otro, que no era negro, le llamarían melenas, y al otro gilipollas, y al otro feo, y al otro hijoputa. No hay contrario que no sea vilipendiado en su acierto. Sin olvidar que también había varios negros en el otro equipo, a los que los aficionados rivales llamarían negros, y los propios por su nombre.
No, querido, eso no es racismo, aunque pueda tener, sobre todo si se convocan, unos ciertos matices racistas. Y no es racismo porque es un comportamiento individual, no colectivo, y el racismo, como cualquiera con un mínimo de imparcialidad sabe, es una lacra colectiva. El racismo no es antipatía, el racismo no es inquina, el racismo es la más inhumana de las xenofobias, la más dañina de las bajezas humanas, odio irracional y sin paliativos.
Claro que entre los cantantes habría algún bobo con ínfulas racistas, más acentuadas por sus desvaríos políticos que por sus experiencias de superioridad étnica, que la misma sociedad que los rodea no les permite. Claro que entre los cantantes habrá alguno que vomite sus carencias éticas contra los negros rivales, dos minutos antes de ir a pedir un autógrafo a los negros propios. Claro, y de eso sacan provecho ciertos movimientos integristas, veladores del pensamiento ajeno, a los que la mención del racismo les proporciona réditos políticos, o económicos si además pueden publicarlo.
Vinicius, y no es el primero, es un gran jugador al que su falta de formación, de la que seguramente no es culpable, y su encumbramiento por parte de la afición de su equipo y de ciertos medios de comunicación afines, han puesto en el camino de la provocación y la falta de respeto al rival. Ya lo dije, no es el primero, otro maestro de los mismo, Neymar, ya ha salido a defenderlo. Dios los cría y ellos acaban juntándose.
A lo peor, y estoy convencido de ello, en esa actitud chulesca, de desprecio al rival, de utilización de su color de piel para reclamar impunidad en sus actos cuestionables, también hay un poso de racismo.
Hay quien piensa que el racismo es unívoco, de los blancos hacia los negros, pero también es racista la actitud de exclusión de algunos grupos negros hacia los blancos. Como también es racismo, y del más rastrero, utilizar el racismo para beneficio propio.
Si lo del otro día es racismo, racismo es lo de los aficionados del Sevilla con los del Betis, y viceversa, lo de los aficionados del Barcelona con los del español, y viceversa, lo de los aficionados del Oviedo con los del Sporting de Gijón, y viceversa, y etcétera. No, eso no es racismo por más que los escandalizados oficiales quieran escandalizarse, por más que los escandalizadores oficiales quieran escandalizarnos, y algunos, los afines, lo compren. El racismo es otra cosa, otro horror, otra forma de demencia.
Valga como ejemplo de todo lo dicho, la anécdota de por qué a los árbitros se les nombra con los dos apellidos, costumbre que empezó siendo norma. Corrían los últimos años sesenta, cuando un árbitro apellidado Franco Martínez, por aquel entonces, simplemente Franco, alcanzó el reconocimiento técnico para arbitrar en la primera división española. Como era lógico, y habitual, la labor del colegiado fue puesta en cuestión en repetidas ocasiones. Frases como: “la equivocación de Franco”, “Franco que malo eres”, y algunas otras lindezas, empezaron a hacerse habituales; no descartemos, tampoco, los cánticos e increpaciones con un lenguaje algo más subido de tono. Fuera el mismo Franco, Franco Bahamonde, o el entorno encargado de velar por la inaccesibilidad del gobernante, los medios de comunicación, en aquellos tiempos la televisión solo era española, y los boletines informativos solo los daba Radio Nacional de España, recibieron instrucciones de referirse a los colegiados por los dos apellidos, para evitar confusiones inaceptables, y tan honda caló la norma, que hasta hoy los árbitros se nombran por los apellidos de ambos progenitores.
No, querido amigo, ni llamarle entonces a Franco, cabrón, aprovechando el apellido de la trencilla, era una constatación de un movimiento de insurgencia, ni cantarle a Vinicius con términos racistas, hoy, es una prueba del racismo que se vive en nuestra sociedad.
El gran peligro de estos inquisidores del pensamiento ajeno, inquisidores y censores de la maldad de los demás, es que su utilización de las lacras sociales, según ellos para erradicarlas, según yo para obtener rédito, las pueden exasperar, y revivir en la sociedad, como quién le sopla a una brasa, y acaba encendiendo un fuego, sentimientos que nunca debieron de existir. Cuidado, también, con ellos.
Por Rafael López Villar.