Sea lo que sea en lo único en lo que seguro que hay acuerdo es en que lo suyo es el más antiguo oficio del mundo. No cabe duda de que es un oficio y como tal lo desempeñan miles de mujeres y hombres, que sí, que de verdad, que hombres también, en todo el mundo. Sobre que sea un delito o un pecado solo corresponde a posiciones éticas y morales que pretendo que no me incumban, sobre todo porque tengo las mías y me siento impelido a evitar que me colonicen con otras, pacatas, mojigatas, victorianas sean bajo la excusa de una moral dictada por unas alturas tan altas que no alcanzo, o por unas posiciones ideológicas que solo conciben un mundo con pensamiento y comportamiento uniformes.
Si tuviera alguna duda al respecto de mi posición sobre el tema me bastaría con ver como es atacado, con argumentos diferentes, con motivaciones diferentes, desde la izquierda y desde la derecha con igual saña y, hasta el momento, con igual falta de éxito.
La prostitución existe, perdón Teruel, y existe desde que existe la memoria del hombre. La prostitución existe y en ciertos momentos históricos ha alcanzado tal prestigio social que las concubinas tenían un mayor peso en el devenir de los estados que las reinas o los ministros.
Solemos pensar en la prostitución como en un antro de explotación, de miseria, de corrupción puramente masculina. Es una visión un tanto certera en lo que respecta a una mayoría de situaciones, pero si la analizamos globalmente, con una cierta frialdad y con perspectiva, comprobaremos sin demasiado trabajo que es una visión interesada, una visión que sirve a los fines de ciertas personas, instituciones, ideologías, poderes, preocupados en la estigmatización de la prostitución para su mayor manejo y lucro, o simplemente porque no conciben que exista un mundo diferente al que ellos consideran idóneo.
No voy a defender la explotación de ciertos seres humanos por parte de las mafias, pero no la voy a defender ni en la prostitución, ni en la emigración, ni en la donación de órganos, ni en tantas otras cuestiones y recovecos como las mafias aprovechan, valiéndose de la miseria ajena, para sacar partido de las necesidades ajenas. Pero por lo mismo que no voy a pedir la ilegalización de las donaciones porque las mafias se lucran de ellas, sí voy a pedir la legalización y la normalización, de norma, no de uso, de la prostitución, y saludo con alborozo e interés la creación de ese sindicato, OTRAS, que tanto parece horrorizar a la izquierda mojigata como escandalizar a una derecha pacata y victoriana.
El sindicato OTRAS (acrónimo de Organización de TRAbajadoras Sexuales) es un sindicato español del ramo del trabajo sexual, cuyos estatutos fueron validados en junio de 2021 por decisión del Tribunal Supremo. La secretaria general del sindicato, Conxa Borrell, afirmaba en 2019 que el sindicato representaba a más de 600 mujeres, hoy son muchas más.
Algo tendrá el agua cuando la bendicen, algo tendrá la prostitución cuando tantos tienen tanto interés en perseguirla.
Yo, afortunado de mí, no he requerido de sus servicios, pero no por ello puedo considerarme mejor ni peor, tal vez, incluso, el considerarme afortunado no sea más que un prejuicio que aún no he conseguido superar. Tal vez, pudiera ser, porque aún no haya superado el recuerdo de cierto amigo de mi adolescencia que debido a sus malformaciones no consiguió que ninguna mujer atendiera a sus requerimientos amorosos salvo que fueran acompañados de una contraprestación económica. A veces el amor, a pesar de ser ciego, encuentra algún resquicio por el que mirar y solo considera la normalidad física para lanzar sus flechas.
“Prohibir la prostitución, ocultarla, estigmatizarla, no va a hacerla desaparecer, pero lo que si lograría una regulación moderna, acorde con la sociedad en libertad que pretendemos, es evitar la proliferación de las mafias, que viven cómodas en la ilegalidad, es el halo de delincuencia que genera todo lo proscrito, son las inevitables secuelas sanitarias que la falta de rigor normativo puede llevar aparejadas.”
Una sociedad antigua menos libre que la nuestra, tenía unos usos, en cuestiones sexuales, que si no eran justos, ni deseables, si eran mucho más diáfanos y consecuentes con sus normas. Desde la injusticia, desde la desigualdad, desde la gazmoñería, desde la hipocresía. Sí, pero integrando en un papel, aunque fuera marginal y social y pretendidamente ignorado, esta práctica como algo inherente a la sociedad y a la convivencia.
Podríamos tirar de historia, y sería larguísima. Podríamos tirar de argumentos, y serían muchísimos. Tiremos simplemente de sentido práctico. Mientras el amor no sea totalmente ciego, mientras haya hombres y mujeres que tengan necesidades sexuales no cubiertas en relaciones estables, o sin relaciones estables, la prostitución, sin género, sin explotaciones inadmisibles, sin cargas éticas o morales ajenas al practicante y al demandante, será una necesidad social que cuanto más normalizada, de norma no de uso, esté menos cobijo dará a indeseables de todo pelo que la usen para lucrarse a costa de la explotación ajena. Estoy convencido.
Recordemos, como guion orientativo, cuando cierta eminencia del furor ideológico pretendió prohibir que los enanos -ya me jode aclararlo, pero lo aclaro-, dicho sea lo de enano sin ningún otro afán que el de la simplicidad descriptiva, participaran en espectáculos en su calidad de tales, y estuvo a punto de mandar a la miseria a tantos que viven de actividades que los requieren por su aspecto físico.
En resumen, y por mi parte, bienvenidas señoras putas sindicadas, mi solidaridad, mi apoyo y mi absoluto respeto a su iniciativa. Solo espero que no lleguen en el fututo a estar tan integradas que algún ideólogo de excesivo tiempo libre me intente obligar a llamarles señoritas de compañía retribuida. Yo, con su permiso, les seguiré llamando putas, sin cargas y en la seguridad de que ustedes y yo nos entendemos, léxicamente hablando.